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Authors: Amanda Hocking

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Sirenas (2 page)

BOOK: Sirenas
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—Es distinto. —Gemma sacó el brazo por la ventanilla y lo extendió como si fuera el ala de un avión—. Cuando nado en la piscina todo se resume en un número de largos y cronometraje.

Es un trabajo. En la bahía es más como flotar y jugar en el agua.

—Pero ¿nunca te cansas de remojarte? —preguntó Álex.

—No —dijo Gemma sacudiendo la cabeza—. Es como si alguien te preguntara si nunca te hartas de respirar.

—Bueno, de hecho a veces me pasa. A veces pienso que sería genial no tener que respirar todo el tiempo.

—¿Por qué? —preguntó Gemma entre risas—. ¿Por qué sería genial?

—No sé. —Álex pareció avergonzarse, y frunció los labios en una sonrisa nerviosa—. Supongo que lo pensaba sobre todo durante las clases de gimnasia, cuando me hacían correr o ese tipo de cosas. Siempre me faltaba el aire.

Álex la miró como para ver si ella pensaba que era un completo perdedor por admitir aquello. Pero ella le sonrió como única respuesta.

—Deberías haber venido a nadar conmigo —dijo Gemma—. Así no te habría faltado tanto el aire.

—Lo sé, soy un desastre —dijo suspirando—. Al menos ahora que ya me he graduado he conseguido sacarme de encima las clases de gimnasia.

—Pronto estarás tan ocupado en la facultad que ni siquiera te acordarás

de los horrores de la secundaria —dijo Gemma con desánimo.

—Supongo que sí. —Álex arrugó la frente, preguntándose si no le habría hecho perder el buen humor con alguno de sus comentarios.

Gemma se inclinó más hacia la ventanilla, con el brazo colgando por fuera y el mentón apoyado sobre la mano, mientras miraba las casas y los árboles que iban pasando. En el vecindario en que vivían, las casas eran humildes y estaban bastante mal conservadas, pero en cuanto pasaban Capri Lane, el paisaje se volvía más limpio y moderno.

Como era temporada alta, todo estaba iluminado. En el aire flotaba la música de los bares, mezclada con las conversaciones y la risa de la gente.

—¿Estás contento de poder escapar de todo esto? —preguntó Gemma con una sonrisa irónica, mientras señalaba a una pareja borracha que discutía en el bulevar.

—Hay algunas cosas que me alegraré mucho de no volver a ver —admitió él, pero al mirarla su expresión se suavizó—. Pero hay otras que sin lugar a dudas voy a echar de menos.

La playa estaba casi desierta, a excepción de unos adolescentes reunidos alrededor de una hoguera. Gemma le indicó a Álex que siguiera hasta la costa. La arena blanca dio paso a un terreno más rocoso y escarpado cuando llegaron al borde del mar, y en lugar de los aparcamientos pavimentados apareció un bosque de cipreses. Álex estacionó sobre una calle de tierra lo más cerca del agua que pudo.

En aquel lugar tan apartado de todas las atracciones turísticas, no había gente ni senderos que llevaran hasta el agua.

Cuando Álex apagó las luces del Cougar, se los tragó la oscuridad.

La única luz provenía de la luna y del lejano resplandor que emitía, a lo lejos, el pueblo.

—¿De veras es aquí donde nadas? —preguntó Álex.

—Sí. Es el mejor lugar para nadar. —Gemma se encogió de hombros y abrió la puerta.

—Pero es muy rocoso. —Álex bajó del coche y recorrió con la vista las musgosas piedras que cubrían el terreno—. Parece peligroso.

—De eso se trata —dijo Gemma con una sonrisa irónica—. Nadie nada aquí.

En cuanto bajó del coche, Gemma se quitó el vestido y se quedó sólo con el biquini. Se soltó el oscuro cabello que llevaba atado en una coleta, y lo sacudió. Se sacó las sandalias y las arrojó dentro del coche, junto con el vestido.

