Sirenas (3 page)

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Authors: Amanda Hocking

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Sirenas
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Eso la enfadaba a rabiar, pero hacía tiempo que había desistido de esa lucha. Su padre le había puesto a Gemma una hora límite y si realmente le molestara esperarla levantado, habría podido establecer una hora de regreso más temprana. O al menos eso era lo que él decía.

Brian y Gemina estuvieron charlando un par de minutos, mientras Harper se esforzaba desde arriba por escuchar sus voces apagadas. Después oyó pasos en la escalera, y antes de que Gemma pudiese llegar a su cuarto, Harper abrió la puerta de su habitación y la encaró.

—Gemma —dijo en voz baja.

Su hermana estaba parada al otro lado del pasillo, de espaldas a ella, con la mano en el picaporte de la puerta de su habitación. El vestido de verano se le pegaba a la piel húmeda, y Harper podía distinguir las líneas del biquini debajo de la tela.

Con profundo desgano, Gemma se volvió hacia su hermana mayor.

—No hace falta que me esperes despierta, ¿sabes? Papá ya se encarga de eso.

—No te estaba esperando —mintió Harper—. Estaba leyendo. —Sí, claro.

—Gemma alzó los ojos hacia el techo y se cruzó de brazos—. Vamos, no te quedes callada. Dime qué es lo que he hecho mal esta vez.

—No has hecho nada mal —dijo Harper, suavizando su tono de voz.

No es que le gustara gritarle a su hermana todo el tiempo. En realidad no era así. Era sólo que Gemma tenía la horrible costumbre de hacer estupideces.

—Ya lo sé —respondió Gemma.

—Yo sólo… —Harper pasó los dedos por el marco de la puerta de su habitación evitando mirar a su hermana directamente, por miedo a que notara una mirada reprobadora en sus ojos—. ¿Qué hacías con Álex?

—Mi coche no arrancaba y él me llevó a la bahía.

—¿Por qué te llevó?

—No sé. Porque es amable, supongo. —Gemma se encogió de hombros.

—Gemma —dijo Harper, regañándola.

—¿Qué? —preguntó ésta—. No he hecho nada malo.

—Es demasiado mayor para ti —añadió Harper con suspiro—. Ta sé que…

—¡Harper! ¡Por favor! —Con rubor en las mejillas, Gemma bajó la mirada—

. Álex es como… un hermano o algo así. No seas malpensada. Además es tu mejor amigo.

—Ni se te ocurra —Harper sacudió la cabeza—. He visto cómo han estado jugueteando estos dos últimos meses, y la verdad es que no me importaría si no fuera porque él está a punto de irse a la universidad. No quiero que salgas herida.

—Nadie va a hacerme daño. No va a pasar nada —insistió Gemma—.

¿Sabes?, pensaba que te alegrarías. Siempre andas diciéndome que no vaya a nadar der noche sola, y he ido acompañada.

—¿Con Álex? —Harper alzó una ceja, y hasta Gemma tuvo que admitir que Álex probablemente no fuera un guardaespaldas muy efectivo—. Además esas escapadas nocturnas no son nada seguras. No debería seguir saliendo a estas horas.

—Son seguras. No pasa nada.

—Hasta ahora —replicó Harper—. Pero en los últimos meses ya han desaparecido tres personas, Gemma. Debes tener cuidado.

—¡Lo tengo! —Gemma cerró los puños a ambos lados de su cuerpo—. Además no importa lo que tú digas. Papá me ha dado permiso para ir siempre y cuando esté de vuelta a las once, y es lo que hago.

—Papá no debería dejarte ir.

—¿Pasa algo, niñas? —preguntó Brian, asomando la cabeza por la escalera.

—No —dijo Harper entre dientes.

—Me voy a duchar y después a la cama, si a Harper no le molesta —dijo Gemma.

—Por mí puedes hacer lo que quieras —respondió Harper, levantando las manos y encogiéndose de hombros.

