Authors: Kerstin Gier
Pero, por lo visto, las capacidades adivinatorias del conde no eran tan notables, porque se limitó a reír de nuevo entre dientes, complacido.
—No es muy habladora, ¿Verdad?
—Solo un poco tímida —repuso Gideon.
«Intimidada» hubiera sido más correcto.
—No hay mujeres tímidas —le contradijo el conde—. Detrás de un parpadeo aparentemente tímido solo se oculta su simpleza.
Cada vez estaba más convencida de que no tenía motivos para temer a ese hombre. Solo era un abuelete enamorado de sí mismo al que le encantaba escucharse.
—Parece que no tiene una gran opinión del género femenino —dijo lord Brompton.
—¡De ningún modo! Amo a las mujeres. ¡De verdad! Solo que no creo que posean el tipo de entendimiento que hace avanzar a la humanidad. Por eso en mi logia no hay lugar para ellas. —El conde obsequió a lord Brompton con una sonrisa radiantes antes de añadir—: Por otra parte, no es raro que para muchos hombres este sea el argumento definitivo para solicitar la entrada, mi querido lord.
—¡Y, a pesar de todo, las mujeres los adoran! Mi padre no se cansaba de hablar de sus éxitos con las damas. Según decía, tanto aquí en Londres como en París, siempre las tuvieron rendidas a sus pies.
El conde se sumergió en los recuerdos de su época de gran seductor.
—No es particularmente difícil engatusar a las mujeres y someterlas a nuestra voluntad, mi querido lord. Todas son iguales. Si no tuviera asuntos más importantes de que ocuparme, hace tiempo que habría escrito un manual para hombres con consejos sobre el trato correcto con las féminas.
Sí, claro. De hecho, ya había encontrado un título adecuado para su obra.
Al éxito por el estrangulamiento
, o
Cómo ablandar a las mujeres parloteando durante horas
. Casi se me escapó la risa al pensarlo; pero entonces me di cuenta de que Rakoczy me observaba con mucha atención, e inmediatamente se me pasaron las ganas de pensar bobadas.
¡Debía de estar loca! Los ojos negros se clavaron en los míos durante un segundo, y enseguida bajé la vista hacia el suelo de mosaico tratando de luchar contra el pánico que amenazaba con dominarme. En todo caso, estaba claro que el conde no era la persona de la que debía precaverme, aunque eso no significaba en absoluto que pudiera sentirme segura.
—Todo esto es muy entretenido —convino lord Brompton mientras sus pliegues se sacudían de satisfacción—. Con usted y sus acompañantes, el teatro ha perdido a unos grandes actores. Como decía mi padre, con usted uno siempre puede confiar en ser testigo de historias sorprendentes y casi inverosímiles, mi querido conde. Pero, por desgracia, no puede probar ninguna de ellas. Hasta el momento, no me ha presentado ni una sola demostración que sostenga lo que dice.
—¡Una demostración! —exclamó el conde—. Mi querido lord, realmente es un alma desconfiada. Haría tiempo que habría pendido la paciencia con usted si no me sintiera en deuda con su padre, a quien Dios tenga en su gloria. Y si mi interés por su dinero y su influencia no fuera tan grande.
Lord Brompton sonrió un poco incómodo.
—Al menos es sincero.
—La alquimia necesita del mecenazgo. —El conde se volvió bruscamente hacia Rakoczy—. Creo que deberemos presentar al buen lord algunas de nuestras «demostraciones>», Miro. Es de esos hombres que solo creen lo que ven. Pero primero tengo que tener unas palabras a solas con mi nieto y redactar una carta al gran maestre de mi logia en el futuro.
—Puede utilizar el gabinete de escritura de aquí al lado —dijo el lord, señalando una puerta que tenía a su espalda—. Espero con ansia su demostración.
—Ven hijo mío. —El conde cogió a Gideon del brazo—. Hay algunas cosas que aún debo preguntarte y otras que debería saber.
