Read Tatuaje II. Profecía Online
Authors: Javier Pelegrín Ana Alonso
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
—Jana te había hecho una pregunta, Yadia —dijo, mirando al joven írido—. Tienes que responder. No olvides que hemos hecho un trato…
Yadia tragó saliva.
—Es cierto que he estado jugando un doble juego —admitió—, aunque creo que Argo contaba con eso desde el principio. Él sabía quién era yo… —Se interrumpió y miró a Corvino con ojos asustados, como si temiese haber cometido un error—. El caso es que, poco después de que Argo me contratase para conducir a Álex hasta el Nosferatu, me puse en contacto con Harold, el regente de los drakul.
Aquella información sorprendió a Jana. No era lo que ella esperaba.
—¿Con Harold? —preguntó—. ¿Por qué con Harold? ¿No habría sido más lógico que acudieses a Glauco, o a Eilat? Al fin y al cabo, eres medio varulf y medio írido… Lo natural habría sido que recurrieses a uno de esos dos clanes.
—Olvidas que ninguno de ellos me ha reconocido nunca. Soy un bastardo, Jana. Oficialmente, no pertenezco a ningún clan. No le debo lealtad a ninguno… Y pensé que con Harold tendría más oportunidades de sacar tajada.
—No lo entiendo —intervino David—. Harold puede ser muchas cosas, pero no es un intrigante como Glauco o como Eilat. ¿Por qué iba a estar interesado en hacer un trato contigo?
Yadia miró fijamente a David durante unos segundos antes de contestar.
—No es tan difícil de entender —murmuró—. Los drakul llevaban meses estudiando viejos documentos olvidados con la esperanza de localizar el Libro de la Creación; y yo tenía la información que ellos necesitaban…
—¿Estaban buscando el libro? —preguntó Jana, cogiendo distraídamente la taza humeante que Heru le tendía—. No tenía ni idea… ¿Desde cuándo? ¿Por qué?
La respuesta de Yadia tardó unos segundos en llegar.
—Está claro por qué. Por la profecía.
Jana dejó la taza en el plato con brusquedad, derramando parte del oscuro líquido.
—¿Por la profecía? —repitió—. ¿Qué profecía?
—La profecía que hizo Dayedi en el momento de su muerte. Te refieres a ella, ¿no? —preguntó David mirando a Yadia.
El írido asintió.
—Dayedi pronosticó la guerra de los clanes y el fin de su propio clan, el de los kuriles —continuó David—. También adivinó que los medu terminaríamos perdiendo casi todo nuestro poder. Pero dijo algo más…
—«El crepúsculo de los clanes se prolongará hasta la llegada de la quinta dinastía, el último linaje de los reyes medu —recitó Yadia con los ojos cerrados—. El primer monarca de esta estirpe devolverá a los clanes la gloria perdida. Y, solo entonces, el libro se abrirá de nuevo».
—Y el primer monarca de la quinta dinastía es…
Jana no terminó la frase.
—Erik —murmuró Nieve pensativa—. Claro; ahora lo entiendo todo. Harold piensa que si encuentra el libro y es capaz de leerlo, Erik regresará de entre los muertos y devolverá al clan de los drakul su antiguo poder.
—Es muy generoso por su parte —opinó Corvino—. Desde un punto de vista egoísta, Harold es el menos interesado en que Erik resucite. Perdería su puesto si eso ocurriera.
—No todo el mundo se guía por motivaciones egoístas —dijo Yadia, desafiante.
David puso los ojos en blanco.
—Mira quién fue a hablar…
Yadia se levantó de la silla que ocupaba. Sus ojos despedían fuego.
—¿Y tú qué sabes? —estalló—. ¿Qué puedes saber tú de mis motivaciones? No me conoces… Ninguno de vosotros me conoce de nada. Os atrevéis a juzgarme sin saber, como si fuerais mejores que yo. No tenéis ni idea…
—Cálmate, Yadia —le dijo Corvino. Tenía el ceño fruncido, y miraba al írido con severidad—. Estás dejándote llevar, y puedes terminar diciendo algo de lo que luego te arrepientas.