Álex se quedó parado a un lado del Cougar, con las manos en los bolsillos, tratando de no mirarla. Sabía que Gemma llevaba puesto un biquini, el mismo que le había visto cientos de veces. Gemma prácticamente vivía en traje de baño. Pero allí, solo, junto a ella, la imagen de Gemma en biquini se le hacía demasiado presente.

De las dos hermanas Fisher, Gemma era, sin duda, la más bonita. Tenía un cuerpo grácil de nadadora, pequeño y delgado, pero con curvas en los lugares apropiados, la piel bronceada y el cabello oscuro salpicado de reflejos dorados por efecto del cloro y el sol. Sus ojos eran de color miel. No es que Álex pudiera verlos en aquella penumbra, pero brillaban cuando le sonreía.

—¿No vas a nadar? —preguntó Gemma.

—Oh, no. —Álex sacudió la cabeza y apartó deliberadamente la vista hacia la bahía para evitar mirarla—. Estoy bien. Te espero en el coche hasta que termines.

—No, me has traído todo este largo camino hasta aquí. No puedes quedarte esperando en el coche. Tienes que venir a nadar conmigo.

—No, estoy bien así —dijo rascándose el brazo y bajando la mirada—. Ve y diviértete.

—Vamos, Álex. —Gemma frunció los labios, fingiendo sentirse decepcionada—. Apuesto a que nunca has nadado a la luz de la luna. Y cuando termine el verano, te marcharás a la universidad.

Tienes que hacerlo al menos una vez, o te irás sin saber lo que es realmente.

—No llevo bañador —dijo Álex, pero su resistencia ya estaba empezando a flaquear.

—Métete en calzoncillos.

Álex pensó en continuar negándose, pero lo cierto era que Gemma tenía razón. Ella siempre hacía este tipo de cosas y él había pasado casi toda la secundaria metido en su habitación.

Además, era mejor nadar que quedarse allí. Y al pensarlo, se dio cuenta de que le daba menos miedo meterse en el mar con ella que mirarla desde la playa.

—De acuerdo, pero espero no cortarme los pies con las rocas —dijo Álex, mientras se quitaba las zapatillas.

—Prometo cuidarte. —Gemma se llevó una mano al corazón como para jurarlo.

—Me voy a encargar de que lo cumplas.

Álex se quitó la camiseta; era exactamente como Gemma lo había imaginado. Su complexión desgarbada había adquirido una tonicidad y una musculatura que no se adecuaban a lo que se habría podido esperar, ya que Álex era una rata de biblioteca confesa.

Cuando empezó a quitarse los pantalones, Gemma se dio la vuelta por cortesía. Aunque en unos segundos lo vería en calzoncillos, le resultaba extraño mirarlo mientras se quitaba los pantalones.

—¿Y cómo llegamos al agua? —preguntó Álex.

—Con mucho cuidado.

Gemma iba delante, pisando delicadamente las rocas. Él sabía que no tenía la menor posibilidad de poder emular su gracia.

Se movía como una bailarina, pasando de puntillas de una roca a la otra hasta alcanzar el agua.

—Cuando entres en el agua, ten cuidado porque hay algunas piedras afiladas —le advirtió Gemma.

—Gracias por el aviso —masculló Álex, mientras avanzaba lo más

cautelosamente que podía. El camino trazado por Gemma, que ella hacía que pareciera tan sencillo, resultó bastante traicionero y Álex se cayó varias veces.

—No te preocupes. Si vas despacio, no te pasará nada.

—Es lo que trato de hacer.

Para su sorpresa, logró llegar al agua sin cortarse los pies.

Una vez que Álex se metió en el mar, Gemma le sonrió orgullosa y siguió caminando mar adentro.

—¿No tienes miedo? —preguntó Álex.

—¿De qué? —Gemma ya se había adentrado lo bastante en el mar como para poder estirarse de espaldas y nadar batiendo las piernas.

