Septiembre zombie (6 page)

Read Septiembre zombie Online

Authors: David Moody

Tags: #Terror

BOOK: Septiembre zombie
12.77Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Pero tenemos que salir, Ralph —dijo Emma, con voz baja y calmada—. Tenemos que averiguar qué les está pasando.

—No me interesa —cortó Ralph, nervioso y asustado—. No me importa lo que esté pasando. No veo ninguna razón para salir ahí fuera y arriesgarme...

—¿Arriesgarte a qué? —interrumpió Michael—. Nadie te está pidiendo que salgas, ¿o sí?

—Abrir la puerta ya es un maldito riesgo —murmuró Garner inquieto. Se mordía los dedos de la mano izquierda mientras hablaba—. Que se quede cerrada y que se queden fuera.

—No debemos arriesgarnos exponiéndonos a esas cosas... —protestó Ralph.

—¿Cosas? —bufó Emma, con voz repentinamente cargada de ira—. Esas cosas son personas. Maldita sea, tus amigos y tu familia podrían estar ahí fuera...

—¡Esos cuerpos llevan días muertos en el suelo! —chilló, con la cara pegada a la de Emma.

—¿Cómo sabes que estaban muertos? —preguntó Carl, totalmente serio y calmado—. ¿Comprobaste a todos? ¿Comprobaste el pulso de todos ellos antes de encerrarte aquí?

—Sabes tan bien como yo que...

—¿Lo hiciste? —volvió a preguntar. Ralph negó con la cabeza, reticente—. ¿Y has visto antes andar a un cadáver?

Esa vez Ralph no contestó. Se alejó, se apoyó en la pared más cercana y se cubrió la cabeza, intentando apartarse de todo.

—Dios santo —maldijo Garner—, por supuesto que nunca hemos visto andar a los muertos, pero...

—Pero ¿qué?

—Pero tampoco había visto nunca a nadie caer al suelo y no moverse durante dos días. Acéptalo, todos estaban muertos.

—Necesito salir ahí afuera para ver si puedo averiguar qué está ocurriendo y para ver si esos cuerpos suponen una amenaza para nosotros —explicó Michael.

—¿Y cómo lo sabrás? —preguntó Ralph, mientras se volvía de nuevo hacia el resto del grupo—. ¿Quién te va a decir si estás en peligro?

Durante un momento, Michael no supo qué contestar.

—Emma estudiaba medicina —respondió, pensando con rapidez y mirándola—. Podrías darnos alguna idea, ¿verdad?

Emma se balanceó incómoda de un pie al otro y se encogió de hombros.

—Lo intentaré —murmuró—. No sé de cuánta ayuda podré ser, pero...

—¿No ves lo que estás haciendo? —protestó Ralph; se quitó las gafas y se frotó los ojos—. Nos estás poniendo a todos en peligro. Si esperas un poco más y...

—¿Esperar a qué? —lo interrumpió Carl—. Cambia el maldito disco, ¿quieres? Me parece que estamos en peligro hagamos lo que hagamos. Estamos aquí sentados, en una sala que podríamos derrumbar con nuestras propias manos si nos lo propusiéramos, rodeados de cuerpos en descomposición. Quedarnos aquí me parece bastante arriesgado.

Convencido de que la conversación estaba a punto de desembocar en otro debate inútil sobre si salir o no, Michael quiso dejar bien clara su opinión y sus intenciones.

—Voy a salir —anunció. Lo dijo sin alzar la voz, pero con una determinación inquebrantable—. Quedaos aquí escondidos si queréis, pero yo voy a salir y voy a salir ahora.

—Por el amor de Dios —suplicó Ralph—, piénsalo bien antes de hacer algo que pueda...

Michael no se quedó a escuchar el final de la frase. Dio la espalda a los demás y fue hacia la puerta para salir del centro comunitario. Se detuvo un segundo para recobrar la compostura y miró hacia atrás a Carl, Emma y Kate. El resto del grupo estaba en silencio.

—¿Listos? —preguntó.

