Relatos de Faerûn (13 page)

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Authors: Varios autores

BOOK: Relatos de Faerûn
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—¡Corre, Storm! —la urgió Elminster—. ¡No puedo protegerte de lo que está a punto de suceder!

A todo esto, las manos del viejo mago seguían dibujando un nuevo encantamiento.

Storm movió la cabeza incrédula, pero se las arregló para apartarse un segundo antes de que una luz relampagueante saliera disparada de los dedos de Elminster y empezara a envolver y destruir cada una de las grises líneas de fuerza entre chisporroteos furiosos. Sin embargo, el lich se contentó con encogerse de hombros. Sus dedos huesudos convocaron otro encantamiento. Un libro que había dentro del armario volvió a iluminarse.

Storm advirtió que la frente de Elminster estaba perlada de sudor cuando sacó de sus ropas a toda velocidad un pequeño talismán. A modo de respuesta, un rojizo rayo de energía brotó de los hombros del lich, en el momento preciso en que aquel ser pasaba por encima de una silla volcada y entraba en el estudio de Elminster. El espectral brazo mágico seguía proyectándose amenazadoramente hacia adelante.

Un escudo color azul plateado titilaba en el aire protegiendo al viejo mago. El rayo rojizo lo bordeó con facilidad, casi perezosamente, dirigiéndose, no hacia Elminster, sino al armario situado a su espalda.

¡El lich se proponía hacerse con el libro! La espada de Storm brilló en el aire y empezó a hacer pedazos las páginas del volumen. Del portal llegó un chillido de horror. La roja luminosidad empezó a envolver a la poetisa.

El mágico brazo luminoso del lich se cernió sobre ella, tratando de paralizarla. El cuero de sus ropas se vio desgarrado, y Storm sintió un repentino dolor lacerante en el pecho. Su propia sangre ascendió en hilillos oscuros frente a sus ojos, proyectada por la energía del rayo enviado por el lich.

La poetisa del Valle de las Sombras apretó los dientes y soltó una estocada con su espada mágica, tratando de liberarse de aquella magia rojiza y radiante. Un estallido repentino hizo que brotaran chispas en el aire. La espalda saltó por los aires convertida en esquirlas de metal, mientras que Storm salió despedida de espaldas y cayó sobre una pila de libracos. La sangre se agolpaba en sus ojos; su pecho parecía estar ardiendo.

Storm oyó que Elminster soltaba un leve gemido. Pestañeando para aclararse la vista, la poetisa pugnó por levantarse. El viejo mago estaba hecho un ovillo en el suelo; un delgado rayo de luz emanaba de su brazo extendido en dirección a ella. A espaldas de Elminster, el lich celebraba su triunfo con las manos en las caderas y una risa chirriante en la boca desdentada, envuelto en un aura roja y llameante.

La luz del conjuro de Elminster llegó hasta Storm, y ésta de pronto sintió renovadas sus energías. Los dedos le cosquilleaban; la sangre había desaparecido de sus ojos.

El adversario reaccionó al momento, y la roja nubecilla que lo envolvía se convirtió en una andanada de rayos diminutos que oscurecieron el mágico escudo protector del viejo mago. Ante los ojos horrorizados de Storm, el escudo se resquebrajó hasta desaparecer, momento en que la fuerza carmesí envolvió a Elminster. Éste hizo un gesto débil, cayó de bruces y quedó inmóvil.

La energía blanca y azul convocada por el último encantamiento del viejo mago se vio entonces absorbida por la nube rojiza. El aura mágica centelleó cegadora cuando el lich pasó sobre el cuerpo del bardo y se dirigió hacia la poetisa. ¡Raerlin estaba absorbiendo la magia de Elminster para reforzar sus propios conjuros!

Un nuevo brazo escarlata brotó de aquella nube, derribando a la poetisa de forma brutal e inmediata. Storm cayó sobre un nuevo montón de libros. A escasa distancia, el brazo rojizo se proyectó sin prisa hacia el libro que había en el gran armario oculto.

