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Authors: Amanda Hocking

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Sirenas (15 page)

BOOK: Sirenas
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—Creo que me voy a ir enfrente a tomar un refresco o algo por el estilo. Necesito… —Harper sacudió la cabeza. No sabía exactamente qué necesitaba, pero quería dejar de pensar en Luke.

—¿Así que me vas a dejar aquí sola? —le preguntó Marcy, asustada ante la perspectiva de tener que atender a la gente. Harper echó una mirada a la biblioteca desierta.

—Me parece que te las podrás arreglar —le dijo mientras empujaba hacia atrás su silla—. Ayer dejé a mi hermana enferma para ayudarte. Ahora me puedes cubrir tú una media hora.

—¡¿Media hora?! —gritó Marcy, pero Harper ya había salido por la puerta. El simple hecho de salir a la calle y sentir el sol del mediodía la alivió un poco de su malestar. Era un día demasiado hermoso para poder imaginar que estuviera pasando algo malo. Trató de sacarse el tema de la cabeza mientras cruzaba la calle hacia el Pearl's.

Al estar ubicado en el centro del pueblo, el bar quedaba a salvo de las hordas de turistas. No tenía una decoración marinera como la mayoría de los locales cerca de la bahía, salvo por un cuadro encima de la barra: era un cuadro inmenso de una sirena, sentada en una ostra abierta, sujetando una gran perla.

Junto a los grandes ventanales de la parte de delante había algunos barcos y alrededor de la barra taburetes tapizados con vinilo rojo cuarteado. Pearl's tenía muchas porciones de torta expuestas en una vitrina, pero sólo servía de dos clases, de limón y de arándano. Se suponía que las baldosas del suelo eran rojas y blancas, pero a estas alturas las blancas eran más bien de color beige.

El bar estaba un poco ajado y sucio, porque por lo general los únicos que lo frecuentaban eran los lugareños. Por eso era tan extraño que Penn y sus amigas fueran allí. Iban tan a menudo que casi se habían vuelto dientas habituales, y ni siquiera eran de Capri.

Al pensar en Penn, Harper recorrió instintivamente el bar con la mirada. Lo que menos quería era encontrarse con ella y sus amigas.

Por suerte, no se las veía por ningún lado. Sin embargo, a] entrar vio a Daniel sentado a una mesa pequeña tomando una sopa. Daniel le sonrió al verla, de modo que Harper se acercó a su mesa.

—No sabía que comías aquí.

—Tengo que venir aquí si no quiero perderme la famosa sopa de almejas — dijo Daniel con una sonrisa irónica. Después le señaló la silla vacía frente a él—. ¿Quieres acompañarme? —Harper se mordió el labio debatiéndose sobre si debería aceptar o no la invitación, por lo que él agregó:

—Tengo un vale a tu nombre por el incidente del helado.

—Es cierto —admitió ella, y casi a desgano se sentó frente al chico.

—Incluso he pedido sopa, así que estamos bien encaminados para que saldes tu deuda de una comida de igual valor

—Eso es cierto.

—¿Qué te trae por aquí en realidad? —preguntó Daniel.

—El almuerzo —dijo Harper riéndose de la obviedad—. En realidad, trabajo enfrente, en la biblioteca. Me he tomado un descanso.

—Entonces ¿vienes a menudo aquí? —Daniel ya se había terminado la sopa, de modo que empujó el bol hacia un lado y se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre la mesa.

—En realidad, no —respondió Harper—. Mi compañera detesta que la deje sola en la biblioteca así que generalmente como allí dentro.

—Salvo cuando tu padre se olvida de llevarse el almuerzo,

—Sí, salvo esos días.

—¿Y se le olvida muy a menudo? —Daniel la miró de una manera extraña, como si sus ojos castaños bailaran

Harper le devolvió la misma mirada.

—Sí, ¿Por qué?

