Srta. Marple y 13 Problemas (11 page)

Read Srta. Marple y 13 Problemas Online

Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Srta. Marple y 13 Problemas
2.3Mb size Format: txt, pdf, ePub

“—¿Dijo montón o pila? —pregunté.

“—Creo que dijo pila. Pero no estoy segura, es tan difícil recordar las palabras exactas, ¿no es cierto, señorita?, especialmente cuando no tienen sentido. Pero ahora que lo pienso, estoy casi segura de que dijo pila, algo que me sonó muy extraño, y luego pronunció el nombre de un pescado que empieza con C, pero no era el congrio ni cangrejo.

“Lo que sigue a continuación me enorgullece —dijo miss Marple—, porque, desde luego, nada sé de drogas, que considero desagradables y peligrosas. Tengo una receta de mi abuela para hacer infusión de tanaceto que vale más que todas las medicinas. Pero yo sabía que en la casa había varios libros de medicina y que uno de ellos era un índice de drogas. ¿Comprenden? Mi idea fue que Geoffrey había tomado alguna dosis de veneno e intentó decirlo.

“Bien, primero miré las que empezaban por R, sin encontrar nada que me pareciese probable. Luego seguí con la letra P y casi en seguida di con ella... ¿qué creen ustedes que era?

Miró a su alrededor saboreando su triunfo.

—Policarpina. ¿No adivinan cómo sonaría en labios de un hombre que apenas pudiera hablar? ¿Y cómo sonaría a oídos de una cocinera que nunca lo hubiera oído? ¿No debió de darle la impresión de que decía algo así como “pila de carpas”?

—¡Por Júpiter! —exclamó sir Henry.

—Nunca se me hubiera ocurrido —confesó el doctor Pender.

—Es muy interesante —dijo Mrs. Petherick—, interesantísimo.

—Busqué apresuradamente la página que señalaba el índice y leí los efectos que la policarpina produce en los ojos y otras cosas que no hacen al caso, y al fin llegué a una frase muy significativa.
Ha sido empleada con éxito como antídoto contra el envenenamiento producido por la atropina
.

“Entonces lo vi todo con claridad. Nunca consideré muy probable que Geoffrey Denman se hubiera suicidado. No, esta nueva solución no sólo era posible, sino que estaba segura de que era la verdadera ya que todas las piezas del rompecabezas encajaban.

—No voy a tratar de adivinarlo —dijo Raymond—. Continúa, tía Jane, y dinos lo que estaba tan claro para ti.

—Yo no sé nada de medicina, por supuesto —replicó miss Marple—, pero lo que sí sabía era que, cuando mi vista empezó a fallar, el médico me recetó unas gotas de sulfato de atropina. Fui directamente a la habitación del anciano Mr. Denman y no me anduve por las ramas.

“—Mr. Denman —le dije—. Lo sé todo. ¿Por qué envenenó usted a su hijo?

“Me miró durante un par de segundos, era un hombre bastante atractivo a su manera, y luego se echó a reír. Fue una de las risas más malvadas que he oído en mi vida y les aseguro que se me puso la piel de gallina. Sólo en una ocasión oí algo parecido, cuando la pobre Mrs. Jones se volvió loca.

“—Sí —me contestó—, yo maté a Geoffrey. Yo era demasiado listo para él y él quería quitarme de en medio ¿no es cierto? Encerrarme en un asilo. Le oí hablar con Mabel. Mabel es una buena chica, se puso de mi parte, pero yo sabía que no iba a poder impedirlo indefinidamente. Al fin se habría salido con la suya, como siempre. Pero yo acabé con él, con mi hijo amable y cariñoso. ¡Ja, ja! Bajé durante la noche. Fue muy sencillo. Brewster había salido y mi querido hijo estaba durmiendo. Tenía un vaso de agua en la mesilla de noche, siempre bebía cuando se despertaba a medianoche. Lo vacié, ¡ja, ja!, y luego vertí en él mi botella de gotas para los ojos. Cuando se despertase se lo bebería antes de saber qué era. Sólo me quedaba una cucharada, pero fue suficiente, fue suficiente. ¡Así fue cómo lo hice! A la mañana siguiente me dieron la noticia con mucha delicadeza. Temían que me afectara, ¡ja, ja, ja!