—No sé. De monstruos marinos o algo así. El agua está tan oscura. No se ve nada. —A Álex le llegaba el agua por encima de la cintura y en realidad no quería seguir avanzando.

—No hay monstruos —dijo Gemma entre risas, y lo salpicó. Para ayudarlo a relajarse, le lanzó un desafío—. A ver quién llega primero hasta aquella roca.

—¿Qué roca?

—Ésa —dijo ella, señalando una inmensa punta rocosa que sobresalía del agua a unos metros de distancia.

—Vas a ganar tú —dijo Álex.

—Te doy ventaja —le ofreció Gemma.

—¿Cuánto?

—Hummm… cinco segundos.

—¿Cinco segundos? —Álex pareció sopesar la propuesta—. Supongo que tal vez podría… —Pero en vez de terminar la frase, se zambulló en el agua y empezó a nadar a toda prisa.

—¡Te doy ventaja! —le gritó Gemma—. ¡No hace falta que encima hagas trampa!

Álex nadó lo más rápido que pudo, pero en cuestión de segundos Gemma pasó velozmente por su lado. Era imparable en el agua, y él nunca había visto a nadie más rápido que ella. En varias ocasiones, Álex había acudido con Harper a competiciones de natación en la escuela; Gemma las había ganado casi todas.

—¡He ganado! —gritó Gemma, cuando llegó a la roca.

—Como si alguien hubiese puesto en duda que fuera a ser así. —Álex se acercó a ella nadando y se aferró a la roca para sostenerse. Le faltaba el aire y se quitó el agua salada de los ojos—. No ha sido un desafío muy justo, que digamos.

—Lo siento —dijo Gemma con una sonrisa. No estaba para nada tan agitada como Álex, pero de todos modos se sujetó de la roca a su lado.

—Algo me dice que en realidad no lo sientes demasiado —dijo Álex simulando estar ofendido.

Su mano resbaló en la roca y cuando la estiró para volver a sujetarse, la apoyó accidentalmente sobre la de Gemma. Su primer impulso fue retirarla, entre incómodo y avergonzado, pero un segundo después, cambió de parecer.

Álex dejó la mano sobre la de Gemma, ambas mojadas y frías. La sonrisa de Gemma se había vuelto más tierna, y durante un segundo ninguno de los dos dijo una palabra. Se quedaron así aferrados a la roca unos instantes más; tan sólo se oía el sonido de las olas golpeando suavemente contra la roca, junto a ellos.

A Gemma le habría encantado quedarse así con Álex un rato, pero una luz se iluminó de golpe en una pequeña cala, detrás de él, y la distrajo. Era una pequeña caverna que estaba en la boca de la bahía, justo antes de que desembocara en el océano, a unos trescientos metros de donde flotaban Álex y Gemma.

El chico siguió la mirada de Gemma, y un segundo después, una risa retumbó en el agua. Gemma dejó que Álex se volviera, retirando la mano de debajo de la suya.

Un fuego refulgía en la cala y la luz de sus llamas iluminaba tres siluetas

danzantes que lo aventaban. Desde aquella distancia era difícil distinguir con claridad qué era lo que hacían exactamente, pero era obvio quiénes eran por el modo en que se movían. Todos en el pueblo las conocían, aunque en realidad nadie parecía haberlas visto en persona.

—Son esas chicas —dijo Álex en voz baja, como si ellas pudiesen oírlo desde la cala.

Las tres jóvenes parecían estar bailando, las tres con la misma gracia y elegancia. Hasta sus sombras, proyectadas sobre las paredes de la cueva, parecían moverse con sensualidad.

—¿Qué hacen ahí? —preguntó Álex.

—No sé —respondió Gemma, encogiéndose de hombros, sin dejar en ningún momento de mirarlas abiertamente—. Cada vez vienen más a menudo a este lugar. Parece que les gusta.

—Uh —dijo Álex. Gemma volvió a mirarlo y notó su frente arrugada como si estuviera pensando algo.

—Ni siquiera sé qué hacen en el pueblo.