Storm se levantó con tanta rapidez como pudo, jadeando y sintiendo en las fosas nasales el olor de su propio cabello chamuscado. La sangre seguía goteando de su pecho, y en la mano seguía sosteniendo la empuñadura de su espada destrozada. Sacando fuerzas de flaqueza, la poetisa arrojó lo que quedaba de su arma a su atacante y se lanzó a por el precioso libro. Una luz rojiza al momento revoloteó a su alrededor, pero sus dedos se cerraron con firmeza sobre el libro.

Raerlin soltó un nuevo chillido de horror cuando Storm apretó el libro contra su pecho ensangrentado.

—¡Que Myrkui te maldiga, mujerzuela! —aulló el lich—. ¡Vas a arruinarlo todo!

Storm supo lo que tenía que hacer.

Con los dedos temblorosos, la poetisa arrancó las páginas y arrojó los arrugados papeles a las llamas del mágico brasero de Elminster, El fuego se avivó al instante, mientras Storm sostenía el libro entre las crecientes llamas, resistiendo el dolor lacerante en su mano.

Raerlin descargó un nuevo encantamiento. Unas garras color escarlata se desplegaron sobre ella. Storm lanzó un grito de dolor, pero se mantuvo firme sobre el brasero. Las lenguas de fuego seguían consumiendo las arrugadas páginas del libro.

Storm, de repente, sintió que algo le estaba tirando del pelo con fuerza. Las lágrimas la cegaron, y, en un momento dado, algo, ¡su propio pelo!, empezó a cerrarse en torno a su garganta, dirigido por la magia del lich. La poetisa del Valle de las Sombras apretó los dientes con determinación todavía mayor, luchando por refrenar un grito de dolor, resistiéndose al conjuro con todas sus fuerzas. Finalmente tiró el libro entero al brasero.

Un rugido terrible resonó en la estancia, al tiempo que Storm salía despedida por los aires. Confusamente vio un estallido de huesos que salían volando, mientras el brasero de bronce se volcaba al suelo entre una gran bola de fuego reluciente. Storm se estrelló contra el sillón de Elminster. La poetisa se rehízo al momento y se apartó los cabellos del rostro para contemplar aquella bola de fuego.

La esfera en llamas estaba suspendida a cosa de un metro del suelo, ardiente y chisporroteante. En el centro de la esfera, el libro, ennegrecido pero todavía brillante, estaba envuelto en un círculo de lenguas de fuego multicolores. Ante los mismos ojos de la poetisa, el volumen de pronto se convirtió en cenizas y se evaporó. A su izquierda, Storm oyó un estridente silbido.

Storm se volvió a tiempo de ver cómo la calavera del lich se iba arrugando y resquebrajando. El aura rojiza de la magia de Raerlin se fue esfumando poco a poco. En un momento, aquel ser terminó por convertirse en un montoncito de polvo.

En el silencio repentino que se hizo en el estudio, Storm cerró los ojos fatigados y se preguntó cuándo dejarían de temblar sus manos martirizadas por el fuego.

Una tos resonó a su derecha. La poetisa abrió los ojos y trató de ponerse in pie. Elminster se estaba levantando, exhausto, sacudiéndose el polvo de la túnica.

—Tengo que acordarme, muchacha... —dijo el viejo mago con tono digno—, tengo que acordarme de darte las gracias en el futuro por haberme salvado la vida otra vez.

A pesar del dolor, Storm abrió los ojos con alegría. Un momento después, ambos estaban abrazándose entre risas, con las miradas brillantes. Mientras seguían abrazándose con fuerza, la puerta se abrió de pronto, trayendo ruidos de la cocina al estudio destrozado.

El repentino tintinear de una vajilla se vio secundado por la alegre voz de Lhaeo.

—¡Aquí llega el té! ¿Y qué es todo ese ruido que...? —El sirviente se quedó de una pieza al ver a los dos amigos chamuscados y heridos—. Pero, pero... ¿qué ha pasado aquí?