“Bien, éste es el final de mi historia. Desde luego el pobre viejo fue internado en un sanatorio. En realidad no era responsable de lo que había hecho, se supo la verdad y todo el mundo se compadeció de Mabel y no sabían qué hacer para compensarla de sus injustas sospechas. Pero de no haber sido porque Geoffrey se dio cuenta de lo que había tomado e intentó pedir que le trajeran el antídoto sin demora, es posible que nunca se hubiera descubierto. Creo que la atropina produce ciertos síntomas muy evidentes, dilatación de las pupilas y demás, pero desde luego y como ya les he dicho, el doctor Rawlinson era muy corto de vista, pobre viejo. Y en el mismo libro de medicina, que continué leyendo porque era muy interesante, se daban los síntomas del envenenamiento producido por la ingestión de alimentos en mal estado y por la atropina, y no se diferencian gran cosa. Pero les aseguro que no he vuelto a ver un róbalo fresco sin acordarme de la huella del pulgar de san Pedro.

Hubo una larga pausa.

—Mi querida amiga —dijo Mr. Petherick—, es usted realmente maravillosa.

—Recomendaré a Scotland Yard que vengan a pedirle consejo —intervino sir Henry.

—Bueno, de todas formas hay una cosa que ignoras, tía Jane —dijo Raymond.

—Oh, sí que lo sé, querido —replicó miss Marple—. Ha ocurrido precisamente antes de cenar ¿no es cierto? Cuando llevaste a Joyce a contemplar la puesta de sol. Es un lugar muy adecuado, junto a los jazmines. Allí es donde el lechero le preguntó a Annie si quería casarse con él.

—Vaya, tía Jane —replicó el joven—, no estropees todo el romanticismo. Joyce y yo no somos como el lechero y Annie.

—En eso te equivocas, querido —dijo miss Marple—. En realidad todos somos iguales, aunque afortunadamente tal vez no nos demos cuenta.

Capítulo VII
-
El geranio azul

—Cuando estuve aquí el año pasado... —comenzó a decir sir Henry Clithering, pero se detuvo. Su anfitriona, Mrs. Bantry, le miraba con curiosidad. El ex comisionado de Scotland Yard se hallaba pasando unos días en casa de unos viejos amigos suyos, el coronel y Mrs. Bantry, quienes vivían cerca de St. Mary Mead.

Mrs. Bantry, con la pluma en ristre, acababa precisamente de pedirle consejo sobre a quién invitar a cenar aquella noche.

—¿Sí? —le dijo Mrs. Bantry animándole—. Cuando estuvo usted aquí el año pasado...

—Dígame —preguntó sir Henry—, ¿conoce a miss Marple?

Mrs. Bantry se sorprendió. Era lo último que hubiera esperado.

—¿Que si la conozco? ¡Y quién no! Es la típica solterona de las comedias. Encantadora, pero pasada de moda. ¿Quiere decir que le gustaría que la invitara a cenar
a ella
?

—¿Le sorprende?

—Un poco, debo confesarlo. Nunca hubiera dicho que usted... Pero supongo que debe de haber una explicación.

—La explicación es bastante sencilla. Cuando estuve aquí el año pasado teníamos la costumbre de discutir casos misteriosos que habían ocurrido. Éramos cinco o seis. Raymond West, el novelista, fue quien lo propuso. Cada uno de nosotros debía contar una historia de la que conociera la solución y los demás debían ejercitar sus facultades deductivas para ver quién se aproximaba más a la verdad.

—¿Y bien?

—Pues, igual que en esa vieja historia, apenas nos dimos cuenta de que miss Marple estaba entre nosotros, pero nos mostramos muy amables y la dejamos participar en el juego para no herir sus sentimientos. Y ahora viene lo mejor. ¡Ella nos ganó todas las veces!

—¿Qué?

—Se lo aseguro, iba directa a la verdad como una paloma mensajera de regreso al palomar.