—Gracias. —Gemma dio media vuelta, entró en su habitación y cerró de un portazo.

Harper se apoyó sobre el marco de la puerta, mientras su padre subía la escalera. Era un hombre alto de manos grandes, gastadas por años de duro trabajo en el puerto. Aunque había pasado los cuarenta, se

conservaba bastante bien, y salvo por algunos mechones canosos, no aparentaba la edad que tenía.

Se detuvo frente a la habitación de Harper, se cruzó de brazos e, inclinando un poco la cabeza hacia abajo, miró a su hija mayor.

—¿Qué pasaba?

—No sé. —Harpers e encogió de hombros y se miró los dedos de los pies, mirando que el esmalte de uñas se había empezado a descascarar.

—Tienes que dejar de decirle todo el tiempo lo que debe hacer —dijo Brian pausadamente.

—¡Yo no le digo nada!

—Va a cometer errores, como tú, pero estará bien, igual que lo estás tú.

—¿Por qué soy siempre la mala de la película? —Al final, Harper levantó los ojos y miró a su padre—. Álex es demasiado mayor para ella, y ese lugar es peligroso. No estoy diciendo ninguna tontería.

—Pero tú no eres su padre —dijo Brian—. Y yo sí. Tú tienes tu propia vida. Deberías estar centrándote en que cuando llegue el otoño empezarás la universidad. Deja que yo me preocupe por tu hermana, ¿de acuerdo? Sé cuidar de ella.

—¿Seguro? —dijo Harper suspirando.

—Claro —respondió Brian sinceramente, mirándola a los ojos—. Sé que he dejado que te hicieras cargo de demasiadas cosas desde que tu madre… — Su voz se fue apagando, dejando el final de la frase en el aire—. Pero eso no quiere decir que no vayamos a estar bien cuando te vayas a la universidad.

—Lo sé. Lo siento, papá. —Harper se obligó a sonreírle—. Es que no puedo evitar preocuparme.

—Bueno, pues trata de no hacerlo y vete a dormir, que ya es tarde, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —respondió Harper, asintiendo con la cabeza.

Brian se inclinó y la besó en la frente.

—Buenas noches, cariño.

—Buenas noches, papá.

Harper regresó a su habitación y cerró la puerta. Su padre tenía razón y ella lo sabía, pero eso no cambiaba en nada lo que sentía. Para bien o para mal, Gemma había sido su responsabilidad durante los últimos nueve años. O al menos ella se había sentido responsable de su hermana.

Se sentó en la cama y lanzó un profundo suspiro. Le iba a resultar imposible dejarlos.

Debería sentirse entusiasmada con la idea de vivir sola, sobre todo considerando el esfuerzo que había hecho para conseguirlo. Incluso trabajando medio día en la biblioteca y como voluntaria en el refugio de animales, Harper había logrado obtener un excelente promedio académico.

La beca que le habían otorgado le había abierto puertas que el presupuesto de su padre jamás habría podido abrirle. Todas las universidades por las que se había interesado se habían mostrado ansiosas por aceptarla. Podría haber ido a cualquiera de ellas, pero había elegido una universidad estatal que quedaba a sólo unos minutos de Capri.

Espiando a través de las cortinas, Harper vio que había luz en la habitación de Alex. Tomó su celular de la mesita de luz con intención de mandarle un mensaje de texto, pero en seguida cambió de idea. Eran amigos desde hacía años, y a pesar del hecho de que ella nunca había sentido nada por él, el creciente interés que mostraba por su hermana menor la exasperaba un poco.

Cuando Gemma abrió la canilla del agua caliente del baño, las tuberías chirriaron por el pasillo. Harper tomó el esmalte azul para retocarse las uñas de los pies, mientras escuchaba a Gemma cantar en la ducha, con la voz dulce, como entonando una canción de cuna.

