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Authors: Amanda Hocking

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Sirenas (27 page)

BOOK: Sirenas
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—En realidad, no. Muchísimas personas se las arreglan para ir a la facultada y vivir la vida —dijo Gemma—. Todo lo que te he enumerado no son más que excusas.

—Concentrarse en la escuela fue una sabia decisión —argumentó Harper—. No teníamos dinero para ir a la universidad y si no me hubiese sacrificado para conseguir esa beca no habría podido estudiar una carrera universitaria.

—No, si eso ya lo sé —dijo Gemma con un suspiro—. Pero nos has estado usando a mí y a la universidad como una excusa para no acercarte a la gente. No siempre voy a estar cerca para que me uses de escudo. Algún día tendrás que entablar una relación de verdad con otras personas o correrás el riesgo de quedarte sola.

—Vaya —dijo Harper riendo con sorna—. Hablas como si fuese una vieja solterona.

—No, no eres una solterona. Jamás se me pasaría por la cabeza pensar eso. Yo sólo… Lo único que trato de decirte es que quizá ver un poco a Daniel este verano no sería tan malo.

No fue hasta que terminó de decirlo que Gemma se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Estaba intentando cuidar de Harper. Si Gemma se iba esa noche, necesitaba saber que su hermana no se quedaría sola, que tendría a alguien en quien apoyarse. Harper no creía que ella necesitara a alguien, pero sí lo necesitaba y, al parecer, Daniel había visto más allá de su aparente actitud de suficiencia y también lo sabía.

Sin pensarlo, Gemma se acercó a su hermana y la abrazó. Sorprendida y confundida, Harper sólo atinó a quedarse ahí parada unos segundos, luego rodeó a Gemma con sus brazos y le devolvió el abrazo.

—No sé qué demonios pasa contigo —dijo Harper—. Pero creo que me gusta.

Después de que terminaron de limpiar la cocina, Harper fue a su habitación a leer un libro, como hacía siempre después de la cena. Gemma se quedó abajo en el salón, viendo la televisión con su padre durante un rato. Cuando él se levantó para ir a dormir, Gemma lo abrazó y le dijo que lo quería.

Harper por lo general se quedaba despierta leyendo hasta bastante tarde.

Gemma tuvo que esperar hasta que se durmiera para salir de casa, pero fingió irse a cama. No es que pudiera dormir. La canción del mar siempre parecía volverse aún más intensa de noche, y la mantenía despierta casi hasta la madrugada.

Dejo la puerta abierta, para ver la ranura de luz que se filtraba por debajo de la puerta de la habitación de Harper. Cuando finalmente se apagó, lo que significaba que se había ido a dormir, Gemma esperó otra media hora para estar segura.

Sin encender la luz de su propia habitación, se movió sigilosamente en la oscuridad. Su mochila estaba colgada en la puerta del armario, y empezó a llenarla con sus pertenencias. Sin embargo, no era fácil saber qué llevar.

Ni siquiera estaba segura de que fuera a irse con las sirenas. Sólo sabía que no podía quedarse más allí. Si elegía morir, no quería que su familia lo viese. Sería mejor si pensaban que se había ido. Así podrían imaginar que estaba viva en alguna otra parte.

Lo único que podía hacer por su familia era dejarle un poco de esperanza. Al final, decidió llevar unas pocas prendas y la foto enmarcada de ella,

Harper y su madre que tenía al lado de la cama. Todo lo demás lo dejó en su sitio.

Antes de partir, se detuvo en la puerta de su habitación y pensó en dejar una nota. Pero ¿qué podía decir? ¿Qué podía contarles?

Gemma salió de su casa, cerrando la puerta de atrás lo más silenciosamente que pudo. Miró la casa de Álex, donde se veía el resplandor de la luz de su habitación. La ventana estaba abierta y podía oír débilmente los sonidos de la música que Álex escuchaba.

Durante todo el día, Gemma se había esforzado por poner en orden su vida, pero había evitado expresamente hablar con Álex. Ya era bastante difícil separarse de su hermana y de su padre. No creía que pudiese soportar hablar con él.

