Septiembre zombie (24 page)

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Authors: David Moody

Tags: #Terror

BOOK: Septiembre zombie
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—No soy un jodido lunático si es eso lo que estás pensando —le cortó Carl—, sé exactamente lo que estoy haciendo. Pero aquí no me siento seguro. Y antes de que lo digas, ya sé que no estamos seguros en ningún sitio, pero es evidente que yo tengo una sensación diferente a la vuestra sobre este lugar. Esa cosa que llamamos valla no me hace sentir mejor...

—Esa cosa que llamamos valla —replicó Michael enojado—, mantuvo a raya a miles de esos cabrones la pasada noche.

—Lo sé, pero hay millones ahí fuera. Al final, conseguirán pasar.

—No estoy de acuerdo.

—Podemos apostar algo ahora y regresaré el año que viene a ver cómo os va.

A Michael no le hizo gracia la supuesta broma de Carl.

—De acuerdo, aquí no estamos tan aislados como pensamos que lo estaríamos, pero ahora nos ha ido bastante bien, ¿no te parece?

—Mejor de lo que me hubiera imaginado —aceptó.

—Entonces, ¿por qué te vas ahora? Ahí fuera sólo vas a conseguir que te destripen.

Carl reflexionó durante un momento. Había tenido éxito ocultando a los otros sus verdaderos sentimientos durante la mayor parte de la última semana. La pareja había estado tan ocupada asegurando y protegiendo su preciosa torre de marfil que se habían olvidado de todo lo demás que era importante.

—Sobrevivir es importante —dijo en voz baja, con una voz repentinamente en calma—, pero necesitas una razón para hacerlo. No tiene sentido vivir si no tienes nada por lo que valga la pena hacerlo.

* * *

A las seis de la tarde Carl estaba listo para partir. Su moto, cargada con bolsas cuidadosamente empaquetadas, se encontraba cerca del portón de entrada. Vestido con el traje de cuero y las botas que le había cogido al cadáver de Pennmyre, y con el casco, que acababa de desinfectar en la mano, estaba ante la puerta principal de la casa con Emma y Michael. Ya estaba decidido. No había vuelta atrás y no tenía sentido retrasar lo inevitable.

—¿Listo? —preguntó Emma.

Carl asintió y tragó saliva. Tenía la boca seca. Era una noche desapacible con un viento racheado y cortante. Emma se subió la cremallera de la chaqueta de lana y hundió las manos en los bolsillos.

—Última vez que lo pregunto —dijo Michael, intentando hacerse oír por encima del viento—, ¿estás seguro de lo que haces?

Carl asintió de nuevo.

—Mejor ponerse en marcha —contestó, y se puso el casco, que le ocultaba el rostro.

—Abriré el portón —se ofreció Michael mientras se acercaba a la moto—. Empuja la moto hacia el otro lado y arráncala. En cuanto oiga el motor y vea que te alejas, cerraré, ¿de acuerdo?

Carl alzó una mano cubierta de cuero y levantó el pulgar para demostrar que había entendido. Echó una última mirada a Emma y la casa, y se subió a la moto. Levantó la pata con el pie y rodó hacia delante un par de metros de prueba. Michael abrió con cuidado los candados y levantó la barra de madera que aseguraba el portón.

—¿Preparado? —preguntó.

Carl estaba sentado en la moto, las manos agarrando con fuerza el manillar. Asintió. Michael empujó el portón con precaución hasta abrirlo. Carl hizo rodar de nuevo la moto hacia delante y se detuvo al otro lado del puente. Sólo había estado fuera durante unos segundos, pero ya había movimiento en los matorrales de alrededor. Tratando de calmar los nervios, Carl arrancó la moto. El motor resopló y cobró vida con un rugido que envió una nube de humo caliente hacia Michael. Cuando los primeros cadáveres emergieron de las sombras, Carl aceleró. Michael cerró rápidamente el portón, mientras observaban cómo Carl hacía girar la moto para esquivar un cuerpo que se había colocado en medio de su camino. Con manos temblorosas bajó la barra de madera, la colocó en su lugar y cerró cada uno de los pesados candados.

Emma estaba justo detrás de él. Michael se dio la vuelta y su inesperada cercanía le sobresaltó. Soltó aire y entonces, instintivamente, la agarró y la abrazó con fuerza. La calidez de su cuerpo era tranquilizadora. A pesar de todos sus esfuerzos, se sentía culpable por haber dejado ir a Carl.

El ruido de la moto pareció tardar una eternidad en perderse en la noche. Emma tembló al imaginarse el efecto que el ruido iba a tener en los restos lamentables de la población del mundo en ruinas que iba a atravesar Carl en su viaje. El rugido del motor y la luz del faro atraerían la atención de cientos, probablemente de miles de cuerpos, cada uno de los cuales iría tambaleándose hacia Carl hasta que éste desapareciera de su vista o de su oído. Pero en algún momento Carl tendrá que parar la moto. ¿Qué ocurrirá entonces? Prefería no pensar en ello.

Era una noche terriblemente fría.