Elminster se separó de Storm y movió las manos con increíble rapidez para ser tan mayor. Un instante después, Storm volvió a encontrarse sentada en su sillón, envuelta en una espléndida bata. El dolor ardiente en el pecho y las manos se había esfumado por completo. Al otro lado de la mesa, a punto para el té, Elminster estaba sentado vestido con una magnífica túnica de seda con bordados de dragones. Una sonrisa amable relucía en su rostro, mientras que en la mano sostenía su pipa encendida.

—Una simple visita de amigos —comentó el viejo mago con calma.

La bandeja con el té empezó a descender sobre la mesa por sí sola. Elminster guiñó un ojo a la poetisa. Storm movió la cabeza y sonrió sin poder contenerse.

La espada oscura

Troy Denning

Troy Denning es autor de la trilogía El regreso de los archimagos y de una veintena más de novelas, entre las que se cuentan
Aguas Profundas
,
Star by Star
y
Tatooine Ghost
, todas aparecidas en la lista de bestsellers de
The New York Times
.

Publicado por primera vez en

Realms of Shadow.

Edición de Lizz Baldwin, abril de 2002.

Tras la publicación de The Sorcerer, muchos lectores me preguntaron si Melegaunt Tanthul volvería. Tanta insistencia me sorprendió un poco, pues el destino que Melegaunt encuentra en dicha novela en principio no tiene vuelta de hoja. En consecuencia, a la hora de escribir un relato para Realms of Shadow, opté por explorar un episodio crucial de su pasado... y del de los Reinos.

T
ROY
D
ENNING

Abril de 2003

20 de Flamerule, Año del Foso (1269 CV).

Perdido en el camino entre las ciénagas sin fondo.

D
e la niebla llegaban voces muy apagadas y, algo más allá, los cantos de las madres, los lloros de los niños, los gritos de los padres... Los mugidos de los bueyes... roncos y fatigados. Melegaunt Tanthul siguió andando del mismo modo —con mucho cuidado— por el camino formado por troncos de árbol partidos por la mitad que se movían peligrosamente sobre la esponjosa turba. La visibilidad no iba más allá de los veinte pasos, y el camino era una cinta marrón que se adentraba en zigzag en una nube de un blanco perlado. No por primera vez se maldijo por no haber tomado el desvío junto al paso del Hombre Muerto. Estaba claro que todavía seguía en Vaasa, si bien era imposible saber si se estaba dirigiendo al tesoro que andaba buscando o si en realidad se estaba alejando de él.

Las voces resonaron cada vez más altas y claras; el impreciso contorno del camino se disolvió en la nada. Un puñado de esferas similares a cabezas aparecieron alineadas. Algunas de ellas estaban emplazadas sobre unos hombros humanos con los brazos abiertos en cruz a fin de repartir mejor el peso. Algo más allá, dos tiros de nebulosos bueyes surgían del limo, al frente de la maciza silueta de un carromato envuelto en la neblina e inmovilizado.

Al acercarse Melegaunt a ellos, en los bultos en forma de cabeza empezaron a ser reconocibles luengas barbas y cabellos desgreñados. Melegaunt empezó a distinguir narices ganchudas y ojos con profundas ojeras. De repente, una de las cabezas lanzó un grito y se hundió bajo el limo con un sonido estremecedor. El grito fue secundado por una letanía de gemidos aterrorizados, hasta que una de las cabezas se volvió hacia las demás y ladró unas palabras en el gutural dialecto vaasa. Las voces al momento guardaron silencio, y la cabeza se volvió hacia Melegaunt.

—Via... viajero, mejor harías en dete... detenerte aquí —dijo el vaasan, a quien el frío lodo del pantano obligaba a tartamudear y hablar con dificultad—: Los tron... troncos del camino están podridos a partir de este punto.

—Gracias por el aviso —respondió Melegaunt, que se detuvo a unos quince pasos del final del camino—. Pero creo que lo tenéis difícil para salvaros vosotros.

El vaasan ladeó un tanto la cabeza.