De modo que bajó la cabeza y cruzó el jardín. Atravesó también el jardín de Álex, porque era el camino más corto hacia la bahía. La canción del mar se oía aún más fuerte afuera, rogándole que nadase.

—¡Gemma! —dijo Álex detrás de ella, y Gemma oyó cerrarse la puerta mosquitera de su casa. Pero siguió caminando, con lo que él corrió tras ella—. ¡Gemma!

—¡Shhh! —Gemma se dio la vuelta rápidamente. Si no hablaba con él, terminaría por despertar a su hermana—. ¿Qué haces aquí?

—Te he visto desde la ventana. —Álex se había parado a unos metros de ella—. ¿Qué haces tú aquí?

—Lo siento. Tengo que irme.

—No deberías estar aquí sola, no con el asesino suelto por las calles del pueblo. —Álex retrocedió unos pasos hacia su casa—. Voy a buscar mis zapatillas, y te acompaño.

—No, Álex. —Gemma sacudió la cabeza—. Me voy para siempre.

—¿Qué? —Aun en la tenue luz de la luna, Gemma pudo ver el dolor y la confusión en el rostro de Álex—. ¿Adónde vas?

—No sé pero no puedes venir conmigo.

—¿Qué? —Álex avanzó unos pasos hacia ella, y ella al verlo retrocedió.

—Álex, no puedo hacer esto.

—¿Qué? —preguntó Álex—. ¿Qué es lo que no puedes hacer?

—Decirte adiós. —Gemma se tragó las lágrimas y trató de ignorar el dolor de su corazón.

—Entonces no lo hagas —dijo él—. Quédate aquí, conmigo.

—No, no puedo. —Gemma empezó a retroceder y él la siguió diciendo su nombre—. No, Álex. No puedes venir conmigo. No quiero que lo hagas.

—Gemma, si hay algún problema, puedo ayudarte.

—No. —Gemma sacudió la cabeza y se dio cuenta de que la única manera en que podría detenerlo era lastimándolo—. No lo entiendes, Álex. No te quiero. Ni siquiera me gustas. Eres aburrido y torpe. Sólo te estaba utilizando, pero… Ya no te necesito.

El rostro de Álex se descompuso.

—No hablas en serio —dijo tartamudeando.

—Sí, hablo muy en serio —insistió ella—. Así que déjame sola. No quiero volver a verte nunca más.

Luego dio media vuelta y se alejó corriendo de él. Con el corazón destrozado en su pecho, Gemma corrió lo más rápido que pudo.

Las lágrimas le nublaban la visión, pero no importaba. De todos modos no necesitaba ver por dónde iba. El mar la llamaba, indicándole exactamente el camino a seguir.

25. Los monstruos

CUANDO Gemma tocó el agua, la canción se detuvo por fin. Sus piernas se convirtieron en una cola y pudo respirar profundamente

Su transformación en sirena había silenciado la canción del mar; y Gemma cerró los ojos, tratando de oír a las sirenas. No podía oírlas exactamente, sino más bien sentirlas. Las sirenas la atraían hacia ellas, así como la atraía el mar.

Si no hubiesen tenido esa conexión, probablemente Gemma jamás las habría encontrado. En vez de ir a la caleta, como pensó que haría, Gemma se dio cuenta de que se estaba dirigiendo mar adentro, hacia la isla de Bernie, a unos kilómetros de la bahía de Antemusa

Ya antes de salir a la superficie, Gemma oyó la música a todo volumen. Era Kesha y no parecía el tipo de música que escuchaba Bernie.

Gemma trepó al muelle, algo que no era nada fácil, ya que no podía usar su cola de sirena para ayudarse. Desde allí, podía ver la casa de Bernie entre los árboles, toda iluminada como un faro.

Una vez que su cola volvió a su forma habitual de piernas humanas, Gemma hurgó en su mochila y se vistió. La ropa estaba empapada, pero era mejor que andar desnuda.

