Srta. Marple y 13 Problemas (7 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Srta. Marple y 13 Problemas
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“Sin embargo, al fin se movió. Afortunadamente, yo ya había obtenido lo que deseaba. Se acercó a mí y empezamos a charlar. ¡Cómo hablaba aquel hombre!

“—Rathole es un lugar muy interesante —me dijo.

“Yo ya lo sabía, pero, aunque se lo dije, eso no me salvó. Tuve que oír toda la historia del bombardeo, quiero decir de la destrucción del pueblo, y cómo el propietario de Las Armas de Polharwith murió en el mismo umbral de su puerta, atravesado por la espada de un capitán español, y que su sangre manchó el suelo y nadie consiguió limpiar la mancha durante cien años.

“Todo aquello concordaba admirablemente con la lánguida pesadez de la tarde. La voz del hombre era muy suave y, no obstante, al mismo tiempo resultaba un tanto amenazadora. Sus modales eran obsequiosos, pero comprendí que en el fondo debía de ser un hombre cruel. Me hizo comprender el papel de la Inquisición y el horror de todas las cosas que habían hecho los españoles mejor de lo que nunca lo hubiera hecho.

“Mientras me estuvo hablando, continué mi trabajo y de pronto me di cuenta de que, distraída escuchando su historia, había pintado algo que no estaba allí. Sobre el blanco suelo, en el lugar donde el sol caía ante la puerta de Las Armas de Polharwith, había pintado manchas de sangre. Parece extraordinario que el subconsciente pudiera jugar semejante treta a mi mano, mas al mirar de nuevo hacia la posada tuve un segundo sobresalto. Mi mano había pintado únicamente lo que veían mis ojos, gotas de sangre en el blanco suelo.

“Las miré durante unos instantes. Después, cerrando los ojos, dije para mis adentros: “No seas tonta, allí no hay nada en realidad”. Los volví a abrir y las manchas de sangre seguían allí.

“De pronto me di cuenta de que no podría soportarlo e interrumpí con una pregunta el torrente de palabras del pescador.

“—Dígame —le dije—, no tengo muy buena vista. ¿Eso que se ve en el suelo son manchas de sangre?

“Me miró con benevolencia.

“—No hay manchas de sangre hoy en día, señora. Le estoy contando lo que ocurrió hace casi quinientos años.

“—Sí —respondí—, pero ahora, en el suelo... —las palabras se ahogaron en mi garganta.

“Sabía... me daba cuenta de que él no vería lo mismo que yo. Me puse de pie y, con las manos temblorosas, empecé a recoger mis cosas, y entonces observé que el joven que había llegado en coche aquella mañana salía de la posada mirando a ambos lados de la calle con perplejidad. En el balcón apareció su esposa para recoger los trajes de baño. Echó a andar hacia el coche, pero cambió de idea y cruzó la calle hacia el pescador.

“—Oiga, buen hombre —le dijo—, ¿sabe usted si la señora que llegó en el otro coche ha regresado ya?

“—¿Una señora con un vestido floreado? No, señor, no la he visto. Esta mañana se fue hacia la cueva por los acantilados.

“—Lo sé, lo sé. Nos bañamos todos juntos y luego nos dejó para volver a casa, y no hemos vuelto a verla desde entonces. No es posible que tarde tanto. Los acantilados no serán peligrosos, ¿verdad?

“—Depende de por donde se vaya, señor. Lo mejor es ir con alguien que conozca el lugar.

“Era evidente que se refería a sí mismo y se disponía a seguir hablando, mas el joven le interrumpió sin ninguna clase de ceremonias y volvió de nuevo a la posada, gritando a su esposa, que estaba en el balcón:

“—Oye, Margery, Carol no ha regresado todavía. Es extraño, ¿no te parece?

“No oí la respuesta de Margery, pero su esposo continuó diciendo:

“—Bueno, no podemos esperar más. Tenemos que continuar hasta Penrithar. ¿Estás lista? Iré a sacar el coche.

