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Authors: Amanda Hocking

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Sirenas (29 page)

BOOK: Sirenas
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—No lo sé exactamente. Una sirena tiene que ser fuerte, hermosa y estar conectada con el agua. —Penn se encogió de hombros—. Algunas de las chicas que elegimos no eran lo bastante fuertes.

—Pero… se están quedando sin tiempo. Si yo muriese, ¿todas morirían? — Gemma miró a Penn, entrecerrando los ojos—. ¿Qué es lo que me impide matarme?

—Para empezar, no sabes cómo hacerlo. Las sirenas no son mortales. No puedes ahogarte o arrojarte de un edificio —dijo Penn—. Y la segunda razón viene en camino.

Antes de que Gemma tuviera tiempo de responder, Lexi gritó desde el porche:

—¡Ahí viene! ¡Ya lo veo! ¡Está en el muelle!

—Bien —dijo Penn con una sonrisa—. Ya pueden dejar de cantar o terminarán atrayendo a todos los hombres que anden cerca de la bahía.

Penn estaba entre Gemma y el umbral de la puerta, pero ahora se hizo a un lado para dejarla pasar.

Gemma corrió hasta la puerta, pasando al lado de Lexi y de Thea. No sabía a quién habían llamado o qué planeaban hacer exactamente con él, pero Gemma sabía que no podía ser nada bueno. Tenía que hacer que se fuera antes de que las sirenas le hincaran el diente.

Cuando lo vio llegando por el sendero, caminando como un sonámbulo, se quedó paralizada. Era peor de lo que había temido.

—Álex.

En cuanto su nombre escapó de sus labios, las sirenas se abalanzaron encima do él. Lexi se le acercó, lo tomó de los hombros y lo condujo por el sendero. Thea agarró a Gemma, sujetándole los brazos detrás de la espalda para que no pudiera defenderse

—¡Álex! gritó Gemma, pero él apenas la miró. Sus ojos ataban enfocados

en Lexi, quien le tarareaba una canción al oído—. ¡Álex! ¡Tienes que salir de aquí! ¡Álex, corre! ¡Es una trampa! ¡Van a matarte!

—Cállate le gruñó Thea, y empezó a arrastrarla hacia la cabaña—. Si hubieses venido con nosotras, nada de esto estaría ocurriendo. Es por tu culpa que estamos en este embrollo.

—¡Por favor! —rogaba Gemma—. ¿Por favor, dejen que se vaya!

Penn reía cuando entraron en la cabaña. Gemma luchaba inútilmente por soltarse, pero era como luchar contra una roca de granito. Thea era una semidiosa de tres mil años y se notaba en su esfuerzo.

Álex había seguido a Lexi voluntariamente hasta el centro de la habitación y no podía sacarle los ojos de encima. Lexi lo rodeó lentamente y él siguió con la cabeza todos sus movimientos. Luego Lexi se detuvo delante de él, y le acarició la cara y Álex se inclinó para besarla.

—¡Álex! —gritó Gemma, pero él de todos modos trato de besarla. Y lo habría hecho si Lexi no hubiese apartado la cara en el último momento—.

¿Qué le han hecho?

—En realidad, fuiste tú la que se lo hizo. —Penn estaba de pie en un lado de la habitación, contemplando el sufrimiento de Gemma con una mirada de profunda satisfacción—. No habría llegado aquí tan rápido si tú no le hubieses lanzado un encantamiento antes.

—¿De qué hablan? —preguntó Gemma—. Jamás le hice nada.

—Oh, sí que lo hiciste. —Penn sonrió—. Le cantaste, llamándolo. Gracias a eso, es más susceptible a nuestros hechizos. Será más difícil para él resistirse a nuestras órdenes.

—Es nuestra canción —explicó Lexi. Seguía cerca de Álex, rodeada por sus brazos mientras él la miraba con adoración, pero hasta el momento ella había evitado todos sus intentos de besarla—. Ponemos a los hombres en trance, hacemos que sigan todas nuestras órdenes y que se mueran de amor por nosotras. También funciona un poco con las mujeres, pero no es tan poderoso.

