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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

Resurrección (43 page)

BOOK: Resurrección
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—Como ya hemos declarado —intervino Van Heiden—, un miembro de la Mordkommission ha sufrido un atentado contra su vida. No podemos decir más de momento, puesto que la investigación todavía está en marcha.

Varios de los otros periodistas siguieron con la línea de cuestionamiento que había iniciado Tiedemann. Pero al carecer de la información de la que él, evidentemente, disponía, sus preguntas eran disparos en la sombra. El pequeño periodista se mantuvo en silencio, permitiendo que los otros acosaran a los funcionarios durante un rato; luego lanzó su golpe de gracia.

—Herr Kriminaldirektor Van Heiden… —El murmullo de los otros impidió que se le oyera—. Herr Kriminaldirektor Van Heiden… —repitió a un volumen más alto, y sus colegas enmudecieron, para escuchar adonde los dirigiría—. ¿Es cierto que quien colocó la bomba que estaba debajo del coche del Erster Hauptkommissar Fabel fue el Peluquero de Hamburgo? ¿El asesino en serie que está asesinando a ex miembros de los movimientos izquierdistas radicales de los años setenta y ochenta? ¿Y es cierto también que, como resultado de este atentado contra Herr Fabel, se le ha retirado del caso?

La expresión de Van Heiden se oscureció. Miró a Tiedemann con furia.

—El agente de la Mordkommission en cuestión va a retirarse de todos sus casos actuales y se los pasará a otros agentes. La única razón de todo esto es que ha pedido una licencia para recuperarse de su experiencia. No hay ningún otro motivo. Puedo asegurarle que no es tan fácil asustar a los agentes de la Polizei de Hamburgo y mucho menos obligarlos a retirarse de un caso…

El pequeño periodista no dijo nada más, sino que sonrió, y permitió que los gritos de sus colegas lo cubrieran. Van Heiden y el presidente de la Policía Steinbach les dieron la espalda, subieron los escalones e ingresaron en el edificio del Präsidium, mientras el portavoz oficial de la Polizei de Hamburgo mantenía a raya a los periodistas.

Cuando el nudo de periodistas que estaban en la escalinata empezó a disolverse, uno de ellos se volvió hacia Tiedemann.

—¿Cómo te has enterado de todo lo que ocurrió?

El periodista señaló el Polizeiprásidium con un movimiento de la cabeza.

—Tengo una fuente interna. Se trata de una fuente realmente buena…

10.15 H, SCHANZENVIERTEL, HAMBURGO

Tal vez no tendría que haber activado el sistema de alarma para una ausencia tan corta de su despacho. Ingrid Fischmann acababa de regresar de la oficina de correos, que estaba a una calle de allí, donde había enviado un sobre con las fotografías y la información que le había preparado a aquel policía, Fabel.

Lanzó una cuando la libreta negra con el número de la alarma se le cayó al suelo. Se agachó para recogerla, lo que hizo que algunas de las cosas que llevaba en el bolso abierto se cayeran también, y oyó el ruido metálico de las llaves contra las baldosas del pasillo. Siempre era un lío entrar y salir de su despacho, en especial porque el código se negaba a instalarse en su memoria. Pero Ingrid sabía que era un mal necesario: tenía que ser cuidadosa.

La Fracción del Ejército Rojo se había disuelto oficialmente en 1988 y la caída del Muro había vuelto redundantes los cimientos ideológicos de esa clase de grupos. La RAF, el IRA, y hasta, al parecer, también la ETA, estaban relegándose a los libros de historia. El terrorismo interno europeo parecía un concepto cada vez más lejano, en comparación con el que venía de fuera. El terrorismo del siglo XXI había adoptado un matiz totalmente diferente, con una ideología religiosa en vez de socio-política. De todas maneras, las personas a las que ella dejaba al descubierto en sus artículos periodísticos pertenecían al aquí y ahora. Y muchos de ellos tenían un historial de violencia.

—Ya, ya… —le dijo al panel de control de la alarma en respuesta a su imperativo reclamo bajo la forma de bips electrónicos veloces y urgentes. Recuperó la libreta y, como no tuvo tiempo de encontrar las gafas, miró los números desde lejos para transferirlos al teclado. Por fin, marcó el último de ellos con una decisiva presión de su dedo. Los bips se detuvieron. Aunque en realidad no.

Era como un eco del sonido de la alarma, pero a un tono diferente. Y no salía del teclado numérico. Se quedó inmóvil, frunciendo el ceño, hasta que dedujo la dirección de aquel sonido. Venía de su oficina.

Siguió al sonido hasta su despacho. Salía de su escritorio. Abrió el cajón superior.

—Oh… —fue lo único que dijo.

Fue lo único que pudo decir. Su cerebro apenas tuvo tiempo suficiente para absorber lo que sus ojos estaban diciéndole: para analizar los cables, las pilas, el display luminoso y parpadeante, el paquete grande, color arena.

Ingrid Fischmann murió el instante después de que su cerebro reuniera todos esos elementos para formar una sola palabra.

Bomba.

