Tarzán y los hombres hormiga (27 page)

Read Tarzán y los hombres hormiga Online

Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

BOOK: Tarzán y los hombres hormiga
9.17Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Está oscuro como boca de lobo —dijo—. La propietaria de esa voz está en otra cámara más alejada que ésta en la que acabo de mirar. En el siguiente aposento no había ningún ser humano.

—Si estaba tan oscuro, ¿cómo lo sabes? —preguntó Komodoflorensal.

—Si hubiera alguien, habría notado su olor —respondió el hombre-mono.

Los otros lo miraron con asombro.

—Estoy seguro —dijo Tarzán—, porque he notado una corriente de aire que venía del otro lado de la cámara, y si hubiera habido algún ser humano allí dentro, su efluvio habría venido directamente a mi olfato.

—¿Y habrías podido percibirlo? —preguntó Komodoflorensal—. Amigo mío, puedo creer muchas cosas de ti, pero no esto.

Tarzán sonrió.

—Al menos poseo valor suficiente para actuar según mis convicciones —declaró—, pues voy a ir allí a investigar. Por la claridad con que nos ha llegado la voz, estoy seguro de que no ha atravesado ningún muro sólido. Debe de haber una abertura que dé a la cámara donde se encuentra la mujer y, como debemos investigar toda posible vía de escape, investigaré ésta.

Se acercó de nuevo a la abertura.

—¡Oh! No nos separemos —exclamó la muchacha—. ¡A donde va uno, vamos todos!

—Dos espadas son mejor que una —añadió Komodoflorensal, aunque su tono no era muy animado.

—Muy bien —respondió Tarzán—. Yo iré primero, y después me pasas a Talaskar.

Komodoflorensal hizo un gesto de asentimiento. Uno o dos minutos después, los tres se hallaban al otro lado del muro. La luz de la vela les mostró un estrecho pasadizo que tenía indicios de haber sido utilizado mucho más recientemente que aquéllos por los que habían pasado desde los alojamientos de Kalfastoban. El muro por el que habían pasado era de piedra, pero el del otro lado era de toscas tablas clavadas.

—Este pasadizo está construido junto a una habitación decorada con paneles —susurró Komodoflorensal—. El otro lado de estas toscas tablas sostiene paneles bellamente pulidos de maderas brillantes o metales bruñidos.

—Entonces, ¿crees que debe de haber una puerta que da a la cámara contigua? —preguntó Tarzán.

—Más probablemente un panel secreto —respondió.

Siguieron el pasadizo, aguzando bien el oído. Al principio sólo distinguían que la voz que oían era de mujer; pero ahora entendían las palabras.

—…si me hubieran permitido quedármelo —fueron las primeras que captaron.

—Mi gloriosa ama, en ese caso esto no habría sucedido —declaró otra voz femenina.

—Zoanthrohago es un necio y merece morir; pero mi ilustre padre, el rey, es un necio aún mayor —dijo la primera voz—. Matará a Zoanthrohago y con él la posibilidad de descubrir el secreto de convertir a nuestros guerreros en gigantes. Si me hubieran dejado comprar a Zuanthrol, no se habría escapado. Creyeron que yo lo mataría, pero nada más lejos de mis intenciones.

—¿Qué habrías hecho con él, admirable princesa?

—Éste no es asunto de una esclava —espetó la princesa.

Por unos instantes reinó el silencio.

—Esta que habla es la princesa Janzara —susurró Tarzán a Komodoflorensal—. Es la hija de Elkomoelhago, a la que querías capturar y convertir en tu princesa. En ese caso te habrías llevado un diablo.

—¿Es tan hermosa como dicen? —preguntó Komodoflorensal.

—Es muy hermosa, pero un diablo.

—Mi deber habría sido tomarla —dijo Komodoflorensal.

Tarzán se quedó callado. Se le estaba ocurriendo un plan. La voz que se oía detrás de la separación habló de nuevo.