Después de terminar un pie, desistió de continuar y se acurrucó en la cama. En cuanto su cabeza tocó la almohada, se durmió.

Para cuando se despertó a la mañana siguiente, su padre ya se había marchado al trabajo y Gemma corría de un lado a otro de la cocina. Nunca dejaba de sorprenderla que, despertándose a la siete de la mañana, ella fuera la dormilona de la familia.

—He preparado unos huevos pasados por agua —dijo Gemma, mientras masticaba un bocado. Por los restos amarillos que asomaban de su boca, Harper dedujo que su hermana acababa de zamparse uno de los huevos—. He hervido la docena entera, así que puedes comer más de uno.

—Gracias. —Harper bostezó y se sentó a la mesa de la cocina.

Gemma estaba parada junto al lavavajillas abierto, bebiéndose a toda prisa un vaso de jugo de naranja. Cuando terminó, lo dejó en el lavavajillas, junto con el plato que acababa de usar. Ya estaba vestida. Llevaba unos vaqueros gastados y una remera, y el cabello recogido en una colita.

—Me voy a entrenar —dijo al pasar rápidamente junto a Harper.

—¿Tan temprano? —Harper se inclinó hacia atrás en la silla para poder mirar por la puerta, mientras Gemma se calzaba—. Pensaba que el entrenamiento no empezaba hasta las ocho.

—Así es. Pero mi coche no arranca, así que voy en bicicleta.

—Puedo llevarte yo —le ofreció Harper.

—No hace falta. —Gemma tomó su mochila deportiva y comprobó que llevara todo lo necesario. Sacó su iPod y lo metió en el bolsillo del pantalón.

—Se supone que no deberías usar eso mientras vas en bicicleta —le recordó Harper—. No podrás oír los coches.

—No te preocupes. —Gemma ignoró el comentario y se colgó los auriculares alrededor del cuello.

—Han pronosticado lluvia para hoy —dijo Harper.

Gemma tomó un impermeable gris con capucha del perchero de la entrada y lo sujetó en alto para que Harper pudiera verlo.

—Me llevo mi canguro. —Sin esperar respuesta, Gemma dio media vuelta y abrió la puerta de la calle—. ¡Hasta luego!

—¡Que tengas un buen día! —le respondió, pero Gemma ya había cerrado la puerta.

Harper se quedó sentada en la cocina unos minutos, dándose tiempo para despertarse antes de que el silencio de la casa la intranquilizara y la empujara a la acción. Encendió la radio para que la casa pareciera menos vacía. Su padre la tenía sintonizada en una emisora de rock clásico y Harper pasaba muchas mañanas acompañada por Bruce Springsteen.

Cuando abrió la refrigeradora para prepararse el desayuno, vio la bolsa del almuerzo de su padre. Se lo había olvidado. Otra vez. En su hora libre al mediodía, iba a tener que salir rápido para llevárselo al puerto.

Una vez que terminó de desayunar, Harper siguió rápidamente su rutina matinal. Limpió la refrigeradora, tiró todos los restos de comida que encontró, antes de empezar con el lavavajillas y sacar la basura. Era martes. En el colorido calendario de tareas domésticas que había confeccionado se podía leer «lavar la ropa» y «baño» en grandes letras de imprenta.

Como lavar la ropa llevaba más tiempo, Harper empezó con ello. Mientras se ocupaba de aquella tarea, descubrió que Gemma había usado uno de sus tops y lo había manchado de salsa. Debía acordarse de hablar con ella del asunto.

Limpiar el baño siempre la disgustaba. El desagüe de la ducha solía rebosar dé cabellos de color castaño oscuro de su hermana. Como el cabello de Harper era más negro, más grueso, lo normal habría sido encontrar más cantidad del suyo, pero siempre era el de Gemma el que cubría el desagüe.

