Sirenas (20 page)

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Authors: Amanda Hocking

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Sirenas
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Pero Daniel, en lugar de moverse, se quedó allí enfrente de ella. Justo

entonces pasó una lancha a toda velocidad, haciendo que el yate se balanceara, y Daniel se fue un poco hacia delante. Para no perder el equilibrio, se sujetó de la cintura de Harper con las dos manos. Al apoyarse contra ella, Harper sintió el cálido contacto de su pecho desnudo a través de la fina tela de su propia remera.

—Disculpa —dijo Daniel en voz baja, pero sin apartarse de ella.

Su rostro se alzaba por encima del suyo, y Harper lo podía sentir apoyado contra ella, como si la estuviese atrayendo hacia su órbita. Los ojos de Daniel buscaron los suyos y Harper se sorprendió al darse cuenta de que nunca antes había notado lo hermosos que eran.

El cuerpo de Daniel olía a bronceador y a champú. Inconscientemente, había creído que olería más a sudor y a almizcle, por lo que su aroma le resultó extrañamente dulce.

A través de su remera podía sentir los fuertes músculos d su pecho y de su abdomen, y de pronto se apoderaron de ella unas ganas incontenibles de abrazarlo.

Daniel cerró los ojos, y cuando sus labios tocaron los de Harper, ella finalmente se dejó llevar por su impulso. O al menos lo intentó.

Movió la mano, con la intención de abrazarlo, pero con tan mala suerte que le apoyó la lata helada de refresco sobre la cintura, haciéndolo retroceder de un salto.

—Lo siento. —Harper se encogió avergonzada y sacudió la cabeza—. Me olvidé de que tenía la lata en la mano.

—Está bien, no es nada —dijo Daniel con una sonrisa—. Sólo me dio un escalofrío.

Volvió a acercarse a ella con la intención de retomar el beso, pero la magia del momento ya se había roto y Harper volvió a recordar lo estúpido que sería empezar una relación con él.

—Creo que debería volver al trabajo —dijo, apartándose de él en dirección a la puerta.

—Claro. —Daniel apoyó las manos en su cintura y asintió con la cabeza—.

Por supuesto.

—Lo lamento —masculló Harper, compungida.

—No tienes por qué. Puedes pasar cuando quieras. Mi puerta está siempre abierta para ti.

—Lo sé —respondió Harper con una sonrisa—. Gracias.

Harper salió a la cubierta. Después de estar en la penumbra de la cabina, el sol resultaba cegador. Entrecerró los ojos y caminó hacia la barandilla.

Como Daniel rehusaba usar la escalerilla, tenía que ayudarla a bajar de nuevo al muelle. Pasó su brazo alrededor del cuerpo de Harper para poder alzarla por encima de la baranda, pero antes de hacerlo, la sujetó contra él unos segundos. Harper ya había pasado un brazo alrededor de su cuello, sujetándose para cuando la alzara.

—Me gustó que vinieras a verme.

Después la levantó y la posó suavemente en el muelle. Daniel se quedó en cubierta, observándola mientras ella se alejaba.

18. La caída

POR primera vez en su vida, Gemma faltó a su entrenamiento. Gracias a sus nuevas habilidades de sirena, era increíblemente rápida en el agua. Además, Penn le había dicho que necesitaban irse pronto y, aunque no estaba segura de si quería ir con ellas o no, era muy probable que tuviese que dejar el equipo de natación.

Pero de todos modos, se sentía culpable. Gemma sólo faltaba cuando era totalmente imprescindible. El entrenador Levi estaría muy decepcionado y a ella nunca le había gustado defraudarlo.

Cuando despertó esa mañana, se preparó para ir a su entrenamiento como hacía todos los días, pero en lugar de ir a la escuela, dio la vuelta a la manzana en su bicicleta y se ocultó detrás de unos árboles hasta que Harper y su padre se fueron al trabajo.

Una vez que estuvo segura de que se habían ido, volvió a su casa. Tenía que volver a ver a Álex.

