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Authors: Amanda Hocking

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Sirenas (18 page)

BOOK: Sirenas
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PENN y Thea se quedaron calladas durante varios minutos, dejando que Gemma procesara todo lo que acababa de escuchar. Pero era bastante obvio adónde iba la historia.

—¿Son las tres hermanas? —dijo Gemma, señalándolas una por una—. Pisínoe, Telxiepea y Agláope.

—No exactamente —respondió Penn con un gesto de la cabeza—. Es cierto que yo soy Pisínoe y que Thea alguna vez fue Telxiepea. Pero Lexi reemplazó a Ligea cuando murió, hace muchos años.

—Espera. ¿Dices que Lexi reemplazó a una de ustedes? —preguntó Gemma—. ¿Por qué necesitan que las reemplacen? ¿Y dónde está tu otra hermana, Agláope?

—Es parte de la maldición de Deméter —respondió Thea—. Preferimos elegir a nuestra amiga y a nuestras hermanas por encima de su hija, entonces debemos estar siempre con nuestras amigas y hermanas. Las cuatro tenemos que estar siempre juntas. No podemos irnos o separarnos durante demasiado tiempo, como máximo unas pocas semanas.

—Si una se va, muere y tenemos que reemplazarla —explicó Penn—. Sólo tenemos hasta la siguiente luna llena para ocupar su puesto.

—Yo soy quien debe reemplazar a Agláope. —A Gemma se le cerró la garganta, al darse cuenta—, pero ¿y si no quiero serlo?

—No tienes otra opción —contestó Penn—. Ya eres una sirena. Si te vas en vez de unirte a nosotras, morirás, y sencillamente te reemplazaremos.

—¿Cómo? —preguntó Gemma—. ¿Cómo me transformé en mu sirena?

¿Ese frasco?

—Sí. Fue… una mezcla de cosas —dijo Penn escogiendo cuidosamente las palabras.

—¿Una mezcla de qué? —preguntó Gemma.

—Nada de lo que tengas que preocuparte por ahora —le respondió Penn—. Ni siquiera las entenderías. A su debido tiempo, se te explicará todo.

—¿Por qué? —preguntó Gemma, con un nuevo temblor en la voz—. ¿Por qué yo? ¿Por qué me eligieron a mí?

—¿No es obvio? —preguntó Penn—. Eres hermosa, amas el mar y eres intrépida. Aláope era demasiado miedosa, necesitábamos a alguien diferente.

—No era miedosa —le replicó Thea—. Era considerada.

—No importa lo que era —dijo Penn con voz cortante—. Ya no está y ahora tenemos a Gemma.

—De modo que… ¿esperan que me una a ustedes así como si nada, que deje todo lo que conozco desde siempre y pase mi vida nadando y cantando? —preguntó Gemma.

—No suena tan terrible ¿verdad? —le preguntó Penn.

—Es realmente maravilloso —agregó Lexi con voz cantarina—. Una vez que te acostumbras. Es un millón de veces mejor que todo lo que pueda ofrecerte una vida mortal.

—Pero y si… —Gemma bajó los ojos y se interrumpió en mitad de la frase, pensando en Harper, en sus padres, en Álex. Luego levantó la cabeza y se encontró con los ojos de Penn— ¿no quiero ese tipo de vida?

—Entonces morirás —dijo Penn, encogiéndose de hombros, como si le resultara completamente indiferente, pero su voz era dura y sus ojos brillaban encendidos.

—Gemma —dijo Lexi con un suspiro y una suave sonrisa—. Es demasiada información para poder procesarla de una sola vez, lo sé, y no tienes que

decidirlo hoy. Una vez que hayas tenido tiempo de pensarlo, te darás

cuenta de que es lo mejor que podría haberte pasado.

—Pero es una maldición —dijo Gemma—. Deméter las convirtió en sirenas para castigarlas.

—¿Lo sientes realmente como un castigo? —le preguntó Penn maliciosamente—. Cuando estabas nadando en medio del mar, ¿acaso no fue lo más hermoso que te ha pasado en toda tu vida?