—Era muy apuesto —dijo—. Mucho más que nuestros guerreros —y luego, tras un silencio—: Puedes irte, esclava, y ocúpate de que no me molesten antes de que el sol esté a medio camino entre el Corredor de las Mujeres y el Corredor del Rey.

—Que tus velas ardan inmortales igual que tu belleza, princesa dijo la esclava, y se retiró del aposento sin darse la vuelta.

Un instante después, los tres que se hallaban detrás del muro de paneles oyeron que se cerraba una puerta.

Tarzán se arrastró con sigilo por el pasadizo, buscando el panel secreto que unía el aposento donde la princesa Janzara yacía lista para pasar la noche; pero fue Talaskar quien lo encontró.

—¡Aquí está! —exclamó en un susurro, y los tres juntos examinaron el cierre. Era sencillo y se debía de abrir desde el otro lado ejerciendo presión en cierto punto del panel.

—¡Esperad aquí! —dijo Tarzán a sus compañeros—. Voy a buscar a la princesa Janzara. Si no podemos escapar con ella, podremos comprar nuestra libertad con semejante rehén.

Sin esperar a discutir con los otros si era aconsejable o no esta acción, Tarzán hizo deslizar suavemente el cerrojo que cerraba el panel y lo entreabrió un poco. Ante él se hallaba el aposento de Janzara, una creación espléndida en el centro de la cual la princesa yacía de espaldas sobre una losa de mármol, con una gigantesca vela encendida a la cabeza y otra a los pies.

Independientemente del lujo, de su riqueza o de su posición social, los minunianos no dormían más que encima de un solo grueso de tejido, que extendían sobre el suelo, o sobre losas de madera, piedra o mármol especiales para dormir, según su casta y su riqueza.

Dejando el panel abierto, el hombre-mono entró sin hacer ruido en el aposento y se dirigió directamente hacia la princesa, que yacía con los ojos cerrados, ya dormida o a punto de estarlo. Había recorrido la mitad de la distancia que lo separaba del frío lecho cuando una súbita corriente de aire cerró el panel, produciendo un ruido que habría despertado a un muerto.

Al instante la princesa se puso en pie y se quedó ante Tarzán. Por unos instantes permaneció en silencio, mirándolo fijamente, y luego se acercó lentamente a él, sugiriendo con las sinuosas ondulaciones de su elegante porte al Señor de la Jungla una similitud con la salvaje majestad de Sabor, la leona.

—¡Eres tú, Zuanthrol! —exclamó la princesa—. ¿Has venido por mí?

—He venido por ti, princesa —respondió el hombre-mono—. No grites y no te ocurrirá ningún daño.

—No gritaré —susurró Janzara con los párpados entrecerrados mientras se acercaba a él y le echaba los brazos al cuello.

Tarzán se apartó un poco y con gentileza se deshizo de ella.

—No lo entiendes, princesa —le dijo—. Eres mi prisionera. Ven conmigo.

—Sí —dijo ella con voz suave—. Soy tu prisionera, pero eres tú quien no entiende. Te quiero. Tengo derecho a elegir al esclavo que desee para que sea mi príncipe. Te he elegido a ti.

Tarzán negó impaciente con la cabeza.

—Tú no me quieres —dijo—. Siento que lo creas, pues yo no te amo. No tengo tiempo que perder. ¡Ven! —Y se acercó a ella para cogerle la muñeca.

Ella entrecerró los ojos.

—¿Estás loco? —preguntó—. ¿O es que no sabes quién soy?

—Eres Janzara, hija de Elkomoelhago —respondió Tarzán—. Sé muy bien quién eres.

—¡Y te atreves a rechazar mi amor! —Respiraba pesadamente; sus senos subían y bajaban al ritmo tumultuoso de sus emociones.

—No se trata de una cuestión de amor entre nosotros —respondió el hombre-mono—. Para mí y mis compañeros sólo es una cuestión de libertad y supervivencia.

—¿Amas a otra? —preguntó Janzara.

—Sí —respondió Tarzán.

—¿Quién es ella? —quiso saber la princesa.

—¿Vienes o me obligarás a llevarte por la fuerza? —dijo el hombre-mono sin responder a su pregunta.