Gemma quería protestar y decir que jamás le había cantado, que jamás le había lanzado ningún encantamiento, pero luego se acordó. Justo después

de convertirse en sirena, había cantado en la ducha. Álex fue a su casa y

ese fue el día en que se besaron de esa manera que ninguno de los dos pudo explicar.

—Todo esto es en realidad culpa mía —susurró Gemma.

—No importa —dijo Lexi, en un tono demasiado alegre para la situación—. Todos cometemos errores. Pero podemos aprender de ellos.

—Lexi ha dicho algo muy acertado. —Penn se acercó hasta donde estaba Gemma. Thea todavía la sujetaba, pero Gemma había dejado de luchar—. Y hoy vas a aprender una lección, te guste o no.

—No tienes que hacer esto —dijo Gemma—. Penn, por favor, no lo hagas.

—Lexi, veamos qué tenemos —le ordenó Penn, pero sin quitar los ojos de Gemma.

Lexi se deslizó hacia abajo, manteniendo su cuerpo lo más cerca de Álex que pudo pero sin tocarlo. Agarró el dobladillo de su remera empapada y en un solo movimiento muy suave se la quitó por encima de la cabeza, dejando a Álex medio desnudo en el centro de la habitación.

—Así está mejor —le dijo Lexi a Álex con una sonrisa, admirando su torso desnudo—. Es muy apuesto. Tienes buen gusto.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Gemma—. ¿Por qué le están haciendo esto?

—¿Crees que te quiere? —preguntó Penn—. Él no te quiere. Está más que dispuesto a saltar sobre Lexi y a salirse con la suya. —Penn lo miró—. ¿No es cierto, Álex?

—Es la cosa más hermosa que he visto en mi vida —dijo Álex, con una voz apagada y lejana. Lexi retrocedió un paso y él trató de seguirla. Lexi alzó una mano manteniéndolo a raya.

—¡Lo has encantado! —dijo Gemma con insistencia—. No puede controlar sus acciones. Álex jamás actuaría así.

—Pero si de verdad te amara, su amor por ti sería más poderoso que el encantamiento. —Penn mantenía los ojos clavados en Gemma, sólo controlando cada tanto dónde estaban Lexi y Álex—. Sentiría que te quiere. Pero no lo percibe. No puede. No lo hará. —Penn se acercó aún más a Gemma, hablándole casi al oído—. Los mortales son incapaces de amar.

Delante de ella, Gemma podía ver a Álex usando todo su autocontrol para no salir corriendo hacia Lexi. Ella estaba a pocos metros de él, tentándolo de una manera que lo estaba volviendo loco.

A Gemma se le revolvía el estómago, pero no de celos. El encantamiento que Lexi le había lanzado haría que se comportase así, y ese encantamiento también debía de estar lastimándolo.

—De acuerdo, han demostrado lo que querían —dijo Gemma, mientras se retorcía en brazos de Thea, tratando de soltarse—. ¡No puede amarme, y jamás lo hará! ¡Ahora déjenlo ir!

—¿No te das cuenta? —Penn se cruzó de brazos y observó a Gemma con detenimiento—. Todo lo que te ha dicho es mentira. Sólo te ha engañado, porque quiere poseerte y acostarse contigo, como todos los hombres. Jamás le importaste. Sólo se quiere a él mismo.

Gemma respiró profundamente, y por más que le partía el alma, se dio cuenta de que lo que Penn decía podía ser cierto. Álex ni siquiera la había mirado desde que había llegado, y ella también era una sirena. Tal vez eso significaba que ella no le importaba.

Pero de todos modos seguía siendo el mismo tipo del que se había enamorado. Aunque su cabello estuviese todo empapado, uno de sus mechones todavía se mantenía en su sitio. La manera en que la besaba y la abrazaba, todo eso podía ser falso y pasajero, pero él no. En lo profundo de su corazón, Gemma sabía sin ninguna duda que él era bueno y amable y merecedor de su amor.

