Authors: Jan Guillou
Rezó para que la salud de su padre volviese, por Eskil y las hijas de éste y su hijo Torgils y por las hermanas que no conocía y que ya eran esposas.
Rezó por Katarina, la astuta hermana de Cecilia, para que se reconciliase consigo misma e implorase el perdón durante su estancia en Gudhem.
Finalmente rezó durante mucho más rato para que la Madre de Dios le concediera el don de la palabra ante el encuentro que le esperaba y que nada malo le sucediese a Cecilia y a su hijo Magnus antes de que todos estuviesen reunidos con la bendición de la Iglesia.
Al acabar sus oraciones, el sol ya salía como una bola de fuego a través de la niebla. Entonces reflexionó sobre la gracia que le había sido concedida, la gracia divina de que su vida se hubiese salvado a pesar de que sus huesos debieron de haberse emblanquecido bajo el sol implacable de Tierra Santa.
La Virgen se había apiadado de él más de lo que merecía. A cambio le había encargado una misión y él prometió no defraudarla. Con toda su capacidad trabajaría para cumplir Su voluntad, cosa que él consideraba como su más íntimo secreto desde el momento en que Ella se le había aparecido en la iglesia de Forshem.
Se envolvió con los pellejos de cordero, respiró hondo y se acostó entre las raíces del sauce que se estrechaban como un regazo. Muchas veces había dormido así, en la campiña, descansando después de las oraciones pero con un oído alerta para que no lo sorprendiesen los enemigos.
De repente se despertó como de costumbre sin saber por qué y desenvainó su espada en silencio, se puso en pie mientras movía los dedos para desentumecerlos y miró con cuidado a su alrededor.
Era una hembra de jabalí que caminaba entre las hojas de la orilla con ocho pequeños rayones detrás. Procurando no asustarlos con el destello de su espada, Arn se sentó a observarlos en silencio.
A la mañana siguiente salieron un poco más tarde de lo planeado. Algo tuvieron que ver con eso el humor irritado y los ojos rojizos de Eskil. Remaron directamente hacia el sur durante unas horas con cada vez mayor esfuerzo para los remeros, dado que el río se iba estrechando y la corriente era más fuerte. Sin embargo, ya había pasado lo peor, era mediodía cuando llegaron al cruce del Tidan, donde bueyes y tiradores arrastrarían la nave hasta el lago Braxen. Tuvieron que esperar un poco, puesto que los tiradores subían con una nave desde la dirección opuesta y también necesitaban descansar tanto hombres como bueyes antes de enjaezarse de nuevo.
Se habían encontrado con varias naves durante el viaje y dos de ellas esperaban su turno delante para cruzar. Hubo quejas y murmullos entre los barqueros cuando su timonel desembarcó y empezó a ordenar a las dos naves que hicieran sitio. Las quejas se acallaron rápidamente cuando apareció Eskil en persona. Toda la gente y todas las naves eran de su propiedad.
Eskil, Arn y Harald llevaron sus caballos a tierra y se anticiparon a lo largo de la senda para los bueyes junto al camino de troncos para las naves. Arn preguntó si Eskil había echado cuentas para excavar un canal en lugar de mantener bueyes y gente para arrastrarlas. Y su hermano afirmó que costaría lo mismo, dado que el canal en ese caso se excavaría un poco más al sur, ya que la diferencia de altura en ese lugar era excesiva. Y con el canal más al sur se alargaría el tiempo del viaje, de modo que se saldría perdiendo de todos modos. Además, durante el invierno, cuando todos los transportes se hacían con trineos, este lugar se cruzaba tan fácilmente como el río helado. En invierno, a los barcos más pequeños se les colocaban patines en los fondos planos y así se podían arrastrar como trineos a lo largo del río.
Al comenzar la cabalgata se encontraron con los tiradores que arrastraban un barco pesadamente cargado, hierro del bosque del norte, creía Eskil. Estaban en el punto más alto, por lo que Eskil se les acercó y les advirtió a gritos que nadie dejara lo que llevaba en las manos para saludar a su señor.