—No nos queda mucho tiempo —observó Gideon echando una ojeada al reloj del bolsillo que llevaba sujeto a la chaqueta con una cadena de oro—. Dentro de media hora, como mucho, tenemos que volver a Temple.
—Será suficiente —repuso el conde—. Escribo rápido y puedo hacer las dos cosas al mismo tiempo: hablar y escribir.
Gideon rió brevemente. Al parecer, encontraba al conde realmente divertido y, por lo visto, se había olvidado de que yo seguía allí.
Carraspeé. Cuando ya iba a cruzar la puerta, se volvió hacía mí y enarcó una ceja.
Respondí a sus señas también sin abrir los labios, porque difícilmente hubiera podido decir en voz alta «Por favor, no me dejes sola con esos bichos raros».
Gideon dudó un momento.
—Solo sería un estorbo —observó el conde.
—Espérame aquí —dijo Gideon con inusitada delicadeza.
—Lord Brompton y Miro le harán compañía mientras tanto —aseguró el conde—. Pueden aprovechar para interrogarla un poco sobre el pasado. Es una oportunidad única. La muchacha viene del siglo XXI; pregúntenle por los carruajes automáticos que corren a toda velocidad bajo el suelo de Londres. O por los aparatos voladores plateados que se elevan en el aire rugiendo como mil leones y pueden cruzar el mar a muchos kilómetros de altura.
Lord Brompton se rió tanto que ahora temí en serio por su silla. Todos y cada uno de sus imponentes pliegues de grasa se agitaban convulsivamente.
—¿Y nada más?
De ninguna manera quería quedarme aquí sola con él y con Rakoczy, pero Gideon se limitó a sonreír a pesar de la miradas suplicantes que le lanzaba.
—Volveré enseguida —dijo.
De los Anales de los vigilantes
12 de junio de 1948
Turmalina negra, Paul de Villiers, llegó hoy, como estaba previsto, del año 1992 para elapsar en la Sala de documentos; pero esta vez iba acompañado por una muchacha pelirroja que afirmaba llamarse Lucy Montrose y ser la nieta de nuestro adepto Lucas Montrose. La susodicha guardaba, en todos los sentidos, un fatal parecido con Arista Bishop (línea Jade, número de observación 4).
Ambos fueron conducidos al despacho de Lucas. Ahora todos estamos convencidos de que Lucas hará probablemente una propuesta a Arista, y no a CLaudine Seymore, como esperábamos.
(Aunque, todo hay que decirlo, Arista tiene mejores piernas y un trasero realmente bonito.)
Antes de que uno tenga hijos.
Informe: Kenneth de Villiers, círculo interior
Cuando la puerta se cerró detrás de Gideon y el conde, instintivamente di un paso atrás.
—Puedes sentarte tranquilamente —dijo el lord, señalando una de las delicadas sillas.
Rakoczy hizo una mueca. ¿Se suponía que era una sonrisa? Si lo era, le convenía volver a ensayarla ante el espejo.
—No, gracias. Prefiero seguir de pie.
Retrocedí un paso más hasta tropezar casi con un angelote desnudo que estaba colocado sobre una peana junto a la puerta. Cuanto mayor fuera la distancia entre mi persona y los ojos negros, más segura me sentiría.
—Dime, ¿realmente pretendes que creamos que procedes del siglo XXI?
Asentí.
Lord Brompton se frotó los brazos.
—Muy bien; entonces veamos: ¿qué rey gobierna Inglaterra en el siglo XXI?
—Tenemos un primer ministro que gobierna el país —dije titubeando un poco—. La reina se ocupa de tareas representativas.
—¿La reina?
