Authors: Natsume Soseki
Kangetsu, digno representante de la juventud del siglo XX, peroraba como si representara a toda su generación. Encendió un cigarrillo y le echó el humo en la cara a Meitei. Pero Meitei no era del tipo de los que se asfixiaban con tan poca cosa:
—Como bien dices, las estudiantes y las jóvenes de hoy en día están muy marcadas por conceptos como la autoestima y la confianza en sí mismas. Desde luego, es admirable que intenten igualar a los hombres en casi cualquier campo. Por ejemplo, ahí tenéis a las chicas de la escuela que hay enfrente de mi casa. Son increíbles. Van por ahí en pantalones, y se columpian arriba y abajo en una barra de ejercicios. Cada vez que las observo desde la ventana y las veo catapultarse por los aires en sus ejercicios gimnásticos, me recuerdan a esas antiguas mujeres griegas que buscaban incansables la fuerza y la belleza...
—¡No, por Dios! Otra vez los griegos no —se lamentó el maestro con algo parecido a un sollozo.
—Es inevitable. Es como si todo lo estéticamente bello se hubiera originado en la antigua Grecia. Tanto si hablas de estética o de Grecia, en realidad estás hablando de la misma cosa. Cuando veo a esas chicas morenas entregadas en cuerpo y alma a la gimnasia, no puedo por menos de acordarme de la historia de Agnodice
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—dijo Meitei poniendo cara de fuente de la sabiduría.
—No sé cómo lo ha hecho, pero ya se las ha arreglado para endilgarnos otra de sus historias protagonizadas por gente de nombre raro —dijo Kangetsu con una amplia sonrisa.
—Agnodice fue una mujer extraordinaria. La miro a través de la perspectiva de los siglos, y sus logros me siguen impresionando. En aquellos días lejanos, las leyes de Atenas prohibían a las mujeres ejercer de comadronas. Era algo muy inoportuno e inconveniente, y se puede entender fácilmente por qué a Agnodice le pareció injusto.
—¿Cómo? ¿Qué palabra has dicho?
—Agnodice. Una mujer. Es un nombre de mujer. La cosa es que se dijo a sí misma: «No sólo es lamentable que una mujer no pueda ejercer de comadrona sino que además es todo un problema. Le ruego a Dios poder ejercer esa profesión. ¿No habría alguna forma de lograrlo?». Estuvo tres días enteros con sus noches cavilando, y justo al acabar el tercer día escuchó el llanto de un recién nacido en la puerta de al lado. Entonces se le ocurrió la solución. Inmediatamente se cortó su larga melena, se vistió como un hombre y se marchó a las clase sobre alumbramientos que impartía el eminente Hierófilo. Una vez aprendió todo lo que pudo, empezó a ejercer de comadrona. ¿Y sabe, señora Kushami?, tuvo un éxito arrollador. De aquí, de allá, de todas partes la llamaban para que ayudara en los partos, y pronto hizo fortuna. Sin embargo, los caminos del señor son inescrutables y nunca llueve a gusto de todos. Descubrieron su ardid, la llevaron ante un tribunal y se enfrentó a la posibilidad de recibir la pena máxima impuesta por las autoridades.
—Parece usted un cuentista profesional —dijo la señora Kushami.
—¿A que soy bueno? Bien, en ese momento todas las mujeres de Atenas se reunieron y firmaron un manifiesto conjunto en su apoyo. Un apoyo que los jueces no pudieron ignorar. Gracias a ello quedó libre de cargos y se cambiaron las leyes que impedían a las mujeres ser comadronas. Vivió felizmente el resto de su vida.
—¡Cuántas cosas sabe usted! Es maravilloso —le aduló la señora.
—Cierto. Lo sé casi todo sobre casi todo. Probablemente lo único que no conozco es el verdadero alcance de mis propias tonterías. Pero incluso en eso me atrevería, más o menos, a decir hasta dónde alcanzo.
—¡Ja, ja, ja! ¡Qué cosas tan graciosas dice usted! —La señora Kushami reía alegremente.
De pronto, sonó el timbre de la puerta principal.
—¿Cómo, otro visitante? —se preguntó la señora, al tiempo que se retiraba a la habitación de al lado.
Y quién iba a ser sino nuestro viejo amigo Ochi Toito. Con su llegada, el elenco de excéntricos que tenía por costumbre reunirse en casa del maestro estuvo al fin completo. Para que no parezca descortés el comentario, debería puntualizar que todos esos personajes se reunían en torno a mí a fin de sacarme de mi aburrimiento cotidiano, y sería injusto no reconocer que eso me satisfacía enormemente. Si hubiera vivido en otra casa me podría haber pasado todas y cada una de mis siete vidas sin enterarme siquiera de que tales tipos existían. Podía sentirme afortunado de haber sido adoptado por el maestro. Es más, constituía un raro privilegio contarme siquiera entre la caterva de discípulos del profesor Kushami: sólo por eso estaba en disposición de observar, mientras reposaba tranquilamente, los comportamientos y reacciones no sólo del maestro, sino de esas figuras tan heroicas, esos guerreros sin par, como eran Meitei, Kangetsu o el mismo Ochi Toito. Incluso en sitios grandes como Tokio resulta raro encontrar personas así, y me sentía muy halagado por que ellos me aceptaran en su compañía como un igual. El hecho de ser consciente de semejante privilegio es lo único que me ayudaba a soportar el calor veraniego. Estar todo el día entretenido gracias a ellos era algo muy de agradecer. Cada vez que se juntaban los cuatro era seguro que algo divertido iba a suceder, así que les miraba con respeto desde el ventilado rincón junto a la puerta donde me había retirado.