Después del beso de la noche anterior, había vuelto a casa y había tenido que escuchar los gritos de Harper y de Brian. Los dos estaban tan perplejos como furiosos por cómo se estaba comportando. Gemma habría deseado poder contárselo todo, pero les parecerían puras locuras. Nadie creería jamás que era una sirena, y mucho menos llegarían a entenderlo.

Al final, dejaron que se fuera a dormir, pero ella se quedó varias horas despierta. Sabía que tenía que hablar con Penn antes de poder entender cabalmente en qué se había transformado. Pero no era eso siquiera lo que le dio vueltas en la cabeza hasta las primeras horas de la madrugada.

Le habían dicho que nadie podría amarla, que esa era parte de la maldición. Tal vez Álex no la amara todavía, pero podría amarla algún día. Si pasaban suficiente tiempo juntos, Gemma estaba casi segura de que Álex se enamoraría de ella.

Si las sirenas estaban equivocadas en eso, entonces tal vez también se equivocaran en otras cosas. Como, por ejemplo, en que no tenía que dejar a su familia o su vida. Por más que Harper y su padre le hubiesen gritado la noche anterior, le partía el corazón separarse de ellos. Sabía cuánto la amaban.

La noche anterior, cuando besó a Álex, había estado a punto de rendirse. Pero no pudo. Tal vez no significara nada que Álex sintiera eso por ella, pero tenía que intentarlo. Le había dicho que era la persona más decidida que había conocido en su vida, y tenía razón. Lo intentaría todo antes de irse con las sirenas.

Gemma llamó a la puerta trasera de la casa de Álex, pero como no contestaba, tuvo que tomar medidas más drásticas.

Su madre tenía un enrejado con una enredadera que crecía a los lados de la casa. Probablemente no fuera lo suficientemente fuerte como para soportar su peso, pero de todos modos decidió trepar por ella hasta la ventana de su habitación.

Una de las planchas de madera se partió bajo el peso de su pie, pero en seguida recuperó el equilibrio. Se cortó un dedo con una de las enredaderas, pero salvo por eso, le resultó asombrosamente fácil trepar. Para cuando estuvo arriba, junto a la ventana del segundo piso, el corte ya había cicatrizado.

Gemma espió por la ventana y no vio lo que esperaba. Álex estaba sentado en su escritorio delante de la computadora con los auriculares puestos, y moviéndose al son de una canción que Gemma no podía escuchar. Basándose en el estado de su cabello, todo revuelto, y de su escaso atuendo —estaba en calzoncillos—, supuso que no hacía mucho que se había levantado.

Durante unos segundos se contentó con quedarse ahí observando esa manera torpe y desacompasada en que bailaba y cómo cada tanto vociferaba un par de palabras de lo que parecía ser una vieja canción de Run-DMC. Su comportamiento contrastaba con lo sexy que estaba así con todo el torso desnudo. Mientras se movía, Gemma podía ver los músculos

de su espalda y de sus brazos bajo su piel cobriza.

—Álex —dijo golpeando con los nudillos el cristal de la ventana. Él se asustó tanto que saltó de la silla.

—¡Gemma! —Álex se quedó con la boca abierta y se quitó los auriculares—

. ¿Qué haces ahí?

—No contestabas a la puerta. ¿Puedo pasar?

—Eh… —Álex se rascó el entrecejo, mirándola fijamente durante unos segundos, como si no entendiese lo que estaba pasando—. Sí, claro.

Fue hasta la ventana y la abrió, pero ésa no era la respuesta que ella había esperado. Tal vez se había equivocado al ir sin invitación.

—Disculpa —dijo Gemma, mientras entraba en el cuarto—. No era mi intención molestarte.

—No, no me molestas. —Álex negó con la cabeza, y después se apresuró a ordenar la habitación.

—No hace falta que hagas eso porque estoy aquí.

