—¡Lo puedes hacer! —la animó Michael, que notaba su terror y rezaba para que ella no pudiera sentir el de él.
Michael se deslizó el último tramo hasta el tejado del porche y se quedó quieto durante un momento para recobrar el equilibrio. Miró hacia abajo al cambiante mar de cuerpos, y vio que estaba los suficientemente cerca para ser capaz de ver las caras de los cientos de cadáveres que se habían reunido alrededor de la casa. Sólo a unos metros de sus pies, una fila interminable de criaturas luchaba por entrar en el edificio.
Emma seguía aferrada al alféizar, demasiado asustada para moverse. Un sonido del interior de la casa la distrajo y miró a través de la ventana abierta del dormitorio; vio que la puerta se estaba abriendo y que la cama que la bloqueaba estaba siendo apartada a un lado. La cantidad de cuerpos que había entrado en la casa era enorme. El simple peso de su número estaba empezando a forzar la puerta. El hueco se agrandó de repente, y Emma contempló cómo la primera riada de cadáveres sin rostro empezaba a entrar en la habitación.
—¡Muévete! —gritó Michael.
Emma miró hacia abajo, y le vio saltar del tejado del porche al patio. Era una caída de unos tres metros, y Michael aterrizó torpemente entre los cuerpos, torciéndose un tobillo. Sin mostrar atención al dolor y las torpes manos como garras que intentaban retenerlo, se abrió camino hasta el Landrover y abrió la puerta. Pateando y golpeando los cadáveres que lo habían agarrado, consiguió entrar y arrancar el motor.
Otro sonido nuevo significaba una nueva oleada de cuerpos, esta vez en dirección hacia Michael.
Emma miró hacia arriba. La habitación ya estaba medio llena, y los cuerpos del dormitorio estaban muy cerca. Tenía que moverse. Estiró las piernas y se quedó tendida en el tejado inclinado, moviendo los pies constantemente, con la esperanza de notar el canalón y utilizarlo como apoyo. Se dejó ir y se deslizó hasta que sus pies se apoyaron en el borde, entonces siguió la ruta de Michael por el tejado. Se detuvo cuando estuvo sobre el porche. Alertada por los faros del Landrover, contempló con horror e incredulidad cómo éste empezaba a alejarse.
—¡Michael! —chilló.
Vio al Landrover alejarse de la casa. Pero Michael lo llevó de vuelta lentamente dibujando un gran arco, para detenerlo finalmente cuando estuvo todo lo cerca que pudo de la parte delantera de la casa y del porche. Durante una fracción de segundo, Emma había pensado que la iba a dejar atrás.
Se dejó caer sobre el tejado del porche y pisó una teja suelta, que cayó al suelo. Trató de recuperar el equilibrio y se inclinó hacia delante. Mientras buscaba desesperada algo sólido a lo que agarrarse, se soltaron más tejas bajo ella y cayó al patio; la masa de cuerpos expectantes que se encontraba abajo amortiguó su caída. En pocos segundos se vio completamente engullida.
Michael salió corriendo del Landrover y se sumergió en la multitud que rodeaba a Emma. Se agarraba a la masa constantemente en movimiento, apartando cadáver tras cadáver, abriéndose paso hasta que la encontró. La levantó cogiéndola por el pescuezo y la empujó hacia el Landrover. Emma consiguió subir cubierta de sangre y de podredumbre, y se sentó en el asiento del pasajero; desde allí se inclinó hacia fuera y agarró la mano extendida de Michael. Emma tiró de él hacia ella, pero la fuerza colectiva de las criaturas era excesiva y consiguieron que Michael se soltara; cayendo al suelo.
Tendido de espaldas, mirando la multitud de cuerpos que descendían sobre él, Michael se preguntó si estaba a punto de morir. Dejar sola a Emma le resultaba una idea insoportable, y con los últimos restos de energía que pudo extraer de su cuerpo aterrorizado y exhausto, consiguió ponerse en pie, apartando a golpes los cadáveres que le rodeaban. Estiró la mano hacia el interior del Landrover, consiguió agarrarse al volante y tiró hasta conseguir subir. Cerró de golpe la puerta.
—¿Estás bien? —preguntó sin aliento.
Emma casi no pudo oírlo por encima del ensordecedor estruendo de innumerables cadáveres golpeando con sus puños putrefactos el metal y el vidrio. Asintió y tragó con dificultad.
—Arranca.
Michael metió la marcha en el Landrover y levantó el pie del embrague. Durante un angustioso instante pareció que el volumen de cuerpos iba a ser excesivo. El motor rugía con fuerza, pero el vehículo no se movía. Michael piso de nuevo el acelerador, esa vez aumentado las revoluciones hasta que el motor gimió para que lo dejasen ir. Con una sacudida repentina y vibrante empezaron a avanzar, abriéndose un pasaje sangriento desde la casa a través de la masa putrefacta.
Emma echó un vistazo hacia atrás a lo que quedaba de Penn Farm. A través de las lágrimas pudo ver que la granja ya era sólo una cáscara. Formas oscuras y desdibujadas se movían en todas las ventanas.
Condujimos durante horas; sólo paramos una vez en todo ese tiempo para sacar más gasolina de un coche accidentado que encontramos en un tramo desierto de carretera.
Nos detuvimos a pasar la noche cuando ya no pude mantenerme despierto. Habíamos estado siguiendo una retorcida carretera que discurría a lo largo de una de las laderas de un valle de alta montaña cuando vi un aparcamiento vacío. Emma no quería conducir. Decidimos descansar.
Aparqué el coche, detuve el motor y salí. Quizá fuera estúpido, pero ya no parecía importar. Si había cuerpos cerca, aunque yo no veía ver ninguno, ¿qué podrían hacernos? ¿Qué más nos podrían quitar? No teníamos nada y nos podíamos encerrar en el Landrover si era necesario.
Estábamos en un lugar remoto y hermoso, a kilómetros de ninguna parte, pero aun así demasiado cerca de los muertos. La luna estaba alta y orgullosa en el cielo, y la noche era silenciosa y tranquila. Al otro lado del valle, se elevaba una ladera empinada y dentada. Era un lugar tan duro e inhóspito como habríamos podido esperar encontrar.
Emma rodeó el Landrover para estar a mi lado. La acerqué a mí. La calidez de su cuerpo era reconfortante.
—¿Tenemos que seguir adelante? —preguntó.
—No lo sé —respondí sincero—. ¿Qué crees?
Ella se encogió de hombros.
—¿Tiene sentido?
—Debe haber algún sitio al que podamos ir —contesté—. Algún sitio donde no puedan llegar. Otra Penn Farm...
La miré a la cara y dejé de hablar. Su expresión sugería que aunque quería creerme, no podía. Lágrimas de dolor y frustración le corrían por las delicadas mejillas.
En silencio subimos juntos a la parte trasera del Landrover y nos tendimos en el suelo, abrazados fuertemente, ocultos bajo sábanas y abrigos.
—Todo irá bien —me oí decir.
Emma sonrió brevemente y después escondió la cabeza en mi pecho.
Lo único que nos quedaba por perder era la vida. Nos quedamos tendidos en la oscuridad y esperamos la mañana.
[1]
Teléfono de emergencias en Gran Bretaña, equivalente al 112 español.
(N. del T.)