—¡No me importa! —gritó Gemma, lanzando a Penn una mirada fulminante—. No importa porque yo sí lo quiero.

Penn la miró con los ojos entrecerrados y Gemma volvió a ver esos extraños movimientos de transformación en su rostro, como si algo so estuviese gestando debajo de su piel Pero todo se detuvo tan rápido como había comenzado.

—Suéltala —le dijo Penn a Thea.

En cuanto Thea aflojó un poco sus brazos, Gemma salió corriendo hacia

Álex. Cuando estuvo delante de él, Álex trató de esquivarla, porque no quería apartar tos ojos de Lexi

—Álex —dijo Gemma.

Álex se esforzaba por ver más allá de ella. Gemma le sujetó el rostro, obligándolo a mirarla a los ojos. Al principio, Álex trató de resistirse, pero luego algo cambió.

La niebla en sus ojos castaños comenzó a disiparse, y sus pupilas se dilataron. Parpadeó un par de veces, como alguien que acaba de despertar, después estiró una mano y le tocó el rostro. Su mano estaba fría y húmeda y el brazo y su torso desnudo tenían la piel de gallina.

—¿Gemma? —preguntó Álex, confundido—. Oh, Dios, Gemma, ¿qué he hecho?

—No hiciste nada. —Con lágrimas en los ojos, Gemma sonrió un poco—. Te quiero.

Se puso de puntillas y se inclinó hacia adelante para besarlo. Su boca estaba fría y maravillosa, y el beso la atravesó, quemándola, como esparciendo calor por todo su cuerpo. Era real y verdadero, y nada que las sirenas pudieran decir o hacer cambiaría eso jamás.

—¡Ya basta! —dijo Penn con un rugido, y de pronto Álex salió volando, proyectado lejos de Gemma.

Penn había ido hasta donde estaban, lo había agarrado y empujado tan fuerte contra la pared que estaba detrás de ellos que Álex había quedado inconsciente en el suelo. Gemma quiso correr hacia él, pero Penn se interpuso. La furia ardía con tanta intensidad en sus ojos que Gemma no se atrevía a pasar a su lado sin tener un buen plan, por miedo a que Penn destrozara a todos los que estaban en la cabaña.

—Sólo has visto dos formas de sirena —dijo Penn, y mientras hablaba su voz comenzó a cambiar de la voz sedosa de gatita a un sonido distorsionado y monstruoso—. Creo que es hora de que veas nuestra verdadera forma.

Sus brazos empezaron a cambiar primero, haciéndose más largos. Sus dedos se estiraron varios centímetros terminando en afiladas garras. La piel de las piernas pasó de ser suave y bronceada a algo grisáceo y

escamoso. No fue sino hasta que los pies se transformaron en largas garras que Gemma se dio cuenta de que las piernas de Penn se habían convertido en las patas de un emú.

Penn arqueó la espalda y lanzó un grito más parecido al de un pájaro agonizante que al de un ser humano. El sonido de carne desgranándose y el zumbar de plumas llenó la habitación, cuando dos alas surgieron de sus omóplatos. Al desplegarse, eran casi del largo de la habitación. Las plumas eran grandes y negras, y resplandecían a la luz.

Las agitó una vez, y produjeron una ráfaga de viento tan fuerte que derribó a Gemma, que retrocedió arrastrándose por el suelo hacia la pared, con los ojos fijos en Penn, mientras la transformación pasaba de lo temible a lo horroroso.

El rostro de Penn todavía estaba metamorfoseándose. Primero sus ojos, que pasaron de su negro habitual al amarillo dorado de un águila. Toda la boca se alargó y se ensanchó, haciendo que los labios se retrajeran formando una línea de color rojo sangre alrededor de los dientes, que no sólo crecieron sino que se multiplicaron, pasando de una sola hilera de dientes chatos a varias hileras de dagas afiladas como navajas, de modo que su boca semejaba la de un tiburón.