Carl asintió y se puso a su lado, seguido de cerca por Emma y después por Kate. Michael respiró hondo, abrió la puerta de un tirón y salió al brillante sol de septiembre.

Era sorprendentemente cálido. Carl, el único que había estado hacía poco en el exterior durante un rato considerable, se dio cuenta de que había desaparecido el viento racheado de la noche anterior. Se protegió los ojos del sol y contempló a Michael cruzar de nuevo el aparcamiento, alejándose con precaución de su ruinoso refugio de madera, y dirigirse a la calle. Cuando apareció el primer cuerpo en movimiento, Michael se detuvo instintivamente y se volvió hacia los otros.

—¿Qué ocurre? —preguntó Emma, inmediatamente preocupada.

—Nada —murmuró él, aunque se notaba nervioso e inseguro.

De repente, los cuatro se hallaron en medio de la calle de espaldas los unos contra los otros, mirando cada uno en una dirección diferente. Carl se fijó en el resto de los supervivientes, los contemplaban desde la puerta del centro comunitario.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Kate. Era una mujer callada, baja y rechoncha, con un rostro que normalmente se sonrojaba, pero que de repente había perdido buena parte de su color.

Michael miró alrededor en busca de inspiración.

—No lo sé —admitió—. ¿Alguien tiene alguna idea?

—Tenemos que echarle un buen vistazo a alguno de ellos —susurró Emma.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Kate—. ¿A qué se supone que debemos mirar exactamente buscando?

—Intentémoslo y veamos hasta qué punto responden. Deberíamos ver si nos pueden decir algo.

Mientras ella hablaba, Michael avanzó unos pocos pasos.

—¿Qué os parece ella? —preguntó, señalando al cuerpo más cercano, que caminaba lentamente y un poco ladeado—. ¿Qué tal ese mismo?

Se quedaron en silencio y contemplaron el torpe avance de la lastimosa criatura. Los movimientos de la mujer muerta eran cansinos y forzados. Los brazos le colgaban inertes a los lados. Casi parecía que arrastrara los pies tras ella.

—¿Qué vamos a hacer con ella? —preguntó Kate con nerviosismo.

—¿Quieres acercarte y echarle un vistazo? —preguntó Carl.

Michael negó con la cabeza.

—No —contestó—, llevémosla adentro.

—¿Qué, de vuelta allí? —exclamó Carl, señalando el edificio a su espalda—. ¿Lo dices en serio?

—Sí, allí. ¿Hay algún problema?

—Para mí no —respondió Emma—. Pero intenta convencer a los demás.

Michael no le dio importancia.

—Creo que tendríamos que llevarla dentro e intentar que se sienta cómoda. Podremos sacar más de ella si conseguimos que se relaje.

—¿Estás seguro? —murmuró Kate. Los nervios se le estaban empezando a crispar.

Michael asintió con la cabeza.

—Estoy seguro —contestó con mucha más seguridad de la que realmente sentía.

—Maldita sea, hagámoslo. No vamos a ninguna parte si nos quedamos aquí parados, ¿no?

Eso era lo que Michael necesitaba oír. Fue hacia la mujer, estiró las manos y se las colocó sobre los hombros. Ella se detuvo casi al instante, la suave presión de Michael fue suficiente para retenerla.

Emma corrió los últimos pasos y se colocó ante el cuerpo. Le miró los ojos vidriosos y vio que estaban desenfocados y vacíos. Tenía la piel pálida y tensa, muy estirada sobre el cráneo. Aunque Emma estaba segura de que el cuerpo no podía verla, intentó ocultar por respeto su creciente repulsión. La mujer tenía un profundo corte en la sien derecha. Sangre de un color rojo oscuro había manado libremente de la herida y le había manchado la bonita blusa blanca y el traje chaqueta gris. La sangre ya estaba seca.

—Queremos ayudarte —dijo Emma con suavidad.

Seguía sin haber ninguna reacción.

Michael le apretó los hombros con un poco más de fuerza.

