“El pobre Simon Clode estaba inconsolable. Un hermano suyo había fallecido recientemente, dejando a su familia en una situación económica un tanto difícil, y Simon Clode ofreció generosamente su casa a los hijos de su hermano, dos niñas, Grace y Mary, y un niño, George. Pero aun siendo amable y generoso con ellos, el anciano nunca experimentó por sus sobrinos el afecto y la devoción que sintiera por su pequeña nietecita. George Clode encontró un empleo en un banco, y Grace contrajo matrimonio con un inteligente y joven químico llamado Philip Garrod. Mary, que era una muchacha tranquila y reservada, continuó en la casa cuidando de su tío. Yo creo que le apreciaba mucho, aunque de una forma poco efusiva. Al parecer, todo marchaba sobre ruedas. Debo decir que, después de la muerte de la pequeña Christobel, Simon Clode vino a yerme para que le redactara un testamento. Según éste último, toda su fortuna, que era considerable, debía ser repartida a partes iguales entre sus sobrinos, es decir, una tercera parte para cada uno.
“El tiempo pasó. Al encontrar un día casualmente a George Clode le pregunté por su tío, a quien no había visto desde hacía algún tiempo y, ante mi sorpresa, vi que su rostro se ensombrecía.
“—Ojalá pudiera usted hacer entrar en razón a tío Simon —me dijo dolido. Su apariencia honesta pero poco brillante parecía atormentada y preocupada—. El asunto del espiritismo se está poniendo mucho peor.
“—¿Qué asunto del espiritismo? —pregunté muy sorprendido.
“Entonces George me lo contó todo. Que Mr. Clode se había interesado poco a poco por el tema y que, cuando más lo estaba, había encontrado casualmente a una
médium
norteamericana, una tal Mrs. Eurydice Spragg. Esta mujer, a quien George no vacilaba en calificar de estafadora de primera, había conseguido una gran ascendencia sobre Simon Clode. Prácticamente estaba siempre en la casa, donde celebraban muchas sesiones en las que el espíritu de Christobel se manifestaba al crédulo abuelo.
“Debo confesar, antes de seguir adelante, que yo no soy de los que hablan del espiritismo con sarcasmo. Ya les he dicho que creo sólo en la evidencia y pienso que, si somos totalmente imparciales y sopesamos la evidencia en lo tocante al espiritismo, siempre encontraremos aspectos que no pueden atribuirse al fraude o ignorados a la ligera. Por tanto, les repito que sobre este particular ni creo ni dejo de creer. Hay ciertos testimonios que uno no se puede permitir ignorar.
“Por otro lado, también es cierto que el espiritismo conduce muy fácilmente al fraude y a la impostura, y por todo lo que me dijo George Clode de aquella Mrs. Eurydice Spragg, me convencí más y más de que Simon Clode se hallaba en malas manos y que probablemente Mrs. Spragg era una impostora de la peor especie. El anciano, tan sagaz para los asuntos prácticos, estaba siendo fácilmente engañado en lo que se refería a su afecto por la nieta fallecida.
“A fuerza de darles vueltas al problema en mi mente, empecé a sentirme muy intranquilo. Yo apreciaba a los jóvenes Clode, Mary y George, y comprendí que aquella Mrs. Spragg y su influencia sobre su tío podría acarrear complicaciones en el futuro.
“A la primera oportunidad que se me presentó busqué un pretexto para visitar a Simon Clode. Encontré a Mrs. Spragg instalada en su casa como huésped de honor. En cuanto la vi, se confirmaron mis peores sospechas. Era una mujer robusta, de mediana edad, que vestía de un modo extravagante y no dejaba de decir cosas como “ nuestros seres queridos que han pasado a la otra vida” y cosas por el estilo.
“Su esposo estaba también instalado en la casa. Mr. Absalom Spragg era un hombre delgado, de expresión melancólica y ojos de mirada extremadamente evasiva. Tan pronto como pude, me llevé aparte a Simon Clode para sondearlo con tacto sobre el asunto. Se mostró entusiasmado, ¡Eurydice Spragg era maravillosa! ¡Le había sido enviada como respuesta a sus plegarias! A ella no le importaba el dinero, la satisfacción de ayudar a un corazón atribulado le bastaba. Sentía un afecto completamente maternal por la pequeña Chris, a quien empezaba a considerar casi como una hija. Luego me fue dando detalles: cómo había oído la voz de Chris hablándole, diciéndole que estaba bien y feliz en compañía de sus padres. Continuó relatándome otros sentimientos expresados por la niña, que me parecieron completamente falsos al recordar a la pequeña Christobel, ya que decía que “su papá y su mamá querían mucho a la querida Mrs. Spragg”.
“—Pero, desde luego, usted se burla de estas cosas, Petherick —me dijo.
“—No, no me burlo. Nada más lejos de mi intención. Algunas de las personas que han escrito sobre este tema me merecen el mayor respeto y confianza. No dudaría en aceptar su palabra y concedería todo el crédito a cualquier
médium
que ellos me recomendaran. ¿Debo entender que Mrs. Spragg le ha sido muy garantizada?