—Sí, pero…

—Deméter fue una idiota, y fracasó. —Penn se paró abruptamente—. Pensó que nos estaba imponiendo un castigo, pero nos liberó. Ahora ya hace tiempo que su hija está muerta, ya prácticamente nadie se acuerda de Deméter y aquí estamos nosotras, tan hermosas y poderosas como siempre, prosperando gracias a una maldición.

—Ahora, si no les importa, creo que ya he hablado bastante —dijo Penn—. Puedes unirte a nosotras o no. Vive o muere. Es tu decisión, y francamente, me da absolutamente lo mismo.

—Espera. —Gemma se paró, con la mente a mil por hora, pero Penn la ignoró—. Penn, espera. Todavía tengo muchas preguntas.

Penn se quitó el vestido y se arrojó al mar. Thea la siguió unos pasos por detrás y saltó a las olas tras ella.

Lexi se quedó unos segundos más. Fue hasta Gemma y apoyó una mano sobre su brazo.

—Ve a ver a tus amigos y a tu familia —le dijo—. Ordenad tu vida. Di adiós a las cosas de las que necesitas despedirte. Después, ven a unirte a nosotras. Nunca te arrepentirás.

Después de que Lexi se arrojara a la bahía, alejándose con las otras dos sirenas, Gemma consideró la posibilidad de seguirlas. Con lo rápida que era ahora, probablemente las alcanzaría. Pero ¿con qué finalidad? Penn todavía no había respondido a todas sus preguntas, y ella ya tenía suficientes cosas en que pensar.

Sabía que Penn y Thea le habían dicho la verdad, pero no creía que ésa fuera necesariamente toda la verdad. Definitivamente había muchas cosas que desconocía y que se habían callado, y no le habían dicho qué había pasado con Agláope, sólo que ella tenía que reemplazarla.

La maldición de las sirenas con la que Deméter había creído castigarlas no tenía sentido. Nada de lo que les había hecho parecía tan malo. Les había conferido la inmortalidad, una belleza eterna y el poder respirar debajo del agua como un pez. Para Gemma era como un sueño hecho realidad.

Fue hasta la boca de la caleta y se sentó en la orilla, con los pies colgando y el agua salpicándola hasta las rodillas. Su piel empezó a vibrar con un cosquilleo, mientras surgían intermitentemente en su piel algunas escamas. Sus pies se expandieron, convirtiéndose en un par de aletas que se deslizaban en el agua.

No tenía todo el cuerpo inmerso en el agua, de modo que no se transformó por completo. Sus pernas seguían siendo piernas, sólo que con algunas escamas, pero sus pies ya eran aletas. Gemma mecía las piernas hacia atrás y hacia delante deleitándose con la sensación del agua fría corriéndole por las escamas y las aletas.

Cerró los ojos e inhaló con fuerza; su corazón se expandió con la pura felicidad del momento.

Pero por más maravilloso que fuese, por más increíble e imposiblemente perfecto que le pareciese todo, ¿valdría la pena? ¿Dejar todo lo que conocía y amaba? ¿Dejar a su hermana, a su padre, a Álex?

Con los ojos aún cerrados, Gemma se deslizó por el borde y se metió en el mar, sin quitarse el vestido que le habían dado las sirenas. Ni siquiera intentó nadar, sólo dejó que su cuerpo fuera hundiéndose hacia el fondo de la bahía.

Gemma sintió que sus piernas se transformaban, fundiéndose hasta formar una sola cola. No fue sino hasta que pudo respirar en el agua que abrió los ojos, mirando la oscuridad que la rodeaba.

Antes de tocar fondo, agitó la cola y comenzó a nadar hacia la costa. Como no parecía tener muchas opciones, decidió seguir el consejo de Lexi. Iría a casa y trataría de aclarar las cosas allí.

