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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

Resurrección (44 page)

BOOK: Resurrección
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Fabel señaló con un gesto el edificio destruido con sus graffiti y sus detalles arquitectónicos de estilo Jugendstil.

—Tal vez ella estuviera cerca de lograrlo…

Su teléfono sonó.

—No se moleste en tratar de rastrearme —le espetó con aspereza la voz electrónicamente distorsionada—. Le hablo desde el móvil de mi última víctima. Para cuando averigüe dónde estoy ya me habré ido y el teléfono estará destruido. Como puede ver, he estado ocupado. Esa puta de Fischmann se lo buscó. Sólo lamento que muriera tan rápido. Pero anoche me divertí más. No voy a decirle dónde encontrar el próximo cuerpo. Supongo que el hijo de ella lo descubrirá muy pronto.

—Déjelo… —dijo Fabel.

—Me desilusiona, Fabel —lo interrumpió la voz—. Trató de engañarme con esa pequeña farsa pública de esta mañana. Disfrazándose y ocultándose en furgonetas… Me temo que tendré que castigarlo. Por el resto de su vida usted se maldecirá a sí mismo, cada día, y se culpará por el horror que su hija habrá tenido que soportar antes de morir.

El teléfono enmudeció.

—¡Gabi! —Fabel se volvió hacia Maria—. Dame las llaves de tu coche, Maria… ¡Va a coger a Gabi! Tengo que llegar antes.

Maria le agarró el brazo.

—¡Espera! —Se puso delante de Fabel y lo miró fijamente a la cara—. ¿Qué ha dicho?

Fabel se lo contó. Werner, Van Heiden y Ullrich ya habían llegado a su lado.

—¿Cómo se ha enterado? ¿Cómo ha podido deducirlo tan pronto? —Fabel miró su uniforme prestado, frunciendo el ceño—. ¿Y cómo diablos supo lo del disfraz? Tengo que llegar a Gabi.

—Un momento —dijo Maria—. Tú mismo dijiste que había una buena posibilidad de que no cayera en la trampa. Hay un mundo de diferencia entre eso y que él sepa dónde hemos ocultado a Gabi. Es posible que nos esté vigilando justo ahora y tú lo llevarías directo hacia ella. Pero me parece que en realidad lo que le interesa no es encontrar a Gabi, así como tampoco le interesaba matarte a ti con esa bomba. Es exactamente lo mismo que ocurrió aquella noche con Vitrenko, Jan. Una distracción. Una táctica dilatoria. —Había sinceridad en los ojos de Maria. Todas las defensas, todos los escudos, habían caído—. Está jugando contigo, Jan. Quiere desviar tu atención. El propósito de la bomba era impedir que te movieras mientras él trabajaba. Esto es exactamente lo mismo. Quiere que vayas a buscar a Gabi para poder terminar lo que ha empezado.

—Tiene sentido, Fabel —dijo Ullrich.

Un agente uniformado corrió hacia Fabel.

—Hay una llamada en la radio para usted, Herr Erster Hauptkommissar. Alguien ha informado de un cuerpo sin el cuero cabelludo, a unas pocas manzanas de aquí.

Maria soltó el brazo de Fabel.

—Tú decides,
chef
.

23.00 H, SCHANZENVIERTEL, HAMBURGO

Una división de agentes uniformados ya había llegado a la escena y lo primero que hicieron fue sacar a Franz Brandt de la habitación donde había encontrado el cuerpo de su madre. Cuando Fabel llegó allí, Brandt seguía en un profundo estado de shock. Tenía poco más de treinta años pero parecía más joven; el rasgo más llamativo era la melena de grueso pelo largo y castaño rojizo que remataba su rostro pálido y pecoso. El cuarto donde lo habían trasladado era espacioso, una combinación de dormitorio y estudio. Los libros que llenaban las estanterías le recordaron a Fabel los que estaban en el estudio de Frank Grueber; casi todos eran manuales universitarios dedicados a la arqueología, la paleontología y la historia.