“Simon entró en éxtasis al alabar a Mrs. Spragg. Le había sido enviada por el cielo. La había conocido en el balneario en el que él pasaba dos meses cada verano. ¡Un encuentro casual, con un resultado maravilloso!
“Me marché muy disgustado. Mis peores sospechas se habían confirmado, pero no veía qué podía hacer Después de pensarlo mucho, escribí a Philip Garrod quien, como ya he dicho antes, acababa de casarse con la mayor de los Clode, Grace. Le expuse el caso, desde luego con la mayor prudencia. Le indiqué el peligro que representaba que una mujer semejante ganara ascendencia en la voluntad del anciano y le sugerí que pusieran a Mr. Clode en contacto con algún reputado experto de los círculos espiritistas que pudiese analizar la conducta de Mrs. Spragg, cosa que consideré no sería difícil para Philip Garrod
“Garrod actuó rápidamente. Se había dado cuenta de que la salud de Simon Clode era precaria y, como hombre práctico, no tenía intención de dejar que su esposa y sus cuñados se quedaran sin la herencia que les correspondía por derecho. Se presentó a la semana siguiente llevando consigo como invitado nada menos que al famoso profesor Longman. Longman era un científico de primer orden, cuya relación con el espiritismo era suficiente garantía para tratar esta disciplina con el máximo respeto. Y no sólo era un científico brillante, sino también un hombre de la mayor rectitud e integridad.
“El resultado de su visita fue de lo más desafortunado. Al parecer, Longman habló muy poco mientras estuvo allí. Se celebraron dos sesiones, bajo condiciones que ignoro. Longman no hizo comentarios mientras permaneció en la casa, pero después de su marcha escribió una carta a Philip Garrod en la que admitía que no pudo sorprender a Mrs. Spragg llevando a cabo ningún truco, pero que, sin embargo, su opinión particular era que el fenómeno no era auténtico. Mr. Garrod era libre de enseñar la carta a su tío si lo creía conveniente, y sugería que él mismo podía poner a Mr. Clode en contacto con alguna médium de perfecta integridad.
“Philip Garrod le llevó la carta directamente a su tío, pero el resultado fue muy distinto al que él había esperado. El anciano montó en cólera, diciendo que todo aquello era un complot para desacreditar a Mrs. Spragg, que era una santa calumniada e insultada injustamente. Ya le habían informado de la envidia que le tenían en aquel país. Señaló que Longman se veía obligado a confesar que no había logrado sorprenderla realizando ninguna superchería. Eurydice Spragg había aparecido a su lado en las horas más negras de su vida, le había dado ayuda y consuelo, y estaba dispuesto a defender su causa, aunque ello significara tener que romper con todos los miembros de su familia. Ella era para él más que ninguna otra persona en el mundo.
“Philip Garrod fue echado de la casa sin grandes ceremonias, pero como resultado de su ataque de ira, la salud de Clode empeoró notablemente. Durante el último mes había estado en cama casi continuamente y cabía la posibilidad de que no pudiera volver a levantarse hasta que la muerte le liberara. Dos días después de la partida de Philip, recibí una llamada urgente y acudí a la casa a toda prisa. Clode estaba en cama y parecía muy enfermo, incluso ante mis ojos de profano. Luchaba por respirar.
“—Este es mi fin —me dijo—. Lo presiento. No discuta conmigo, Petherick. Pero, antes de morir, quiero cumplir con el único ser humano que ha hecho por mí más que nadie en el mundo. Deseo hacer otro testamento.
“—Muy bien —le dije—. Si me da instrucciones, le redactaré uno y se lo enviaré para que lo firme.
“—Sería inútil —replicó—, pues es posible que no pase de esta noche. Aquí he escrito lo que deseo —buscó debajo de su almohada —y usted dirá si está como es debido.
“Sacó una hoja de papel en la que aparecían burdamente escritas unas pocas palabras en lápiz. Era sencillo y estaba bien claro. Dejaba cinco mil libras a cada uno de sus sobrinos y el resto de sus vastas propiedades a Eurydice Spragg “como prueba de gratitud y admiración”.
“No me gustó nada, pero allí estaba. No cabía la posibilidad de que hubiera perdido la razón, el anciano estaba completamente cuerdo.
“Hizo sonar el timbre para llamar a las criadas, que acudieron prontamente. La criada, Emma Gaunt, era una mujer de mediana edad y elevada estatura que llevaba muchos años al servicio de Clode y lo había cuidado con devoción. Con ella vino la cocinera, una mujer joven y frescachona de unos treinta años. Simon Clode las contempló a las dos por debajo de sus pobladas cejas.
“—Quiero que seáis testigos en mi testamento. Emma, tráeme mi pluma estilográfica.
“Emma se aproximó obediente al escritorio.
“—En el cajón de la izquierda, no —dijo el viejo Clode irritado—. ¿Es que no sabes que está en el de la derecha?
“—No, está aquí, señor —replicó Emma sacándola.