—Ven —susurró—, vayamos adentro.

Carl y Kate los contemplaban con morbosa fascinación.

—¿Qué demonios está ocurriendo? —preguntó Kate, con una voz que, cada vez que hablaba, era más insegura y débil.

—Ni idea —admitió Carl—. Maldita sea, me gustaría saberlo.

Se fue hacia atrás y tropezó con las piernas de otro cadáver. No todos los cuerpos se habían levantado. La mayoría seguía tendida donde había caído.

—Carl —gritó Michael—. Échanos una mano, colega. Ven y cógela por las piernas.

Carl asintió y se acercó a Emma y Michael. Se agachó y cogió los huesudos tobillos de la mujer, uno en cada mano y, cuando Michael tiró hacia atrás de los hombros, él le levantó los pies. La mujer tampoco reaccionó cuando la movieron.

Los dos hombres se apresuraron a regresar al centro comunitario, seguidos por Emma y Kate. Al acercarse a la puerta, los otros supervivientes se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo y se dispersaron como un banco de peces asustados al ser atacados por un tiburón.

—¿Qué demonios estáis haciendo? —protestó Ralph cuando Carl y Michael pasaron a su lado cargando con el cuerpo—. ¿Qué demonios hacéis trayendo eso aquí?

Michael no contestó. Estaba demasiado ocupado dirigiendo a los demás.

—Poneos a su alrededor —ordenó—. Vamos a rodearla con un círculo.

Kate y Emma se acercaron obedientes, y lo mismo hicieron otros dos supervivientes, cuyos nombres no sabía Michael. Carl bajó con cuidado los pies de la mujer hasta el suelo para que pudiera ponerse de nuevo en pie, después dio un par de pasos hacia atrás y se unió a los demás. Una vez formaron algo parecido a un círculo, Michael la soltó. Sin previo aviso, el cuerpo fue hacia Kate, que hizo una mueca de miedo y extendió los brazos para evitar que la mujer muerta se le acercase demasiado. En cuanto la mujer se dio con las manos de Kate, se volvió y se encaminó, tambaleante en dirección opuesta, hacia otro de los supervivientes. Eso fue pasando siempre que alcanzaba el borde del círculo.

Cuando la criatura se acercó hacia Michael, éste se permitió mirarla por primera vez directamente a la cara. Durante unos peligrosos segundos se quedó paralizado. Unos días atrás quizá hubiera sido atractiva, pero su mirada vacía, su aspecto demacrado y la piel descolorida, habían acabado con cualquier belleza o serenidad que su rostro hubiera mostrado con anterioridad. Había un brillo antinatural en su carne expuesta. Michael se fijó en que la piel tenía un tono gris, casi verde pálido, y un brillo grasiento, además de estar muy tensa sobre los huesos del cráneo. Lo que a primera vista le había parecido unas oscuras ojeras eran, de hecho, los bordes prominentes de las órbitas oculares. La boca le colgaba abierta, como un agujero grande y oscuro, y un espeso hilo de saliva gelatinosa y ensangrentada le goteaba continuamente por un lado de la barbilla. En el último instante, Michael la empujó para que se alejara.

El cadáver se volvió y empezó a tambalearse hacia Carl. Resultaba evidente que era incapaz de controlar la dirección de los movimientos; se tropezó con sus propios pies, y medio cayéndose, medio andando, se acercó hacia él. Carl reculó y la tiró al suelo de un empujón; un sudor frío le cubrió la frente cuando la patética y desagradable criatura volvió a ponerse en pie de inmediato.

—¿Nos puede oír? —preguntó Kate. Realmente no había querido formular la cuestión, sólo estaba pensando en voz alta.

—No lo sé —contestó Michael.

—Probablemente sí —respondió Emma.

—¿Por qué lo dices?

Emma se encogió de hombros.

—Lo parece por cómo reacciona.

Ralph, que hasta ese momento había estado mirando nervioso desde una distancia segura, notó que se sentía empujado a acercarse al círculo de supervivientes.