10.15 h, Polizeiprásidium, Hamburgo

—Espero que esto funcione —dijo Van Heiden—. Gran parte de nuestro trabajo depende de la cooperación de los medios. Cuando se enteren, no les va a gustar.

—Es un riesgo que debemos asumir —dijo Fabel. Estaba sentado a la mesa de reuniones con Maria, Werner, Anna, Henk y los dos especialistas forenses, Holger Brauner y Frank Grueber. Había otra persona a la mesa: un hombre bajo y gordo con gafas y una chaqueta de cuero negro.

—Lo superarán —dijo Jens Tiedemann—. Pero, por el bien de mi periódico, preferiría que todos creyeran que me hicieron creer en esa historia, en lugar de que se sepa que he, cómo decirlo, conspirado con vosotros.

Fabel asintió.

—Te debo una, Jens. Una grande. Este asesino sabe cómo comunicarse conmigo pero es una vía de un solo sentido. La única forma en que puedo hacerle creer que he abandonado el caso es que se lo anuncie públicamente.

—De nada, Jan. —Tiedemann se puso de pie para marcharse—. Sólo espero que se lo crea.

—Yo también —dijo Fabel—. Pero al menos he conseguido sacar de la ciudad a mi hija Gabi y ponerla bajo protección. También he hecho vigilar a Susanne las veinticuatro horas. En cuanto a mí, tendré que pasar la mayor parte del tiempo oculto aquí, pero estaré dirigiendo el espectáculo a través de mi equipo central. Oficialmente, Herr Van Heiden se hará cargo del caso. —Se puso de pie y le estrechó la mano a Tiedemann—. Has hecho una actuación convincente, que nos ayudará a ganar tiempo. Como he dicho, te debo una.

—Sí… Creo que sí. —El regordete rostro de Tiedemann se abrió en una amplia sonrisa—. Y puedes confiar en que te pediré que me lo devuelvas algún día.

—Estoy seguro de ello.

Después de que el periodista se marchara, la sonrisa desapareció de los labios de Fabel.

—Tenemos que movernos rápido. El Peluquero de Hamburgo parece tener la capacidad de adivinar todo lo que hacemos. Y, al parecer, también dispone de enormes recursos, tanto intelectuales como materiales. Por lo que sé, él esperaba exactamente la clase de anunció que Jens nos «obligó» a dar en la conferencia de prensa. En ese caso, estamos jodidos. Pero si se lo ha creído, entonces tal vez se sienta menos bajo presión, porque supondrá que yo ya no dirijo la investigación. Lo que no entiendo es por qué es tan importante para él sacarme a mí de la escena.

—Tú eres nuestro mejor investigador de homicidios. Y tienes una tasa de condenas particularmente elevada —dijo Van Heiden.

Después de la reunión, Fabel pidió hablar con Van Heiden en privado.

—Por supuesto, Fabel. ¿Qué ocurre?

—Es esto… —Fabel le entregó un sobre sellado—. Mi renuncia. Quería entregársela ahora para que sea consciente de mis intenciones. Es obvio que no voy a marcharme hasta que este caso esté cerrado. Pero, inmediatamente después de eso, renuncio a la Polizei de Hamburgo.

—No hablará en serio, Fabel. —Van Heiden parecía aturdido. Una reacción que Fabel no esperaba de un hombre como aquél. Siempre había supuesto que su presencia le era indiferente a Van Heiden, en especial debido a que Fabel aparentaba hacer caso omiso de su autoridad—. Lo que dije antes era cierto… no podemos darnos el lujo de perderle…

—Se lo agradezco, Herr Kriminaldirektor. Pero me temo que ya he tomado una decisión. Lo había hecho antes, pero cuando vi las fotografías de Gabi en mi teléfono móvil… En cualquier caso, estoy seguro de que encontrará un buen sustituto. Tanto Maria Klee como Werner Meyer son agentes excelentes.

—¿Lo saben?

—Aún no —dijo Fabel—. Y, si no le molesta, me gustaría mantenerlo en secreto hasta que resolvamos el caso. Ya tienen bastante en qué pensar.

Van Heiden volvió a golpear el sobre contra su mano abierta, como si evaluara el peso de su contenido.

—Descuide, Fabel. No hablaré con nadie de esto a menos que sea necesario. Mientras tanto, sólo espero que cambie de idea.

Se oyó un golpe en la puerta de la sala de reuniones y Maria entró.

—No sé cuan bajo es el perfil que quieres mantener,
chef
. Pero ya sabemos dónde puso la segunda bomba…

10.30 H, SCHANZENVIERTEL, HAMBURGO

Había una nueva jerarquía en el sitio de la explosión, y Fa-bel se dio cuenta de lo mucho que le costaba no permanecer en la cúspide de esa jerarquía.

Con la intención de mantener la simulación de que lo habían retirado del caso, habían buscado un uniforme de policía de tráfico que le fuera bien a Fabel y lo habían llevado a la escena en la parte trasera de una de las furgonetas Mercedes Benz color verde botella con ventanas cubiertas que usaba la brigada antidisturbios. Un helicóptero policial sobrevolaba la escena.