Harper termino con las tareas domésticas, después se dio un baño y se preparó para ir al trabajo. La lluvia que habían anunciado para esa mañana ya había empezado, un fuerte chaparrón de verano, y tuvo que ir corriendo hasta su coche para no empaparse.

Como llovía, la biblioteca en la que trabajaba estaba un poco más llena de gente que de costumbre. Su compañera Marcy se le había adelantado y

estaba colocando los libros en su lugar y ordenando los estantes, por lo que a ella le correspondía atender al público.

Tenían un sistema automatizado, de modo que la gente podía buscar los libros sin ayuda, pero algunos no lograban entenderse con él. Además, siempre había quien tenía preguntas sobre las nuevas tarifas o quien necesitaba reservar algún libro, o alguna simpática viejecita que quería que la ayudaran a encontrar ese libro «en el que había un pez, o tal vez una ballena, y la muchacha que se enamora».

A mediodía, la lluvia había cesado, al igual que el movimiento de gente. Marcy, que había permanecido deliberadamente en los pasillos de atrás reordenando los libros, salió de su escondite y se sentó en una silla al lado de Harper, en el escritorio de recepción.

Aunque era siete años mayor que ella y técnicamente su jefa, Harper era la más responsable de las dos. A Marcy le encantaban los libros. Esa era la razón por la que había entrado a trabajar allí. Pero si por ella hubiera sido, se habría pasado el resto de su vida sin hablar con nadie. Sus vaqueros lucían un agujero en la rodilla y llevaba una remera en la que se leía: «Escucho bandas que ni siquiera existen todavía».

—Bueno, me alegro de que ya haya pasado —dijo Marcy.

—Si nunca viniese nadie, no tendrías trabajo —le señaló Harper.

—Lo sé. —Se encogió de hombros y se apartó el flequillo lacio de los ojos—. A veces creo que soy como ese tipo de La dimensión desconocida.

—¿Qué tipo? —preguntó Harper.

—Ese tipo. Burguess Meredith, creo que se llama. —Marcy se reclinó en la silla—. Lo único que quería era leer libros y al final consigue lo que quiere y toda la gente muere en un holocausto nuclear.

—¿Quería que todo el mundo desapareciera? —preguntó Harper, mirando con seriedad a su amiga—. ¿Realmente quieres que todo el mundo desaparezca?

—No, él no quería que desaparecieran y yo tampoco. —Marcy sacudió la cabeza—. Sólo quería estar tranquilo y leer, y al final vaya si lo dejan tranquilo. Ésa es la moraleja. Pero al final se le rompen los lentes y eso le impide leer, y está muy molesto. Por eso como tantas zanahorias.

—¿Qué? —preguntó Harper.

—Para tener buena vista —dijo Marcy como si fuese lo más obvio del mundo—. En el caso de que estalle una guerra nuclear, no tendré que preocuparme por mis lentes, siempre que sobreviva a la radiactividad o al apocalipsis de los zombis o a lo que sea.

—Vaya. Da la sensación de que lo tienes todo muy bien calculado.

—Y lo tengo —admitió Marcy—. Y todos deberían hacer lo mismo. No es ninguna estupidez.

—Por supuesto. —Harper empujó hacia atrás la silla para alejarla del escritorio—. Oye, ahora que esto está más tranquilo, ¿te molesta si salgo a comer un poco antes? Tengo que llevarle la comida a mi padre.

—No, para nada —dijo Marcy encogiéndose de hombros—. Pero pronto va a tener que aprender a arreglársela él solito.

—Lo sé —respondió Harper con un suspiro—. Gracias.

Harper se levantó y se dirigió a la pequeña oficina situada tras el escritorio que había ante ella para sacar la bolsa del almuerzo de la refrigeradora. La oficina era de la bibliotecaria, pero iba a estar todo el mes de luna de miel, viajando alrededor del mundo. Por eso Marcy era la encargada, lo que significaba que en realidad era Harper la que estaba al mando.

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