Sirenas (11 page)

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Authors: Amanda Hocking

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Sirenas
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—Ustedes no conocen a Álex —le respondió Gemma, sacudiendo la cabeza—. Es la persona más auténtica que conozco.

—¿Por qué no hablamos de chicos otro día? —interrumpió Penn—. Es un tema demasiado complicado para esta noche. Lexi, ¿por qué no alegras el ambiente?

—Oh, de acuerdo. —Lexi metió la mano dentro de su vestido y sacó un pequeño frasco de cobre—. Bebamos.

—Lo siento. No bebo. —Gemma sacudió enérgicamente la cabeza.

—Penn me dijo que no le tenías miedo a nada —dijo Thea, para provocarla—. ¿Y ahora resulta que te asustas de beber un simple trago?

—No estoy asustada —le respondió Gemma, muy tajante—. Pero me expulsarán del equipo de natación si me pescan bebiendo. Y me he esforzado demasiado para llegar a donde estoy como para tirarlo todo por la borda. —Nadie se enterará —le aseguró Penn. —Adelante, no se preocupen, beban —dijo Gemma—. Una menos para repartir.

—Gemma
—volvió a decir Lexi con voz cantarina. Le tendió la botellita, pero Gemma seguía vacilando—. Bebe.

Entonces, Gemma sintió que perdía toda voluntad propia. Ni siquiera pensaba que tuviera otra opción. Su cuerpo se movió automáticamente. Tomó el frasco, lo destapó y se lo llevó a los labios. Todo sucedió tan inconscientemente como su respiración. Movimientos involuntarios sin raciocinio ni control.

Era un líquido espeso y su lengua lo encontró amargo y salado. Sintió que le quemaba la garganta, tanto como la vez que comió demasiado wasabi. Al tragarlo casi le dieron arcadas. Era demasiado fuerte y picante para soportarlo, pero se obligó a no escupirlo.

—¡Es horrible! —dijo Gemma tosiendo y limpiándose la boca—. ¿Qué es?

—Mi cóctel especial —respondió Penn con una sonrisa.

Gemma apartó el frasco, porque no quería saber nada más de aquel líquido inmundo. Thea se lo arrebató con un rápido movimiento, como si Gemma fuera a impedírselo. Echó la cabeza hacia atrás y tragó varios sorbos. Sólo verla beber el extraño licor de esa manera hizo que le entraran verdaderas arcadas esta vez.

Penn lanzó un grito. Corrió hasta donde estaba Thea y le dio una bofetada en el rostro, haciendo volar el frasco por los aires. Un líquido oscuro del color del borgoña salpicó las paredes de la cueva, pero Penn no pareció inquietarse por el desperdicio.

—¡Eso no es para ti! ¡Lo sabes muy bien!

—¡Lo necesitaba! —le gruñó Thea.

Se limpió la boca, después se lamió la mano, asegurándose de no desperdiciar una sola gota. Por un segundo, Gemma temió que Thea comenzara a gatear por el suelo y lamiera las gotas que habían caído en la arena.

—¿Qué era eso? —preguntó Gemma ya sin poder articular muy claramente las palabras.

La cueva de pronto se inclinó hacia un lado, y Gemma se aferró a Lexi para no caer. Todo giraba a su alrededor. Oyó que Penn hablaba, pero su voz sonaba como si llegase desde debajo del agua.

—Eso no… —se esforzó por decir Gemma—. ¿Qué han hecho?

—Estarás bien —dijo Lexi tratando de abrazarla, tal vez con la intención de tranquilizarla, pero Gemma la apartó de un empujón.

Luego se levantó y casi cae sobre el fuego, pero Penn la sostuvo. Gemma trató de forcejear con ella, pero ya no tenía fuerzas. Toda su energía había abandonado su cuerpo y no podía mantener los ojos abiertos. El mundo estaba esfumándose a su alrededor en una profunda oscuridad.

—Me lo agradecerás —le decía Penn, y eso fue lo último que Gemma oyó.