Álex la ignoró y siguió recogiendo la ropa sucia y las revistas de tecnología que había tiradas por la habitación. En realidad no estaba muy desordenada. Era un muchacho bastante cuidadoso. Salvo por la pila de juegos X-Box y las latas de Mountain Dew, estaba bastante en orden.

—¿Sabes una cosa, Gemma? Lo siento, pero no puedo hacer esto. —Álex interrumpió abruptamente lo que estaba haciendo y se quedó ahí de pie, sujetando las prendas de ropa sucia en la mano. Se frotó los ojos y sacudió la cabeza—. ¿Qué haces aquí? ¿Qué te está pasando?

—Quería verte —dijo ella sencillamente.

—No, no me refería sólo a ahora… —Álex dejó las prendas en una pila junto a la puerta y se volvió hacia ella con las manos en las caderas—.

¿Qué hiciste anoche? Harper dijo que te fuiste con esas extrañas chicas, y después vienes a mi casa toda empapada porque necesitas saber si me gustas.

—Lamento mucho lo de anoche —dijo Gemma, pero Álex tenía más cosas que decir.

—Y la otra noche, cuando desapareciste, también con esas chicas. Harper pensó que estabas muerta. Sabes que tienes a tu hermana asustadísima, y tú no eres así.

»Y después, cuando fui el martes y… —bajó los ojos, y sus mejillas se ruborizaron un poco— nos besamos. Estuvo bien y todo, pero… ésa no eras tú. Ni siquiera sé si yo era yo.

—Lo sé, lo sé. —Gemma suspiró. Quería contárselo todo, pero ¿cómo?

¿Acaso podría alguien creerle?

—¿Qué está pasando? —preguntó Álex, y Gemma sintió que se le partía el corazón al oír el tono de desesperación en su voz.

—¿Confías en mí?

—¿Sinceramente? —Álex alzó la cabeza y la miró a los ojos—. Hace unos días, habría dicho que sí sin dudarlo pero después de todo lo que ha pasado en los últimos días, no lo sé.

—Nunca te he mentido. —Después sacudió la cabeza—. Bueno, salvo quizá alguna vez cuando era pequeña. Pero desde que empezamos a salir, jamás. Nunca te mentiré. Sé lo extraño que resulta todo esto y no sé cómo explicártelo.

—Al menos podrías intentarlo.

—No creo que pueda.

—¿Se trata de mí? —preguntó él—. ¿O de nosotros?

—¡No, no! —dijo Gemma con énfasis.

—Porque eso es lo único que ha cambiado. Tú eras normal hasta que empezamos a salir.

—No. —Gemma se acercó un poco más a él, apoyando las manos en su pecho para convencerlo—. No, no se trata en absoluto de ti. Eres lo único que me mantiene cuerda.

—¿Por qué? —Álex bajó la mirada hacia ella, pero no la tocó como ella había esperado que lo hiciera—. ¿Cómo es que de pronto me he convertido en lo único que te mantiene anclada a la normalidad?

—Porque es así. Creo que eres la única persona que me ve tal como soy.

—Gemma. —Álex emitió un pesado suspiro y le apartó el cabello de la cara, poniéndole un mechón suelto detrás de la oreja—. Espera. ¿Qué hora es? ¿Por qué no estás entrenando?

Gemma le sonrió con culpabilidad.

—Necesitaba verte —le confesó.

—¿Por qué? —Álex sacudió la cabeza—. No es que no quiera estar contigo, pero jamás faltas a tus entrenamientos. No hay nada en el mundo que te guste tanto como nadar.

—Bueno, tal vez sí. —Gemma bajó la vista y retrocedió unos pasos para sentarse en la cama—. Sé que tienes dudas, pero ¿podrías simplemente confiar en mí?

Álex entrecerró los ojos, receloso de sus intenciones.

—¿Cómo? —dijo después.

—Déjame pasar el día contigo. Sólo hoy.