—Siento mucho no haber venido a visitarles últimamente —dijo Ochi Toito con cierta modestia. Me di cuenta de que su cara lucía tan brillante como la anterior vez que lo vi. A juzgar por su peinado, se le podría haber tomado por un actor de segunda, pero, habida cuenta de lo ceremonioso de su atuendo, con su
hakama
de color blanco, parecía, como poco, un discípulo del famoso maestro de
katana
, Sakakibara Kenkichi.
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De hecho, la única parte del cuerpo de Toito que tenía un aspecto más o menos normal era la sección que separaba sus caderas y sus hombros.
—Qué amable por tu parte venir a visitarnos, y más con este bochorno. Entra, entra. —Como de costumbre, Meitei actuaba de anfitrión en casa ajena.
—Hacía mucho tiempo que no le veía —dijo Toito dirigiéndose a Meitei.
—Bastante. Yo creo que al menos desde aquella reunión de lectura de la pasada primavera. ¿Sigues participando en ellas? ¿Has vuelto a representar el papel de prostituta de lujo? Lo hiciste muy bien. Te aplaudí como un loco, ¿te diste cuenta?
—Sí. Me dio muchos ánimos, y eso me dio fuerzas para seguir hasta el final.
—¿Cuándo tendrá lugar vuestra próxima reunión? —intervino el maestro.
—Descansamos durante julio y agosto, pero esperamos volver a actuar en septiembre. ¿Podría sugerirnos algo interesante para representar?
—Bueno... —dijo el maestro distraídamente.
—¡Oye Toito! ¿Por qué no representáis una obra mía? —intervino inesperadamente Kangetsu.
—Vaya. Si es suya, sí que debe de ser interesante. ¿De qué se trata?
—Es un drama —respondió Kangetsu con toda la seriedad que pudo, y dándose aires. Los tres compañeros de tertulia se sorprendieron y le miraron inquisitivamente.
—Un drama, qué bien. ¿Una comedia o una tragedia? —preguntó Toito, que fue el primero en recuperarse del impacto provocado por la noticia.
—Ni una cosa ni la otra. Como la gente hoy en día está siempre discutiendo sobre si se deben escribir obras al estilo clásico o a la manera moderna, me he inventado algo completamente nuevo. Un
haiku
dramatizado.
—¿Y qué demonios es exactamente un
haiku
dramatizado?
—Pues qué va a ser, un drama impregnado del espíritu del
haiku
.
El maestro y Meitei, aparentemente desconcertados por el problema de cómo un poema conceptualmente breve se podía estirar hasta alcanzar la duración de un drama, estaban callados y con cara de consternación. Toito, sin embargo, seguía insistiendo.
—¿Y cómo consigues desarrollar esa idea tan interesante?
—Bueno, como partí de la base del
haiku
, decidí que no debía ser ni muy larga ni excesivamente corta. De acuerdo con eso, la obra sólo puede tener un acto. De hecho, consta de una única escena.
—Entiendo...
—Déjame que te describa la puesta en escena. Por supuesto, ha de ser muy simple. En el centro del escenario hay un gran sauce. Desde el tronco sale una única rama hacia la derecha, y en esa rama hay un cuervo.
—¿Y no se escapará el cuervo? —preguntó el maestro con preocupación, como si hablara para sí mismo.
—Eso no es problema. Se ata la pata del pájaro a la rama y solucionado. Bajo la rama hay una bañera de madera, y en la bañera, vuelta de espaldas, hay una bella mujer lavándose con una toalla de algodón.
—Un poco decadente. Además, ¿qué mujer haría ese papel? —preguntó Meitei.
—Tampoco hay problema. Se contrata a una modelo de la Escuela de Bellas Artes, y arreglado.
—Pero a la policía probablemente le parecería escandaloso —comentó el maestro, que se notaba que empezaba a preocuparse seriamente.
—No puede haber ningún problema si uno está montando una obra de arte, y no un simple espectáculo. Si ése es el tipo de cosas que preocupa a la policía, entonces no sería posible ni pintar un simple desnudo.
—Pero las modelos están disponibles para que los alumnos estudien, no para que las miren encima de un escenario.
—Si ustedes, unos licenciados, prácticamente la flor y nata de los intelectuales japoneses, insisten en tener una visión tan antigua y mojigata del asunto, entonces es que no hay futuro para este país. A ver, ¿cuál es la diferencia entre una pintura y un drama? ¿No son ambas manifestaciones artísticas? —Kangetsu defendía con entusiasmo su idea y al tiempo atacaba los recelos morales de su audiencia.