10. Perdida

—¿DÓNDE está tu hermana? —preguntó Brian, abriendo la puerta del dormitorio de Harper con tanta fuerza que el picaporte dio contra la pared.

—¿Qué? —respondió Harper mientras se frotaba los ojos y se incorporaba en la cama—. ¿De qué hablas? ¿Qué hora es?

—Acabo de levantarme para ir al trabajo y Gemma no está.

—¿Miraste en su cuarto? —preguntó Harper, que empezaba lentamente a entrar en estado de alerta.

—No, Harper, pensé que era mejor preguntarte primero a ti —respondió Brian.

—Lo siento, papá, acabo de despertarme. —Harper se sentó en la cama y puso los pies en el suelo—. Anoche fue a nadar. Seguramente perdió la noción del tiempo…

—¿Hasta las cinco de la mañana? —preguntó Brian con un inconfundible tono de preocupación en la voz.

Harper sabía que su padre ya había pasado por aquello una vez. Cuando ella y su madre tuvieron el accidente. Una noche habían salido un rato con el coche y Brian no supo nada de ellas hasta la mañana siguiente, cuando el hospital llamó diciendo que su esposa estaba en estado de coma.

—Gemma está bien, papá —dijo Harper, esperando poder tranquilizar los temores de su padre—. Estoy segura de que se entretuvo con algo. Ya conoces a Gemma.

—Sí, la conozco. Por eso estoy preocupado.

—No te preocupes. Está bien. —Harper se pasó la mano por el cabello despeinado y trató de calmar a su padre—. Estoy segura de que estará con Álex o se quedó dormida en la playa o algo por el estilo.

—¿Crees que diciéndome que está en alguna parte con Álex haces que me sienta mejor? —preguntó Brian, pero en realidad pareció tranquilizarse un poco. Era mucho mejor que estuviera con algún muchacho que muerta o herida.

—Gemma está bien, papá —repitió Harper—. Ve a prepararte para ir al trabajo. Yo la busco.

—Harper, no puedo ir a trabajar sabiendo que mi hija ha desaparecido — dijo Brian sacudiendo la cabeza.

—Gemma no ha desaparecido —insistió Harper—. Sólo llega más tarde de la cuenta. No es para tanto.

—Voy a sacar el coche y a echar un vistazo por el pueblo —dijo Brian, y salió del cuarto.

—Papá, no puedes faltar al trabajo. Ya faltaste demasiado cuando te heriste el brazo en febrero. No puedes permitirte el lujo de perder tu empleo.

—Pero… —Brian se interrumpió a mitad de la frase, porque sabía que ella tenía razón.

—Estoy segura de que está bien —dijo Harper—. Seguro que llega en cualquier momento. Tú ve a trabajar. Déjame que la busque y si en dos horas no la encuentro, te paso a buscar. ¿De acuerdo?

Brian se quedó parado, indeciso en el umbral de la habitación de Harper, demacrado y pálido. Era evidente que quería ir a buscar a su hija, pero sabía que era probable que Harper tuviera razón. No podía correr el riesgo de perder el trabajo con el que mantenía a su familia sólo porque una noche Gemma no volviera a casa a la hora convenida.

—De acuerdo. —Brian frunció el ceño—. Trata de encontrarla. Pero si a eso de las siete no sabes nada de ella, pasa a buscarme. ¿De acuerdo?

—Claro, por supuesto. —Harper asintió con la cabeza—. En cuanto la encuentre te llamo.

Apenas su padre salió de la habitación, Harper dejó que el pánico la invadiera. No quería que Brian se preocupara innecesariamente, pero eso no quería decir que ella no estuviera asustada. No era para nada típico de Gemma llegar después de la hora permitida. Le gustaba llevar las reglas hasta el límite, pero rara vez las rompía.

Harper fue hasta su cama y corrió las cortinas de la ventana que daba a la casa de Álex. El coche estaba en la entrada. Lo que quería decir que no estaba con Gemma. De todos modos, Harper tomó su celular de la mesita de luz y marcó su número.