—Gemma. —Álex rió un poco y sacudió la cabeza—. Querría pasar todos los días contigo. Pero ¿por qué hoy es tan importante?

—No sé —respondió encogiéndose de hombros—. Tal vez no lo sea.

—Estás muy críptica últimamente.

—Lo siento.

—De acuerdo. —Álex se rascó la nuca, y después se sentó en la cama al lado de Gemma—. ¿Qué quieres que hagamos hoy, entonces?

—Bueno… podrías enseñarme algunos de esos increíbles pasos de baile que estabas haciendo hace un rato. —Gemma trató de imitar algunos.

—Oh, ¡qué mala eres! —Álex fingió ofenderse—. Eran mis pasos secretos y tú estabas espiándome desde mi ventana. Debería llamar a la policía y denunciarte por espiar a la gente en la intimidad de su hogar.

—Oh, vamos. —Gemma siguió, haciendo versiones espantosamente exageradas de los movimientos de Álex—. Muéstrame lo que sabes.

—No, jamás —dijo él, riendo de sus imitaciones.

Como ella continuaba, Álex la tomó de la cintura y la empujó de nuevo sobre la cama. Gemma empezó a reír, y él la puso de espaldas y se subió encima de ella. Sus brazos la rodeaban con fuerza; Gemma nunca había sentido su cuerpo tan cerca.

Álex se inclinó y la besó, provocando que su corazón diera un salto. Una sensación de calor le recorrió todo el cuerpo desde el vientre hasta la yema de los dedos.

Mientras nadaba en la bahía como sirena, había creído que ésa era la sensación más maravillosa que había experimentado en su vida. Pero estando allí tumbada, besando a Álex, se dio cuenta de que estaba equivocada. Lo que él le hacía sentir era aún mejor, porque no era ningún hechizo o maldición. Era real.

—Muy bien —dijo Alex, todavía encima de ella—. Creo que ahora puedo mostrarte algunos pasos.

Se paró abruptamente, tomándola de las manos para levantarla junto a él. Hizo unos movimientos ridículos. Gemma trató de copiarlo, pero se reía demasiado como para poder seguirlo. Álex la tomó de la cintura, acercándola a su cuerpo y guiándola en los pasos de un exagerado vals.

Al final, los dos terminaron cayendo en la cama, muertos de risa. Y allí fue donde pasaron el resto del día. Recostados en su vieja cama, riendo y charlando. Cada tanto se besaban, pero la mayor parte del tiempo estuvieron simplemente tumbados uno al lado del otro.

Los ánimos se oscurecieron cuando Álex le contó lo preocupado que estaba por Luke. No eran amigos íntimos, pero Luke siempre le había caído bien. Sin mirarla de frente, Álex había admitido, algo avergonzado, que le asustaba que alguien pudiera desaparecer así como así sin dejar ningún rastro.

Gemma había hecho lo posible por consolarlo, sujetándole la mano y asegurándole que todo se arreglaría.

Después, Álex trató de animar un poco el ambiente. Para su desilusión, se había puesto una remera, pero probablemente era mejor así, ya que le costaba mucho concentrarse cuando estaba con el torso desnudo.

Álex la deleitó con historias de su torpe adolescencia, contándole anécdotas que la hicieron reír tanto que le dolía el estómago. Para el almuerzo, Álex preparó sándwiches de papas fritas de bolsa con manteca de maní que también comieron en la cama, dejando migas sobre sus sábanas de los
Transformers
.

En un momento dado, se había disculpado por las sábanas, insistiendo en que las tenía desde los once años y todavía estaban en buen estado, por lo que no había motivo para tirarlas. Gemma sonrió y asintió con la cabeza, pero en realidad pensó que le gustaba lo friki que era.

Después se quedaron un rato callados, sin mucho más que decirse. Estuvieron ahí recostados uno junto al otro, mirando el techo. Álex le sujetaba la mano y a veces la apretaba tan fuerte que Gemma podía sentir sus corazones latiendo al unísono entre sus dedos.

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