¿Será posible
, se preguntó,
que cada uno de nosotros tenga en su interior esta clase de amor abnegado y que debamos, de algún modo, abrirnos camino por entre todos los problemas que crearon tanto la herencia como el ambiente, antes de que podamos descubrirlo?
Richard guardaba los cuatro melones maná y la tajada del sésil en uno de los rincones de la Sala Blanca. Le explicó que no había observado cambios de clase alguna ni en los melones ni en el material del sésil desde que llegó a Nueva York.
—Quizá los melones pueden permanecer en estado de latencia durante mucho tiempo, como las semillas —aventuró Nicole, después de escuchar la explicación de Richard sobre el complejo ciclo de vida de la especie sésil.
—Eso es lo que estaba pensando —convino Richard—. Naturalmente, no tengo la menor idea de cuáles sean las condiciones en las que podrían germinar los melones… La especie es tan extraña, y tan complicada, que no me sorprendería que al proceso lo controlara, de alguna manera, ese pequeño trozo de sésil.
La primera noche que estuvieron juntos, Richard tuvo dificultades para conseguir que los pichones se fueran a dormir.
—Tienen miedo de que los vuelva a dejar —explicó cuando regresó a la Sala Blanca después de la tercera vez que los furiosos graznidos de Tammy y Timmy interrumpieron su cena con Nicole. Al fin, programó a Juana y Eleonora para que divirtieran a los avianos, era la única manera en que podía mantener en silencio a sus pupilos extraterrestres, de modo de poder contar con algo de tiempo a solas con Nicole.
Hicieron el amor suave y tiernamente, antes de dormirse. Mientras se estaba desvistiendo, Richard admitió que no estaba seguro de cuán bien… pero Nicole le informó que su rendimiento, o su falta de rendimiento, carecía por completo de importancia, insistió en que sería un gozo inenarrable el simple hecho de tener su cuerpo al lado del de ella, y que, de producirse, cualquier excitación sexual sería un maravilloso beneficio adicional. Fueron, por supuesto, compatibles, como lo habían sido desde la primera vez que durmieron juntos. Se tomaron de las manos, los cuerpos uno al lado del otro, después del contacto sexual. Nada dijeron. Varias lágrimas se formaron en los ojos de Nicole y se deslizaron con lentitud por su rostro para, finalmente, fluir hacia los costados, derramándose en los oídos. Sonrió en la oscuridad. Por el momento, se sentía gloriosamente feliz.
Por primera vez en muchísimo tiempo, no había prisa en la vida de Nicole y Richard. Todas las noches conversaban con facilidad, a veces aun cuando estaban haciendo el amor. Richard le contó más sobre su niñez y adolescencia que lo que nunca antes le había contado; incluyó sus recuerdos más dolorosos del mal trato a que lo sometía su padre, así como los detalles desgarradores de su desastroso primer matrimonio con Sarah Tydings.
—Ahora me doy cuenta de que Sarah y papá tenían algo fundamental en común —comentó Richard bien avanzada una noche—; ambos carecían de la capacidad de concederme la aprobación que yo perseguía con tanta desesperación y, de algún modo, ambos sabían que continuaría tratando de obtenerla, aun si eso entrañaba abandonar todo lo demás que hubiera en mi vida.
Nicole compartió con Richard, por primera vez, todo el aspecto conmovedor de su amorío de cuarenta y ocho horas con el Príncipe de Gales, inmediatamente después que ella obtuvo su medalla olímpica de oro; hasta admitió que había anhelado casarse con Henry y que quedó completamente desolada cuando se dio cuenta de que el Príncipe la había excluido como candidata para ser la reina de Gran Bretaña debido, primordialmente, al color de su piel. Richard estaba interesado en extremo, hasta fascinado, por la narración de Nicole. Pero ni siquiera una vez dio la impresión de sentirse amenazado en lo más mínimo o celoso.
Se volvió más maduro
, pensaba ella varias noches después, mientras su marido estaba terminando la tarea nocturna de arropar los pichones en su cama.
—Querido —dijo cuando Richard se le unió en el dormitorio que tenían en la madriguera—, hay algo que te quiero decir… Estuve esperando el momento oportuno…
—Oh, oh… —Richard fingió fruncir el ceño.—. Esto suena como algo serio… Espero que no te demores demasiado, pues para esta velada yo tenía algunos planes para nosotros.
Cruzó la habitación y empezó a besarla.
—Por favor, Richard, ahora no… —dijo ella, apartándolo con delicadeza—. Esto es muy importante para mí.
Richard retrocedió unos pasos.
—Cuando creí que me iban a ejecutar —continuó Nicole lentamente—, me di cuenta de que todos mis asuntos personales estaban en orden, salvo dos. Todavía había cosas que deseaba decir, tanto a ti como a Katie; hasta le pregunté al policía que me explicó el procedimiento de ejecución si me podía dar papel y lapicera, de modo de poder escribir dos cartas finales.