Detuvieron los caballos y dejaron paso a los primeros bueyes y boyeros de la cuerda de tiro. Arn notó que los tiradores dominaban bien su trabajo, que todos llevaban calzado rústico, cerrado y de cuero, y que nadie lanzaba las miradas astutas y traidoras típicas de los siervos hacia los tres caballeros. Al contrario, varios de ellos soltaron la cuerda con una mano, saludaron y pidieron a la Virgen que bendijese al señor Eskil.
—Todos están liberados —explicó Eskil, respondiendo así a la mirada inquisitiva de Arn—, He comprado a algunos y les he dado libertad a cambio de trabajo, a otros les he dado trabajo a cambio de un sueldo y todos trabajan muy bien, tanto con el arrastre como con los campos que cuidan como arrendatarios. Es un buen negocio.
—¿Para ti o para ellos? —preguntó Arn con un ligero tono de burla.
—Para ambas partes —respondió Eskil sin atender al tono de voz de su hermano—. Es cierto que esta ruta comercial me proporciona mucha plata, pero también es verdad que esos hombres y sus descendientes vivirían mucho peor sin este trabajo. Quizá sea necesario haber nacido siervo para comprender su alegría en este arrastre.
—Tal vez —dijo Arn—, ¿Tienes más puestos de arrastre como éste?
—Uno más, al otro lado del lago Vättern, después del lago Boren. Pero no es mucho si piensas que navegamos o remamos todo el camino entre Lödöse y Linköping —explicó Eskil con evidente satisfacción por la buena solución que había dado a todo.
Recuperaron el retraso que habían sufrido por la mañana al entrar en el lago Braxen y se dirigieron hacia el norte. Los vientos llegaban del suroeste y pudieron izar las velas, y en el siguiente río, hasta el lago Viken, seguían la corriente, cosa que facilitaba el remo. Dentro del lago Viken navegaban de nuevo a buena velocidad.
Llegaron a Forsvik a media tarde, recuperado el retraso gracias al viento favorable. Forsvik yacía como una isla entre el lago Viken y el lago Botten, que en realidad era una parte del Vättern. En un lado de Forsvik, el torrente era rápido y ancho; en el otro, la desembocadura era más estrecha y profunda y allí volteaban dos ruedas de molino. Las casas estaban construidas en un cuadrado grande, la mayoría eran pequeñas y bajas, excepto la casa principal, que estaba situada a lo largo de la orilla del lago Botten. Las construcciones eran de troncos grises y los tejados estaban recubiertos con turba y hierba. Unas cuantas vaquerizas se enclavaban a lo largo de la orilla.
Amarraron la nave en el embarcadero en el lado del Viken, donde estaban cargando otro barco parecido con carros que llegaban desde la otra orilla. Eskil explicó brevemente que las naves en el Vättern eran más grandes y sólo hacían el trayecto de ida y vuelta entre Forsvik y Vadstena, o al embarcadero de Mo, donde enlazaban con los barcos fluviales de Linköping. Y también había dos barcos pequeños y rápidos que navegaban entre Forsvik y la isla del rey, Visingsö.
Arn quiso ensillar en seguida su caballo para dar una vuelta, pero Eskil consideró que no podía mostrarse tan poca cortesía hacia los arrendatarios de la finca, puesto que también eran Folkung. Arn se dejó convencer, entraron a pie, llevaron los caballos al patio y los ataron al abrevadero. Ya habían causado mucho revuelo en la casa cuando notaron que el huésped no era un cualquiera.
La señora de la casa, emocionada, casi se cayó con la cerveza de bienvenida y Eskil bromeó diciendo que prefería recibir la cerveza dentro del cuerpo que no por encima. Él y Harald en seguida bebieron como hombres, mientras Arn, como de costumbre, hacía pocos honores a la cerveza.