Esos libros no era lo único que Fabel reconoció; había un gran poster en la pared del cuerpo del pantano de Neu Versen: Franz
el Rojo
.

—Lamento mucho su pérdida —dijo. Fabel siempre se ponía incómodo en esas situaciones, a pesar de sus años de experiencia. En todos los casos sentía una verdadera pena por la familia de las víctimas, y siempre era consciente de que estaba pisoteando vidas destrozadas. Pero, por otra parte, tenía un trabajo que hacer—. Entiendo que ésta es su habitación, ¿verdad? ¿Vive aquí permanentemente, con su madre?

—Si puede llamarse permanente… Con frecuencia estoy en excavaciones en el extranjero. Viajo mucho, por lo general.

—¿Su madre trabajaba en su casa? —preguntó Fabel—. ¿Qué hacía?

Franz Brandt lanzó una risita dolorida.

—Terapias
New Age
, en su mayoría. Era pura mierda, para ser honesto. Me parece que ella no creía en nada de eso. La mayor parte tenía que ver con la reencarnación.

—¿La reencarnación? —Fabel pensó en Gunter Griebel y en sus investigaciones sobre la memoria genética. ¿Podría haber alguna conexión? Luego lo recordó. Müller-Voigt había mencionado a una mujer que había participado en el Colectivo Gaia. Sacó su libreta y buscó entre sus notas. Allí estaba: Beate Brandt. Miró al pálido joven que tenía delante. Estaba a punto de desmoronarse. Fabel recorrió con la mirada el dormitorio convertido en estudio y sus ojos volvieron a posarse en el poster—. A este caballero lo conozco —dijo sonriendo—. Es de Ostfriesland, como yo. Es extraño, pero últimamente aparece todo el tiempo en mi vida. Una sincronía, o algo así.

Brandt sonrió débilmente.

—Franz
el Rojo
… así me llamaban en la universidad. Por mi pelo. Y porque todos sabían que ése era mi favorito de todos los cuerpos del pantano, si sabe a lo que me refiero. Fue Franz
el Rojo
quien me inspiró para convertirme en arqueólogo. Leí sobre él en la escuela y me fascinó la idea de averiguar cosas sobre la vida de nuestros antepasados. Descubrir la verdad sobre cómo vivieron. Y murieron. —Se quedó en silencio y giró la cabeza hacia la puerta que daba a la sala, donde yacía su madre. Fabel le apoyó una mano en el hombro.

—Escuche, Franz… —le dijo en un tono tranquilo y relajador—. Sé lo difícil que es esto para usted. Y sé que en este momento se siente impresionado y asustado. Pero tengo que hacerle algunas preguntas sobre su madre. Tengo que coger a este maníaco antes de que mate a alguien más. ¿Puede ayudarme?

Brandt contempló a Fabel durante un momento, con una mirada enloquecida.

—¿Por qué? ¿Por qué le hizo… eso… a mi madre? ¿Qué significa todo esto?

—No lo sé, Franz.

Brandt bebió un sorbo de agua y Fabel notó que le temblaba la mano.

—¿Su madre tiene alguna relación con la ciudad de Nordenham?

Brandt negó con la cabeza.

—¿Sabe si estuvo metida en actividades políticas en su juventud?

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Sólo tengo que saberlo… tal vez esté relacionado con los motivos del asesino.

—Sí… sí. Estaba metida en el ecologismo y el movimiento estudiantil, sobre todo en los años setenta y principios de los ochenta. Siguió participando en cuestiones ambientales.

—¿Conocía a Hans-Joachim Hauser o Gunter Griebel? ¿Esos nombres significan algo para usted?

—Hauser, sí. Mi madre lo conocía bien. Antes, quiero decir. Los dos participaron en manifestaciones antinucleares y más tarde estuvieron con los Verdes. No creo que tuviera mucho contacto con Hauser en los últimos tiempos.

