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Authors: Amanda Hocking

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Sirenas (26 page)

BOOK: Sirenas
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Nathalie retrocedió, dejó la silla y se cruzó de brazos. Lanzó una mirada rápida a la habitación, incapaz de fijar los ojos en nada, como si pensara en su próxima jugada.

—De acuerdo. —Asintió una vez con la cabeza—. Gemma, vámonos a mi habitación.

Nathalie fue casi corriendo hacia su habitación y Gemma la siguió. Becky continuaba diciéndole que tenía que comportarse o de lo contrario su hija tendría que irse. En cuanto entraron en la habitación, Nathalie cerró de un portazo.

—Maldita —dijo Nathalie entre dientes al cerrar la puerta. Por lo general, cuando Gemma visitaba a su madre, su habitación estaba bastante ordenada. No porque Nathalie fuese limpia y organizada, sino porque el personal la amonestaba si estaba muy desordenada. Ese día era una zona de desastre total. Ropa, CD, bijouterie, todo estaba tirado por la habitación. Su equipo estéreo estaba desmontado en un rincón y su amado póster de Justin Bieber roto por la mitad.

—Mamá, ¿qué ha pasado? —preguntó Gemma.

—Tienes que sacarme de aquí. —Nathalie tomó una mochila rosa de entre una pila de cosas que había en el suelo; después empezó a dar vueltas por la habitación, llenándola con ropa y porquerías—. Tienes coche, ¿no es cierto?

—Está estropeado. —Gemma jugueteaba con los anteojos mientras observaba a su madre meter a presión unas Reebok en la mochila, aunque ya estaba desbordada—. Mamá, no te puedo sacar de aquí.

Nathalie interrumpió al instante lo que estaba haciendo, medio se acuclilló en el suelo todavía con las zapatillas y la mochila en la mano y la miró con furia.

—Entonces ¿para qué viniste? No me vas a sacar de aquí, ¿y encima viniste para restregármelo por la cara?

—¿Restregarte qué en la cara? —Gemma sacudió la cabeza—. Mamá, te visito todas las semanas. Vengo a verte y a hablar contigo porque te añoro y te quiero. Por lo general, venimos los sábados, pero pasaron muchas cosas en casa.

—Entonces, ¿tengo que quedarme aquí? —Nathalie se incorporó y dejó caer la mochila y una de las zapatillas al suelo—. ¿Por cuánto tiempo?

—No lo sé. Pero aquí es donde vives.

—¡Pero no me dejan hacer nada! —se quejó Nathalie.

—Vivas donde vivas hay reglas —Gemma intentó explicárselo—. Nunca podrás hacer todo lo que quieras. Nadie puede.

—Bueno, pues eso es una mierda. —Disgustada, miró alrededor de la habitación, y pateó un osito de peluche que Gemma le había regalado el día de la madre.

—Escucha, mamá, ¿puedo hablar un rato contigo? —preguntó Gemma.

—Supongo que sí. —Nathalie lanzó un suspiro y fue hasta la cama para desplomarse en ella—. Ya que no me puedo ir, al menos hablemos.

—Gracias —Gemma se sentó a su lado—. Necesito tu consejo.

—¿Sobre qué? —Nathalie alzó la vista hacia ella, intrigada de que alguien buscara su consejo.

—Están pasando muchas cosas en este momento y todo es muy confuso.

—Gemma se mordisqueó el labio, y después miró a su madre—. ¿Crees en los monstruos?

—¿Te refieres a los monstruos de verdad? —Nathalie abrió mucho los ojos y se inclinó más hacia Gemma—. Claro, por supuesto que creo en ellos.

¿Por qué? ¿Viste alguno? ¿Cómo era?

—No lo sé en realidad. —Gemma sacudió la cabeza—. Parecía maravilloso, pero sé que no es bueno.

—Bien, pero ¿qué aspecto tenía? —preguntó Nathalie y se acomodó, sentándose de piernas cruzadas frente a Gemma.

—Como una sirena, diría.

—¿Una sirena? —Nathalie se quedó con la boca abierta y los ojos aún más abiertos—. ¡Oh, Dios mío, Gemma, eso es fantástico!