Su cráneo pareció expandirse y aumentar de tamaño. Conservó su cabello sedoso, que infló su cabeza como un halo negro, pero parecía más fino y fibroso ya que el cuero cabelludo era más grande.

Lo único de su persona que permaneció casi idéntico fue el torso. Se alargó y se afinó, volviéndose más esquelético, de modo que ahora las costillas y la columna sobresalían de forma grotesca pero sus pechos humanos seguían siendo los mismos, apenas ocultos por su biquini, ya que el crecimiento de su cuerpo había estirado la tela.

Una vez que se completó la transformación, Penn se acercó a Gemina. Inclinaba la cabeza hacia un lado y otro como una suerte de híbrido de humano y gorrión y la miraba parpadeando con sus extraños ojos.

—Ahora —dijo Penn, con la nueva versión distorsionada de su antigua voz— empieza la verdadera lección.

28. Sin salida

MIENTRAS Daniel desamarraba el yate, Harper se quedó en proa, mirando en la dirección de la que provenía el extraño sonido. Tenía las manos apretadas contra los oídos, temerosa de lo que pudiese ocurrir si lo escuchaba.

Pero sus manos no eran completamente herméticas, y algo de la melodía seguía llegando. Le habría sido imposible explicar lo que le producía, pero la forma más fácil era decir que le adormecía los sentidos.

Su pánico por la desaparición de Gemma o incluso por el hecho de que Álex se hubiese arrojado al mar encrespado desaparecía casi por completo cuando escuchaba esa música. Si Daniel no hubiese estado allí, tratando de hacerla razonar, podría haberse quedado en la caleta para siempre, o al menos todo el tiempo que durase la canción.

—¡Maldición! —dijo Daniel, tan alto que Harper lo oyó, y de inmediato se volvió para mirarlo. Estaba delante del timón, con cara de preocupación—. No, vamos, precioso, por favor, no me hagas esto.

—¿Daniel? —Harper se acercó a la cabina y lo miró—. ¿Qué pasa?

—El motor —dijo con una mueca de dolor—. No quiere arrancar.

—¿Qué quieres decir con que no quiere arrancar? —preguntó Harper, al borde de la desesperación—. ¿Por qué diablos lo apagaste, para empezar?

—Para ahorrar combustible, pero va a arrancar. Sólo necesita un poco de cariño.

Daniel bajó de un salto y fue hasta la popa. Harper lo siguió, preguntándose si no debería arrojarse al agua como Álex. Daniel abrió la escotilla del motor y, aunque Harper no entendía qué estaba haciendo, lo oyó dar un par de golpes fuertes para tratar de arreglar el problema. Basándose en las palabrotas que le oyó decir, no le parecía que las cosas anduviesen muy bien.

—¡Daniel! —gritó Harper con los oídos todavía tapados—. Creo que será mejor que haga como Álex. Gemma me necesita.

—¡Harper! —Daniel interrumpió lo que estaba haciendo y miró alrededor.

—No, tengo que…

—¡No, Harper, escucha! —Daniel alzó la mano, toda negra de grasa del motor—. La canción ya no se oye.

—¿En serio? —Harper bajó las manos y lo único que podía oír ahora era el ruido del mar. La música había cesado—. ¿Por qué? ¿Crees que Álex hizo algo?

—No sé. —Daniel cerró la escotilla y se incorporó—. Pero por suerte el problema ya está arreglado.

Limpiándose las manos en los vaqueros, corrió hasta la parte anterior del yate y se subió al asiento del piloto, con Harper siguiéndolo de cerca. Cuando encendió el motor hizo el mismo sonido seco que había hecho en el puerto, pero no arrancó.

—Daniel… —empezó a decir Harper, pero él levantó una mano para acallarla.

—Vamos —le susurró Daniel al yate—. Arranca aunque sea por última vez. Hazlo por mí. —El yate se sacudió con un ruido a lata, seguido luego por el rugido del motor volviendo de nuevo a la vida—. ¡Sí! —Mientras se alejaban de la caleta, Daniel le lanzó una mirada a Harper—. Te dije que arrancaría.

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