—¡Es extraordinario! ¡Vaya, si la anciana miss Marple apenas ha salido de St. Mary Mead!

—¡Ah! Pero según ella ha tenido ilimitadas oportunidades de observar la naturaleza humana, prácticamente al microscopio.

—Supongo que tiene razón —concedió Mrs. Bantry—. Es inevitable que se llegue a conocer el lado mezquino de las personas. Pero no creo que tengamos criminales interesantes en este rincón del mundo. Después de cenar le contaremos la historia del fantasma de Arthur. Le agradecería que encontrase la solución.

—No sabía que Arthur creyese en fantasmas.

—¡Oh! Claro que no cree. Eso es lo que más le preocupa. Y le ocurrió a un amigo suyo, George Pritchard, una persona sumamente prosaica. En realidad fue bastante trágico para el pobre George. O bien su extraordinaria historia es cierta o bien...

—¿O bien qué?

Mrs. Bantry no contestó, mas al cabo de un par de minutos dijo:

—A mí me gusta George, y a todo el mundo también. No es posible creer que él... pero la gente hace cosas tan extraordinarias.

Sir Henry asintió. Conocía mejor que Mrs. Bantry las cosas que la gente es capaz de hacer.

De modo que aquella noche, cuando Mrs. Bantry miró a sus comensales (estremeciéndose un tanto, ya que su comedor, como la mayoría de los comedores ingleses, era extremadamente frío), sus ojos se fijaron en la anciana sentada muy erguida a la derecha de su esposo. Miss Marple vestía de negro con mitones de encaje. Una pañoleta de encaje antiguo cubría sus hombros y un gorrito también de encaje antiguo rodeaba sus cabellos blancos. Estaba charlando animadamente con el anciano doctor Lloyd del orfanato y de las supuestas negligencias de las enfermeras del distrito.

Mrs. Bantry volvió a maravillarse. Incluso se preguntaba si sir Henry no le habría gastado una broma, aunque no veía motivo para ello. Era increíble que fuera cierto lo que le había contado.

Su mirada fue a detenerse afectuosamente en su esposo, de rostro sonrosado y anchas espaldas, que hablaba de caballos con Jane Helier, la hermosa y popular actriz. Jane, más hermosa, si cabe, vista de cerca que en el escenario, abría sus enormes ojos azules y murmuraba de vez en cuando: “¿De veras? ¡Oh, sí! ¡Qué extraordinario!”. No entendía nada de caballos y le interesaban aún menos.

—Arthur —dijo Mrs. Bantry—, estás aburriendo a la pobre Jane. Deja ya los caballos y cuéntale mejor tu historia de fantasmas. Ya sabes, la de George Pritchard.

—¿Dolly? ¡Oh! No sé si...

—Sir Henry desea oírla también. Le he hablado de ella esta mañana. Y sería interesante oír las opiniones de todos.

—¡Oh, hágalo! —dijo Jane—. ¡Me encantan las historias de fantasmas!

—Bueno... —el coronel Bantry vacilaba—, nunca he creído en lo sobrenatural. Pero esto... No creo que ninguno de ustedes conozca a George Pritchard. Es una excelente persona. Su esposa, que ahora ya ha muerto, pobre mujer, no le dio un momento de descanso mientras vivió. Era una de esas personas semiinválidas. Creo que realmente estaba enferma, pero fuera cual fuese su mal lo explotaba a conciencia. Era caprichosa, exigente e insoportable y se quejaba de la mañana a la noche. George tenía que servirle de pies y de manos, y aun así todo lo que hacía lo encontraba mal y encima le reprendía. Estoy convencido de que cualquier otro hombre le hubiera abierto la cabeza con un hacha mucho antes. ¿No te parece, Dolly?

—Era una mujer terrible —respondió Mrs. Bantry con convicción—. Si George Pritchard la hubiese matado con un hacha y hubiera habido alguna mujer en el jurado, lo hubiesen absuelto.

—No sé bien cómo empezó todo. George se mostraba muy vago sobre el asunto. Pero deduje que Mrs. Pritchard tuvo siempre debilidad por los adivinos, los quirománticos y las clarividentes. A George no le importaba. Con tal de que me su esposa encontrase alguna diversión todo le parecía estupendo, pero él se negaba a participar y eso era otro de los muchos agravios que tenía que soportar de ella.