—Isabel II. Es muy simpática. Incluso asistió a nuestra fiesta escolar multinacional del año pasado. Cantamos el himno nacional en siete lenguas distintas y Gordon Gelderman consiguió que le firmara un autógrafo en su libro de inglés, que luego subastó en e-Bay por ochenta libras. Hummm…. Pero eso, naturalmente, no les dirá nada. En todo caso, tenemos un primer ministro y un gabinete con diputados que son elegidos por el pueblo.
Lord Brompton sonrió aprobatoriamente.
—Una idea divertida, ¿no le parece Rakoczy? El conde tiene unas ocurrencias realmente chistosas. ¿Y cómo van las cosas en Francia en el siglo XXI?
—Creo que allí también tienen un primer ministro. Ningún rey, por lo que sé, ni siquiera con funciones representativas. Con la revolución, sencillamente abolieron la nobleza y al rey al mismo tiempo. A la pobre María Antonieta le cortaron la cabeza. ¿No es terrible?
—Oh, sí —rió el lord—. La verdad es que los franceses son una gente terrible. Por eso los ingleses nos llevamos tan mal con ellos. Dime algo más: ¿con quién estamos en guerra en el siglo XXI?
—¿Con nadie? —contesté un poco insegura—. En todo caso, no realmente. Solo intervenimos un poco aquí y allá de vez en cuando, en Oriente Próximo y países vecinos. Pero, para ser sincera, no tengo ni idea de política. Será mejor que me pregunten sobre…. Neveras, por ejemplo. Naturalmente, no sobre cómo funcionan, que no lo sé. Solo sé que funcionan. En todas las casa de Londres hay una nevera, y en ellas puede conservarse queso, leche y carne durante días.
No parecía que lord Brompton tuviera especial interés por las neveras. Rakoczy se desperezó como un gato en su silla. Confiaba en que no se le ocurriera levantarse.
—También pueden preguntarme por los teléfonos —dije rápidamente—, aunque tampoco puedo explicar como funcionan.
De todos modos, me daba la impresión de que lord Brompton tampoco hubiera entendido nada. Para ser sincera, no creía que valiera la pena explicarle siquiera el funcionamiento de la bombilla. Busqué alguna otra cosa que pudiera interesarle.
—Y por… hummm… también hay un túnel entre Dover y Calais, que pasa bajo el canal.
A lord Brompton aquello le pareció terriblemente cómico, y empezó a reír y a darse palmadas en sus enormes muslos.
—¡Delicioso, realmente delicioso!
Ya empezaba a relajarme un poco cuando Rakoczy intervino por primera vez en la conversación y preguntó en un inglés con un marcado acento:
—¿Y qué me decís de Transilvania?
—¿Transilvania?
¿El país del conde Drácula? ¿Lo decía en serio? Evité mirar sus ojos negros. ¡Tal vez fuera él el conde Drácula! En todo caso, el tono de la piel coincidía.
—Mi patria en los hermosos Cárpatos. El principado de Transilvania. ¿Qué pasa en Transilvania en el siglo XXI? —Tenía una voz un poco rasposa, en la que se percibía un matiz de nostalgia—. ¿Y qué hace el pueblo de los kurucz?
¿El pueblo de los qué? ¿Los Kurucz? No lo había oído en mi vida.
—Bien, pues… en Transilvania, en realidad, todo está bastante tranquilo en nuestra época —dije prudentemente.
La verdad es que ni siquiera sabía dónde estaba. Solo conocía los Cárpatos por una frase hecha. Cuando Leslie hablaba de su tío Leo de Yorkshire, acostumbrada a decir «Vive en algún lugar perdido en los Cárpatos», y para Lady Arista, cualquier cosa que estuviera más allá de Chelsea era «Los Cárpatos», aunque, por lo visto, los Cárpatos estaban habitados en realidad por los Kurucz.
—¿Quién gobierna Transilvania en el siglo XXI? —preguntó Rakoczy, que se había puesto en tensión, como si fuera a saltar como un resorte de la silla en caso de que mi respuesta no le complaciera.