“Hizo lo que decía y en seguida se marcharon juntos. Entretanto, yo había esperado ansiosa el momento de probar lo ridículo de mis imaginaciones. Cuando el automóvil se hubo alejado, fui hasta la posada para examinar de cerca el suelo. Desde luego allí no había manchas de sangre. No, todo había sido producto de mi exaltada imaginación. Y eso, en cierto modo todavía resultaba más aterrador. Fue entonces, mientras permanecía en pie como clavada en aquel lugar, cuando oí la voz del pescador, que me miraba con curiosidad.

“—Usted creyó ver manchas de sangre aquí, ¿eh, señora?

Asentí.

“—Es muy curioso, muy curioso. Aquí tenemos una superstición, señora. Si alguien ve esas manchas de sangre...

“Hizo una pausa.

“—¿Y bien? —le animé.

“Continuó hablando con su voz melosa, con una entonación inconfundiblemente cornuallesa, pero suave y educada en el acento, completamente libre de todos los giros y peculiaridades del habla de Cornualles.

“—Dicen, señora, que si alguien ve esas manchas de sangre habrá una muerte antes de veinticuatro horas.

“—¡Qué terrible! —Sentí que un estremecimiento recorría mi espina dorsal.

“Él continuó en tono persuasivo:

“—Hay una lápida muy interesante en la iglesia acerca de una muerte...

“—No, gracias —le dije decidida. Y girando sobre mis talones, eché a andar calle arriba hacia la casita donde me hospedaba.

“Cuando llegué vi a lo lejos a la mujer llamada Carol, que venía corriendo por el camino del acantilado. En contraste con el color gris de las rocas, parecía una venenosa flor roja. Su sombrero era rojo como la sangre...

“Me dominé. La verdad es que estaba obsesionada por la idea de la sangre.

“Más tarde oí el ruido de su coche y me pregunté si también ella se dirigía a Penrithar, pero tomó la carretera de la izquierda, en dirección contraria. Observé cómo desaparecía por la colina y respiré un poco más tranquila. Rathole volvía a parecer dormido una vez más.

—Si eso es todo —dijo Raymond West cuando Joyce se detuvo para tomar aliento—, daré mi dictamen en seguida. Indigestión. Hace ver manchas ante los ojos después de las comidas.

—Eso no es todo —replicó Joyce—. Tienes que oír el final. Dos días más tarde lo leí en el periódico con este titular:
«Baño fatal en el mar»
. El artículo contaba cómo Mrs. Dacre, esposa del capitán Denis Dacre, se ahogó desgraciadamente en la Ensenada de Landeer, a poca distancia de donde yo me hallaba, siguiendo la línea de la costa. Ella y su esposo se encontraban hospedados en el hotel del lugar y expresaron su intención de bañarse, pero comenzó a soplar un viento helado y el capitán Dacre declaró que hacía demasiado frío y por ello se fue en compañía de otros huéspedes del hotel a las pistas de golf cercanas al lugar. No obstante, Mrs. Dacre dijo que ella no tenía frío y se marchó sola a la ensenada. Como no regresaba, su esposo empezó a alarmarse y bajó a la playa acompañado de sus amigos. Encontraron sus ropas junto a una roca, pero ni rastro de la infortunada esposa. Su cadáver no fue hallado hasta casi una semana más tarde, cuando el mar lo arrojó a la playa bastante más lejos del lugar del suceso. Tenía un gran golpe en la cabeza, que debió recibir antes de morir, y la opinión general fue que, al zambullirse en el mar, se había golpeado contra una roca. Por lo que pude averiguar, su muerte debió de ocurrir veinticuatro horas después de que yo viera las manchas de sangre.

—Protesto —dijo sir Henry—. Esto no es un problema, sino una historia de fantasmas. Evidentemente miss Lempriére es una médium.

Mr Petherick emitió su acostumbrada tosecilla.