No quería que la gente la viera, de modo que nadó hasta la punta más lejana de la bahía, que estaba cubierta de rocas. Debido a su cola, tuvo que subir apoyándose sobre el abdomen haciéndose rasguños en el vientre y en los brazos con las rocas. Una vez que estuvo lo bastante lejos del mar, esperó, observando con asombro cómo las escamas volvían a convertirse en pies.

Afortunadamente, había conservado el vestido, por lo que no tenía que caminar desnuda por las calles. Recorrió las numerosas cuadras de distancia que la separaban de su casa. Llamar a Harper o a Álex para que la fueran a buscar en coche también habría sido una opción, pero Gemma quería despejar su mente.

En lugar de ir directo a su casa, acortó el camino por el callejón que pasaba por el patio de Álex. Muy sigilosamente se acercó todo lo que pudo a su casa, temerosa de que Harper la viera si miraba por la ventana. Se pegó lo máximo posible a la pared y llamó a la puerta del fondo.

Sentía que su corazón estaba a punto de estallar mientras esperaba. Quería verlo, pero a la vez, en alguna parte de su mente sentía miedo.

Las palabras de Thea le retumbaban en la mente, la verdadera maldición de las sirenas. Ningún hombre podría amarlas. Gemma recordó la manera forzada en que Álex la había besado el otro día, con esa mirada borrosa en los ojos. Ése no era el Álex del que se estaba enamorando. Era un muchacho bajo el hechizo de una sirena, un muchacho incapaz de amarla de verdad.

Gemma seguía esperando. Ya casi había decidido irse a su casa cuando se abrió la puerta.

—¡Gemma! —Álex parecía a la vez sorprendido y aliviado.

—¡Shhh! —Gemma se llevó un dedo a la boca, acallándolo antes de que Harper o su padre pudieran oírlo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Álex—. ¿Estás bien? Estás totalmente empapada.

Gemma miró su vestido. Se había empezado a secar en el trayecto a su casa, pero había caminado rápido, de modo que no le había dado tiempo a hacerlo del todo.

—Sí, estoy bien.

—Pareces muerta de frío. ¿Quieres un suéter o algo así? —Alex entró en la

casa para traerle algo para abrigarla, pero Gemma lo tomó del brazo para detenerlo.

—No, Álex, escucha. Sólo necesito preguntarte algo —Gemma miró a su alrededor, como si temiera que Harper estuviese merodeando, escondida en alguna parte—. ¿Podemos hablar unos segundos?

—Sí, claro. —Álex se acercó más a ella y apoyó las manos en sus brazos, que Gemma sintió cálidas y fuertes contra su piel—. ¿Qué está pasando? Pareces desesperada.

—Acabo de tener la noche más alucinante y terrible de mi vida —admitió Gemma, y se sorprendió al sentir que le saltaban las lágrimas.

—¿Por qué? ¿Qué pasó? —Los ojos castaños de Álex se llenaron de preocupación.

La expresión en su rostro hacía que pareciera mayor, más como el hombre que algún día sería, y Gemma sintió que se le partía el corazón al darse cuenta de que eso era algo que probablemente jamás vería. Tal y como era, ya era casi dolorosamente atractivo, y más atractivo aún porque él ni siquiera lo notaba.

Era mucho más alto que ella, le llevaba casi una cabeza, y su musculosa constitución la hacía sentirse aún más segura. Pero eran sus ojos —de un profundo color caoba que trasmitía tanto calidez como amabilidad— los que le decían que él jamás haría nada que la lastimara.

—No importa —dijo Gemma—. Necesito saber si… te gusto.

—¿Si me gustas? —Su preocupación se transformó en un divertido alivio, y le sonrió seductoramente—. Vamos, Gemma, me parece que sabes cuál es la respuesta a eso.

—No, Álex, te hablo en serio. Necesito saberlo.

—Sí —Le quitó un mechón húmedo de 1a frente; sus ojos irradiaban solemnidad—. Me gustas. Mucho, en realidad.

—¿Por qué? —Su voz se quebró al preguntarlo, y por un segundo deseó no haberlo hecho.