—Pero si no reacciona —comentó con una voz sorprendentemente suave y temblorosa.

—Lo sé —prosiguió Emma—, eso es lo que quiero decir. Está andando y moviéndose, pero no creo que sepa por qué o cómo.

—Es instintivo —murmuró Carl.

—Eso es lo que estoy empezando a pensar —estuvo de acuerdo Emma—. Probablemente nos puede oír, pero no sabe qué significan los ruidos.

—Pero reacciona cuando la tocas —farfulló Paul Garner.

—No, no lo hace. No reacciona en absoluto. Se vuelve hacia otro lado porque físicamente no puede seguir moviéndose en la misma dirección. Me apuesto algo a que andaría en línea recta para siempre si no encontrase ningún obstáculo en el camino.

—Dios santo, miradla —masculló Kate—. Sólo mirad a ese pobre espantajo. ¿Cuántos millones de personas están vagabundeando de la misma forma ahí fuera?

—¿Le has comprobado el pulso? —le susurró Michael a Emma, que estaba a su lado.

—Algo así.

—¿Eso qué se supone que significa?

—No he podido encontrárselo —respondió Emma sin rodeos.

—Entonces, ¿qué estás diciendo?

—No estoy diciendo nada.

—Entonces, ¿qué estás pensando?

Emma lo miró a la cara y se encogió de hombros.

—Que está muerta, supongo.

—Sacadla de aquí —siseó nervioso Garner desde su puesto privilegiado en el extremo más alejado de la sala.

Michael fue mirando a los que formaban el círculo y vio que o estaban con la vista clavada en el suelo o lo miraban a él. Tuvo la sensación de que le tocaba a él dar el siguiente paso, así que agarró el frío brazo del cadáver. Tiró de ella hacia la puerta, que abrió con la mano libre, la empujó hacia la luz del sol y contempló cómo se alejaba tambaleándose lentamente del edificio.

10

El tiempo se arrastraba con una lentitud insoportable. Una hora parecían cinco, y cinco eran como cincuenta. Cuando el sol empezó a hundirse tras el horizonte, Carl volvió a trepar al tejado exterior del centro comunitario y se encontró solo en el pequeño espacio de techo plano que había descubierto la tarde anterior.

Durante un momento; el aire fue puro y refrescante, y Carl respiró profundamente varias veces antes de que regresara con rapidez el familiar hedor a muerte y a edificios en llamas, que le llegaba a lomos de un viento frío y racheado. Oyó a su espaldas un sonido inesperado, y cuando se volvió vio que Michael estaba intentando trepar a través de la pequeña claraboya.

—¿Te he asustado? —preguntó éste mientras se empujaba hacia el tejado—. Lo siento, colega, no era mi intención. Te estaba buscando y he visto que desaparecías aquí arriba y...

Carl movió la cabeza y miró a lo lejos, decepcionado de que hubieran descubierto su pequeño santuario. En el centro comunitario, el espacio privado era todo un lujo, y lo habían tenido que limitar a sólo unos metros cuadrados. Casi cualquier movimiento que alguien realizara en el interior lo veían todos los demás. Carl odiaba eso, y había estado deseando salir al tejado para pasar un rato solo. El pequeño cuadrado del tejado había sido, hasta ese momento, el único lugar en el que podía estirarse, rascarse, patalear, gritar, golpear y llorar sin tener que preocuparse por los demás. Resultaba estúpido que casi todo el mundo estuviera muerto y aun así él siguiera instintivamente preocupado por lo que pudieran pensar las pocas personas que quedaban. Los efectos de años y más años de condicionamiento social no iban a desaparecer en unos días.

Other books

The Rancher's Rules by Dina Chapel
Battle Cruiser by B. V. Larson
The Testing by Jonathan Moeller
Twenty Tones of Red by Montford, Pauline
Virgin by Cheryl Brooks
Come Morning by Pat Warren
One Night Standards by Cathy Yardley
Sexual Lessons Part One by St. Vincent, Lucy
Fire Girl by Matt Ralphs