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Authors: Charlaine Harris

Todos juntos y muertos (3 page)

BOOK: Todos juntos y muertos
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—Entonces ¿crees que se celebrará el juicio? —le preguntó Eric a Andre.

—Si la reina hubiese acudido a la cumbre como señora de Nueva Orleans, o de lo que era Nueva Orleans, creo que el tribunal habría negociado algún tipo de acuerdo entre Jennifer y la reina. Quizá algo en el sentido de ascender a Jennifer a una posición de poder en la jerarquía de la reina y la obtención de una buena prima. Pero tal como están las cosas ahora… —Se produjo un prolongado silencio mientras cada uno completaba la frase a su manera. Nueva Orleans ya no era lo que era, y puede que nunca volviera a serlo. Sophie-Anne ahora no era más que un potencial cadáver político—. Ahora, dada la presencia de Jennifer, creo que el tribunal seguirá adelante —dijo Andre, antes de quedarse callado.

—Sabemos que las acusaciones no son ciertas —añadió una fría y diáfana voz desde un rincón. Hasta el momento, había conseguido omitir la presencia de mi ex, Bill. Pero no me salía con naturalidad—. Eric estaba allí. Yo estaba allí. Sookie estaba allí —prosiguió el vampiro (innombrable, me dije).

Y era verdad. La alegación de Jennifer Cater sobre que la reina había invitado al rey a su fiesta para matarlo era toda una farsa. El baño de sangre se desencadenó por la decapitación de uno de los hombres de la reina a manos de otro de Threadgill.

Eric sonrió ante el recuerdo. Disfrutó de la batalla.

—Di cuenta de aquel que lo empezó todo —recordó—. El rey hizo cuanto estuvo en su mano para pillar a la reina en una, indiscreción, pero no lo consiguió, gracias a Sookie. Al no salirle bien la jugada, recurrió a un simple ataque frontal —continuó—. Hace veinte años que no veo a Jennifer. Ha ascendido rápidamente. Tiene que ser despiadada.

Andre se adelantó hasta quedar a mi derecha, dentro de mi campo visual, lo cual era todo un alivio. Asintió. De nuevo, todos los vampiros presentes realizaron algún que otro movimiento, no al unísono, pero escalofriantemente cerca. Pocas veces me había sentido tan extraña: era el único ser de sangre caliente en una habitación llena de criaturas muertas y reanimadas.

—Sí —dijo Andre—. Lo normal sería que la reina quisiera allí todo un contingente para apoyarla. Pero, dado que estamos obligados a ahorrar, hemos recortado las cifras. —Una vez más, Andre se acercó lo suficiente para tocarme, apenas un roce en mi mejilla.

La idea desencadenó una especie de revelación en miniatura: «Eso es lo que se siente al ser una persona normal». No tenía la menor idea de las intenciones o los planes de mis compañeros. Así vivía la gente normal cada uno de los días de su vida. Era aterrador, pero emocionante; como recorrer una habitación llena de gente con los ojos vendados. ¿Cómo aguantaba la gente normal el suspense del día a día?

—La reina quiere que esta mujer esté cerca de ella durante las reuniones, ya que acudirán otros humanos —prosiguió Andre. Hablaba sólo con Eric. El resto bien podríamos no haber estado en la habitación—. Quiere conocer sus pensamientos. Stan traerá a su telépata. ¿Lo conoces?

—Eh, que estoy aquí —murmuré. Nadie me prestó atención, salvo Pam, que me dedicó una luminosa sonrisa. Luego, con todos esos pares de fríos ojos clavados en mí, me di cuenta de que todo el mundo esperaba mi respuesta, que Andre se había dirigido a mí directamente. Estaba tan acostumbrada a que los vampiros hablasen de mí como si no estuviese delante que me pilló por sorpresa. Reproduje mentalmente las palabras de Andre, hasta que comprendí que me había formulado una pregunta.