—Lo sé, pero… —Gemma tiró los hombros hacia atrás—. Quieren que me una a ellas, que sea una sirena como ellas…

—Oh, Gemma, tienes que aceptar —la interrumpió antes de que pudiese terminar de hablar—. Tienes que ser una sirena. ¡Sería la cosa más maravillosa del mundo! ¡Podrías vivir nadando y nadando para siempre! Nadie te diría nunca lo que tienes que hacer.

—Pero… —Gemma tragó saliva con dificultad y se quedó mirando los anteojos de sol que tenía entre las manos—. Pero creo que están haciendo cosas malas. Hacen daño a la gente.

—¿Las sirenas hacen eso? —preguntó Nathalie—. ¿Cómo? ¿Por qué harían una cosa así?

—No lo sé —respondió Gemma, haciendo un gesto con la cabeza Pero sé que lo hacen. Tal vez sean malvadas.

—Oh, no. —Nathalie mordisqueaba la uña de su pulgar, concentrada en la historia de su hija como si fuera la cosa más seria del mundo.

—Por eso creo que, si me voy con ellas, acabaré haciéndole daño a alguien,

—Gemma alzó la mirada, conteniendo las lágrimas.

—Entonces no vayas con ellas. —Nathalie sacudió enérgicamente la cabeza—. Tú no quieres hacerle daño a la gente, ¿no es cierto?

—No —admitió ella—. De verdad que no quiero. Pero… Además hay un chico.

—¿Un chico? —Nathalie esbozó una amplia sonrisa y tomó del brazo a Gemma—. ¿Es apuesto? ¿Se han besado? ¿Se parece a Justin?

—Es realmente apuesto. —Gemma no pudo evitar sonreír ver a su madre tan entusiasmada con la historia—. Y nos besamos. —Nathalie lanzó un chillido de felicidad—. Y creo que de verdad nos gustamos mucho.

—¡Eso es maravilloso! —Nathalie aplaudió exultante.

—Sí, pero si me uno a las sirenas tendré que dejarlo. No podría volver a verlo. Tendría que irme para siempre.

—Oh. —Nathalie frunció en entrecejo—. Bueno. ¿Y qué pasa si te quedas?

¿Si no te vas con las sirenas?

—No estoy segura. Pero creo que… —Gemma respiró profundamente. No quería decirle a su madre que moriría, porque no tenía ni idea de cómo manejaría esa información—. Me pasaría algo malo.

—Entonces… —Nathalie hizo una mueca mostrando una opresión de confusión, como si tratara de entender, mientras se llevaba a la boca un largo mechón de pelo—. Si vas con las sirenas, puedes vivir nadando eternamente por todas partes, pero ya no podrás volver a verme, y tal vez tengas que hacer cosas malas.

—Así es.

—Pero si no vas con ellas, ¿podría ocurrirte algo malo a ti? —preguntó Nathalie, y Gemma asintió—. Si te quedas, ¿podrás seguir visitándome y viendo a ese muchacho que te gusta?

—No lo sé —dijo Gemma sacudiendo la cabeza—. No lo creo.

—Bueno, entonces, creo que sabes lo que tienes que hacer.

—¿Lo sé?

—Sí —dijo Nathalie—. Tienes que irte con ellas.

—Pero le haré daño a la gente —le recordó Gemma.

—No importa. —Nathalie se encogió de hombros—, A ti no te pasará nada. Elijas lo que elijas, no nos volverás a ver ni a mí ni a ese chico. De modo que las opciones se reducen a ser sirena o a que te ocurra algo malo.

—No lo sé. —Gemma apartó la mirada—. No creo que sea capaz de hacerle daño a nadie.

—Gemma, escúchame. Soy tu madre. —Nathalie le tomó la mano y la apretó con fuerza—. Yo ya no puedo cuidarte. Me encantaría poder hacerlo, pero sé que no puedo. De modo que tienes que cuidar de ti misma. Gemma respiró profundamente y asintió.

—De acuerdo. Pero es probable que ya no pueda venir a verte.