—Hola —contestó Álex, medio dormido después de sonar cinco veces.

—¿Gemma está contigo? —le lanzó de repente Harper, mientras caminaba por la habitación.

—¿Qué? —preguntó Álex, con la voz de pronto despejada—. ¿Harper? ¿Qué pasa?

—Nada. —Harper respiró hondo y ahogó la urgencia de sus palabras. No tenía sentido asustarlo—. Sólo quería saber si Gemma estaba contigo.

—No —dijo Álex. Por la ventana de su cuarto, Harper vio encenderse la luz de la habitación de Álex en la casa de al lado—, Ni la vi ni hablé con ella después de dejarla en tu casa anoche. ¿Le pasó algo?

Harper alejó el teléfono de su boca y maldijo por lo bajo. Álex jamás retendría a Gemma toda la noche fuera de su casa y ella debería haberlo sabido.

Si Gemma hubiese estado con él, Álex habría insistido en que volviese a casa a tiempo. No sólo porque era lo que correspondía, sino porque temía disgustar a Harper y a Brian.

—Sí, quiero decir no, estoy segura de que está bien —respondió rápidamente Harper—. Pero ahora tengo que irme, ¿de acuerdo, Álex?

—¿Qué? No, de acuerdo nada. ¿Dónde está Gemma?

—No lo sé. Por eso tengo que irme. Voy a buscarla. Quiero decir que seguro que está bien, pero tengo que encontrarla.

—Voy contigo —le propuso Álex—. Me visto y nos vemos afuera.

—No, espera. —Harper meneó la cabeza, aunque él no pudiera verla—. Mejor quédate por si vuelve. Vigila la casa.

—¿Seguro?

—Sí, es lo mejor —dijo Harper con un suspiro—. Mantente atento por si la ves y, si te llama, avísame, ¿de acuerdo?

Sí, lo haré. Y tú dile que me llame en cuanto la encuentres.

—Lo haré.

Harper colgó sin esperar a que él le dijera nada más. Sabía dónde tenía que buscar y se le hacía un nudo en el estómago. La noche anterior Gemma había ido a la bahía, sola, y no había regresado.

Todavía en piyama, Harper se puso las sandalias y bajó la escalera. Se movía de prisa tratando de no concederse ni un segundo para pensar en las cosas horribles que le podrían haber ocurrido. Que se hubiese ahogado, que la hubiesen raptado o asesinado. Diablos, hasta podría ser que la hubiese atacado un tiburón.

—¿La encontraste? —le preguntó Brian desde el baño. La había oído bajar a la plata baja.

—¡Todavía no! —le gritó Harper y agarró las llaves del coche del tablero junto a la puerta de calle—. ¡Me voy, luego te llamo! —Corrió hasta el coche en lugar de seguir hablando con su padre.

Mientras atravesaba el pueblo conduciendo a toda prisa, miraba sin cesar hacia todos lados. Tal vez hubiese tenido un accidente cuando iba hacia la bahía. Pero de algún modo, Harper sabía que no era eso lo que había ocurrido. La boca de su estómago, dura como piedra, insistía en que se trataba de otra cosa, de algo peor.

Como Gemma había ido en bicicleta, Harper fue hasta el muelle donde generalmente la dejaba. Corrió por los tablones de madera, rogando que la bicicleta no estuviera. Si no la vería, significaba que Gemma se había ido, que estaba en otra parte.

En cuanto la vio, estaba atada con el bolso de Gemma y todo, su corazón se detuvo. Gemma todavía estaba en el agua, de donde no salía desde hacía ocho o nueve horas.

A menos que…

Harper dio media vuelta y vio
La gaviota sucia
amarrada en el mismo lugar de siempre, a unos pocos metros de donde Gemma dejaba estacionada su bicicleta.

—¡Daniel! —gritó mientras corría hacia el yate—. ¡Daniel! —dijo estirando la mano para aferrarse de la barandilla y trepar a bordo—. ¡Daniel!