—Me sorprende una cosa —dijo—: el golpe en la cabeza. Creo que no debemos descartar la posibilidad de que su muerte fuese violenta, pero no veo que tengamos dato alguno en que basarnos. La alucinación o visión de miss Lempriére desde luego es interesante, pero no comprendo qué quiere que digamos.

—Indigestión y pura coincidencia —dijo Raymond—. De todas formas no puede estar segura de que fueran las mismas personas. Además, la maldición o lo que fuera sólo podría afectar a los habitantes de Rathole.

—Yo tengo la impresión —dijo sir Henry —de que el siniestro pescador tiene algo que ver en esta historia, pero estoy de acuerdo con Mr. Petherick en que miss Lempriére nos ha dado pocos datos.

Joyce se volvió hacia el doctor Pender, que negó con la cabeza.

—Es una historia muy interesante —dijo—, pero estoy de acuerdo con sir Henry y Mr.Petherick en que son muy pocos los datos que nos ha dado.

Joyce miró a miss Marple, que le sonrió.

—Yo también considero que eres un poco tramposa, Joyce, querida —le dijo—. Claro que para mí es distinto. Quiero decir que nosotras, por ser mujeres, sabemos apreciar la importancia que tienen los vestidos y, por lo tanto, no creo que sea justo presentar un problema así a un hombre. Debió de cambiarse con inusitada rapidez. ¡Qué mujer más perversa! Y él es todavía peor.

Joyce la miraba con ojos muy abiertos.

—Tía Jane... —le dijo—... quiero decir miss Marple, creo que... me parece que ya sabe usted la verdad.

—Sí, querida —dijo miss Marple—. A mí, que estoy sentada tranquilamente, me ha resultado mucho más sencillo que a ti. Y eso que, por ser artista, eres muy sensible a tu entorno, ¿no es cierto? Sentada aquí con mi labor de punto, puedo ver los hechos con claridad. Las gotas de sangre cayeron desde el balcón, del traje de baño, ya que, al ser rojo, los mismos criminales no se dieron cuenta de que estaba manchado de sangre. ¡Pobrecilla, pobrecilla infeliz!

—Perdóneme, miss Marple —intervino sir Henry—, pero usted sabe que sigo todavía en la más completa oscuridad. Usted y miss Lempriére parecen saber de qué están hablando, pero nosotros los hombres seguimos ignorantes de todo.

—Ahora les contaré el final de la historia —dijo la joven—. Ocurrió un año más tarde. Yo me encontraba en un pueblecito de la costa pintando, cuando de pronto experimenté la extraña sensación de presenciar algo que ya había ocurrido antes. Ante mí tenía a dos personas, un hombre y una mujer que saludaban a una tercera, una mujer vestida con un traje estampado con ponsetias rojas.

“—¡Carol, esto sí que es maravilloso! ¡Qué casualidad encontrarse después de tantos años. ¿No conoces a mi esposa? Joan, te presento a una antigua amiga mía, miss Harding.

“Reconocí al hombre al instante. Era el mismo Denis que había visto en Rathole. La esposa era distinta, es decir, se llamaba Joan en vez de Margery, pero era el mismo tipo de mujer: joven, bastante sencilla y corriente. Por un momento creí que me había vuelto loca. Empezaron a hablar de irse a bañar. Les diré lo que hice: dirigirme directamente al puesto de policía. Pensé que lo más probable era que me tomasen por loca, pero no me importaba y todo salió bien. Encontré allí a un hombre de Scotland Yard que había acudido precisamente por aquel asunto. Al parecer, ¡oh, es horrible hablar de esto!, la policía sospechaba de Denis Dacre. No era su verdadero nombre, se lo cambiaba según las distintas ocasiones. Acostumbraba a hacer amistad con muchachas sencillas que no tuvieran muchos parientes ni amigos y, después de casarse con ellas, aseguraba sus vidas por grandes sumas y luego... ¡oh, es horrible! La mujer llamada Carol era su verdadera esposa y juntos llevaban a cabo siempre el mismo plan. Así es como llegaron a atraparlo. Las compañías de seguros empezaron a sospechar. Acudía a algún lugar de veraneo con su nueva esposa, allí se encontraba con la otra mujer y se iban a bañar juntos. Entonces asesinaban a la esposa, y Carol, poniéndose sus ropas, regresaba en el bote con él. Más tarde abandonaban el lugar, después de preguntar por la supuesta Carol y, al llegar a las afueras del pueblo, Carol regresaba con sus ropas llamativas y su extremado maquillaje para marcharse de allí en su propio coche. Averiguaban en qué dirección iba la corriente y la supuesta muerte ocurría en el próximo pueblo que quedase en esa misma dirección. Carol hacía el papel de esposa y se iba sola a alguna playa solitaria para dejar las ropas de ésta junto a una roca y ella se marchaba con su traje llamativo a esperar tranquilamente que su esposo fuera a reunirse con ella.

