—¡Quítamelos de encima! —gritó—. ¡Por favor, quítamelos!
Michael apartó a las criaturas de un empujón y los echó a la calle, a la vez que empleaba sus escuálidos cuerpos para sacar a otros de la puerta. Levantó la mirada y vio que más de veinte cuerpos ya se habían concentrado alrededor del coche de Emma. Debía tomar una decisión de inmediato: persuadir a Philip para que se fuera sin su madre muerta o sencillamente irse. Miró hacia la patética forma del un hombre, que yacía hecho un ovillo en el centro del suelo de la sala de estar, gimoteando y lloriqueando, y la decisión fue fácil. Michael salió corriendo de la casa, derribando más cuerpos tambaleantes, y se detuvo un segundo para cerrar la puerta. Se abrió paso entre la rancia muchedumbre, cuya debilidad y torpeza no eran rival para su fuerza; subió al Landrover y arrancó el motor. Los muertos golpearon el coche y se apiñaron alrededor hasta que lo único que pudo ver Michael fue una masa de caras podridas y grotescas, que lo miraban desde todos los ángulos. Dio un par de bocinazos cortos y, cuando oyó que Emma hacía lo mismo, apretó el acelerador y avanzó, conduciendo a ciegas. Los cuerpos en descomposición no podían detenerlo. La mayoría caían hacia los lados. Uno consiguió subir al capó, pero a los pocos metros ya había desaparecido bajo las ruedas del coche.
Michael miró por el retrovisor, se aseguró de que Emma hubiese salido, y entonces pisó a fondo.
El laberinto de retorcidas carreteras locales que rodeaban Penn Farm y la conectaban a las numerosas aldeas y pueblecitos de los alrededores era confuso, y resultaba fácil desorientarse en él. Michael descubrió que le resultaba más difícil que nunca concentrarse. ¿Había hecho bien al dejar atrás a Philip o debería haberlo sacado a rastras de su casa? Sabía que el pobre diablo no habría abandonado a su madre muerta sin mucha más persuasión, y no había habido tiempo para discutir. Al final todo había quedado reducido a una sencilla elección entre la salvación de Philip y la suya propia y la de Emma. No soportaba la idea de ponerla en peligro ni durante un instante, pero al mismo tiempo no podía evitar sentirse culpable al recordar al patético hombrecillo aterrorizado que había dejado temblando y solo en el hediondo salón de la casa de su madre muerta.
Un rato antes, en el aparcamiento, durante aquellos preciosos minutos en los que se había atrevido a estar a cielo abierto con Emma, se había permitido un ligero destello de optimismo. Durante un momento, le había parecido que se hallaba a kilómetros de la granja, de los cuerpos, de la putridez y de todo lo demás. Se había sentido fuerte y vivo mientras respiraba el aire del mar. Pero su vuelta a la realidad no habría podido ser más violenta. Las habituales sensaciones de claustrofobia y de desesperación le acompañaban de nuevo.
Se acercaba a una bifurcación en la carretera. Le resultaba conocida, tuvo la impresión que finalmente iban en la dirección correcta. Después vino una señal que había visto con anterioridad, después los restos oxidados de un coche azul empotrado contra un viejo roble que recordaba perfectamente... Habían llegado a la carretera que los llevaría de regreso a casa.
* * *
Conduciendo por la misma carretera, pero aproximándose a la granja desde la dirección opuesta se encontraba Carl. Se sentía entumecido y débil a causa del cansancio y le dolían todos los músculos del cuerpo, pero se negaba a ir más despacio. La aguja del nivel de gasolina había caído del todo. No había planeado realizar dos viajes largos con el mismo depósito de gasolina, y ya no le quedaba casi nada. Se obligó a seguir adelante, evitó otro cadáver putrefacto y aumentó aún más la velocidad. El cuerpo se volvió torpemente y agarró el aire cargado de monóxido de carbono de donde acababa de estar la moto.
Casi había llegado. Sólo un par de centenares de metros más y llegaría a la curva que daba al sendero de la granja. Mientras conducía buscaba constantemente el pequeño cruce, esperando encontrar el hueco en el seto a toda velocidad. Había cuerpos por todas partes, convergiendo en la carretera desde todas las direcciones. El agobiante silencio del mundo muerto había amplificado de nuevo el ruido de la motocicleta más allá de cualquier proporción imaginable.
La motocicleta vibró y se sacudió brevemente cuando el motor empezó a apagarse. Carl miró los controles y trató inútilmente de acelerar. Dejó que la moto fuera rodando hasta detenerse, ya cerca de la granja, pero no lo suficientemente cerca.
Carl dejó caer la inútil máquina y empezó a correr; se quitó el casco y lo lanzó contra los cadáveres más cercanos, golpeando a uno en el pecho y derribándolo. Exhausto, corrió por la carretera. La curva hacia el sendero estaba cerca, pero, cuando llegó a ella, una masa que parecía formada por cientos de cadáveres le perseguía. Y salían más de las sombras por delante de él. Con los pulmones ardiendo, Carl cargó colina arriba en dirección a la granja.
¿Qué demonios estaba pasando?