—¿Harper? —preguntó Daniel. Abrió la puerta de la cabina y salió a cubierta, abrochándose los vaqueros que acababa de ponerse.

Harper estaba tratando de trepar por encima de la barandilla, pero el yate estaba demasiado lejos del muelle, y una de sus zapatillas cayó al agua. Y después le habría tocado el turno a ella si no hubiese llegado Daniel y la hubiese sujetado del brazo.

La tomó de los hombros con su brazo musculoso y la levantó, haciéndola pasar por encima de la barandilla. Para hacerlo tuvo que apretarla contra su torso desnudo. Harper, que estaba helada por el pánico y el aire de la mañana, sintió el calor de su piel contra su cuerpo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Daniel una vez que la soltó.

—¿Gemma está contigo? —preguntó Harper, pero por la expresión de desconcierto en el rostro de Daniel de inmediato supo la respuesta.

—No. —Daniel frunció el ceño preocupado, mientras meneaba la cabeza—. ¿Por qué tendría que estar conmigo?

—Anoche no volvió a casa. Y… —Harper señaló la bicicleta encadenada a un poste en el muelle—. Su bicicleta todavía está ahí y en dos horas tiene entrenamiento. Gemma nunca falta. —Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y el estómago se le subió a la garganta—. Le tiene que haber pasado algo.

—Te ayudaré a buscarla —dijo Daniel—. Déjame que agarre una remera y un par de zapatillas.

—No —dijo Harper—. No tengo tiempo para esperarte.

—Debes de estar loca de desesperación —le dijo notando su cuerpo temblar como una hoja—. Necesitas a alguien con cabeza más fría. Iré contigo.

Harper pensó en refutar lo que él había dicho, pero en cambio se limitó a asentir con la cabeza. El pánico estaba empezando a apoderarse de ella y le costaba mucho contener el llanto. Realmente necesitaba a alguien más calmado que la ayudara.

Daniel bajó a la cabina y volvió un minuto después. Un minuto que duró horas para Harper. Horas que pasó con la mirada fija en el oscuro mar que los rodeaba, preguntándose si el cuerpo de Gemma estaría por ahí flotando en algún lado.

—Listo —dijo Daniel mientras se ponía la remera—. Vámonos.

Saltó sobre el muelle primero, después tomó la mano de Harper y la ayudó a bajar del yate. Cuando intentó recuperar la sandalia que había caído al agua, Harper comenzó a protestar, pero Daniel insistió en que iría más lenta si tenía que ir cojeando con una sola sandalia.

—¿Dónde quieres buscar? —le preguntó Daniel mientras caminaban por el muelle, de vuelta en dirección al pueblo.

—Creo que tenemos que fijarnos en la playa. —Harper tragó saliva, al darse cuenta de lo que estaba sugiriendo—. Tal vez las olas la hayan traído…

—¿Hay alguna parte que a ella le guste más? —preguntó Daniel—. Alguna parte a la que quizá iría a descansar sí estuviera muy agotada como para volver a casa.

—No sé —respondió Harper encogiéndose de hombros—. Pensé que tal vez habría ido a tu yate, dado que confía en ti. Pero… no sé. No imagino qué puede haber estado haciendo ahí en el agua toda la noche.

—Bueno, en realidad se me ocurren algunas ideas. —Harper se limpió la nariz y se frotó la frente—. Pero ninguna de ellas es demasiado agradable. No hay ninguna razón para que no haya llegado a casa. Por lo único que Gemma no regresaría es porque le hubiese pasado algo.

—¡Eh! —le dijo Daniel tomándola del brazo para conseguir que lo mirara—. La vamos a encontrar, ¿de acuerdo? Sólo piensa en los lugares a los que iría normalmente. ¿Qué hace Gemma aquí? ¿Adónde va?

—¡No sé! —volvió a decir Harper, aterrada y exasperada. Apartó la vista de él en dirección a la bahía, tratando de pensar—. Le gusta venir a nadar de noche. Le gusta ir más allá de esas rocas que ves allí.

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