La señora, con la toca de casada torcida, pronunció unas palabras asustadas explicando que el señor estaba en el lago vaciando las redes de trucha asalmonada y como ella no esperaba invitados, y dado que era muy pronto y que estaban haciendo la colada en la cocina grande y algunas excusas más, tardarían algo en preparar la bebida de la noche.
A Eskil se le ensombreció ligeramente el semblante, pero Arn se apresuró a decir que les iba muy bien, puesto que los tres tenían la intención de visitar los dominios de Forsvik, y que volverían al cabo de unas horas.
El ama se prosternó, aliviada, y no leyó el disgusto en los ojos de Eskil. De mala gana, éste se dirigió hasta su caballo, apretó la cincha gimiendo y quejándose antes de llevar al animal hasta el otro lado del abrevadero para poder apoyarse con un pie, montó y se dejó caer pesadamente en la silla.
Arn y Harald ya habían preparado sus monturas. Arn le lanzó una mirada de complicidad a Harald y golpeó ligeramente a los caballos. Éstos pasaron al trote lento por delante de Eskil, pero sin sus jinetes. Cuando Eskil, con una mirada atónita vio a los caballos solos, Arn y Harald llegaron corriendo desde atrás y cayeron de un salto encima de los caballos con las manos en las ancas para luego caer sobre la silla y aumentar la velocidad, tal y como hacían todos los templarios en caso de alarma.
Pero a Eskil aquello no le divirtió en absoluto.
Primero cabalgaron hacia el sur. Delante del rectángulo de la finca se encontraba un huerto donde el lúpulo claro ya trepaba en los rodrigones hasta la altura de un hombre. Luego, en dirección a los rápidos y el puente donde crecían los manzanos que acababan de florecer, la tierra se había quedado como cubierta de nieve.
Después del puente sobre los rápidos se extendía la tierra de Forsvik. El primer campo estaba en barbecho y allí, ante su sorpresa, vieron cómo cuatro jóvenes a caballo practicaban unos contra otros con lanzas de madera y escudos. Los chicos estaban tan ocupados que no vieron cómo los tres desconocidos se quedaban apartados contemplando a los mozos durante un buen rato.
—Son de los nuestros, los cuatro son Folkung —explicó Eskil al levantar la mano y con un gesto hacer que los cuatro jóvenes jinetes se aproximaran a gran velocidad, saltaran de sus caballos y, llevándolos por las riendas, se inclinaran ante Eskil.
—¿Qué maneras extranjeras son ésas? Pensé que buscabais un lugar en la guardia real, con Birger Brosa o en mi casa —bromeó Eskil amablemente.
—Ésta es la nueva forma, así practican todos en la corte del rey Valdemar en Dinamarca y yo lo he visto —respondió el mayor de los chicos mirando fijamente a Eskil.
—Nuestra intención es aprender a ser caballeros —explicó uno de los más jóvenes con bravura, ya que Eskil parecía no haber entendido nada.
—¿Ah, sí? ¿Ya no basta con ser escudero? —preguntó Arn inclinándose en la silla y mirando severamente al niño que le había hablado a Eskil como a un pariente mayor que no entiende nada—, Dime, pues, ¿qué hace un caballero?
—Un caballero… —musitó el chico, inseguro al ver la sonrisa del escudero noruego a pesar de su intento de ocultarla tapándose la cara con la mano.
—Olvídate del noruegucho, amigo mío, ya que no sabe tanto —dijo Arn amablemente y sin la menor burla—. ¡Infórmame a mí! ¿Qué hace un caballero?
—Un caballero cabalga con lanza y escudo, socorre a las vírgenes necesitadas, mata a los poderes oscuros o al dragón, como san Jorge, y es el primero en defender el país en tiempos de guerra —respondió el chico muy seguro mirándolo fijamente a los ojos—. Los mejores caballeros del mundo son los caballeros templarios de Tierra Santa —añadió como para enfatizar lo que sabía.
—Entiendo —dijo Arn—, Que la Virgen mantenga Sus manos protectoras sobre vosotros cuando practicáis por una causa tan buena; no os molestaremos más.