Desorientado y confuso ante la súbita aparición de una multitud de cadáveres inesperadamente numerosa, Michael se pasó el cruce y no giró hacia el sendero. El sonido de sus motores había atraído la atención de muchos cadáveres a lo largo de la carretera, pero ¿por qué había tantos ahí y precisamente en ese momento? ¿Habría despertado su interés colectivo el ruido del Landrover cuando salieron de Penn Farm por la mañana? ¿Habrían estado esperando su regreso?
Emma hizo luces a Michael y tocó el claxon, porque no estaba segura si se había dado cuenta que se había pasado el cruce. Furioso consigo mismo, Michael frenó de golpe, golpeando a un montón de cuerpos, que envió por los aires. Por el retrovisor vio que Emma desaparecía en el sendero y dio marcha atrás, aplastando más torpes criaturas bajo las ruedas del Landrover.
Emma pasó a través de la multitud putrefacta y aceleró colina arriba hacia la casa. El irregular sendero parecía tener más baches que nunca; las ruedas de ese coche eran más pequeñas y la suspensión peor que la del Landrover o la furgoneta. Cada bache hacía que ella saliera lanzada hacia delante o se golpeara con el respaldo del asiento. Cadáveres indefensos salían disparados hacia los lados cuando colisionaban con el coche, pero por delante seguía habiendo muchos más. Aceleró de nuevo y consiguió echar un vistazo por el retrovisor. Michael estaba finalmente en el sendero detrás de ella, su vehículo cubierto con manchas de vísceras carmesíes.
* * *
Carl se estaba cansando con rapidez. Aún mantenía ventaja sobre los cuerpos que lo perseguían, pero le resultaba cada vez más difícil. Muchos más cadáveres iban hacia él bajando por la colina, y el descenso les permitía aumentar su velocidad. El aire era seco, y Carl sentía una dolorosa punzada en el costado, como una daga penetrándole en las tripas, cada vez que respiraba. Sabía que no podía parar, pero al mismo tiempo le costaría mucho seguir adelante. Durante un segundo pensó que había oído algo. ¿Un motor? Los cadáveres que se arrastraban colina arriba detrás de él se olvidaron de él y volvieron a bajar, distraídos por este sonido nuevo e inesperado. Carl miró hacia atrás, pero no vio nada. Delante de él ya podía ver el portón y la barrera y, justo detrás de eso, Penn Farm.
Un coche que no reconoció apareció de la nada, seguido de cerca por el Landrover. Carl casi no podía creer lo que estaba viendo. Se detuvo en medio del sendero agitando los brazos y pidiendo ayuda a gritos. Tres de los cuerpos más cercanos se abalanzaron sobre él, derribándolo de rodillas. Los golpeó y los pateó, pero no se detuvieron, sino que siguieron desgarrándole la carne con dedos salvajes y retorcidos como garras.
Emma apuntó hacia los cadáveres, sin darse cuenta, hasta el último momento, que Carl estaba debajo de ellos. Por un instante vislumbró su cara aterrorizada y ensangrentada entre los miembros de las criaturas que lo atacaban. Emma giró hacia un lado, y su súbito cambio de dirección cogió a Michael por sorpresa. El Landrover siguió adelante, a demasiada velocidad para parar. Golpeó la parte trasera del coche de Emma, empujándolo hacia la maleza a un lado del sendero. Sin preocuparse de eso, Emma bajó del coche y corrió hacia Carl. Michael había parado un poco más allá y ya estaba fuera, apartando más cuerpos rancios mientras corría hacia Carl.
—¿De dónde demonios ha salido? —gritó mientras agarraba a uno de los tres primeros cadáveres atacantes y lo tiraba a un lado.
Emma cogió a otro cadáver por los hombros y lo levantó del suelo, lanzándolo lejos, mientras se agachaba para esquivar el torpe ataque de otra de las repugnantes criaturas. Michael derribó al tercero de una patada, golpeándole la cabeza hasta que dejó de moverse, y entre los dos metieron a Carl en la parte trasera del Landrover. Un gran número de cuerpos seguía avanzando hacia ellos desde todas las direcciones imaginables, arrastrándose por las sombras, con movimientos lentos pero imperturbables.
Emma corrió rodeando el Landrover, y tuvo que apartar de su camino un cadáver especialmente descompuesto antes de subir al vehículo y cerrar de golpe la puerta del pasajero. Michael se sentó sin aliento a su lado y aceleró hacia el portón que cerraba el puente de piedra.
—Las llaves del portón —dijo nervioso—, ¿dónde están las putas llaves?
Emma rebuscó frenética en los bolsillos mientras Michael se detenía derrapando poco antes del puente.
—Yo no... —empezó a decir Emma.
—¡Vamos! ¿Dónde están las putas llaves?
Las ventanillas se oscurecieron cuando los cuerpos empezaron a golpear contra el vehículo, arañando el vidrio con dedos torpes e insensibles.
—Tengo la llave de la puerta principal —contestó Emma sin aliento y sin saber dónde más buscar—. Mierda, no las encuentro...