—Yo diría que tenemos mayor opor... oportunidad de salvarnos mientras permanezcas ahí. A nuestro la... lado no harías mucho.

—Es posible —concedió Melegaunt.

Melegaunt escudriñó la neblina que se extendía más allá, tratando en vano de descubrir dónde se iniciaba otra vez el camino. Por mucho que le enojara no saber adonde se estaba dirigiendo, la posibilidad de tener que dar media vuelta le resultaba todavía más exasperante.

—¿Adonde conduce este camino? ¿A Delhalls o a Moorstown?

—¿Que... que adonde conduce el camino? —tartajeó el vaasan, tan furioso como incrédulo—. ¡A los míos, por supuesto! Y des... después de que te haya salvado, ¿no piensas ayudarnos?

—Por supuesto que voy a ayudaros. Haré todo lo que pueda —respondió Melegaunt. Entre la niebla, un nuevo vaasan gritó y fue absorbido por el limo—. Pero existe la posibilidad de que desaparezcas antes de que tenga tiempo de salvarte. Si ello sucede, me gustaría saber adonde lleva este camino.

—Si ello sucede, de nada te servirá saberlo —gruñó el vaasan—. Si qui... quieres llegar a tu destino, tendrás que salvar a mi clan, para que te guiemos.

—Hay algo que está hundiendo a los miembros de tu tribu uno a uno, ¿y tú me vienes con esas minucias? —apuntó Melegaunt, quien cogió su negra daga, se puso a cuatro patas y empezó a tantear los troncos de árbol que tenía delante para ver si estaban podridos—. No es momento para entrar en negociaciones. Y yo no pienso abandonaros.

—Si es así, tu paciencia será recompensada —dijo el vaasan.

Melegaunt alzó la mirada y frunció el entrecejo.

—¿Debo entender que no terminas de confiar en mí?

—Confiaría más si nos ne... necesitaras.

—Una respuesta tan escurridiza como el cenagal en el que estáis atrapados —repuso Melegaunt—. Si tengo éxito, ya no necesitaréis de mí. En tal caso, ¿cómo puedo saber que efectivamente me guiareis a mi destino?

—Tienes la palabra de Bodvar, el jefe del clan del Águila de Moor —respondió el otro—. Con mi palabra tiene que bastarte.

—Sé que la palabra dada a veces tiene un valor relativo entre los vaasans —gruñó Melegaunt—. Te advierto que si luego incumples tu promesa...

—No tienes que temer nada a ese respecto —dijo Bodvar—. Si tú te atienes a tu compromiso, yo respetaré mi promesa.

—Eso lo he oído otras veces —murmuró Melegaunt—. Muchas, demasiadas.

A pesar de sus quejas, Melegaunt seguía avanzando con precaución, comprobando si los troncos estaban podridos. Según todas las crónicas, los vaasans fueron siempre un pueblo duro pero noble, hasta que las fabulosas minas de sanguinaria de Delhalls y Talagbar fueron descubiertas y el mundo exterior irrumpió en su territorio para enseñarles el engaño y la doblez. Desde entonces, con la salvedad de alguna población como Moorstown, en la que la palabra de un hombre era más preciosa que su vida, los vaasans eran tan taimados y arteros como todos los demás habitantes de aquel mundo marcado por la mentira y la traición.

Melegaunt estaba ya empezando a dudar de lo que Bodvar había dicho sobre los troncos carcomidos cuando su daga finalmente dio con madera podrida. Melegaunt apretó un poco más, y el tronco entero se desintegró, convirtiéndose en polvo rojo ante sus mismas narices. Y luego, el tronco que tenía bajo las manos empezó a tornarse esponjoso, lo que le llevó a retirarse de inmediato. Asimismo, el tronco bajo sus rodillas comenzó a reblandecerse, y una viscosa cúpula de cieno de pronto se alzó ante sus ojos proyectada por una larga línea de espinas dorsales. La forma de un ser monstruoso en forma de anguila se deslizó bajo el lodo y se alejó.

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