“Supongo que, cuando asesinaron a la pobre Margery, parte de la sangre debió empapar el traje de baño de Carol y, al ser de color rojo, no lo notaron, tal como dice miss Marple. Mas al tenderlo en el balcón cayeron algunas gotas al suelo. ¡Uf! —se estremeció—. Todavía puedo verlas.

—Claro —exclamó sir Henry—. Ahora lo recuerdo muy bien. Su nombre verdadero era Davis. Había olvidado que uno de sus muchos alias fue Dacre. Era una pareja extraordinaria. Siempre me sorprendió que nadie descubriera su cambio de personalidad. Supongo, tal como dice miss Marple, que sería porque los trajes se identifican más fácilmente que los rostros. Pero fue un plan muy inteligente ya que, aunque sospechábamos de Davis, no fue fácil detenerlo, pues siempre parecía tener una coartada impecable.

—Tía Jane —dijo Raymond—, ¿cómo lo haces? Has llevado una vida apacible y nada parece sorprenderte.

—No hay nada nuevo en este mundo —replicó miss Marple—. Ahí tienes a Mrs. Green, ya sabes, la que enterró a cinco niños... todos con la vida asegurada. Y bueno, naturalmente, una no puede dejar de sospechar...

Meneó la cabeza.

—Hay mucha perversidad en la vida de un pueblecito y espero que vosotros los jóvenes no lleguéis a saber nunca lo malvado que es el mundo.

Capítulo V
-
Móvil
versus
movilidad

Mr. Petherick se aclaró la garganta con más ímpetu que de costumbre.

—Temo que mi problema les parezca muy sencillo —dijo en tono de disculpa—, después de las sensacionales historias que acabo de escuchar. En el mío no hay derramamiento de sangre, pero a mí me parece un problemilla interesante e ingenioso y, por fortuna, me hallo en posición de conocer la solución.

—No será terriblemente legal, ¿verdad? —preguntó Joyce Lempriére—. Me refiero a que no pretenderá abrumarnos con referencias a los artículos del Código, y un sinfín del caso de Tal versus Cual en el año 1981 o algo parecido.

Mr Petherick la miró fijamente por encima de las gafas.

—No, no, querida jovencita, no debe temer nada de eso. La historia que voy a contarles es bien sencilla y puede ser seguida por cualquier profano.

—Nada de retóricas jurídicas —dijo miss Marple, amenazándole con una aguja de hacer punto.

—Desde luego que no —replicó Mr. Petherick.

—Bien, yo no estoy tan segura, pero oigamos su historia.

—Hace referencia a un antiguo cliente mío, a quien llamaré Mr. Clode, Simon Clode. Era un hombre muy rico y vivía en una gran casa no muy lejos de aquí. Le mataron un hijo en la guerra y este hijo había dejado una niñita. Su madre murió al nacer ella y, al fallecer su padre, se fue a vivir con su abuelo, que en seguida le cobró gran afecto. La pequeña Chris hacía lo que quería de su abuelo. Nunca he visto un hombre más dominado por una criatura, y no puedo describir su pena y desesperación cuando, a los once años, la niña contrajo una neumonía y falleció.

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