—¿De verdad? Daniel no hizo nada por ocultar su desilusión—. Porque estaba empezando a pensar que era una excusa para verme.

—Siento decirte que te equivocas. —Harper bajó los ojos y rio.

Daniel sonrió, pero estaba a punto de protestar ante la refutación de su sospecha cuando se acercó Pearl a tomar el pedido de Harper. Era una mujer corpulenta que se teñía ella misma el cabello con uno de esos tintes baratos para taparse las canas, pero lo único que lograba era un cabello azulado.

—¿Qué tal estaba la sopa? —preguntó Pearl mientras recogía el bol.

—Maravillosa como siempre, Pearl.

Deberías venir a tomarla más a menudo —le dijo y después señaló su cuerpo delgado—. Te estás consumiendo. ¿Qué comes ahí en el yate?

—Nada comparable a tu comida —admitió Daniel.

Bueno, te propongo un trato. El aire acondicionado de mi hija se ha vuelto a romper. El inútil de su marido no sabe arreglarlo y ella tiene a las dos criaturas achicharrándose en ese departamento minúsculo —dijo Pearl—. Los bebés no soportan el calor como tú o como yo. Si te das una vuelta esta noche y lo revisas, te enviaré un táper grande de sopa.

—Trato hecho —dijo él sonriendo—. Dile a tu hija que estaré allí a eso de las seis.

—Gracias. Eres un amor, Daniel. —Pearl le guiñó el ojo, y después se dirigió a Harper—. ¿Qué te sirvo?

—Sólo una coca —dijo Harper.

—Marchando una coca para la señorita.

—Puedes pedir algo más, si quieres —le dijo Daniel una vez que Pearl fue a buscar el pedido—. Bromeaba sobre lo de la comida de igual valor.

—Ya lo sé, pero es que no tengo hambre. —En realidad, todavía se le revolvía el estómago por lo de Luke. Se había tranquilizado un poco al entrar en el bar, pero no había recuperado el apetito.

—¿Estás segura? —volvió a preguntar Daniel—. ¿No serás una de esas chicas que no come delante de un chico al que está tratando de impresionar?

Harper rio de su conjetura.

—Para empezar, no estoy tratando de impresionarte. Y además, definitivamente no soy una de esas chicas. Simplemente no tengo hambre.

—Aquí está —dijo Pearl, poniendo el refresco sobre la mesa—. ¿Necesitan algo más?

—No, está bien así, gracias —respondió Harper con una sonrisa.

—De acuerdo. Si necesitan algo, avísenme. —Pearl tocó ligeramente el brazo de Daniel antes de irse y volvió a sonreírle agradecida.

—¿Y qué clase de trato es ése? —preguntó Harper en voz baja inclinándose hacia él—. ¿Siempre te pagan con sopa?

—A veces —respondió Daniel encogiéndose de hombros—. Hago un poco de todo, rebusques, supongo. La hija de Pearl no tiene mucho dinero y le echo una mano cuando puedo.

Harper se lo quedó estudiando unos segundos, tratando de leer en su interior, antes de decir:

—Es muy buen gesto por tu parte.

—¿Por qué pareces tan sorprendida? —dijo Daniel riendo—. Soy un buen tipo.

—Ya, ya lo sé —Harper sacudió la cabeza—. No lo decía en ese sentido.

—Ya —dijo Daniel mientras la observaba beber—. Así que r lo general no sales a almorzar pero has venido al bar a pegar de que no tienes hambre.

¿Qué te trae hoy por aquí?

—Necesitaba un respiro. —No lo miró directamente, sino que tenía los ojos fijos en las gruesas ramas de su tatuaje, que se asomaban por la manga de la remera y se extendían por el brazo—. Un amigo ha desaparecido.

—¿Qué pasa contigo? —le dijo Daniel para provocarla—. ¿Primero desaparece tu hermana y ahora un amigo? —Harper lo miró seria y la sonrisa de Daniel se esfumó al instante—. Disculpa. ¿Qué pasó?

