—Ya es demasiado tarde para quedarnos callados y hacer como si estuviéramos muertos —le explicó—. Ellos mismos están haciendo suficiente ruido para atraer a más cadáveres. Y si no es el ruido, el simple hecho de que aquí haya algo será suficiente. Ya no importa lo silenciosos que estemos, esos cabrones seguirán llegando.
Al comprender lo que le estaba diciendo, Emma se apartó de la ventana, se sentó en una silla y se cubrió la cabeza con las manos.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer?
Michael no contestó. Cerró de nuevo la ventana, y la habitación quedó en silencio. El único ruido procedía de Carl, que de repente gemía de dolor. Corrieron a su lado.
—¿Crees que puede oírnos?
Emma se encogió de hombros.
—Es posible. No estoy segura.
—¿Cómo estás? —preguntó Michael, su voz aún un murmullo.
Con suavidad movió a Carl por el hombro, pero éste no respondió. Emma se inclinó sobre él y lo miró de arriba abajo, y le acarició la cara.
—Pobre idiota.
—¿Llegó a decirte algo?
Emma negó con la cabeza.
—Nada. Creo que no lo debemos presionar con...
—Necesitamos saber lo que ha ocurrido en Northwich, si es que llegó allí. Necesitamos saber por qué ha vuelto.
—Debemos tener cuidado. Si está en shock lo peor que podemos hacer es...
Michael no la estaba escuchando. Volvió a zarandear a Carl.
—Carl, colega, ¿me puedes oír?
Al principio no hubo reacción. Después, Carl tragó con dificultad y asintió.
—Con cuidado, Michael... —le advirtió Emma.
Los ojos de Carl se cerraron y se volvieron a abrir. Miró a Michael con ojos borrosos y desenfocados; luego se volvió hacia Emma. Después miró de nuevo a Michael.
—¿Llegaste a Northwich? —preguntó—. ¿Llegaste...?
—Sí.
Michael miró ansioso a Emma.
—Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Por qué has vuelto?
Carl miró de nuevo al techo, se pasó la lengua por los labios secos y tragó saliva con fuerza.
—Ya no había nadie.
—¿Dónde, en el centro comunitario? ¿Regresaste al centro comunitario...?
—Se habían ido. Allí no había nadie.
—¿Adónde han ido?
Carl se incorporó lentamente sobre un codo y volvió a tragar. Respiró hondo; cada movimiento le representaba un esfuerzo.
—No han ido a ninguna parte. Muertos. Todos.
—¿Qué?
—El lugar estaba lleno de cuerpos...
—¿Qué ocurrió? —preguntó Emma.
—Consiguieron entrar. Por allí sigue habiendo muchísimos...
—Dios santo —exclamó Michael en voz baja—, no debieron de tener ninguna posibilidad. Sólo hay una forma de entrar y salir del edificio...
Carl se dejó caer en la cama, exhausto por el esfuerzo de hablar. Michael se levantó y cruzó corriendo la habitación. Le dio una patada a la puerta del dormitorio y la cerró de golpe, produciendo un ruido repentino, como si fuera un disparo, que resonó por toda la casa y provocó que las criaturas del exterior se agitasen de nuevo. No podía pensar racionalmente. No sabía qué hacer. Habían llegado a un callejón sin salida y se estaban quedando rápidamente sin alternativas. La granja estaba asediada, y el único refugio que conocían había desaparecido. Emma notó su miedo y se acercó a él.
—¿Qué vamos a hacer, Mike?
Éste no contestó. Se volvió de cara a la pared, porque no quería que ella le viera las lágrimas de miedo.
—Tenemos que hacer algo. ¿Se supone que vamos quedarnos aquí sentados a esperar o vamos...?
—No tenemos demasiadas alternativas, ¿no te parece? Podemos arriesgarnos a salir o esperar a que entren. O podemos atrincherarnos en esta habitación y quedarnos sentados hasta ver si se van, pero eso puede llevarnos una eternidad y necesitaremos comida, agua y...
—La casa sigue siendo segura...
—Sé que lo es, ¿pero de qué nos sirve ya? Entra en cualquier habitación de la planta baja y tendrás a un centenar de esas cosas mirándote por la ventana. En cuanto te vean, se volverán locos, y antes de que te des cuenta estaremos como al principio...
—¿Qué?
—Quiero decir que sólo con un poco de ruido o con que vean a uno de nosotros, volverán. Podemos pasarnos seis meses sentados en silencio en esta puta casa hasta que se hayan ido casi todos y seguiremos teniendo el mismo problema. Lo único que hace falta es que uno de ellos reaccione, entonces le seguirá otro y luego otro y otro y...
—Entonces, ¿qué estás diciendo?
Michael se encogió de hombros y se limpió los ojos antes de darse la vuelta para mirarla.
—No lo sé...
—Creo que tenemos que irnos. No podemos quedarnos aquí.
Él asintió.
—No sé cómo vamos a salir...
—Pero no tenemos alternativa, ¿no te parece? Nos tenemos que ir.