Por un momento la mujer se quedó callada ante él, con los músculos tensos y los ojos oscuros convertidos en dos ardientes pozos de fuego. Luego, lentamente, su expresión cambió. Su rostro se suavizó y tendió una mano a Tarzán.

—Te ayudaré, Zuanthrol —dijo, Te ayudaré a escapar. Lo haré porque te quiero. ¡Ven! ¡Sígueme!

Se volvió y cruzó el aposento con pasos delicados. —Pero ¿y mis compañeros? — dijo el hombre-mono—. No puedo irme sin ellos.

—¿Dónde están?

Tarzán no se lo dijo, pues aún no estaba demasiado seguro de las intenciones de la princesa.

—Indícame el camino —dijo— y volveré por ellos.

—Sí —respondió ella—. Te lo enseñaré y quizá me querrás más que a los otros.

En el pasadizo de detrás de los paneles Talaskar y Komodoflorensal esperaban el resultado de la aventura de Tarzán. A sus oídos llegaban claramente todas y cada una de las palabras de la conversación mantenida entre el hombre-mono y la princesa.

—Te quiere —dijo Komodoflorensal—. Ya lo ves, te quiere.

—Yo no veo nada de eso —replicó Talaskar—. Que no ame a la princesa Janzara no demuestra que me ame a mí.

—Pero él te quiere, ¡y tú lo quieres! Lo he visto desde que llegó. Si no fuera mi amigo, acabaría con él.

—¿Acabarías con él porque me ama… si es que él me ama? —preguntó la muchacha—. ¿Tan poca cosa soy que preferirías ver a tu amigo muerto que junto a mí?

—Yo… —vaciló—. No puedo decirte a qué me refiero. La muchacha se echó a reír, y se serenó de pronto.

—Se lo lleva de su aposento. Será mejor que los sigamos.

Cuando Talaskar puso los dedos sobre el resorte que mantenía el panel en su lugar, Janzara se llevó a Tarzán hacia una puerta que había en una de las paredes laterales, no aquélla por la que la esclava se había marchado.

—Sígueme —susurró la princesa— y verás lo que el amor de Janzara significa.

Tarzán, que aún no estaba completamente seguro de las intenciones de Janzara, la siguió con cautela.

—Tienes miedo —dijo ella—. ¡No confías en mí! Bueno, ven y mira dentro de esta cámara antes de entrar.

Komodoflorensal y Talaskar acababan de pisar el apartamento cuando Tarzán se acercó a la puerta junto a la que Janzara se encontraba. Vieron que el suelo de pronto cedía bajo los pies de Tarzán y un instante después Zuanthrol había desaparecido. Mientras descendía por una rampa pulida oyó una carcajada salvaje de Janzara desde la oscuridad de lo desconocido.

Komodoflorensal y Talaskar cruzaron rápidamente la cámara, pero era demasiado tarde. El suelo que había cedido bajo los pies de Tarzán se había vuelto a colocar en su sitio enseguida. Janzara se quedó temblando de ira y mirando fijamente el lugar por donde el hombre-mono había desaparecido. Temblaba como tiembla un álamo agitado por la brisa; temblaba en la enloquecida tempestad de sus pasiones.

—¡Si no estás conmigo no estarás jamás con ninguna otra mujer! —gritó, y entonces se volvió y vio a Komodoflorensal y Talaskar que corrían hacia ella.

Lo que ocurrió a continuación fue tan rápido que sería imposible dar cuenta de los hechos en el breve tiempo en que fueron realmente consumados. Hubo terminado casi antes de que Tarzán llegara al final del tobogán y se levantara del suelo de tierra en el que había sido depositado.

La habitación en la que se encontraba estaba iluminada por varias velas que ardían en huecos con barrotes de hierro. Frente a él había una pesada verja de hierro que dejaba ver otro aposento iluminado en el que había un hombre sentado, con la barbilla caída sobre el pecho, en un banco bajo. Al oír la entrada precipitada de Tarzán en la cámara contigua levantó la mirada y, al ver a Zuanthrol, se puso en pie de un salto.