Yadia sostuvo la mirada del guardián durante unos segundos, hasta que finalmente pareció relajarse.
—Tienes razón. No debo… Gracias por impedirlo.
A Jana no le pasó inadvertida la mirada que intercambiaron Nieve y Corvino.
—Parece que aquí todo el mundo sabe más que yo —dijo, malhumorada—. Vale, de acuerdo. Podéis quedaros con vuestros secretos, siempre y cuando me digáis lo que necesito saber para recuperar a Álex.
—No lo sabemos, Jana —dijo Nieve—. Ninguno de nosotros lo sabe…
—¿Qué te ofreció Harold a cambio de tu información sobre el libro? —preguntó David mirando a Yadia—. Eso, por lo menos, sí podrás decírnoslo…
—Supongo que sí. Ya sabéis que los drakul han forjado una alianza con los íridos y los varulf. Le pedí a Harold que convenciera al Consejo de los Íridos para que me aceptasen oficialmente en su clan a cambio de la información sobre el libro.
—¿Por qué elegiste el clan de los íridos y no el de los varulf? —preguntó Jana—. Te criaron como a un varulf, y se supone que tu padre lo era… ¿O eso tampoco es verdad?
Yadia palideció visiblemente.
—Tú… tú misma has comprobado que mis poderes no son los de un varulf, sino los de un írido —repuso con nerviosismo—. No… no tendría sentido pertenecer a un clan si no puedes hacer lo que hacen el resto de sus miembros.
Jana tuvo la sensación de que Yadia mentía, o de que estaba ocultando algo. Sin embargo, no insistió en el asunto. La historia familiar de Yadia no era, en esos momentos, lo que más le preocupaba.
—Resumiendo, tú has seguido con esto para cumplir la promesa que le hiciste a Harold —concluyó—. Seguiste las instrucciones de Argo incluso después de su muerte. Y él te había dicho que necesitaba a Álex para leer el libro.
—En realidad, también te quería a ti —puntualizó Yadia—. Él conocía la existencia de la copia del Nosferatu, el Gólem de arcilla de la Fundación Loredan. Insistió en que te separase de Álex para llevarte allí.
—Pero allí no había ningún libro mágico que leer. —Jana alzó la mirada hacia David—. Solo viejos manuales de alquimia y cábala, nada verdaderamente importante.
—¿Estás segura? —preguntó su hermano.
—Completamente. Utilicé el zafiro de Sarasvati para comprobarlo… La figura de arcilla carece de magia, y los libros esotéricos que acumulaban polvo en las estanterías los habría podido leer cualquiera.
—No lo entiendo. —Yadia meneó la cabeza, sombrío—. Las instrucciones de Argo fueron muy claras. Yo estaba seguro de que una parte del libro estaba allí, en aquella figura, quizá oculto en su interior…
—Argo te engañó —dijo Corvino—. Jugó contigo igual que con el resto. Te convenció de que separases a Álex y a Jana y de que los llevases a cada uno a un lugar diferente, como si hubiese dos partes separadas del Libro de la Creación, y cada uno de ellos tuviese que leer una. Una maniobra muy hábil…
—¿Qué quieres decir? —preguntó Yadia con manifiesta hostilidad.
—Argo no quería que los medu recuperasen su poder. Lo último que hubiese deseado en este mundo habría sido restablecer la gloria del clan de los drakul. Pero conocía bien el poder destructor del libro, y decidió emplearlo para librarse de sus más encarnizados enemigos. De Álex, y de Jana. Primero, el Nosferatu destruiría a Álex. Y luego, él, dominado por la oscuridad del monstruo, daría rienda suelta a sus más ocultos fantasmas y destruiría a Jana.
—Creo que lo habría hecho si… si algo no lo hubiera impedido —murmuró Jana, estremeciéndose.