La confesión de Álex había hecho que su estómago se retorciera de

emoción y que su corazón volara de felicidad, pero en ese momento sintió un nudo en el estómago. Temía que Álex no supiera por qué le gustaba.

Si estaba bajo el hechizo de la sirena, sólo sabría que la deseaba, sin que para ello pudiera discernir ninguna razón.

—¿Por qué? —Álex se rio de su pregunta y sacudió la cabeza—. ¿A qué te refieres con «por qué»?

—Es importante para mí —insistió Gemina, y algo en su expresión convenció al chico de lo serio que era para ella.

—Hummm, porque sí. —Álex se encogió de hombros al no poder encontrar las palabras exactas—. Eres tan, tan hermosa —Gemma sintió que se le caía el alma al suelo al oír esto, pero Alex continuó—. Y tienes un sentido del humor increíble. Además eres dulce e inteligente. E imposiblemente tenaz. Nunca he conocido a nadie tan decidida como tú. Lo que quieres lo consigues. Eres demasiado para mí, y encima me dejas que te tome de la mano en público.

—¿Te gusto por lo que soy? —le preguntó Gemma, mirándolo a los ojos.

—Sí, por supuesto. ¿Por qué otro motivo podrías gustarme? —preguntó Álex—. ¿Qué pasa? ¿Dije algo malo? Parece que estás a punto de llorar.

—No, tus palabras han sido perfectas. —Gemma le sonrió con los ojos llenos de lágrimas.

Entonces se puso de puntillas y lo besó. Muy tímidamente Álex la envolvió con sus brazos y mientras ello lo besaba con más fuerza, la levantó del suelo, y Gemma, con los brazos alrededor de su cuello, quedó casi colgando de él.

Álex la posó de nuevo en el suelo, pero tardaron unos segundos en soltarse uno del otro. Álex tenía la frente apoyada en la de ella, y Gemma mantenía su mano detrás del cuello, hundiendo los dedos en su cabello.

—Prométeme que siempre recordarás este momento —le susurró Gemma.

—¿Qué? —preguntó Álex, confundido.

—Que siempre te acordarás de mí, tal como soy ahora. De la Gemma real.

—¿Cómo podría olvidarte?

Antes de que Álex pudiese hacerle otra pregunta, Gemma se fue corriendo hacia su casa sin mirar atrás.

17. La gaviota sucia

HARPER se mordió el labio y miró hacia La gaviota sucia. Con la bolsa del almuerzo de su padre arrugada entre las manos, hacía veinte minutos que daba vueltas por el muelle ante el yate de Daniel, y no sabía qué hacer.

Casi todas las veces que pasaba por delante para llevarle el almuerzo a su padre, Daniel estaba merodeando por allí fuera, con una excusa u otra, y se lo encontraba. Todas esas veces había tratado de evitarlo, pero ahora que realmente quería verlo, estaba dentro.

El yate no tenía exactamente una puerta de entrada a la que pudiera llamar, y le parecía demasiado exagerado llamarlo a gritos desde mitad del muelle. Harper pensó que quizá podría trepar al yate, pero le parecía demasiado atrevido.

En realidad, ni siquiera sabía por qué deseaba tanto verlo. En parte era porque las cosas andaban muy mal con Gemma, y Harper no podía hablar ni con ella ni con Álex, las dos personas a las normalmente acudía con sus problemas, ya que Marcy no se caracterizaba exactamente por su capacidad de escuchar.

Ese motivo le parecía espantoso: querer ver a Daniel porque no tenía ninguna otra persona a quien contarle sus problemas.

Pero luego se dio cuenta de que tampoco era exactamente cierto. No era que quisiera desahogarse con Daniel. Eso era sólo una excusa. Quería verlo simplemente porque… quería verlo.

Se le retorcía el estómago de los nervios, y finalmente decidió seguir su

camino. Lo mejor sería ese.

—¿Es así como queda el tema entonces? —preguntó Daniel en cuanto Harper comenzó a alejarse.

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