Fue por el muelle hasta el sendero que llegaba a la casa de Bernie. Las ventanas estaban abiertas de par en par, por lo que la música se oía a todo volumen. Gemma se acercó a escondidas hasta una de ellas, porque quería ver qué hacían antes de entrar.

Lexi estaba saltando en el sofá, haciendo algún extraño paso de baile. Su boca se movía con la letra pero sin que ninguna palabra saliera de ella.

Thea estaba cerca de allí hurgando en una alacena. Parecía que hubieran saqueado toda la casa; al ver la manera en que Thea revisaba y lanzaba las cosas por el aire entendió el porqué. Gemma no podía saber si buscaba algo en particular o no.

Ni Bernie ni Penn se veían por ningún lado, por lo que Gemma rodeó la casa hacia la otra ventana esperando poder ver mejor desde allí.

—Me alegro de que hayas decidido unirte a nosotras —dijo Penn, y Gemma retrocedió de un salto. Penn había aparecido como por arte de magia, justo a su lado, y Gemma ni siquiera la había oído llegar.

Penn le sonrió y Gemma se apresuró a recuperar la compostura. Lo que menos quería era que Penn supiera cuánto la había asustado.

—Todavía no he decidido nada —respondió Gemma fríamente, y Penn amplió aún más su sonrisa.

—¡Oh! —exclamó Lexi dentro de la cabaña—. ¿Gemma está aquí? —La música se detuvo dentro de la cabaña, de modo que los únicos sonidos que ahora se oían provenían del mar y el viento que agitaba los árboles.

—Entra. —Penn dio un paso atrás, después se volvió y entró en la casa. Gemma tragó saliva y la siguió.

Lexi se había bajado del sofá, pero Thea seguía revolviendo la casa. Había pasado a la cocina y estaba agachada delante de la pileta, sacando jarros y artículos de limpieza.

—Thea, creo que podemos afirmar con bastante certeza que no hay nada valioso debajo de la pileta —dijo Penn mientras pasaba con cuidado sobre todas las cosas que Thea tenía tiradas en el suelo de la cocina.

—Esto es una pérdida de tiempo de todos modos. —Thea suspiró y se detuvo—. Gemma está aquí. ¿Podemos irnos de una vez?

—No sé. —Penn miró hacia Gemma y se apoyó sobre el respaldo del sofá—. Gemma dice que no está segura de si va a venir con nosotras o no.

Thea lanzó un gruñido y alzó los ojos al cielo.

—Oh, por favor.

—¿Dónde está Bernie? —preguntó Gemma.

—¿Quién? —preguntó Lexi.

—Bernie. —Gemma pasó bruscamente a su lado para adentrarse en el dormitorio del fondo. Abrió la puerta, pero lo único que encontró fue el mismo desorden que en el resto de la cabaña—. ¿Bernie? ¿Señor McAllister?

Como no lo veía por ningún lado, volvió junto a las sirenas. Penn y Thea se la quedaron mirando, pero Lexi jugueteaba con su cabello y miraba hacia abajo.

—¿Dónde está? —preguntó Gemma—. ¿Qué le hicieron? ¿Le hicieron daño?

—Nos dejó la casa. —Penn se encogió de hombros—. Ya sabes lo persuasivas que podemos llegar a ser.

—¿Dónde está? —repitió Gemma, alzando el tono de voz—. ¿Acaso lo mataron, igual que a los otros chicos?

—Yo no llamaría a ese viejo un «chico» —dijo Penn, en tono de burla.

—¡Contéstame! —gritó Gemma y Lexi se apartó—. Dijiste que me habías dicho la verdad, y no fue así. Sé que estuvieron matando gente y no me lo dijiste.

—No te mentí —respondió Penn con sorna—. Nunca dije «No matamos gente, Gemma»

Gemma sintió que se le revolvía el estómago.

—Entonces ¿lo admites?

—Sí, lo admito. —Mientras se acercaba a Gemma, Penn sonreía o inclinaba la cabeza, hablando con voz sedosa y dulce—. Lamento no habértelo dicho. Pero no es más que un pequeño detalle.