—Sí, a mí estuvo a punto de matarme —reconoció Yadia—. ¿Cómo lograste vencerlo, Jana? Estaba inconsciente, no lo vi…
—Ya os lo he dicho, algo… o alguien me ayudó.
Heru habló por primera vez desde su llegada a la cocina.
—¿Quién fue, Jana? Podría ser importante…
Jana iba a pronunciar el nombre de Garo, pero un instinto de desconfianza la hizo cambiar de opinión en el último momento.
—No lo sé; no pude verlo —mintió—. El caso es que nos salvó la vida. El monstruo cayó al suelo convertido en ceniza. Espero que eso no signifique que Álex… que Álex…
No fue capaz de pronunciar las últimas palabras que danzaban en su mente.
—La imagen de la ceniza cayendo al suelo que viste no significa nada —dijo Corvino, acudiendo en su ayuda—. Álex no era esa envoltura monstruosa que os atacó, sino un espíritu atrapado dentro de ella. Y no es tan fácil destruir a un espíritu.
—Pero, al privarlo de su envoltura, quizá sufriese algún daño. Quizá tuvo que huir. Fue como si desapareciera de golpe.
Corvino asintió.
—Probablemente huyó. No voy a engañarte, Jana: no sé qué podemos hacer para encontrarlo. Es probable que ni él mismo sepa dónde está actualmente. Pero intentaremos dar con él y devolverle la vida. David, tienes que contarnos otra vez todo lo que ocurrió, sin omitir un solo detalle. Volveremos a esa antigua villa renacentista donde Argo custodiaba al Nosferatu. El cuerpo de Álex tiene que estar en alguna parte. Es posible que siga allí, en el lugar donde lo perdió… Al menos, podríamos intentar encontrarlo.
—Os ayudaré —decidió Yadia—. Conozco esa casa bastante bien; Argo me contó muchos de sus secretos antes de morir.
—No, Yadia —le interrumpió Nieve con firmeza—. Tú no vas a acompañarnos a ninguna parte.
—Pero…
—Si no te gusta la palabra «prisionero», considérate nuestro invitado. Te instalarás en el antiguo cuarto de Argo. No te faltará de nada, créeme.
—Pero yo puedo ayudaros —insistió Yadia. Tenía los ojos llenos de lágrimas, y un extraño acento de desesperación en su voz—. Esta podría ser mi última oportunidad…
—Eso no depende de nosotros —dijo Corvino. Su rostro reflejaba una evidente simpatía hacia el muchacho—. Has hecho lo que has podido. No podemos permitir que sigas interviniendo. Lo primero ahora es salvar a Álex. Heru, ¿te ocuparás de él?
El arquero asintió imperceptiblemente. Su rostro parecía tan inexpresivo como si estuviese tallado en piedra. Lo único que reflejaba era una completa indiferencia hacia lo que estaba ocurriendo a su alrededor.
Una indiferencia que, según lo que Álex le había contado a Jana sobre él, no casaba demasiado bien con su temperamento…
Sin saber por qué, Jana sintió al observar aquellos ojos helados una aguda punzada de inquietud.
Están reunidos. —David entró en la habitación de su hermana sin llamar, pero al ver las huellas de llanto en su rostro se detuvo, turbado.
Jana estaba sentada en un sillón junto a la ventana, con los pies descalzos apoyados en la cama y su teléfono móvil en la mano. Sobre una mesa veneciana antigua, al lado del sillón, había un triángulo de pizza que Jana ni siquiera había probado. Su taza de café, en cambio, se encontraba vacía.
El rostro que la muchacha había girado hacia la puerta reflejaba un profundo agotamiento. David no recordaba haber visto nunca a Jana tan derrotada. Parecía desorientada, como si, por una vez en su vida, no tuviese ningún as oculto bajo la manga, ni siquiera una idea remota de lo que iba a hacer.
—Deberías tomarte una tila, en lugar de tanto café —bromeó David, avanzando hacia la mesa—. ¿Cuántas tazas llevas?