—Yo tampoco —dijo Álex y volvió a girar la cabeza por encima del hombro para seguir observándolas—. Alguien me dijo que son canadienses.

—Puede ser. Pero no tienen acento.

—¿Las has oído hablar? —preguntó Álex, sorprendido.

—Sí, las vi en Pearl’s, el bar que está enfrente de la biblioteca. Siempre piden batidos de leche.

—¿No eran cuatro?

—Sí, creo que sí. —Gemma entrecerró los ojos para tratar de contarlas—. La última vez que las vi ahí, eran cuatro. Pero ahora hay sólo tres. —Me pregunto adónde habrá ido la cuarta.

Estaban demasiado lejos como para entender lo que decían, pero parecían charlar y reír, ya que sus voces flotaban sobre la bahía. Una de las jóvenes empezó a cantar con una voz clara como el cristal, y tan dulce que casi dolía oírla. Gemma sentía que la melodía le desgarraba el corazón.

Álex dejó caer la mandíbula y se las quedó mirando con la boca abierta. De pronto empezó a alejarse de la roca, flotando lentamente hacia ellas, pero Gemma apenas lo notó. Estaba concentrada en las tres jóvenes. O más exactamente en la que cantaba.

Penn. Gemma estaba segura de que era ella, por el modo en que se apartó de las otras dos. Su largo cabello negro caía sobre la espalda y el viento lo agitaba. Caminaba con una gracia y una determinación sorprendentes, con los ojos fijos al frente.

Desde aquella distancia y en medio de la oscuridad, Penn no debería haber notado su presencia, pero Gemma podía sentir que sus ojos la perforaban, produciéndole escalofríos a lo largo de toda la columna.

—Álex —dijo Gemma en una voz que apenas parecía la suya—. Creo que deberíamos irnos.

—¿Qué? —respondió Álex como atontado, y fue entonces cuando Gemma se dio cuenta de cuánto se había alejado el chico de ella.

—Álex, vámonos. Creo que las estamos molestando. Será mejor que nos vayamos.

—¿Irnos? —preguntó confundido por la sugerencia, mientras se volvía hacia ella.

—¡Álex! —dijo Gemma, casi gritando esta vez, pero su voz pareció pasar a través del cuerpo de Álex—. Tenemos que volver. Es tarde.

—Oh, de acuerdo —dijo Álex, sacudiendo la cabeza como si tratara de despejarla, y después echó a nadar de vuelta hacia la costa.

Una vez que Gemma se convenció de que Álex había vuelto a la normalidad, lo siguió.

Penn, Thea, Lexi y Arista estaban en el pueblo desde que había empezado el buen tiempo, y la gente supuso que se trataba de las primeras turistas de la temporada. Pero nadie sabía realmente quiénes eran o qué hacían allí.

Lo único que Gemma sabía era que odiaba que fueran a la cala. Le arruinaban el placer de nadar bajo las estrellas. No se sentía cómoda en el agua cuando ellas estaban en la cueva, bailando y cantando y haciendo lo que fuera que hiciesen.

3. Capri

EL ruido de la puerta del coche la sobresaltó, y Harper se incorporó de golpe, dejando a un lado el libro que estaba leyendo. Bajó de un salto de la cama y corrió la cortina justo a tiempo para ver a Gemma

despidiéndose de Álex antes de entrar en la casa.

Según el despertador de su mesita de luz, eran las diez y media. En realidad no tenía nada que recriminarle a su hermana, pero aun así aquello no le gustaba en absoluto.

Harper se sentó en la cama a esperar a que Gemma subiera la escalera. Aún tardaría unos minutos, ya que su padre, Brian, estaba en la planta de abajo viendo la televisión. Por lo general, se quedaba levantado a esperarla, aunque a Gemma parecía que no le importara demasiado: seguía saliendo aunque su padre tuviera que levantarse a las cinco de la mañana para ir al trabajo.

BOOK: Sirenas
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