—Bueno, dejemos eso por el momento —dijo Toito—. Pero, dinos, cómo sigue la obra. —Seguramente tenía intención de representarla, de ahí su interés por cómo se desarrollaba.
—Bien. Entonces entra el maestro de haiku Kyoshi Takahama.
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Avanza por el escenario empuñando un bastón y tocado con una especie de yelmo blanco. Bajo su
haori
de seda lleva un kimono también blanco estampado de colores, recogido en la espalda. Calza zapatos de estilo occidental. Va vestido como un suministrador de armamento del ejército, pero, como es un poeta de
haiku
, debe andar pausadamente, como si estuviera absorto en la composición de algún poema. Cuando alcanza la parte central del escenario, ve en primer lugar el sauce y después la piel reluciente de la mujer en la bañera. Sobresaltado, mira hacia arriba y ve al cuervo en la rama mirando a la mujer desde lo alto. En ese momento, el poeta adopta una pose que debe mantener durante al menos cincuenta segundos, para mostrar cómo la inspiración le llega del cielo. Por fin, recita en voz alta unos versos:
El cuervo en su rama
se enamora.
Una mujer se lava.
»En ese momento preciso, se baja el telón. ¿Qué te parece? ¿A que te gusta? Creo que ese papel es más fácil que el de prostituta de lujo.
Pero Toito no parecía completamente convencido.
—La obra es demasiado corta. Me deja un poco insatisfecho. Creo que deberías añadir un poco más de trama, algo que dotara a la obra de más humanidad.
Para lo que era su costumbre, Meitei había permanecido muy silencioso hasta ese momento. Pero no pudo aguantar más y dijo:
—Si el famoso
haiku
dramatizado se reduce a eso, déjame que te diga que me parece algo horripilante. Como dice Bin Ueda,
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que dedica innumerables artículos y ensayos al mundo del
haiku
, el espíritu del poema, e incluso el espíritu cómico, bien pueden ser cosas negativas, incluso perversas. Y si lo ha dicho él debe de ser verdad. Intenta sacar adelante tu obra y verás lo que te sucede. Bin sería el primero en mofarse de ti. Lo que has escrito es horrendo y no se sabe si es un drama o una farsa. Mira, Kangetsu, es mejor que te dediques a seguir puliendo bolas de cristal en el laboratorio. Aunque compongas doscientos
haikus
dramatizados, es inútil. Todos serán igual de espantosos.
—¿Tan malo es? Pero la idea era muy buena —reaccionó Kangetsu un tanto contrariado, pero sin llegar a decir qué era lo que hacía tan excepcional su drama—. Kyoshi trata de impresionarnos al mostrar cómo un cuervo puede enamorarse de una dama. Eso ya es bastante bueno, me parece a mí.
—Entonces puede que hayas hecho una nueva aproximación al género. ¿Tienes algo que decir en ese sentido? Somos todo oídos.
—Bueno, como científico debo decir que la idea de que un cuervo pueda enamorarse de una mujer carece de fundamento. ..
—Evidentemente.
—Pero si ese imposible se recita con lirismo, la percepción cambia.
—No te creas —dijo el maestro tratando de abrirse un hueco entre los críticos.
A pesar de las reacciones adversas a su propuesta escénica, Kangetsu continuó defendiendo su obra:
—Voy a intentar daros una explicación, a ver si nos entendemos y podemos llegar a un acuerdo. Sentirse fascinado o no, es un sentimiento que sólo existe por parte del poeta. El cuervo está enamorado, no fascinado. No hay por qué pensar que reacciona de esta o aquella manera. Resumiendo, quien está enamorado es él, el propio Kyoshi, extasiado al contemplar la belleza de la mujer en la bañera. Y, al ver cómo el cuervo mira hacia abajo desde la rama del sauce, deduce erróneamente que el pájaro estaba ensimismado por el mismo motivo que él. Atribuye a un animal sus propios sentimientos amorosos. Aunque científicamente sea inexacto, tiene lógica desde el punto de vista literario. ¿No cree, Meitei?
—Me parece que, desde el punto de vista lógico, está muy cogido por los pelos. Hasta el mismo Kyoshi se extrañaría si escuchase tu historia. Tu explicación te parecerá lógica a ti, pero me juego el cuello a que como representes ese drama, los espectadores lo encontrarán ridículo. ¿Qué me dices a eso, Toito?
—Es cierto. Yo también creo que es demasiado obtuso —concluyó Toito.
El maestro estaba intrigado por el rumbo que estaba tomando la conversación, así que le preguntó a Toito:
—¿Y qué nos dices de ti? ¿Tú no tienes ninguna obra?
—Bueno, pues... Verán, tengo unos poemas que he escrito, pero no son dignos de que se los muestre a ustedes. Aunque de hecho estaba pensando en publicar uno o dos. Por casualidad tengo algunos aquí, y les agradecería una crítica si son tan amables de escucharme.