Manuel Ferrer fue condenado a quince años por homicidio con ensañamiento. A Amador, Rocky y Moisés se les acusó de agresión, extorsión y omisión del deber de socorro. Nueve años en la sombra para cada uno. Los cuatro cumplen condena en penales distintos. Rocky es el que mejor aprovecha el tiempo. Desde que entró en el penal se volcó en aprender inglés. Su sueño de irse a Alaska demuestra estar a prueba de contratiempos.
Tras conocerse la sentencia, la justicia brasileña decretó libertad sin cargos para Julio César, que al salir de la cárcel volvió a ponerse al mando de su burdel. El negro aprovechó su estancia en la cárcel para establecer contactos con miembros de todo tipo de mafias. Además de seguir prostituyendo a menores, ahora tiene negocios relacionados con las drogas y la falsificación de documentos. La policía de Río de Janeiro vigila de cerca sus movimientos.
El local que durante años había albergado El Rincón de Manolo y Loli fue traspasado a un joven catalán que tuvo una idea brillante: montó un restaurante llamado
C’est la vie
en el que, además de desayunos, tapas y bocadillos a buen precio, uno puede informarse sobre los más célebres asesinatos cometidos en Barcelona en una pequeña enciclopedia de dos volúmenes autoeditada por el joven empresario, que, una vez al mes, organiza una ruta macabra en un autocar que va haciendo parada en distintos escenarios del crimen de la historia de la ciudad. La calle en la que compartieron piso Sara y Solsona es uno de los puntos donde el autocar hace parada. El guía explica que aquella calle fue el escenario en el que los cobradores amarillos zurraron a Solsona más de una vez. También hay parada en el Maremagnum para ver el punto exacto desde el que Wilson Pacheco fue arrojado al agua.
Sara Mir, la novia de Solsona, superó el terrible golpe del asesinato y rehízo su vida sentimental con un compañero de trabajo. Tras la muerte de Álex, ya nadie la ha vuelto a llamar Cassandra. El novio de Sara Mir trabaja en un banco. Es un buen hombre: honrado, ordenado, ahorrador, disciplinado, cumplidor, puntual, previsor… Cualquiera que los conozca entiende que su relación no tiene demasiado futuro.
Horas después de ser liberado en plena autovía con los pantalones meados, Wilson Correa llegó al aeropuerto y tomó un vuelo con destino a Berlín. Tomó nota de lo sucedido. Actualmente lleva una vida bastante discreta. Ya no vive en hoteles, sino en un moderno y luminoso ático ubicado en el centro de Berlín. Sigue frecuentando casinos para ponerse en la línea de tiro de busconas de rubia melena. Difícilmente vuelva a Barcelona, donde ya no le espera nadie. Adalgisa y su madre regresaron a Quito tras la muerte de la abuela, que sufrió una desafortunada caída en las escaleras del Parque Güell. Si se diera la remota posibilidad de que Wilson volviera a Barcelona para denunciar su secuestro, el inspector jefe Víctor Varona asumiría el mando de la investigación. El caso se cerraría a los seis meses sin más pruebas que unas pistas falsas.
El capitán Varona, David Molinos y Dani Ramos siguieron acudiendo a la comisaría con total normalidad. Durante mi ausencia, Molinos fue ascendido a inspector y ocupó mi lugar como número dos del equipo. Molinos llevaba años deseando dejar de ser la secretaria de Varona. La alegría del ascenso le duró lo que tardó Varona en adjudicarle su primera misión: infiltrarse en la mafia rusa. Dani Ramos sigue preguntándose si Molinos es gay.
Silvia se llevó un buen susto al resultarle imposible contactar conmigo. Fue a comisaría a preguntar por mí. Dani Ramos le explicó que me habían concedido un año de excedencia. Ella lo entendió todo. Espero que tras el duro golpe remontara pronto el vuelo. No tengo ni idea de por dónde andará.
Mi año sabático está a punto de terminar. Si los años pasan deprisa, los sabáticos todavía más. Me he dedicado a viajar por todo el mundo. He viajado muy lejos. A veces hacia el norte, a veces hacia el sur. En coche, en avión, en barco. He llegado hasta algunos pueblos a los que solo se puede acceder a lomos de un asno. He pasado frío y he pasado calor. Me han besado y me han robado el pasaporte. He estado en ciudades donde siempre era de noche, como en las vidas de las grandes estrellas del rock.
Vivir sin móvil y sin ordenadores no solo es posible, sino también muy aconsejable. Me he sentido libre en el sentido más amplio de la palabra, pero este 2006 ha transcurrido a la velocidad de los sueños: el próximo miércoles me esperan en comisaría. Es lo acordado con Varona. No sé si podré acostumbrarme al peso del móvil en el bolsillo, por no hablar de sus estúpidas melodías. Y mi trabajo de policía. Y las pantallas de ordenador. Y los semáforos. Cuantos menos semáforos, mayor felicidad. Es la conclusión a la que he llegado.
He descubierto un sitio al que me gustaría venir a retirarme cuando cumpla los cincuenta. No diré dónde se encuentra. Es un pequeño pueblo idílico que se levanta sobre una preciosa bahía. Sus habitantes caminan despacio y a menudo se citan en distintos puntos del pueblo para contemplar juntos el anochecer. Apenas hay un par de teles en el pueblo, y se ven bastante mal. Casi todos sus habitantes se dedican a la pesca, y ninguno tiene la piel más blanca que yo. Ayer hubo fiesta en el pueblo y la orquesta tocó hasta el amanecer. Cuando empezó a salir el sol, yo seguía bailando con Gina, muy agarrado a ella. Con Gina he vivido, sin lugar a dudas, la más bella historia de amor de mi vida. Saber que tengo que largarme facilita las cosas: las grandes historias de amor son las que se acaban. Que se vayan al diablo los empeñados en convencernos de lo contrario.
Mi mano acariciaba la suave espalda de Gina bajo la primera luz del sol y la inspiración de unos músicos en vena. Gina me decía cosas bonitas al oído. Miré hacia el horizonte. Con la nueva luz, las olas ya no solo se escuchaban, también se distinguían. Regresaba a Barcelona en 48 horas. Allí me esperaba una caja fuerte con medio millón de euros y no sé cuántos expedientes que revisar sobre mi mesa de trabajo. Una cosa compensaba la otra.
—No te vayas nunca, Prats —me dijo Gina.
Está claro que no hay rincón en el mundo en el que me sirva de algo llamarme Dani.
Me abracé muy fuerte a Gina. Benditos sean aquellos minutos en los que se dan cita las ganas de follar y el convencimiento de que vas a hacerlo. Besé a la que para siempre iba a ser la mujer de mi vida.
Gina me miró con ojos tristes.
—Prats, estoy enamorada de ti. Si tú me lo pides, estoy dispuesta a empezar una nueva vida en Barcelona. Una nueva vida a tu lado.
La miré fijamente. Luego miré al horizonte. Luego volví a mirarla.
—¿Crees que hoy lloverá? —le pregunté.
FRANCESC MONTANER, (Barcelona, 1972) se ha dedicado varios años a la redacción de artículos turísticos en prensa especializada. En 2010 formó parte del equipo de guionistas de una sitcom emitida con notable éxito.
Seis aciertos y un cadáver
supone su primera incursión en la novela.