—No sé… —Harper sacudió la cabeza—. Lo leí en el periódico justo antes de venir aquí y necesitaba… no pensar más en eso.

—Lamento haber sacado el tema.

—No, no pasa nada. No podías saberlo.

—¿Y cómo está tu hermana, por cierto? —preguntó Daniel, para cambiar el rumbo de la conversación.

—Bien, creo —le dijo Harper, y luego le sonrió compasivamente—. Ni siquiera te agradecí lo suficiente que me ayudaras a encontrarla el otro día.

—Me lo agradeciste más que suficiente —dijo él quitándole importancia a la cuestión con un gesto de la mano—. Me alegro de que esté bien. Gemma parece una buena chica.

—Lo es —respondió Harper—. Pero últimamente no entiendo qué le está pasando.

—Estoy seguro de que todo va a ir bien. La has criado bien.

—Hablas como si fuera su madre —dijo Harper riendo un poco incómoda. Daniel se la quedó mirando y se encogió de hombros—. ¿Piensas que actúo como su madre?

—Creo que no actúas como si tuvieras dieciocho años —le aclaró. Harper se ofendió, como si la hubiese acusado de algo terrible.

—Me tengo que ocupar de muchas cosas.

—Ya me di cuenta —dijo él, asintiendo con la cabeza.

Harper se frotó la nuca y apartó la vista de él. A través de la ventana del bar podía ver la biblioteca al otro lado de la calle, y se preguntó qué tal se las estaría arreglando Marcy sin ella.

—Creo que ya es hora de que vuelva —dijo, y se llevó la mano al bolsillo.

—No, deja —dijo Daniel agitando la mano—. Yo me encargo. No te preocupes.

—Pero pensé que esto corría de mi cuenta, por lo del helado.

—Era una broma. Ya pago yo.

—¿Estás seguro? —preguntó Harper.

—Claro —dijo él, riendo de la expresión de culpabilidad en el rostro de Harper—. Si te molesta mucho, te dejaré que me invites en otra ocasión.

—¿Y si no volvemos a encontrarnos nunca más? —preguntó Harper, mirándolo con escepticismo.

—Entonces no tendrás que pagar —dijo él encogiéndose de hombros—. Pero creo que nos volveremos a ver tarde o temprano.

—De acuerdo —dijo ella, porque no se le ocurría ninguna otra cosa que decir—. Gracias por el refresco.

—De nada —dijo Daniel mirándola mientras ella se ponía de pie.

—Y ya nos veremos, supongo.

Daniel asintió y la saludó agitando la mano. Mientras Harper salía del bar, oyó a Pearl preguntarle a Daniel si quería una porción de torta. Harper cruzó la calle hacia la biblioteca y le costó mucho no darse la vuelta para mirarlo por encima del hombro.

14. La rebelión

PARTE de la penitencia de Gemma era ayudar a Harper a limpiar. En realidad no estaba específicamente estipulado como parte de su castigo, pero la ayudaba a aliviar su sentimiento de culpa por haber asustado tanto a su hermana y a su padre.

A juzgar por cómo se quejaba Harper, Gemma pensaba que limpiar el baño era la tarea que menos le gustaba. De modo que fue la que ella se ofreció a hacer. Aunque, después de fregar durante cinco minutos el interior del retrete, estaba empezando a arrepentirse.

Cuando llegó a la bañera, se dio cuenta de que el retrete no era siquiera la peor parte. El desagüe de la bañera era una inmundicia. Harper siempre se quejaba de que era sobre todo el cabello de Gemma el que tapaba la rejilla, pero hasta entonces Gemma nunca lo había comprobado por sí misma.

Por suerte, usaba unos gruesos guantes amarillos de goma, de lo contrario no lo habría soportado. Mientras sacaba una larga y gruesa madeja de pelos mojados, más parecida a una rata ahogada que a otra cosa, Gemma vio algo que brillaba.