—¿Porque estarás por ahí siendo una sirena? —preguntó Nathalie.

—Sí —dijo Gemma, y pestañeó tratando de contener las lágrimas. Después abrazó a su madre, sabiendo que seguramente ésa sería la última vez que la vería—. Te quiero, mamá.

—Yo también te quiero —dijo Nathalie y la abrazó a su vez, pero por un segundo, porque no podía quedarse mucho tiempo quieta.

Cuando Gemma se fue, Nathalie empezó a decirle a todo el personal que su hija se iba a marchar para convertirse en sirena.

24. La Paz

SI ésa iba a ser su última noche en casa, Gemma quería aprovecharla al máximo. Todavía no había decidido exactamente qué iba a hacer, pero sabía que no podía quedarse mucho tiempo más.

Aunque no estaba de humor, Gemma hizo todo lo posible por parecer alegre y feliz. Pasó la tarde son su padre en el garaje, ayudándole a arreglar su coche. No pudieron hacer que ese maldito carro arrancara, pero en realidad no importaba. Lo que quería era pasar un rato con su padre.

Mientras Brian se aseaba, Gemma le propuso a Harper ayudar a preparar la cena. Como casi nunca ayudaba a cocinar, al principio Harper desconfió de su propuesta. Pero al final, cuando vio que no se trataba de un simple subterfugio para reducir su pena por buen comportamiento, se entusiasmó con la idea.

La cena fue lo más parecido a una comida familiar que habían tenido en años, charlando y riendo los tres juntos. Nadie mencionó el mal comportamiento de Gemma ni al asesino en serie que dejaba a chicos muertos a su paso. Esas cosas aún flotaban como nubes negras en el fondo de sus mentes, pero por una noche las ignoraron.

—Harper, puedo hacerlo yo —le ofreció Gemma, mientras Harper llenaba el lavaplatos una vez terminada la cena.

Su padre se había retirado al salón, casi a punto de reventar de tantas sabrosas costillitas de cerdo, y Gemma había puesto las costillas y las papas que habían sobrado en un táper, mientras Harper recogía la mesa.

—No, ya lo hago yo. Tú estás guardando la comida. —Harper enjuagó un plato en la pileta antes de ponerlo en el lavaplatos y miró a Gemma con desconfianza—. ¿Qué pasa contigo?

—¿De qué hablas?

—De esto. —Harper hizo un gesto con la mano hacia Gemma, salpicándola sin querer con unas gotas de agua—. ¿Estuviste con cara larga toda la semana y hoy de repente estás contenta y con ganas de ayudar?

—Yo suelo estar contenta, ¿no te parece? —preguntó Gemma mientras ponía el táper en el frigorífico.

—De acuerdo. —Harper alzó una ceja como si no la creyese—. ¿Qué es lo que ha cambiado?

Gemma se encogió de hombros y tomó el trapo humedecido de la mesada. Fue hasta la mesa y empezó a limpiarla.

—¿Fue algo que dijo mamá? —Harper continuó presionando al ver que Gemma no contestaba.

—En realidad, no. —Luego hizo una pausa, pensando en cómo decirlo—. Supongo que me di cuenta de que debo valorar lo que tengo.

—Mmm. —Harper había terminado de cargar el lavaplatos, así que lo encendió, y después volvió a dirigirse a su hermana—. ¿Y qué tienes?

—¿A qué te refieres? —Como Gemma ya había limpiado la mesa pasó a la mesada.

—Dijiste que debes valorar lo que tienes. ¿Qué es lo que tienes exactamente?

—Bueno, para empezar tengo a mi padre a mi madre. —Gemma dejó de limpiar y se apoyó contra el mueble—. Los dos están vivos y en general sanos, que es más de lo que mucha gente puede decir, y papá incluso está dispuesto a pasar sus días libres trabajando inútilmente en ese pedazo de chatarra que tengo como coche.

—Sí. Papá es un gran tipo. ¿Y qué me dices de tu hermana? —preguntó Harper con una sonrisa juguetona.