—¡Rápido! ¡A tu izquierda! —gritó, y Tarzán, al volverse, vio dos enormes bestias de ojos verdes dispuestas a saltar sobre él.

Su primer impulso fue frotarse los ojos como para borrar de ellos los fantasmas de un sueño inquietante, pues lo que vio fueron dos gatos monteses africanos corrientes; corrientes en perfil y características, pero cuatro veces más grandes de lo normal, que, aunque le parecieron grandes como leones adultos, eran en realidad especímenes de tamaño medio entre los de su clase.

Mientras se acercaban sacó su espada, preparado para presentar batalla y defenderse de aquellos grandes felinos como había hecho tan a menudo con sus poderosos primos en la jungla.

—Si puedes mantenerlos a raya hasta que llegues a esta reja —dijo el hombre de la cámara de al lado—, puedo dejarte pasar. El cerrojo está en este lado —pero antes de que terminara de hablar los gatos atacaron.

Komodoflorensal, rozando a Janzara al pasar, saltó al lugar donde Tarzán había desaparecido y cuando el suelo cedió bajo sus pies oyó el desgarrador grito que se escapó de los labios de la princesa de Veltopismakus.

—¿Así que es a ti a quien ama? —exclamó—. Pero no te tendrá, ¡no! ¡Ni siquiera en la muerte! —y esto fue todo lo que Komodoflorensal oyó cuando se lo tragó la negra rampa oculta.

Talaskar, enfrentada por la enfurecida Janzara, se detuvo y retrocedió unos pasos, pues la princesa se precipitaba hacia ella blandiendo una daga.

—¡Muere, esclava! —gritó abalanzándose sobre Talaskar, pero la esclava le cogió la otra muñeca y unos instantes después cayeron, entrelazadas en un abrazo. Rodaron juntas por el suelo, la hija de Elkomoelhago intentaba hundir su cuchillo en el pecho de la esclava mientras Talaskar forcejeaba para mantener apartado el acero amenazador y para cerrar sus dedos en la garganta de su oponente.

Al ataque del primer gato le siguió el otro, para que no le robaran su parte de la presa, pues ambos estaban famélicos, En el momento en que el hombre-mono hizo frente al ataque del primero, apartándose y golpeando al animal en el costado, Komodoflorensal, que había desenvainado su espada al entrar en el aposento de Janzara, cayó en la guarida subterránea casi en las fauces de la segunda bestia, que quedó tan desconcertada con la súbita aparición de este segundo humano que dio media vuelta y de un salto se plantó en el otro extremo de la guarida, antes de ser capaz de reunir coraje para efectuar otro ataque.

En la cámara de arriba, Talaskar y Janzara peleaban salvajemente, como dos tigresas con forma humana. Rodaban de un lado a otro de la habitación, pegándose; Janzara gritaba:

—¡Muere, esclava! ¡No lo tendrás!

Pero Talaskar conservaba el ánimo y ahorraba el aliento, de modo que poco a poco fue venciendo a la otra cuando por casualidad rodaron sobre el punto que había lanzado a Tarzán y a Komodoflorensal al pozo.

Cuando Janzara se dio cuenta de lo que había ocurrido lanzó un grito de terror.

—¡Los gatos! ¡Los gatos! —gritó, y las dos desaparecieron en el negro pozo.

Komodoflorensal no siguió al gato que se había retirado a un extremo del pozo, sino que sin vacilar saltó en ayuda de Tarzán. Juntos mantuvieron a raya a la primera bestia mientras retrocedían hacia la reja donde el hombre de la cámara contigua se hallaba listo para franquearles la entrada en su aposento, que era un lugar seguro.

Other books

HowtoPleaseanAlien by Ann Raina
Varken Rise by Tracy Cooper-Posey
Collide by McHugh, Gail
The Hours by Michael Cunningham
The Dawn Country by W. Michael Gear
Ariel by Jose Enrique Rodo
The Watchers Out of Time by H.P. Lovecraft