Michael no contestó. Se limpió de nuevo los ojos y miró la habitación. Durante casi un minuto no dijo nada.
—Tendremos que mantenernos fuera de la vista y del oído de esas malditas cosas el mayor tiempo posible —dijo por fin—, y tendremos que reunir todas las provisiones que podamos. Tendremos que abrirnos por la fuerza.
—¿Cómo llegaremos al Landrover...?
—Quizá si esperamos durante un par de horas hasta que se haga de noche, es posible que desaparezcan unos pocos. Y si intento llegar al generador y arrancarlo...
—¿Para qué?
—Porque los distraerá. Si hay un sonido más fuerte en la parte trasera de la casa, lo más lógico es que nos vayan a buscar por allí, ¿no?
—Supongo.
—Vamos a esperar y a dar tiempo a Carl para que se recupere, después tendremos que ponernos en marcha.
Los días iban siendo más cortos, pero la noche parecía no llegar nunca. Cada minuto se alargaba de forma insoportable, cada segundo parecía durar una eternidad. Durante el tiempo que tardó la luz en desaparecer y dejar paso a la oscuridad, Carl no se movió. Yacía inmóvil en la cama, mirando hacia el techo. Emma se preguntaba si sería consciente de lo que estaba ocurriendo a su alrededor, o si se habría quedado completamente ido y catatónico. Fuera como fuese, decidió que no quería molestarlo de nuevo. No se atrevía a correr el riesgo. Al menos, mientras siguiera así estaría tranquilo. Temía que si trataba de hablar con él o de moverlo pudiera reaccionar mal, y que su reacción pudiera provocar otra terrorífica respuesta de la enorme multitud fuera de la casa.
Tanto Emma como Michael habían conseguido empaquetar sus pocas pertenencias. Entre los dos habían hecho lo mismo con las cosas de Carl. Lo habían metido todo en bolsas de basura negras. Apilaron el equipaje en lo alto de la escalera, sin atreverse a bajar o a acercarse a la parte delantera de la casa por temor a que los viesen. No había ninguna forma fácil de llegar a las provisiones más importantes, almacenadas en la planta baja.
Salieron al rellano y se hablaron en susurros rápidos y ansiosos.
—¿Estás bien? —preguntó Michael.
Los ojos de Emma parecían cansados y asustados en la penumbra.
—Sí.
—¿Cómo está Carl?
—Sin cambios.
—Entonces, ¿se recuperará?
—No lo sé.
—Dios santo, tú eras la que estaba estudiando para médico.
—Vete a la mierda, esto va más allá de todo lo que he estudiado. Ni siquiera sé si yo voy a volver a estar bien nunca más, imagínate si lo sabré de cualquier otro.
—Lo siento.
—Olvídalo.
—¿Has metido muchas cosas?
—Mi ropa y algunas cosas más. ¿Y tú?
—Lo mismo. Pero tendremos que bajar y coger algunas de las cosas que hay empaquetadas en la cocina.
—¿Cómo vamos a hacerlo? Todas las ventanas son condenadamente grandes. No podemos ir a ningún sitio sin que nos vean desde fuera.
—Lo sé.
—Tendremos que irnos con lo que tenemos, ¿no te parece?
—Y creo que tendremos mucha suerte si conseguimos sacarlo todo.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer?
Michael se encogió de hombros.
—Ya encontraremos más cosas por ahí. Supongo que tendremos que empezar de nuevo en cualquier otro lugar. Volver a hacer lo que hicimos cuando llegamos aquí. Encontraremos algún sitio que parezca medio decente, nos organizaremos y saldremos a buscar provisiones.
—Pero ¿no volverá a ocurrir lo mismo?
—Probablemente.
Ésa no era la respuesta que Emma quería oír. Era lo que sabía que diría, pero había tenido la esperanza de que le diera un poco más de ánimos.
—Entonces, ¿cómo salimos? ¿Has pensado en eso?
Michael se volvió a encoger de hombros.
—Supongo que tendremos que hacerlo a la carrera. Levantaremos a Carl, cargaremos con las cosas y lo intentaremos. Tendremos que luchar para abrirnos paso.
—¿Crees que podemos conseguir?
Un tercer encogimiento de hombros, seguido de un silencio incómodo.
—No te lo podría decir —contestó Michael—. Probablemente. He visto cómo se iban algunos, pero otros muchos siguen llegando por el puente.
—No pueden entrar, ¿verdad?
—Tendríamos que tener muy mala suerte para que consiguieran entrar. Ahí abajo está todo cerrado y atrancado pero...
—Pero ¿qué?
—Pero son miles, Emma. El simple número puede causar daños.
—No creo que puedan forzar la entrada.
—Yo tampoco. Pero ayer a esta hora tampoco pensaba que pudieran atravesar la barrera...
—Pero no la han atravesado, los hemos dejado pasar.
—No importa, ¿no te parece? El hecho es que han pasado. De la misma forma que no importará cómo consigan entrar si consiguen entrar. No importará si rompen una ventana o si los dejamos pasar por la puerta principal. El hecho es que en cualquier caso estaremos completamente jodidos.