Una vez que estuvieron seguros de que ya no podían oír el sonido distante de la motocicleta, Emma y Michael entraron y atrancaron la puerta de la casa a su espalda.

35

Carl corrió a lo largo de innumerables carreteras estrechas y llenas de curvas, rezando porque estuviera viajando en la dirección correcta y con la esperanza de que pronto vería una señal de tráfico o cualquier otra indicación que le confirmase que había tomado el camino correcto. Tenía que llegar a la autopista que lo llevaría hacia el sudeste, atravesando la región y conduciéndolo casi directamente al corazón de Northwich, la ciudad que él, Emma y Michael habían tenido tantas ganas de abandonar sólo unos días antes.

Conducir a gran velocidad en la oscuridad era más duro y requería mucha más concentración de lo que había esperado, y el cansancio lo hacía aún más difícil. Se dio cuenta que le costaba habituarse a la motocicleta; habían pasado muchos años desde que montaba con regularidad e incluso entonces las motos a las que estaba acostumbrado ni se acercaban a la potencia de ésta. El estado de las carreteras hacía que el viaje fuera aún más complicado. Aunque libre de cualquier otro tráfico de vehículos, estaban llenas de forma totalmente aleatoria de montones de basura, restos retorcidos y oxidados de vehículos accidentados y restos humanos en descomposición. Además de los incontables obstáculos inmóviles, Carl era constantemente consciente de las siluetas imprecisas que arrastraban los pies a su alrededor. Aunque no le podían hacer ningún daño mientras viajase a esa velocidad, su terrible presencia era suficiente para distraerle y ponerle nervioso. Sabía que un resbalón era todo lo que necesitaban. Una falta de concentración y podría perder el control de la moto. Si ocurría eso, tendría sólo segundos para ponerse de nuevo a los mandos de la potente máquina antes de que lo rodeasen.

El faro de la motocicleta era lo suficientemente potente para iluminar una amplia zona del mundo devastado que estaba atravesando. A pesar de todo lo que había visto durante las últimas horas, días y semanas, algunas de las imágenes que pudo vislumbrar a través de la negrura le helaron la sangre. Al acercarse a un coche que se encontraba orientado hacia él, el conductor muerto levantó rápidamente la cabeza putrefacta y se lo quedó mirando. En la fracción de segundo que fue visible, supo que el cuerpo no había mirado a través de él, sino que lo había mirado directamente a él. En aquellos ojos apagados y sin vida había visto una falta total de emociones y, al mismo tiempo, un odio paradójico y salvaje. Visiones tan repugnantes y el hecho de saber que estaba completamente solo por primera vez desde que había empezado esa pesadilla, hacía que la noche fría y oscura pareciera aún más fría y oscura.

Miles y miles de cuerpos grotescos y desarrapados se volvían y tambaleaban de forma extraña hacia la fuente del sonido que rompía el pesado silencio. La mayoría de las veces eran demasiado lentos, y cuando finalmente llegaban a la carretera, Carl hacía rato que se había ido. Sin embargo, de vez en cuando, el destino y las circunstancias se combinaban para que alguna de las horribles criaturas se acercara a él peligrosamente. Muy pronto aprendió que la mejor forma de solucionarlo era sencillamente ir directo a ellos a la máxima velocidad con toda ferocidad. Los cascarones vacíos no ofrecían resistencia. La silueta desdibujada de una adolescente apareció en medio de la carretera y empezó a andar hacia la moto. En vez de perder tiempo y esfuerzo girando para evitarla, Carl aceleró la moto hasta colisionar directamente con el cuerpo. Su estado de descomposición era tal que el impacto la desintegró casi por completo.

Excepto por la luz de la moto, el mundo estaba sumergido en una oscuridad impenetrable. No había más iluminación que la procedente de la luna llena, que, de vez en cuando, se atrevía a aparecer por detrás de una espesa capa de nubes, que se movía con rapidez. La luz brillante que entonces se derramaba sobre el mundo era fría y cruel. Las sombras que proyectaba hacía que las visiones horribles que rodeaban a Carl parecieran incluso más insoportables.

No podía parar, ni siquiera durante un segundo. No tenía más alternativa que seguir adelante hasta llegar a la base de los supervivientes en Northwich. Nunca deberían haber abandonado la ciudad.

36

La granja parecía vacía. Durante horas Michael y Emma estuvieron sentados juntos en la más completa oscuridad y casi en el más completo de los silencios, los dos pensando constantemente en Carl. Comprendían por qué había decidido irse, pero ninguno de ellos estaba de acuerdo con lo que había hecho. Michael sentía su casa a millones de kilómetros y sabía que allí no había nada por lo que valiera la pena regresar. Todo lo que había dejado atrás eran las cosas familiares, habituales y sus pertenencias, nada de lo cual tenía ya ningún valor. Era evidente que algunas cosas tenían un valor sentimental y que le gustaría tenerlas con él, pero por esas pocas y preciosas pertenencias no valía la pena poner en peligro su vida. Sabía que Carl había dejado atrás mucho más que Emma o él.