Hummm… Buena pregunta. ¿Formaba parte de Bulgaria? ¿De Rumanía? ¿O de Hungría?
—No lo sé —dije con franqueza—. Está tan lejos… Le preguntaré a mistress Counter. Es nuestra profesora de geografía.
Rakoczy parecía decepcionado. Tal vez hubiera hecho mejor mintiéndole. «Transilvania está gobernada por el príncipe Drácula desde hace ya doscientos años. Es una reserva natural para algunas especies de murciélagos en peligro de extinción. Los kurucz son las personas más felices de Europa.» Quizá aquello le habría gustado más.
—¿Y cómo están las cosas en las colonia en el siglo XXI? —preguntó lord Brompton.
Para mi gran alivio, observé que Rakoczy se había inclinado de nuevo hacia atrás en su silla y que no se convertía en polvo cuando el sol asomó entre las nubes e inundó de luz la habitación.
Durante un rato charlamos casi relajadamente sobre América y Jamaica y sobre algunas islas de las que, para mi vergüenza, nunca había oído hablar. Lord Brompton se mostró consternado al saber que ahora todas se gobernaban por sí mismas. (Aunque yo tampoco tenía del todo claro de dónde había sacado eso.) Naturalmente, lord Brompton no creía ni una palabra de lo que le decía, y de vez en cuando estallaba a carcajadas. Rakoczy, por su parte, había dejado de participar en la conversación y se limitaba a contemplar alternativamente sus largas uñas, que parecían garras, y el tapizado de las paredes, aunque de vez en cuando también me lanzaba alguna mirada.
—Francamente, me parece deprimente que seas solo una actriz —suspiró lord Brompton—. Es una lástima, porque me encantaría creerte.
—Claro —dije yo comprensivamente—, es natural. En su lugar, yo tampoco creería nada. Por desgracia, no hay pruebas…. ¡Oh, espere un momento!
Me metí la mano en el escote y saqué el móvil.
—¿Qué es? ¿Una cigarrera?
—¡No! —Abrí el móvil, que lanzó un pitido porque lógicamente no encontraba ninguna red—. Esto es un…bueno, es igual. Con este objeto puedo grabar imágenes.
—¿Puedes hacer grabado con ella?
Sacudí la cabeza y sostuve el móvil en alto, de modo que lord Brompton y Rakoczy aparecieran en la pantalla.
—Sonrían, por favor. Muy bien, ya está.
Como había mucha luz, no se encendió el flash. Lástima, porque seguro que aquello hubiera causado una gran impresión.
—¿Qué ha sido eso?
Lord Brompton había levantado con sorprendente rapidez sus kilos de grasa de la silla para acercarse. Le enseñé la imagen en la pantalla. Él y Rakoczy habían salido perfectos.
—Pero… ¿Qué es esto? ¿Cómo es posible?
—Lo llamamos fotografiar —dije.
Los gruesos dedos de lord Brompton acariciaron entusiasmados el móvil.
—¡Fantástico! Rakoczy, tienes que ver esto.
—No, gracias —respondió Rakoczy con desgana.
—No sé cómo lo haces, pero es el mejor truco que he visto nunca. ¡Oh! ¿Y ahora qué ha pasado?
En la pantalla había aparecido Leslie. Lord Brompton había apretado una tecla.
—Esta es mi amiga Leslie —dije con nostalgia—. La fotografía es de la semana pasada. ¿Ve esto, detrás de ella?, es la Marylebone High Street, el bocadillo es de Pret a Manger y ahí está Aveda, ¿ve? Mi madre siempre compra la laca para el pelo en esta tienda. —De pronto sentí una terrible añoranza—. Y esto es un trozo de taxi. Una especie de carruaje que funciona sin caballos…
—¿Qué pides por esta cajita de trucos? ¡Te pagaré el precio que pongas!
—Hummm… no, lo siento, no está en venta. Aún la necesito —dije Encogiéndome de hombros en un gesto de disculpa.