—Sólo he conocido a un telépata en mi vida, y vivía en Dallas, por lo que deduzco que será el mismo; Barry el botones. Trabajaba en el hotel de vampiros de Dallas cuando me percaté de su… eh, don.

—¿Qué sabes de él?

—Es más joven que yo, y más débil, o al menos así era por aquel entonces. Nunca aceptó lo que era del mismo modo en que lo hice yo. —Me encogí de hombros. Era todo lo que sabía.

—Sookie estará allí—le dijo Eric a Andre—. Es la mejor en lo suyo.

Me halagaba, aunque no recordaba que Eric comentara que conocía a más de un telépata. También estaba un poco fastidiada, pues parecía colgarse las medallas por mi excelencia, en vez de dejármelas a mí.

A pesar de tener ganas de ver algo fuera de mi pequeña ciudad, me sorprendí deseando hallar una forma de salir de ésa. Pero, meses atrás, ya me había comprometido a asistir a la cumbre vampírica en calidad de empleada de la reina. Y, durante el último mes, me había hecho mis largos turnos en el Merlotte's para acumular las horas suficientes como para que las demás camareras no tuvieran inconveniente en cubrirme durante una semana. Sam, mi jefe, me había ayudado a llevar un registro de las horas con una pequeña tabla.

—Clancy se quedará aquí para llevar el bar —dijo Eric.

—¿Puede ir la humana y yo me tengo que quedar? —protestó el encargado pelirrojo. No estaba nada satisfecho con la decisión de Eric—. Me perderé toda la diversión.

—Así es —continuó Eric, alegremente. Si Clancy tenía previsto decir algo negativo más, quedó abortado ante la mirada de su jefe—. Felicia se quedará para ayudarte. Bill, te quedas también.

—No —contestó con su tranquila y fría voz desde el rincón—. La reina me ha requerido. He trabajado mucho en la base de datos, y la reina me ha pedido que la lleve a la cumbre para ayudar a recuperar sus pérdidas.

Por un instante, Eric pareció una estatua, pero enseguida hizo un imperceptible movimiento con las cejas.

—Claro, me había olvidado de tus dotes con los ordenadores —dijo, como si hubiera dicho: «Se me había olvidado que sabes deletrear gato», dado el interés y el respeto que rezumaba—. En ese caso, supongo que tendrás que acompañarnos. ¿Maxwell?

—Me quedaré, si es lo que deseas —respondió Maxwell Lee, dispuesto a demostrar que sabía lo que era un buen secuaz. Miró en derredor para reforzar su argumento.

Eric asintió. Pensé que Maxwell recibiría un bonito juguete por Navidad, y Bill (huy, el innombrable), el carbón.

—Entonces, te quedarás. Y tú también, Thalia. Pero me tienes que prometer que te portarás bien en el bar. —El trabajo de Thalia en el bar, que básicamente consistía en sentarse por ahí con aire misterioso y vampírico un par de noches a la semana, no siempre se desarrollaba sin incidentes.

Thalia, tan hosca y melancólica como siempre, hizo un gesto seco con la cabeza.

—No me apetecía ir de todos modos —murmuró. Sus redondos ojos negros no irradiaban más que desprecio por el mundo. Había visto demasiadas cosas en su larga existencia, y hacía muchos siglos que no se divertía, ésa era la impresión que me daba. Yo trataba de evitar a Thalia en todo lo que era posible. Me sorprendía el mero hecho de que perdiera su tiempo con los demás vampiros; a mí me parecía de las que van por libre en todo.

—No tiene ningún deseo de liderazgo —resopló Pam en mi oreja—. Sólo quiere que la dejen en paz. La echaron de Illinois porque fue demasiado agresiva después de la Gran Revelación. —La Gran Revelación era el término que empleaban los vampiros para referirse a la noche que salieron en las televisiones de todo el mundo para anunciar su existencia y expresar su deseo de salir de las sombras para unirse a los cauces sociales y económicos de la sociedad humana—. Eric deja que Thalia haga lo que quiera, siempre que siga las normas y se presente a tiempo para sus turnos en el bar —prosiguió Pam en un leve susurro. Eric era el señor de este pequeño mundo, y a nadie se le olvidaba—. Conoce el castigo por pasarse de la raya. A veces olvida lo poco que le gustaría ese castigo. Debería leer a Abby y sacar algunas ideas.