Lo sacó cuidadosamente de la madeja y cuando se dio cuenta de lo que era, dejó caer la madeja de cabellos. Era otra de esas extrañas escamas iridiscentes que había encontrado en la esponja. Casi se había olvidado de la primera. O al menos lo había intentado.

Gemma se sentó en la bañera, apoyándose contra el borde, y se quedó mirando la gran escama en la palma de su mano enguantada.

Definitivamente, algo extraño le estaba ocurriendo. Desde que había bebido de ese frasco, algo había… cambiado en ella.

No era que todo lo que le estaba pasando fuera malo. De hecho, Gemma no encontraba ni una sola cosa negativa en los cambios que estaba sufriendo.

Era cierto que el día anterior había mordido a Álex, pero no había llegado a hacerle daño. Si bien las caricias habían sido diferentes, no habían estado mal. Besarse de esa manera le pareció divertido.

Su cuerpo sanaba a una velocidad increíble. Todos sus moretones y cortes habían desaparecido en poco más de veinticuatro horas.

En el entrenamiento de la mañana, había hecho su mejor tiempo. El entrenador Levi se quedó completamente perplejo de su velocidad. Lo más extraño de todo era que en realidad Gemma había tenido que frenarse un poco. Tenía miedo de que, si nadaba todo lo rápido que podía, su entrenador pensase que pasaba algo raro.

Cuando se metió en la piscina a su piel le volvió a pasar lo mismo: ese extraño cosquilleo que le bajaba por los muslos hasta los dedos de los pies. Pero en realidad era una sensación agradable, así que no le importaba.

De modo que ¿por qué se preocupaba si todo era bueno?

Salvo que.. no todo era bueno. Por más que trataba de restarle importancia al hecho de haber mordido a Álex, no lo lograba.

No había vuelto a hablar con él desde entonces, pero seguramente él debió de atribuir el mordisco al calentón del momento un pequeño descontrol sexual. Pero no se trataba de eso.

Mientras lo besaba, Gemina había sentido mucha hambre Nunca había sentido un hambre así en la vida. Era en parte lujuria, como si quisiera besarlo y estar físicamente con él. Pero también era una voracidad incontenible, como si se estuviese muriendo realmente de hambre; por eso lo mordió.

Eso era lo que más la aterraba. El hambre que sentía dentro de sí.

Gemma salió de la bañera y tiró la escama por el retrete. Algo grave le sucedía y tenía que detenerlo.

—¿Harper? —dijo Gemina asomando la cabeza en el cuarto de su hermana.

—¿Sí? —Harper estaba recostada cómodamente en la cama con un libro.

—¿Puedo hablar contigo?

—Claro, por supuesto. Harper dejó a un lado el libro y se sentó con la espalda recta—. Guau. ¿Qué has hecho en el baño?

—Uh ¿Por qué? —Gemma se quedó congelada en la puerta—. ¿A qué te refieres?

—A tu aspecto. Estás… radiante —dijo, a falta de una palabra mejor. Gemma bajo la vista para mirarse, pero sabía a qué se refería Ya lo había notado por la mañana. Aunque nunca había sido propensa al acné, su piel

estaba más suave y hasta parecía brillar. Había sobrepasado el rango de simplemente hermosa y alcanzado algo casi sobrenatural.

He estado usando una crema hidratante diferente —dijo Gemma encogiéndose de hombros, como para restarle importancia.

—¿De veras? —le preguntó Harper.

—En realidad, no —suspiró Gemma y se frotó la frente—. Es de eso de lo que quería hablarte.

—¿Viniste a hablarme de cremas hidratantes? —dijo Harper alzando una ceja.

—No se trata de cremas hidratantes.

Gemma fue hasta la cama de Harper y se sentó al lado de su hermana. No sabía por qué le había costado tanto hablar con Harper de lo que le estaba pasando, salvo por el hecho de que sabía que iba a dar la impresión de que había enloquecido.

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