“—Entonces debes de haberla guardado mal la última vez —gruñó el anciano—. No puedo soportar que las cosas no estén siempre en su sitio.
“Todavía refunfuñando, tomó la pluma de su mano y copió su borrador, enmendado por mí, en otro papel. Luego firmó, así como también Emma Gaunt y la cocinera, Lucy David. Yo doblé el testamento y lo introduje en un sobre azul. Comprendan que, necesariamente, el testamento había sido redactado en una hoja de papel corriente.
“Cuando las dos mujeres se disponían a abandonar la habitación, Clode se desplomó sobre las almohadas respirando entrecortadamente y con el rostro descompuesto. Me incliné sobre él con ansiedad y Emma Gaunt regresó junto al lecho. El anciano se recobró sonriendo débilmente.
“—Estoy bien. No se alarme, Petherick. De todas formas, ahora que he hecho lo que deseaba, moriré más tranquilo.
“Emma Gaunt me miró inquisitivamente, como si me pidiera permiso para abandonar la habitación.
Asentí para confirmárselo y salió, deteniéndose primero para recoger el sobre azul que yo había dejado caer al suelo a causa del sobresalto. Me lo entregó, lo introduje en el bolsillo de mi chaqueta y luego se marchó.
“—Está usted molesto, Petherick —me dijo Simon Clode—. Está predispuesto en contra, como todo el mundo.
“—No es cuestión de prejuicios —repliqué—. Mrs. Spragg puede ser todo lo que ella dice y no vería inconveniente en que le dejara un pequeño legado como recuerdo agradecido. Pero, se lo digo con franqueza, Clode, es una equivocación desheredar a los de su propia sangre por favorecer a una extraña.
“Y dicho esto me volví para marcharme. Había hecho todo lo posible y demostrado mi protesta.
“Mary Clode salió del salón y se reunió conmigo en el recibidor.
“—Tomará el té antes de marcharse, ¿verdad? Pase usted, haga el favor —y me introdujo en el salón.
“En la chimenea ardía un alegre fuego y la estancia resultaba cómoda y acogedora. Me ayudó a quitarme el abrigo, y su hermano, que en ese momento entraba en la habitación, lo tomó de sus manos y lo dejó sobre una silla al otro extremo del salón, y luego vino a sentarse junto al fuego, donde tomamos el té. Durante la comida había surgido una pregunta acerca de un asunto referente a la hacienda, y Simon Clode dijo que no quería que le molestaran con eso y que dejaba que George lo decidiera. George estaba algo inquieto por tener que confiar en su propio juicio y, después del té, pasamos al despacho para que yo echara un vistazo a los papeles en cuestión. Mary Clode nos acompañó.
“Un cuarto de hora más tarde me dispuse a marcharme y, recordando que había dejado mi abrigo en el salón, entré a buscarlo. El único ocupante de la habitación era Mrs. Spragg, que estaba arrodillada junto a la silla donde estaba mi abrigo. Al parecer arreglaba innecesariamente la funda de cretona y, al verme entrar, se levantó con el rostro sonrojado.
“—Esta funda no cae bien —se lamentó—. ¡Dios mío! Yo hubiera sabido hacerla mejor.
“ Cogí mi abrigo y me lo puse. Al hacerlo, observé que el sobre que contenía el testamento se había salido del bolsillo y estaba en el suelo. Volví a meterlo en el bolsillo y, tras despedirme, me marché.
“Al llegar a mi despacho, les describiré mis siguientes actos con todo cuidado. Me quité el abrigo y saqué el testamento del bolsillo. Lo tenía en la mano cuando entró mi pasante. Alguien quería hablar conmigo por teléfono y la extensión de mi despacho no funcionaba. Por tanto, le acompañé al despacho contiguo y, por espacio de cinco minutos, estuve ocupado hablando por teléfono.
“Cuando terminé, encontré esperándome a mi pasante.
“—Mr. Spragg ha venido a verle, señor. Le he hecho pasar a su despacho.
“Encontré a Mr. Spragg sentado junto a mi mesa. Se puso en pie para saludarme de un modo muy obsequioso, y luego pronunció un largo discurso cuya principal intención parecía ser justificarse a sí mismo y a su esposa. Temía que la gente anduviese diciendo que tal y que cual. Su esposa había sido conocida desde su infancia por la pureza de su corazón y sus motivos eran esto, lo otro y lo de mas allá. Temo que estuve bastante brusco con él. Finalmente debió comprender que su visita no era precisamente un gran éxito y se marchó un tanto intempestivamente. Entonces recordé que había dejado el testamento encima de la mesa. Lo cogí, sellé el sobre, escribí una palabras en él y lo guardé en la caja fuerte.
“Ahora viene el punto crucial de mi historia. Dos meses más tarde falleció Simon Clode. No entraré en profusas consideraciones. Me limitaré ahora a los hechos concretos.
Cuando fue abierto el sobre sellado que contenía el testamento, se encontró únicamente una hoja en blanco
.
Hizo una pausa para contemplar el círculo de rostros interesados. Se sonrió con cierto regocijo.