—¿Y Gunter Griebel?

Brandt se encogió de hombros.

—No puedo decir que oyera hablar de ese nombre. Le aseguro que mi madre jamás lo mencionó. Pero no sé con certeza si lo conoció o no.

—Oiga, Franz, tengo que ser totalmente honesto con usted —dijo Fabel—. No sé si este maníaco actúa impulsado por un deseo de venganza o sólo tiene algo contra la gente de la generación y las inclinaciones políticas de su madre. Pero tiene que haber algo que conecte a todas las víctimas, incluyendo a su madre. Si tengo razón, tal vez ella fuera la relación entre las muertes de Hauser y Griebel. ¿Ha notado algo extraño en el comportamiento de su madre de las últimas semanas? Específicamente, desde que la prensa anunciara el primer asesinato, el de Hans-Joachim Hauser…

—Por supuesto que tuvo una reacción. Como le he dicho, ella había trabajado junto a Hauser en el pasado. Quedó muy impresionada cuando se enteró de lo que había ocurrido con él. —Los ojos de Brandt se llenaron de dolor cuando se dio cuenta de que estaba refiriéndose a la misma y espantosa desfiguración que había sufrido su propia madre.

—¿Y los otros homicidios? —Fabel intentó mantener a Brandt concentrado en sus preguntas—. ¿Los mencionó? ¿Parecieron inquietarla particularmente?

—No lo sé. Yo estuve fuera, en otra excavación para la universidad, durante unas tres semanas. Pero ahora que usted lo dice, es cierto que me pareció bastante ensimismada y reservada los últimos días.

Fabel observó al joven con atención.

—¿Usted encontró a su madre esta mañana cuando bajó a desayunar?

—Sí. Anoche llegué tarde y fui directo a la cama. Supuse que ella ya estaba dormida.

—¿A qué hora?

—Cerca de las once y media.

—¿Y no entró en la sala?

—Es obvio que no. Si lo hubiera hecho, habría visto a mi madre… de esa manera. Los habría llamado a ustedes de inmediato.

—¿Y dónde estuvo anoche hasta las once?

—En la universidad, preparando unas notas.

—¿Alguien lo vio allí? Lo siento, Franz, pero tengo que preguntárselo.

Brandt suspiró.

—Vi al doctor Severts brevemente. Fuera de eso, creo que no.

Fue la mención del nombre de Severts lo que hizo que todo encajara para Fabel.

—Ya sé dónde lo he visto antes. Era algo que no dejaba de preguntarme. Usted fue el que descubrió el cuerpo momificado en el emplazamiento de HafenCity.

—Así es —dijo Brandt en tono sombrío. Tenía la mente ocupada en otras cosas, más allá de dónde había visto antes al detective que investigaba el brutal homicidio de su madre.

—¿Sabe si su madre esperaba alguna visita anoche?

—No. Me dijo que iba a acostarse temprano.

Fabel vio que Frank Grueber entraba en la sala y le indicaba con un gesto a Fabel que ya podía pasar a la escena del crimen.

—¿Tiene algún lugar donde alojarse esta noche? —le preguntó a Brandt—. Si no, puedo hacer que lo lleven a un hotel. —Fabel pensó en su propia situación reciente, en el hecho de que un acto de violencia lo había arrancado de su casa.

Brandt meneó su mata de pelo rojo.

—No es necesario, tengo una amiga y puedo quedarme en su casa. Voy a llamarla.

—De acuerdo. Deje la dirección y un número donde podamos ubicarlo. De veras, lamento muchísimo su pérdida, Franz.