“Por la casa desfilaron un sinfín de enfermeras, pues Mrs. Pritchard solía cansarse de ellas al cabo de pocas semanas. Una enfermera joven supo ser muy hábil en lo de la predecirle el futuro y, durante un tiempo, le tuvo gran afecto. Luego, de pronto se cansó también de ella e insistió en que se marchara. Volvió a tomar a una mujer ya de edad, experimentada y con mucha mano derecha para tratar con neuróticos, que ya la había asistido anteriormente. La enfermera Copling, según George, era una buena persona, muy sensata, con la que daba gusto hablar y que soportaba los ataques de nervios de Mrs. Pritchard con absoluta indiferencia.

“Mrs. Pritchard siempre comía arriba, en su habitación, y por lo general, durante el almuerzo, George y la enfermera organizaban la tarde. En teoría la enfermera salía de dos a cuatro, pero algunas veces, cuando George deseaba tener libre la sobremesa, tomaba sus horas libres después del té. En aquella ocasión anunció que pensaba ir a Golders Green a visitar a una hermana suya y que tal vez regresaría un poco tarde. George se contrarió ya que había quedado para ir a jugar una partida de golf, pero la enfermera Copling le tranquilizó:

“—No nos echará de menos, Mr. Pritchard —sus ojos brillaron—. Mrs. Pritchard va a tener una compañía mucho más excitante que la nuestra.

“—¿Quién?

“—Espere un segundo —a la enfermera Copling le brillaron los ojos más que nunca—. Déjeme decírselo bien:
Zarida, adivinadora del porvenir
.”

—¡Cielo santo! —rugió mi amigo—. ¿Ésa es nueva, no?

“—Completamente nueva. Creo que la envía mi predecesora, la enfermera Carstairs. Mrs. Pritchard aún no la ha visto. Ha hecho que yo le escribiera para fijar una cita

para esta tarde.

“—Bueno, de todas maneras no pienso perderme mi partido de golf —exclamó George, y se marchó con un sentimiento de gratitud hacia Zarida, la adivinadora del porvenir.

“A su regreso, encontró a Mrs. Pritchard en un estado de gran agitación, sentada en su sillón de inválida como casi siempre y con un frasquito de sales en la mano que aspiraba frecuentemente.

“—George —exclamó al verle—. ¿Qué te dije yo de esta casa? ¡Desde el momento que entré en ella sentí que aquí había algo raro! ¿Acaso no te lo dije entonces?

“Conteniendo su deseo de contestarle “Siempre lo dices”, George replicó:

“—No lo recuerdo.

“—Tú nunca recuerdas nada que tenga que ver conmigo. Los hombres sois extraordinariamente insensibles, pero creo que tú lo eres incluso más que la mayoría.

“—Oh, vamos, Mary, querida, eso no es justo.

“—Bueno, como te decía, esa mujer
lo supo
en seguida. Casi retrocedió al pisar el umbral de esta puerta y dijo: “Puedo sentir el mal aquí, sí, el mal y el peligro. Lo presiento”.

“George se echó a reír con muy poco tacto.

“—Vaya, parece que esta tarde sí has obtenido algo por tu dinero.

“Su esposa cerró los ojos y aspiró profundamente el frasquito de sales.

“—¡Cómo me odias! ¡Te burlarías y reirías de mí aunque me estuviera muriendo!

“George protestó y, al cabo de unos instantes, su esposa se dispuso a continuar:

“—Puedes reírte, pero voy a contártelo todo. Esta casa es peligrosa para mí, esa mujer me lo ha dicho.

Other books

For The Death Of Me by Jardine, Quintin
Fear God and Dread Naught by Christopher Nuttall
The Silent Hour by Michael Koryta
Quatrain by Sharon Shinn
Broken Trust by Shannon Baker
Dearly Beloved by Wendy Corsi Staub
Carol's Image by Jordan, Maryann
Stealing Bases by Keri Mikulski
The Doorkeepers by Graham Masterton