—¿La Virgen? Nosotros rezamos a san Jorge, que es el santo protector de los caballeros —respondió el niño, gallardo, y aún más seguro de que él era quien dominaba el tema.
—Sí, es cierto, muchos rezan a
Saint Georges
—dijo Arn dando la vuelta a su caballo para continuar viendo Forsvik—, Sin embargo, te mencioné a Nuestra Señora puesto que es precisamente la gran protectora de los templarios.
Cuando los tres hombres se habían alejado un poco, se rieron de lo lindo, pero los niños no oyeron sus risas, dado que volvían a cabalgar el uno contra el otro empuñando las cortas lanzas de madera con solemnidad y fuerzas renovadas, como si atacasen con espadas sarracenas.
Al anochecer, cuando volvían a Forsvik, ya habían visto lo que necesitaban. En el norte empezaba Tiveden, el bosque sin fin, según la leyenda. Allí había combustible y maderas en cantidades inconmensurables y además muy cerca. En el sur, a lo largo de la orilla del Vättern, había campos con pasto para cinco veces más ganado y caballos de los que ahora había en Forsvik. Pero los campos para cultivar cereales y hortalizas eran magros y arenosos y las casas estaban podridas y húmedas.
Eskil admitió que su deseo era que Arn viese Forsvik antes de decidirse. Un hijo de Arnäs debía ser dueño de una finca mejor y Eskil le propuso una de las fincas Hönsäter o Hällekis, en las laderas de Kinnekulle hacia el lago Vänern. Además, así serían vecinos, para alegría de ambos.
Arn, sin embargo, insistía en Forsvik. Admitía que habría que construir y mejorar mucho más de lo que había imaginado. Pero sólo costaría tiempo y sudor. Lo bueno de Forsvik era toda esa agua que movería las herrerías, los fuelles y los molinos. Otra cosa muy importante, que también Eskil había pensado, consistía en que Forsvik era el corazón de la ruta comercial de Eskil, por eso ponía a Folkung como arrendatarios, no a gente de categoría inferior. Quien dominaba Forsvik mantenía una daga contra toda la ruta. Por esa razón no había nadie más adecuado que un hermano de Arnäs. Eso era algo que había que tener en cuenta.
La otra cosa era el continuo ir y venir de barcos cargados en ambas direcciones entre Lödöse y Linköping. Porque si dependía de Arn, no tardarían en retronar las grandes herrerías en Forsvik. Si el hierro del bosque del Norte llegaba en barco desde Linköping, el acero y las armas continuarían hasta Arnäs y las rejas de arado hacia Lödöse. Si la piedra calcárea llegaba de Arnäs y Kinnekulle, los barcos continuarían hacia Linköping o volverían a Arnäs con argamasa. Y si de Linköping llegaban barriles con trigo sin moler, volverían con la harina en la otra dirección.
Podría decirse mucho más, pero para ser breves éstas eran las ideas de Arn. Traía, además, muchos artesanos extranjeros, no todos en Arnäs eran constructores de fortalezas. En Forsvik pronto fabricarían gran cantidad de nuevos productos que serían de utilidad para todo el mundo. Y que se venderían con un buen beneficio, añadió con tanta energía que Eskil no pudo sino estallar en risas.
En la cena se sentaron, como mandaba la tradición, el señor y la señora de la casa en el sitial principal junto con los tres distinguidos huéspedes, Eskil, Harald y Arn. Los cuatro niños con cardenales en el rostro y en los nudillos estaban sentados más abajo en la mesa. Sabían lo suficiente sobre hábitos y costumbres como para entender que el guerrero que les había formulado la pregunta infantil sobre los caballeros no era un soldado canalla cualquiera, puesto que estaba sentado al lado de su padre en el sitial principal. También recordaron que él, al igual que el señor Eskil, llevaba el león Folkung en la espalda de su manto y eso no le estaba permitido a un soldado. ¿Quién sería, pues, este hombre tan importante en su familia que trataba al señor Eskil como a un amigo íntimo?