—¿Un pequeño detalle? —Gemma retrocedió—. Son unas asesinas.

—No somos unas asesinas —dijo Lexi defendiéndose—. Al menos no más

de lo que lo es un cazador, o de lo que lo eres tú cuando comes una hamburguesa. Hacemos lo que debemos para sobrevivir.

—¿Son caníbales? —Gemma abrió la boca y la mandíbula se le desencajó; continuo retrocediendo. No miraba por dónde caminaba y casi se tropieza con un libro, pero recuperó el equilibrio apoyándose en la pared.

—Es por eso que no empezamos con ese detalle —comenzó a explicar Penn de un modo que pareció tan razonable, tan lógico, que Gemma sintió escalofríos—. Gozamos de la juventud eterna y una belleza sin par. Podemos transformarnos en seres míticos y mágicos. Y nos alimentamos de sangre humana. ¿Qué es una minucia cuando recibimos tanto a cambio?

—¿Minucia? —preguntó Gemma con una risa siniestra—. ¡Son monstruos!

—Ni te atrevas. —Penn movió los labios en un gesto de desagrado y sacudió la cabeza—. Odio esa palabra.

Gemma se puso bien firme y se alejó de la pared. Se enfrentó con la mirada a los ojos oscuros de Penn.

—Lo llamo como lo veo, y en este mismo momento, delante de mí, lo único que veo es un monstruo.

—Gemma —dijo Lexi, con una voz ligeramente temblorosa—. No la presiones.

—No tienes la menor idea de con quién te estás metiendo —añadió Thea.

—Está bien. —Penn alzó una mano en dirección a Lexi y a Thea, pero con los ojos aún clavados en Gemma—. Sólo ha olvidado su lugar. Ha olvidado que ahora es una de nosotras.

—Jamás seré una de ustedes. —Gemma sacudió la cabeza—. Antes prefiero morir que matar.

—Me encantará ayudarte a solucionar ese tema.

—Entonces, hazlo. —Gemma alzó el mentón, desafiante—. Dijiste que si no iba con ustedes moriría. Bien, no voy con ustedes.

Penn apretó la mandíbula y Gemma pudo ver que ocurría algo debajo de su piel. Casi como una corriente que le corría por el rostro. Incluso sus ojos cambiaron de color, pasando de un castaño oscuro a un verde amarillento.

Después, de repente, la transformación cesó, y sus ojos volvieron a su color oscuro e inexpresivo de siempre. Cuando abrió la boca para hablar, sus dientes eran notablemente más afilados.

—No me dejas otra opción. Voy a tener que mostrarte exactamente quién eres. —Penn dirigió la mirada hacia Thea y Lexi—. Llámenlo.

—¿A quién? —preguntó Lexi.

—A quienquiera que conteste —respondió Penn.

Lexi miró a Gemma, vacilante, después de nuevo a Thea. Thea suspiró, pero empezó a cantar primero. Su voz, aunque áspera, sonaba muy hermosa, pero no fue hasta que Lexi se le unió en el canto que Gemma sintió todo el poder mágico de su música.

Estaban cantando la canción que Gemma había oído antes, la que ella misma había cantado en la ducha. En cuanto las dos empezaron a entonarla, Gemma recordó toda la letra, y quiso unírseles. De hecho, tuvo que morderse la lengua para no hacerlo.

Thea y Lexi salieron de la casa, y se quedaron de pie en el porche, entonando su canción de sirenas, atrayendo hacia ellas a algún viajero que pasara por la isla.

26. El pobre navegante

—¡HARPER! —gritó Álex—. ¡Harper!

—¿Qué? —murmuró Harper contra la almohada, pero para entonces ya estaba lo bastante despierta como para percibir el pánico en la voz de Álex. Se sentó en la

cama y miró confundida por la oscura habitación—. ¿Álex?

—¡Estoy afuera! —gritó Álex y, al mirar por la ventana, Harper lo vio allí de pie, gritando hacia arriba.

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