A pesar de que Carl había pasado la mayor parte de los últimos días encerrado en su habitación, era dolorosamente obvio que le echaban de menos. Faltaba algo. Ya nada era igual. Y más que eso, lo único en lo que Emma y Michael podían pensar era en qué le podría estar pasando en la carretera. ¿Habría conseguido llegar ya a Northwich? ¿Se encontraría con los demás en el centro comunitario o le habría ocurrido algo en el camino? ¿La cantidad de cuerpos en la ciudad habría resultado ser demasiado grande para poder evitarlos? ¿Seguía con vida? Ni Michael ni Emma podían sacarse de la cabeza estos pensamientos funestos. Al final, el ambiente opresivo resultó ser demasiado para Emma, que se fue a su habitación, prefiriendo durante un rato la soledad.

Michael quería dormir, pero no podía decidirse a moverse. Se quedó en la planta baja, se preparó una bebida, encendió fuego en la chimenea y se sentó a leer un libro tratando de despejarse la cabeza. Funcionó durante un rato, pero se distrajo poco después cuando Emma entró de nuevo de puntillas en la sala de estar. Al encontrarlo hecho un ovillo delante del fuego y pensando que estaba dormido, estiró la mano y le tocó el hombro con suavidad.

—¡Maldita sea! —exclamó Michael, dándose la vuelta y sentándose en un solo movimiento asustado—. Dios santo, Emma, me has dado un susto de muerte. No sabía que habías vuelto a bajar.

Sorprendida por la fuerza inesperada de su reacción, Emma se derrumbó en la silla más cercana. Subió las rodillas hasta el pecho y conscientemente intentó reducir su cuerpo al tamaño más pequeño posible. A pesar del fuego, la casa seguía tremendamente fría.

—Lo siento —murmuró, temblando de frío.

La habitación estaba llena de sombras parpadeantes y repartidas al azar, procedentes de las llamas moribundas. Las cortinas estaban bien cerradas para evitar que hasta el más mínimo resplandor de luz escapase hacia la noche y atrajese hacia la casa a los cuerpos que vagaban por ahí. La presión de estar en silencio y escondidos parecía más intensa que nunca. Cuando necesitaban hablar el uno con el otro, lo hacían en rápidos susurros, y cuando necesitaban ir a otra parte de la casa se movían en silencio, con cuidado de no provocar ningún ruido innecesario. Michael estaba empezando a sentirse incómodamente claustrofóbico, como un prisionero condenado a una pena de duración indeterminada. Quería chillar o gritar o tocar algo de música o reír o hacer cualquier cosa que no fuera estar allí sentado y contemplar cómo las manecillas del reloj de la pared recorrían lentamente otra hora. Pero los dos sabían que no podían correr ningún riesgo.

Miró hacia Emma, que estaba hecha un ovillo en la silla.

Parecía cansada y triste. Tenía los ojos pesados y estaba profundamente sumida en sus pensamientos.

—Ven aquí —le ofreció con calidez, estirando los brazos hacia ella.

Sin necesitar más invitación, Emma bajó del asiento y se colocó a su lado. Michael le rodeó los hombros con el brazo y la acercó, besándola ligeramente en lo alto de la cabeza.

—Esta noche hace realmente mucho frío —susurró Emma.

—¿No podías dormir?

—Tengo demasiadas cosas en la cabeza. No puedo desconectar.

—No es necesario que te pregunte en qué estás pensando, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza.

—En realidad, no. Es imposible pensar en ninguna otra cosa, ¿no te parece?

Michael la acercó un poco más a él.

—Me gustaría que se hubiera quedado —comentó Michael, con una voz repentina e inesperadamente tensa y rota por la emoción—. Sigo pensando que debería haberle detenido. Tendría que haber encerrado al estúpido ese en su habitación y no haberlo dejado marcharse. Tendría que haber...

—Shhh... —susurró Emma. Se apartó un poco de Michael para poder mirarlo a los ojos. Las llamas bajas y anaranjadas del fuego iluminaban las lágrimas que le corrían por la cara—. No podíamos haber hecho nada y hablar así es completamente inútil; ya hemos tenido esta conversación. Ambos sabemos que habríamos hecho más daño que si hubiéramos intentado detenerlo...

—Me gustaría que estuviera aquí... —prosiguió Michael, teniendo que forzar las palabras entre sollozos.

—Lo sé —replicó Emma, con voz baja y tranquilizadora.

Después de un breve instante de incomodidad y reticencia, ambos empezaron a llorar. Por primera vez desde que lo hubieron perdido todo en aquella desesperada mañana de otoño hacía dos semanas, finalmente ambos bajaban la guardia. Lloraron por todo lo que habían perdido y dejado atrás, lloraron por el amigo ausente y lloraron el uno por el otro.

Pasaban de las tres de la madrugada cuando Michael se despertó. No recordaba haberse quedado dormido, pero se encontró tendido con Emma delante de las ascuas moribundas del fuego. La poca luz y el calor menguante que procedía de los carbones que aún brillaban débilmente, eran reconfortantes. Movió el cuerpo dolorido y la despertó.

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