—¿Qué quieres decir? —chilló Michael, dando marcha atrás y después hacia delante para quitarse de encima algunos de los cuerpos.
Entonces, Emma lo recordó.
—Oh, Dios santo.
—¿Qué?
—Están en la chaqueta.
—¿Y dónde está tu puta chaqueta?
—En el coche. Me la quité cuando...
—No podemos volver a por ella —la cortó, moviendo la cabeza con desesperación y mirando por el parabrisas la horda de cuerpos que se acercaba. Metió de nuevo la marcha atrás y retrocedió varios metros por el sendero; se paró, cambió de marcha y aceleró de nuevo.
—¿Qué demonios estás haciendo?
—No hay alternativa —contestó mientras seguía acelerando—. ¡Agarraos!
Cruzó al puente, agarró con fuerza el volante y destrozó el portón de madera. Incontables astillas salieron volando en todas las direcciones. Atravesó el patio y se detuvo en seco justo delante de la puerta principal de la casa. Emma bajó, subió corriendo los escalones y metió la llave en la cerradura con manos temblorosas.
—Abre la maldita puerta —gritó Michael mientras sacaba a Carl de la parte trasera del Landrover, arrastrándole los pies por el suelo polvoriento.
Miró hacia lo que quedaba del portón. Hordas imparables de cuerpos ya se estaban arrastrando por el puente en dirección a la casa.
Emma abrió la puerta y se echó a un lado para que Michael pudiera medio arrastrar, medio empujar a Carl hasta el interior. Cerró la puerta de golpe y la atrancó.
—La cocina —ordenó Emma.
Michael arrastró a Carl y lo dejó en el suelo de baldosas. La respiración de Carl era lenta y trabajosa.
—¿Crees que se pondrá bien?
Emma se encogió de hombros.
—No lo sé.
Comprobó las heridas. Nada demasiado profundo que pudiera ver. Nada excesivamente serio. Sólo heridas superficiales. Carl miraba fijamente el techo sin parpadear.
—¿Estás bien, Carl? —preguntó Emma. No hubo reacción—. Parece que está bien. Sólo la impresión, creo. Está traumatizado.
—¿Qué demonios hace aquí de vuelta?
—No lo sé. Quizá...
Emma se distrajo con el ruido apagado y repentino de golpes que procedían del otro extremo, de la habitación. Michael levantó la mirada y vio una multitud de cuerpos putrefactos, que se había agolpado ante la ventana de la cocina. Los rostros muertos se apretaban con fuerza contra los cristales, y los dedos descompuestos arañaban para poder entrar.
—Vamos arriba, Emma. ¡Ahora!
Emma no discutió. Entre los dos cogieron a Carl y lo subieron hasta la habitación de Emma. Michael abrió la puerta de una patada, y tendieron a Carl en la cama. Más preocupado por su seguridad que por el bienestar de Carl, Michael corrió a la ventana y miró hacia abajo. Sus peores temores se habían hecho realidad. La casa estaba rodeada.
Michael apoyó la cabeza en la ventana del dormitorio y se quedó mirando el patio. Desde que habían vuelto a la casa casi no se había movido.
—Dios santo, cada segundo que pasa siguen llegando más de esas malditas cosas. Ahí abajo hay miles.
Emma había estado sentada junto a Carl, que seguía tendido en la cama, silencioso e inmóvil. Se levantó, se acercó a Michael y miró por encima de su hombro. Tenía razón, abajo había una gran multitud de cuerpos asquerosos y detestables rodeando la casa, y su número no dejaba de crecer. Entraban continuamente por el hueco donde había estado el portón del puente.
—¿Por qué siguen llegando? —preguntó Emma, con una voz que era poco más que un susurro—. Vinimos aquí porque pensamos que estaríamos aislados y seguros. ¿Por qué siguen llegando?
—Es el ruido.
—Pero no hemos estado haciendo ruido. Hemos tenido mucho cuidado...
—Dios santo, ¿cuántas veces hemos hablado de esto? Todo el planeta está en silencio. Cada vez que uno de nosotros se mueve deben de ser capaces de oírlo a kilómetros a la redonda.
—Así que el sonido del motor de los coches...
—Los sigue atrayendo. E incluso cuando desaparece el sonido, creo que siguen por aquí porque saben que estamos cerca.
—¿Lo crees de verdad?
—¿Por qué otra razón iba a haber tantos?
—Entonces, si nos quedamos dentro, estamos en silencio y nos ocultamos durante un rato deberían...
Michael negó con resignación.
—No creo que eso siga funcionando.
—¿Por qué no?
En lugar de contestar, Michael abrió ligeramente la ventana del dormitorio. El repentino ruido de la ventana atrancada cuando la empujó para abrirla causó una oleada de excitación, que se extendió rápidamente a través de la muchedumbre putrefacta en el patio.
—Escucha eso.
Emma hizo lo que le pedía. El roce de pies putrefactos y pesados, algún gruñido gutural, el sonido de los torpes cuerpos tropezando y cayendo, el murmullo del arroyo, el viento entre los árboles; miles de sonidos individualmente insignificantes combinados para crear un ruido constante e inquietante.