—No sé. Tres o cuatro. ¿Qué más da? Necesito mantenerme despierta…
—¿Para qué? ¿Estás esperando a alguien?
David se arrepintió al instante de su torpe chiste. No tenía ninguna gracia, no para Jana. Las ojeras que rodeaban sus párpados eran tan oscuras que casi parecían maquillaje. Y el dolor que se leía en sus ojos… David tuvo que apartar los suyos, incapaz de afrontarlo.
—¿Has estado con ellos hasta ahora? —preguntó Jana después de un corto silencio.
David se había dejado caer en la cama y, cruzando los brazos bajo la cabeza, había cerrado un momento los párpados. La pregunta de su hermana le hizo incorporarse de nuevo.
—Con Nieve y con Corvino —precisó—. Heru se llevó a Yadia para encerrarlo, pero luego no regresó. Eso los puso un poco nerviosos, a los otros dos…
—¿Se lo has contado todo?
—Todo lo que sé. —Estirándose para alcanzar el plato, David arrancó un pedazo de la pizza de su hermana y lo mordisqueó—. Ahora están discutiendo lo que conviene hacer —añadió con la boca llena—. Corvino quiere ir a Vicenza cuanto antes. Es posible que tenga razón… El cuerpo de Álex podría seguir allí.
—¿Y de qué nos va a servir encontrarlo si no sabemos dónde está su alma?
El acento de desesperación de Jana hizo que a David se le formase un nudo en la garganta. De pronto, la pizza le pareció fría y gomosa. Ya no tenía hambre.
—Oye, Jana, no te pongas así —murmuró, cogiendo una mano de su hermana entre las suyas—. Lo encontraremos, ¿vale? Haremos lo que haga falta para encontrarlo.
Jana acarició pensativa el guante de raso negro que cubría la mano enferma de David.
—Creía que estabas resentido con él —dijo, buscando la mirada del muchacho—. Por lo que pasó en la Caverna…
David retiró la mano enguantada y desvió los ojos.
—Eso ahora es lo de menos —dijo—. Tú eres lo único que tengo, Jana. Tu felicidad me importa más de lo que te imaginas.
Jana esbozó una sonrisa.
—Estás hablando como un hermano mayor.
—Y no lo soy, ya lo sé. —Bajo su sonrisa, Jana creyó notar que se sentía molesto—. De todas formas, no tienes más hermanos, así que tendrás que conformarte conmigo.
Jana meneó la cabeza, dando por zanjada la absurda discusión. Estaba demasiado fatigada para buscar respuestas ingeniosas.
—No va a volver, David —musitó—. Le he perdido… Para siempre.
—No digas tonterías. —David trató de sonreír—. Ninguno de ellos entiende nada de esta historia, Jana. No te fíes ni por un instante de lo que dicen.
—No lo entiendes. Yo lo vi. Vi en qué se ha convertido. Era él, lo sentí con toda claridad. Pero, al mismo tiempo… Era un monstruo.
—Lo sé. Yo también lo vi. Estaba allí cuando esa cosa se apoderó de él. Incluso… No sé, creo que podría haberlo impedido.
Sus ojos se clavaron, inexpresivos, en la ventana. La penumbra grisácea del cielo anunciaba el crepúsculo.
De pronto, una nueva esperanza pareció animar los rasgos del muchacho.
—Hace un rato, cuando estaba contándoles a los guardianes lo que ocurrió en la villa, Corvino dijo algo curioso. Dijo que el secreto del libro era que nadie podía leerlo si antes no lo escribía. Que la búsqueda del libro es su creación…
—¿Nosotros lo hemos creado por el hecho de empezar a buscarlo? Pero muchos otros lo han estado buscando también. Yadia, Harold y los suyos…
—Sí; pero Álex y tú sois especiales. Por eso recurrió Argo a vosotros. Porque sabía que vosotros podríais ver cosas allí donde los demás no veían nada.