La división uniformada había acordonado la escena y evacuado los edificios linderos. Fabel salió de la furgoneta y contempló la devastación. Todas las ventanas del despacho de Ingrid Fischmann estaban destrozadas por la explosión y miraban a la calle desde la ennegrecida estructura como cuencas vacías. La estrecha acera, la calzada y los techos de los coches aparcados, cuyas alarmas seguían gimiendo en sorprendida protesta, brillaban llenos de fragmentos de cristal del tamaño de gemas. De una de las ventanas colgaban las cintas desflecadas y achicharradas de las persianas verticales de Fischmann. La MEK, la brigada de armas especiales de la Polizei de Hamburgo que Fabel había requerido, ya había asegurado el perímetro, pero también había un gran número de agentes fuertemente armados vestidos con chalecos que tenían grandes letras con las iniciales de la BKA en la espalda, lo que indicaba que pertenecían a la Oficina Federal del Crimen. Fabel no se sorprendió al ver a Markus Ullrich. De pronto, todo aquello se había vuelto muy político.

Holger Brauner y su asistente Frank Grueber se habían presentado con un grupo ampliado para procesar la escena, pero la BKA había solicitado otra división forense incluso más numerosa.

De todas maneras, todos estaban aguardando fuera mientras los bomberos y los artificieros se aseguraban de que fuera seguro entrar. Fabel aprovechó la oportunidad para interceptar a Markus Ullrich, quien estaba fuera del edificio junto a la puerta que, como era ligeramente más baja que la planta principal de la oficina, había sobrevivido a la explosión. Ullrich estaba hablando con otro agente de la BKA, pero interrumpió la conversación cuando vio que Fabel se acercaba. Le sonrió tristemente.

[—Le sienta muy bien—dijo, señalando con un gesto el uniforme prestado de Fabel—. Adivino que esto no ha sido una L4 explosión de gas.

—Lo dudo mucho —respondió Fabel—. Escuche, necesito j)j, que algo quede claro. Ésta es una investigación de la Polizei de 11 Hamburgo. La mujer que alquila estas oficinas me ha ayudado con el contexto histórico de los homicidios de Hauser y Griebel. Este atentado contra su despacho es más que una coincidencia.

—Sí, lo entiendo… pero también se trata de una persona que se ha metido en un área muy peligrosa de la vida pública alemana. Existe la posibilidad de que se haya acercado demasiado a alguien que podría haber decidido volver a utilizar algunos conocimientos antiguos que adquirió dos décadas atrás… incluyendo la utilización de un detonador y Semtex. Tiene que entender que hay una base sólida para el interés de la BKA. —No había nada en el tono de Ullrich que insinuara un enfrentamiento, pero Fabel no se sintió más tranquilo—. Escuche, Herr Fabel, no quiero que compitamos: quiero que cooperemos. Tenemos un interés compartido en este caso. Lo único que he hecho es conseguir esos recursos adicionales y ponerlos a su disposición. Lo mismo se aplica al equipo forense; van a trabajar a las órdenes del suyo. ¿Ya sabemos si ella estaba dentro?

Fabel suspiró y relajó un poco la postura. Ullrich, después de todo, era de fiar.

—Aún no —dijo Fabel—. Revisamos su casa y no está allí y también lo hemos intentado con su teléfono móvil. Nada. —Alzó la mirada hacia el edificio—. Creo que el asesino dio en el blanco. De todas maneras, Herr Ullrich, éste es mi caso, en primer lugar, y quiero que lo entienda.

—Lo entiendo. Pero tendremos que trabajar juntos en esto, Herr Fabel. Le guste o no, es muy posible que estemos enfrentándonos a algo que tiene implicaciones que van más allá de Hamburgo. Tal vez le resulte útil tener un organismo federal en su equipo. Le hará falta toda la ayuda que pueda conseguir si tiene que dirigir esta investigación de lejos… y disfrazado. Yo no tengo problemas en que usted dé las órdenes. Por ahora.

—De acuerdo… —Fabel asintió—. Consideremos lo que usted ha dicho sobre que tal vez podría ser algún ex terrorista latente protegiéndose a sí mismo, en lugar del denominado Peluquero de Hamburgo. Me temo que esas cosas no son contradictorias entre sí. —Fabel le hizo a Ullrich un resumen de lo que le había contado Ingrid Fischmann sobre su relación con el secuestro de Wiedler y la afirmación de Benni Hildesheim de que él conocía la identidad de varios miembros de los Resucitados, incluyendo el hecho de que había insinuado que tenía pruebas fehacientes de que Bertholdt Müller-Voigt era el chófer de la furgoneta en que se habían llevado a Thorsten Wiedler.

—Esa idea viene circulando desde hace mucho tiempo, Fabel —dijo Ullrich—. La hemos analizado exhaustivamente. No hay ninguna prueba que lo relacione con el secuestro, ni siquiera podemos probar que perteneciera a ese grupo. Después de la muerte de Hildesheim conseguimos una orden judicial para revisar todas sus pertenencias en busca de las pruebas que decía poseer. Nada. Eso no equivale a decir que yo no lo creyera. Sólo que me parece que, si Müller-Voigt realmente participó en el secuestro y asesinato de Wiedler, jamás podremos probarlo.

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