—Mi hermana es una mandona patológica, controladora y sabelotodo —

dijo Gemma, pero regalándole una sonrisa—. Sé que solo intenta protegerme, porque me quiere mucho. Demasiado quizá.

—Eso es verdad —admitió Harper, tratando de transmitirle con la mirada lo que sentía.

—Y a veces eso me pone los nervios de punta, pero en el fondo siempre sé que tengo mucha suerte de tener a alguien que se preocupe tanto por mí.

—Gemma bajó la mirada—. He sido muy pero muy afortunada por haber tenido tanta gente que se preocupara por mí y de haber sido bendecida con tanto… con tanto de todo.

Gemma sacudió la cabeza y sonrió con tristeza a Harper.

—Sólo quiero que sepas que sé que eres maravillosa.

Por un segundo las dos se quedaron calladas, mirándose. Los ojos de Harper estaban humedecidos y por un horrible segundo Gemma pensó que iba a llorar. Y si Harper lloraba, entonces Gemma también lloraría un gran desastre lacrimoso y ella no quería que todo terminara así.

—Así es. —Gemma recogió el trapo y siguió limpiando la mesada.

—¿Por qué te estás comportando de forma tan rara? —le preguntó Harper, recuperado la compostura.

—No es mi intención estar rara. —Para entonces, Gemma en realidad ya había fregado la mesada hasta dejarla inmaculada, o al menos todo lo limpia que podía quedar una vieja mesada cuarteada. Pero seguía fregándola porque así podía evitar la mirada de Harper.

—¿Es por lo que le pasó a Luke? —preguntó Harper, y Gemma se puso rígida.

—No quiero hablar de eso. No esta noche. —Tragó saliva y se volvió de nuevo hacia Harper, mientras arrojaba el trapo en la pileta.

—De acuerdo. —Harper se apoyó en la mesada y se cruzó de brazos—. ¿De qué quieres hablar?

—Papá me dijo que ayer Daniel vino a desayunar.

Harper se sonrojó y bajó la mirada, tratando de dejar caer su cabello oscuro hacia adelante para cubrirse el rostro. Pero lo único que logró con eso fue hacer que Gemma riera.

—Sólo estuvo un momento y justo estábamos desayunando —dijo Harper—. No fue nada.

—¿Nada? —Gemma arqueó una ceja con escepticismo—. ¿Desde cuándo Daniel pasa a verte por casa? Ni siquiera sabía que te gustara.

—No me gusta —insistió Harper, pero ni siquiera se atrevía a mirar a Gemma—. ¿Por qué iba a gustarme? Ni siquiera lo conozco. Vive en un yate y no tiene un trabajo fijo como el resto de la gente. Y apenas he hablado con él. Sólo intercambiamos unas palabras.

—Oh, Dios mío, Harper. —Gemma levantó la vista hacia el hecho—. Te gusta, y por la manera en que lo he visto soportar tus malos modales, estoy segura de que también le gustas. ¿Por qué tanta historia?

—¿Qué historia? No hay historia en absoluto. —Harper se contorsionó avergonzada frente a la acusación de su hermana— Es agradable supongo, pero dentro de poco dejaré el pueblo…

—Para eso faltan dos meses —la interrumpió Gemma antes de que Harper arremetiese con su típico discurso de la universidad—. Nadie está diciendo que te cases con el chico. Sólo diviértete. Un romance de verano. Vive un poco.

—No estoy dejando de vivir. —Harper se acomodó un mechón de cabello suelto detrás de la oreja—. Lo lamento si no veo qué sentido tiene ir por ahí perdiendo el tiempo con un chico por unas semanas. Si no me fuese en otoño, sería diferente.

—No, sería lo mismo —la corrigió Gemma—. Antes de esto, no podías salir con nadie porque tenías que ocuparte de mí o porque tenías que sacar buenas notas en la escuela. Después porque te vas a la universidad y una vez que estés allí, no tendrás tiempo para una relación hasta que no te gradúes, y después no tendrás tiempo porque tendrás que buscar trabajo y luego habrá alguna otra cosa.

—Bueno. —Harper giraba el anillo en su dedo—. Todas esas cosas son verdad.

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