15

Miércoles 14 de septiembre de 2005, veintisiete días después del primer asesinato

13.00 H, POLIZEIPRÄSIDIUM, HAMBURGO

Los días iban perdiendo definición, y se fundían los unos con los otros en un letargo sin fisuras. Fabel había dormido un par de horas, con interrupciones, en el Präsidium. Pero el hecho de que dos homicidios, ejecutados de maneras completamente distintas por el mismo asesino, hubieran coincidido, significaba que, incluso con todos los recursos de los que disponía, él y su equipo estaban haciendo esfuerzos más duros y más prolongados de lo que deberían. Todos estaban cansados. Cuando uno estaba cansado, su eficiencia no rendía al máximo. Y estaban buscando a un asesino de una eficiencia suprema.

Ya había amanecido cuando Fabel consiguió hacerse un poco de tiempo para ir a su casa a dormir unas horas y tomar una ducha que, con un poco de suerte, refrescaría sus sentidos y su capacidad de pensar.

Pero, para su frustración, se vio obligado a conducir justo al principio de la hora punta matinal y ya eran las ocho de la mañana cuando hizo girar la llave en la puerta de su apartamento. Al hacerlo, las imágenes de la casa de Brandt le vinieron a la mente. Casi esperaba encontrar otro cuero cabelludo en su apartamento. Aquel había sido su refugio, su lugar seguro lejos de la locura y la violencia de los otros. Pero ya no. Las ventanas habían sido limpiadas exhaustivamente, así como el resto del apartamento, pero él habría jurado que había un sutil olor a sangre flotando en el aire. El sol de la mañana ardía en el cielo sobre el Alster y entraba a raudales por las ventanas que daban al este. Sin embargo, para los ojos cansados de Fabel, aquella luz parecía, de alguna manera, estéril y fría. Como la de un depósito de cadáveres.

—Hay un sobre para ti sobre tu escritorio,
chef
—le dijo Anna cuando Fabel pasó por la Mordkommission de camino a su oficina—. Llegó esta mañana, cuando no estabas. Considerando todo lo que ha ocurrido, los de seguridad lo retuvieron abajo y lo pasaron dos veces por el detector. Está limpio.

—Gracias. —Fabel entró en su oficina y colgó la chaqueta en el respaldo de la silla. Era un sobre grande y grueso y cuando lo abrió encontró una gruesa carpeta de tapas azules unidas con dos gruesas bandas elásticas. Bajo una de las bandas había un casete; debajo de la otra, una tarjeta de salutación. Sacó la tarjeta y la contempló durante un largo rato, casi como si, aunque la letra era meticulosa y clara, no pudiera entender el significado de las palabras.

«Lo que le prometí. Espero que le sirva. Un cordial saludo. I. Fischmann».

Siguió contemplando aquella nota escrita por la mujer con quien había hablado apenas dos semanas antes. Parecía imposible que, en ese pequeño lapso, la inteligencia, el ser que se escondía detrás de esa letra, hubiese desaparecido.

Sacó el casete y las bandas de la carpeta. Ingrid Fischmann había compilado un detallado
dossier
con toda la información que tenía sobre los Resucitados, así como datos de contexto sobre la banda Baader-Meinhof y otros grupos militantes y terroristas. Había fotocopiado y escaneado artículos, fotografías, expedientes. No había ningún documento original; ella se había tomado el esfuerzo de hacer copias para Fabel de todos los archivos más importantes. Salvo que lo que él tenía en las manos en ese momento era todo lo que había sobrevivido del trabajo de Ingrid Fischmann; los fantasmas de los originales que ella había trabajado tanto para mantener a salvo pero habían quedado destruidos por la explosión y el incendio que se produjo como consecuencia.

Le llevó un rato localizar un reproductor de casete en el edificio y tardaron quince minutos en traérselo. Mientras esperaba, hojeó el resto del material que había en la carpeta; no había duda de que era exhaustivo y Fabel necesitaría bastante tiempo para revisarlo detalladamente, pero sabía que tenía que hacerlo. Dentro de toda esa información podría encontrarse un detalle pequeñísimo, un hilo delgadísimo que le proporcionaría la coherencia que necesitaba tan desesperadamente en ese caso.

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