Si alguien no es capaz de extraer ninguna alegría de su vida, debería…, oh, hacer algo por los demás, buscarse una nueva afición o algo parecido, ¿no? ¿No era ése el consejo habitual? Me imaginé a Thalia dispuesta a hacer el turno de noche en un hospicio, y me estremecí. La idea de verla haciendo punto con un par de agujas me inspiró otra clase de horror. Al demonio con la terapia.

—Entonces, los únicos que acudiremos a la cumbre seremos Andre, nuestra reina, Sookie, yo, Bill y Pam —dijo Eric—. Cataliades, el abogado, y su sobrina como mensajera. Oh, sí, Gervaise, de la Cuatro, y su mujer humana, toda una concesión, ya que Gervaise ha acogido a la reina tan generosamente. Rasul como conductor. Y Sigebert, por supuesto. Ése será el grupo. Sé que algunos de vosotros os sentís decepcionados, y sólo puedo esperar que el año que viene sea mejor para Luisiana. Y para Arkansas, que ahora consideramos como parte de nuestro territorio.

—Creo que eso era todo lo que necesitábamos hablar con los presentes —añadió Andre. El resto de los temas que él y Eric tuvieran que discutir se zanjarían en privado. Andre no volvió a tocarme, lo cual estuvo bien. Me aterraba desde la coronilla hasta las uñas pintadas de los pies. Claro que no debía sentirme así con todos los presentes en la habitación. Si hubiera tenido más sentido común, me habría mudado a Wyoming, que contaba con la menor tasa de población vampírica (dos, a decir verdad, de los que salió un artículo en
American Vampire
). Había días que me sentía francamente tentada.

Saqué del bolso un pequeño bloc de notas cuando Eric anunció las fechas de salida y regreso, la hora de llegada del vuelo de Anubis procedente de Baton Rouge para recoger a la gente de Shreveport y unas cuantas anotaciones sobre la ropa que iba a necesitar. Con cierto abatimiento, me di cuenta de que tendría que volver a pedir cosas prestadas a las amigas. Pero Eric añadió:

—Sookie, no necesitarías nuevo vestuario si no fuese por el viaje. He llamado a tu amiga de la tienda de ropa y tienes crédito allí. Úsalo.

Sentí cómo se me encendían las mejillas. Me sentí como la prima pobre hasta que añadió:

—El personal tiene cuentas en un par de establecimientos de Shreveport, pero no sería conveniente para ti. —Relajé los hombros y deseé que estuviera diciendo la verdad. Ni un solo parpadeo de sus ojos me inspiró lo contrario—. Es posible que hayamos sufrido un desastre, pero no vamos a parecer pobres —dijo, cuidando de dedicarme sólo una fracción de su mirada. «No parecer pobre», anoté.

—¿Está todo claro? Nuestra tarea en esta cumbre es apoyar a nuestra reina mientras trate de deshacerse de esos ridículos cargos, y que todo el mundo sepa que Luisiana sigue siendo un Estado prestigioso. Ninguno de los vampiros de Arkansas que vinieron a Luisiana con su rey han sobrevivido para contarlo. —Sonrió Eric con una mueca nada tranquilizadora.

No supe aquello hasta esa noche.

Vaya, eso sí que era conveniente.

Capítulo 2

—Halleigh, como te vas a casar con un poli, quizá podrías decirme… cuánto le mide la porra —preguntó Elmer Claire Vaudry.

Yo estaba sentada al lado de la futura novia, Halleigh Robinson, ya que había recibido la vital tarea de registrar cada regalo y su donante, mientras la propia Halleigh abría todos los paquetes forrados de papel blanco y plateado y las bolsas de regalo con adornos florales.