—¿Cuándo lo vamos a hacer, Mike?
—En cuanto podamos. Nos estaremos engañando si pensamos que vamos a ganar algo esperando.
Carl se sentía mucho mejor. Seguía herido y le dolían todos los músculos, pero tendido solo en la oscuridad, las cosas finalmente empezaron a tener sentido de nuevo.
No soportaba la idea de esconderse en esa casa como un prisionero durante el resto de sus días. ¿Qué tipo de vida era ésa? ¿Qué sentido tenía luchar para sobrevivir si eso era todo para lo que iban a sobrevivir? Sabía que tenía que pasar algo y que tenía que pasar pronto.
Recordaba que había corrido desde la carretera hacia la casa por el sendero. Había sido duro y le había costado hasta el último ápice de la energía, pero lo había conseguido. Era más rápido que todos los cuerpos y también más fuerte. Sabía que no eran nada, sólo inútiles bolsas de piel y huesos. ¿Cómo podía llegar a herirle algo tan débil como eso?
Cerró los ojos y pensó en Sarah y en Gemma. ¿Qué les habría gustado que hiciera? ¿Les habría gustado que se ocultase en algún rincón oscuro, helado y muerto de hambre, esperando a que acabasen sus días? Por supuesto que no. Podía oír sus voces. Podía oír a Sarah diciéndole que tenía que levantarse, ser fuerte y resistir.
Oía a Michael y Emma en el rellano hablando de huir de nuevo. ¿De qué iba a servir? Sólo conseguirían correr y esconderse en cualquier otro lugar. La única forma de enfrentarse con esta situación, decidió, era salir fuera y acabar hasta con el último de esos podridos cabrones del exterior.
Sabía que lo podía hacer.
Se los iba a cargar. Hasta el último de ellos.
Las diez menos cuarto. Oscuridad total.
Michael estaba sentado en una silla en un rincón del dormitorio con los ojos cerrados, dispuesto a partir, pero demasiado asustado para moverse.
Emma estaba sentada al borde de la cama en la que seguía tendido Carl. Se había colocado cuidadosamente en una posición en la que, a pesar de la oscuridad, podía seguir viendo con claridad a los dos hombres. Los miraba ansiosa en la penumbra, esperando a que Michael abriera los ojos y decidiera que había llegado el momento de ponerse en marcha, o que Carl recobrara completamente la conciencia. Estaba menos preocupada por Carl. Parecía más tranquilo y hacía un rato había hablado con ella brevemente. En ese momento estaba durmiendo.
Con mucho cuidado para no hacer más ruido del absolutamente necesario, se levantó y fue hasta la ventana. Miró con cautela hacia el patio y vio que la oscura masa de cuerpos apelotonados seguía sin disminuir; seguía siendo un mar interminable de criaturas putrefactas tambaleándose. Y otros centenares estaban acercándose a la casa. Individualmente, los cadáveres eran lentos y torpes. Mientras los contemplaba vio a muchos de ellos resbalar en la orilla embarrada y caer impotentes a la corriente, incapaces de levantarse y salir de ella. Vio cómo otro quedaba atrapado en los afilados restos de una de las vigas del portón del puente, preso e incapaz de moverse. Sus ropas harapientas habían quedado clavadas en una larga astilla de madera y no podía soltarse.
Uno o dos cuerpos no eran una amenaza. Un grupo de entre diez y quince era preocupante, pero nada que no pudieran controlar. A un centenar siempre podían dejarlos atrás por velocidad. Pero esa noche, en la fría oscuridad del exterior de la granja, su número era incalculable.
—¿No mejora? —preguntó Michael desde la oscuridad, dándole un pequeño susto.
Emma se dio la vuelta con rapidez, con el corazón a toda velocidad.
—Siguen llegando —contestó.
—Lo siento —se disculpó Michael en voz baja, al ver que la había sobresaltado—. No pretendía asustarte.
Ella asintió y se volvió para seguir mirando por la ventana.
—¿Crees que saben que estamos aquí?
—No lo sé —respondió Michael—. Creo que sienten que hay algo diferente en este lugar. Puede que sea sólo el ruido que hacemos, puede ser la forma en que nos movemos.
—Pero ¿qué quieren de nosotros?
—No creo que quieran nada.
—Entonces, ¿por qué están aquí?
—Instinto.
—¿Instinto?
—Sí. Como he dicho, somos diferentes, eso es todo. Lo que queda de sus cerebros les está diciendo que no somos igual que ellos. Reaccionan ante nosotros porque creen que somos una amenaza.
—¿Nosotros una amenaza?
—Eso creo, sí.
Michael se acercó unos pasos y rodeó suavemente a Emma con el brazo. Durante un segundo, ella se apartó involuntariamente de su contacto. Su respuesta no quería tener ningún significado. Quería estar cerca de él, pero, al mismo tiempo, quería estar sola. La verdad era que ya no sabía lo que quería.