Se detuvo un instante, como si hubiera estado buscando las palabras adecuadas.
—Durante esos espantosos días, no pude recordar, Richard —prosiguió—, si alguna vez te había dicho, explícitamente, lo contenta que estaba de que hubiésemos sido marido y mujer… Tampoco quise morir sin…
Se detuvo una segunda vez, recorrió con la vista la habitación y, después, volvió a mirar a Richard directamente a los ojos.
—Había una cosa más que deseaba conseguir con esa última carta. En ese momento estaba convencida de que era necesario para hacer que mi vida hubiera sido completa, de modo que pudiera partir de este mundo sin dejar cabos sueltos… Richard, quise disculparme por mi insensibilidad allá en El Nodo, cuando tú, Michael y yo… Cometí un error entonces al ir demasiado pronto a la cama de Michael, cuando temí… tomó una profunda bocanada de aire.
—Debí haber tenido más fe —admitió—. No es, ni por un minuto, que los eliminaría del mundo a Patrick o a Benjy, pero ahora me doy cuenta de que me rendí demasiado rápido a mi soledad. Deseo…
Richard le tocó los labios con el dedo.
—No es necesaria disculpa alguna, Nicole —dijo con suavidad—, sé que me quisiste bien.
Adoptaron un ritmo fácil en su sencilla existencia. Por las mañanas recorrían Nueva York, normalmente tomados del brazo, explorando de nuevo cada esquina del dominio isleño al que una vez, en el pasado, habían llamado
hogar
. Como ya estaba siempre oscuro, la ciudad tenía un aspecto diferente ahora. Únicamente el haz de las linternas que llevaban iluminaba los enigmáticos rascacielos, cuyos detalles estaban indeleblemente grabados en su memoria.
A menudo caminaban por los terraplenes de la ciudad, mirando las aguas del Mar Cilíndrico. Una mañana, pasaron varias horas parados en un mismo sitio, el lugar preciso en el que habían confiado su vida a los tres avianos, tantísimos años atrás. Juntos rememoraron el miedo, así como la emoción, que experimentaron en el instante en que los grandes seres parecidos a pájaros los levantaron del suelo para transportarlos al otro lado del mar.
Cada día, después del almuerzo, Nicole, que siempre había precisado dormir más que su marido, hacía una breve siesta. Richard empleaba el teclado para solicitar de los ramanos más alimentos o provisiones, llevaba los pichones a la parte superior, de modo que hicieran algo de ejercicio, o trabajaba en alguno de la miríada de proyectos que tenía diseminados por la madriguera. En el anochecer, después de una cena tomada sin apuro, se acostaban juntos, lado a lado, y hablaban durante horas antes de hacer el amor o, simplemente, se quedaban dormidos. Hablaban sobre todo, incluyendo a Dios, El Águila, los ramanos, la política que se seguía en Nuevo Edén, libros de toda clase y, por sobre todo, hablaban de sus hijos.
Aunque podían conversar con entusiasmo acerca de Ellie, Patrick, Benjy o, inclusive, Simone, a la que no habían visto desde hacía muchos años, a Richard le resultaba difícil mantenerse hablando sobre Katie durante un lapso cualquiera. Se autocastigaba con regularidad por no haber sido más estricto con su hija favorita durante su niñez, y culpaba a la excesiva libertad que él le había dado por la conducta irresponsable que Katie tenía como adulta. Nicole trataba de consolarlo y de tranquilizarlo, recordándole que las circunstancias de su vida en Rama no habían sido normales y que, después de todo, nada en su propia historia lo había preparado a Richard para tener la disciplina apropiada que se necesita que tenga un padre.
Una tarde, cuando Nicole despertó de su siesta, pudo oír a Richard mascullando para sí mismo en la sala de estar. Curiosa, se puso de pie en silencio y fue hacia la habitación que una vez fue el dormitorio de Michael O'Toole. Se paró en el vano de la puerta y observó a Richard dar los toques finales a un modelo de gran tamaño que ocupaba la mayor parte de la habitación.
—
¡Voilà!
[4]
—dijo él, dándose vuelta para indicar que la había oído arrastrar los pies—. No ganará premios por la estética —continuó con una amplia sonrisa, haciendo un ademán en dirección del modelo—, pero es una razonable representación de nuestra parte del universo, y por cierto que me brindó material para reflexionar.
Una plataforma horizontal y rectangular cubría la mayor parte del piso. Delgadas varillas verticales, de altura variada, estaban insertas en veinte sitios distribuidos alrededor. En el extremo superior de cada varilla había una esfera de color, que representaba una estrella.
La varilla vertical del centro del modelo, que tenía una esfera amarilla en la punta, se alzaba cerca de metro y medio sobre la plataforma.