A nadie pareció sorprenderle que la señora Vaudry, una maestra de escuela cuarentona, lanzara una pregunta tan obscena en medio de aquella reunión femenina, eclesiástica y de tan estricta clase media.

—Pues no sabría decirte, Elmer Claire —dijo Halleigh tímidamente, a lo que siguió un coro de escépticas cantarínas.

—Bueno, ¿y qué me dices de las esposas? —insistió Elmer Claire—. ¿Las habéis usado alguna vez?

Estalló una algarabía de voces femeninas sureñas en el salón de Marcia Albanese, la anfitriona que había accedido a prestar su casa como el cordero del sacrificio, para que fuera allí donde se celebrara la despedida de soltera. La otra anfitriona se había llevado lo menos malo y sólo debía aportar el ponche y la comida.

—Cómo eres, Elmer Claire —dijo Marcia desde su posición, cerca de la mesa de refrescos. Pero sonreía. Elmer Claire desempeñaba su papel de atrevida, mientras las demás la dejaban disfrutar con él.

Elmer Claire nunca se habría mostrado tan vulgar de estar presente la vieja Caroline Bellefleur. Caroline era la emperatriz social de Bon Temps. Tenía alrededor de un millón de años de edad y la espalda más recta que la de un soldado. Sólo un contratiempo extremo la habría mantenido apartada de un acontecimiento social de esa importancia para su familia, y es que algo extremo había ocurrido. Caroline Bellefleur había sufrido un infarto, para conmoción de todos los habitantes de Bon Temps. Para su familia, sin embargo, el acontecimiento no había supuesto una gran sorpresa.

La gran doble boda de los Bellefleur (Andy con Halleigh y Portia con su contable) había sido programada para la primavera pasada. La habían organizado con prisas dado el repentino deterioro de la salud de Caroline Bellefleur. Pero, incluso antes de que pudiera celebrarse la improvisada boda, la señora Caroline sufrió el ataque. Y luego se rompió la cadera.

Con el beneplácito de Portia, la hermana de Andy, y su novio, Andy y Halleigh habían pospuesto la boda hasta finales de octubre. Pero había oído que la señora Caroline no se recuperaba, como habían esperado sus nietos, y cada vez parecía menos probable que se fuese a recuperar su estado previo.

Halleigh, con las mejillas enrojecidas, luchaba contra el lazo que rodeaba una pesada caja. Le facilité unas tijeras. Había una tradición acerca de cortar un lazo, relacionada de alguna manera con el número de hijos que tendría la pareja casadera, pero yo estaba dispuesta a apostar que Halleigh prefería una solución rápida. Cortó la parte de la cinta más próxima a ella para que nadie se percatara de su fría indiferencia hacia las tradiciones. Me lanzó una mirada agradecida. Todas íbamos ataviadas con lo mejor de nuestros armarios, por supuesto, pero Halleigh parecía especialmente mona y joven con su traje de pantalón con rosas bordadas en la chaqueta. Llevaba un ramillete, por supuesto, que la distinguía como la agasajada.

Me sentía como si estuviese observando una curiosa tribu de otras latitudes, una que daba la casualidad que hablaba mi idioma. Soy camarera, varios peldaños por debajo de Halleigh en la escala social, y telépata, aunque la gente suele olvidarse de ello porque cuesta creerlo, dada la normalidad de mi ser exterior. Pero estaba en la lista de invitadas, así que hice un gran esfuerzo por encajar con elegancia. Estaba bastante convencida de que lo había conseguido. Llevaba puesta una blusa ajustada sin mangas, pantalones azules, sandalias naranjas y azules, y llevaba el pelo suelto y liso, derramándose por mi espalda. Los pendientes naranjas y la cadena dorada remataban el conjunto. Puede que estuviésemos a finales de septiembre, pero hacía más calor que en la cocina del infierno. Todas las presentes aún lucían sus conjuntos más veraniegos, aunque algunas valientes se habían atrevido con los colores del otoño.

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