—Este, por supuesto —explicó Richard—, es nuestro Sol… y aquí estamos nosotros o, para hablar con propiedad, está Rama, dentro de este cuadrante, a un cuarto de camino, más o menos, entre el Sol y nuestra estrella similar más próxima, Tau de la Ballena… Sirio, donde estábamos cuando permanecimos en El Nodo, está por ahí atrás…
Nicole caminó alrededor del modelo que representaba el vecindario estelar del Sol.
—Hay veinte sistemas de estrellas dentro de un radio de doce años luz y medio de nuestro hogar —prosiguió Richard—, comprendidos seis sistemas binarios, y un grupo de triplete, nuestros vecinos más cercanos, las de Centauro, por aquí. Observa que las de Centauro son las únicas estrellas que están dentro de la esfera de los cinco años luz.
Señaló tres bolas separadas que representaban las estrellas de Centauro; cada una tenía tamaño y color diferentes. Los elementos de ese grupo ternario, unidos entre sí con alambres diminutos, descansaban sobre el extremo de la misma varilla vertical, exactamente en el interior de una esfera de alambre abierta que tenía el Sol por centro y que estaba indicada con un gran número 5.
—Durante mis muchos días de soledad aquí abajo —prosiguió—, a menudo me encontraba preguntándome por qué Rama estaba yendo en esta dirección en particular. ¿Tenemos un destino específico? Así parecería, ya que nuestra trayectoria no varió desde el momento en que tuvimos nuestra aceleración inicial… Y si estamos yendo hacia Tau de la Ballena, ¿qué encontraremos allá? ¿Otro complejo como El Nodo? ¿O quizás el mismo Nodo se haya desplazado durante el tiempo transcurrido…?
Richard se detuvo. Nicole había ido hasta el borde del modelo y extendía los brazos hacia arriba, hacia un par de estrellas rojas que estaban en el extremo de una varilla de tres metros.
—Supongo que variaste la longitud de estas varillas para demostrar la plena relación tridimensional de todas estas estrellas —aventuró ella.
—Sí… A propósito, ese grupo binario en particular que estás tocando se llama Struve 2398 —repuso Richard, con su tono de catálogo humano—, tiene una declinación muy grande y se halla a poco más de diez años luz del Sol.
Al ver la leve sonrisa falsa en el rostro de Nicole, Richard rió para sí y cruzó el cuarto para tomarla de la mano.
—Ven conmigo por aquí —dijo—, y te mostraré algo verdaderamente interesante.
Fueron hasta el otro lado del modelo y se pararon mirando el Sol, a mitad de camino entre las estrellas Sirio y Tau de la Ballena.
—¿No sería fantástico que nuestro Nodo
realmente
se hubiera desplazado —dijo Richard, con excitación—, y que volvamos a verlo otra vez, por aquí, en el lado opuesto de nuestro sistema solar?
Nicole rió.
—Claro que sí —asintió—, pero carecemos por completo de pruebas…
—Pero tenemos cerebro e imaginación —la interrumpió Richard—, y El Águila
sí
nos dijo que todo El Nodo tenía la capacidad de desplazarse. Simplemente me parece que… —Se detuvo en medio de la frase y, después, cambió levemente de tema—. ¿Nunca te preguntaste adónde fue nuestra espacionave Rama, después que dejamos El Nodo, durante todos esos años en los que estuvimos dormidos? Supón, por ejemplo, que a los avianos y los sésiles se los recogió por aquí, en algún sitio, alrededor de las binarias Proción quizás o, a lo mejor, aun por aquí, alrededor de Épsilon de Erídano, que fácilmente pudieron haber estado en nuestra trayectoria. Sabernos que hay planetas en torno de Erídano. A una fracción importante de la velocidad de la luz, a Rama pudo haberle resultado fácil retornar al Sol…
—Detente, Richard —lo interrumpió Nicole—. Estás muy adelante de mí en este tema. ¿Por qué no empezamos por el principio…?
Se sentó en la plataforma, en el interior del modelo, al lado de una bola roja, elevada nada más que unos pocos centímetros mediante una varilla muy corta, y cruzó las piernas.
—Si entiendo tu hipótesis, ¿nuestro viaje actual va a terminar en Tau de la Ballena?
Richard asintió con una leve inclinación de cabeza.
—La trayectoria es demasiado perfecta como para ser una coincidencia. Llegaremos a Tau de la Ballena dentro de unos quince años más, y tengo la creencia de que nuestro experimento habrá concluido.
Nicole gimió.
—Ya estoy vieja. Para ese entonces, si es que todavía vivo, estaré tan arrugada como una pasa… Nada más que por curiosidad, ¿qué crees que nos ocurrirá después que nuestro “experimento haya concluido”, como dices tú?
—Ahí es donde necesitamos nuestra imaginación… Sospecho que nos van a descargar de Rama, pero lo que nos vaya a suceder después es algo completamente abierto a la especulación… Supongo que nuestro destino dependerá, en cierta medida, de lo que se haya observado todo este tiempo…
—¿Así que coincides plenamente conmigo en que El Águila y sus compañeritos, allá en El Nodo, nos han estado observando?