Ulises (60 page)

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Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

BOOK: Ulises
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—Qué coño, no te mata esa fresca de putilla asquerosa. Qué coño, casi me dan ganas de llorar, joder que sí, cuando la veo, porque me recuerda a mi vieja vaca allá en Limehouse.

Así que entonces el Ciudadano empieza a hablar de la lengua irlandesa y la reunión del consejo municipal y todo lo demás y los anglófilos que no saben hablar su propia lengua y Joe metiendo baza porque le ha dado a alguien un sablazo de una guinea y Bloom metiendo la jeta con el caruncho de dos peniques que le había sacado a Joe y venga a hablar de la liga gaélica y de la liga contra convidar a beber y la bebida, la maldición de Irlanda. Contra los que convidan a beber, ése es el asunto. Coño, él te dejaría que le echaras toda clase de bebida por el gaznate adentro hasta que el Señor se lo llevara al otro barrio, pero ni por esas te enseñaría la espuma de una cerveza. Y una noche fui yo con un amigo a una de esas veladas musicales que tienen, canto y baile, con lo de Allá podía tumbarse en el heno Mi querida Maureen al sereno, y había un tipo con una insignia con la cinta azul de los abstemios, que andaba chamullando irlandés, y un montón de guapas vestidas de irlandesas que iban por ahí con bebidas no alcohólicas y vendiendo medallas y naranjas y limonada y unos cuantos vejestorios secos, coño, qué porquería de diversión, mejor no hablar. Y entonces un viejo empieza a soplar la gaita y todos aquellos imbéciles venga a restregar los pies al son con que se murió la vaca vieja. Y uno o dos de esos celestiales echando el ojo por ahí no fuera a haber algo con las hembras, golpes bajos y eso.

Así que conque, como iba diciendo, el viejo perro al ver que la lata estaba vacía empieza a husmear alrededor de Joe y de mí. Ya le domesticaría yo con bondad, ya lo creo, si fuera mi perro. Le daría de vez en cuando una buena patada como para que no se pudiera sentar.

—¿Tiene miedo de que le muerda? —dice el Ciudadano, con una mueca.

—No —digo yo—. Pero podría tomar mi pierna por un farol.

Así que él llama para allá al perro.

—¿Qué te pasa,
Garry
? —dice.

Entonces empieza a tirar de él y a darle metidas y a hablarle en irlandés y el viejo chucho venga a gruñir, haciendo su papel, como en un dúo en la ópera. Entre los dos armaban unos gruñidos como no se han oído jamás. Alguien que no tuviera cosa mejor que hacer debería escribir una carta a los periódicos
pro bono publico
sobre el reglamento de los bozales para perros como ése. Gruñendo y rugiendo y los ojos todos inyectados de sangre de la sed que tiene y la hidrofobia chorreándole de las quijadas.

Todos aquellos que estén interesados en la difusión de la cultura humana entre los animales inferiores (y su nombre es legión) deberían considerar un deber no perderse la realmente maravillosa exhibición de cinantropía ofrecida por el famoso setter perro-lobo irlandés rojo anteriormente conocido por el alias
Garryowen
y recientemente rebautizado
Owen Garry
por su amplio círculo de amigos y conocidos. La exhibición, que es resultado de años de entrenamiento por la bondad y por un sistema alimenticio cuidadosamente establecido, comprende, entre otros logros, la recitación de poesía. Nuestro mayor experto en fonética hoy viviente (¡por nada del mundo nos dejaríamos arrancar su nombre!) no ha perdonado esfuerzo para dilucidar y comparar las poesías recitadas y ha hallado que ostentan una semejanza
impresionante
(la cursiva es nuestra) con los ranns de los antiguos bardos celtas. No nos extenderemos tanto en esas deliciosas canciones de amor con que el escritor que oculta su identidad bajo el gracioso pseudónimo Dulce Ramita ha familiarizado al mundo de los amigos del libro, cuanto más bien (según subraya un colaborador; D. O. C., en un interesante comunicado publicado por un colega vespertino) en la nota más áspera y personal que cabe hallar en las efusiones satíricas del famoso Raftery y de Donald MacConsidine, para no hablar de un lírico más moderno actualmente muy presente a la atención del público. Ofrecemos una muestra que ha sido traducida al inglés por un eminente erudito cuyo nombre, por el momento, no nos sentimos libres para revelar, aunque creemos que nuestros lectores encontrarán que las alusiones locales son algo más que un indicio. El sistema métrico del original canino, que en sus intrincadas reglas aliterativas e isosilábicas hace pensar en el
englyn
galés, es infinitamente más complicado, pero creemos que nuestros lectores estarán de acuerdo en que el espíritu está bien captado. Quizá debería añadirse que el efecto se acrecienta considerablemente si se pronuncian los versos de Owen de modo algo lento e indistinto, en tono que sugiera un rencor reprimido.

Maldición de maldiciones
siete veces por semana
y siete jueves en seco
caigan sobre Barney Kiernan,
que no me da un poco de agua
que me refresque el valor
y estas tripas que me rugen
por zamparle el bofe a Lowry.

Así que le dijo a Terry que le trajera un poco de agua al perro y, coño, se le oía lamer a una milla. Y Joe le preguntó si tomaba otro.

—Muy bien —dice él—,
a chara
, para que se vea que no hay mal ánimo.

Coño, no es tan tonto como parece con esa cara de col. Arrastrando el culo de una taberna en otra, dejándolo a tu honor, con el perro del viejo Giltrap y zampando a costa de los contribuyentes. Diversión para el hombre y el animal. Y dice Joe:

—¿Se animaría con otra pinta?

—¿Sabría nadar un pato? —digo yo.

—Lo mismo otra vez, Terry —dice Joe—. ¿Seguro que no quiere tomar nada a modo de refrigerio liquido? —dice.

—No, gracias —dice Bloom—. En realidad, sólo quería encontrar a Martin Cunningham, comprenden, por lo del seguro del pobre Dignam. Ya ven, él, Dignam, quiero decir, no mandó dentro del plazo ninguna notificación de la hipoteca sobre la póliza a la compañía, y según los términos estrictos, el acreedor hipotecario no tiene derechos sobre la póliza.

—Demonios —dice Joe, riendo—, sería bueno que el viejo Shylock se quedase sin nada. ¿Así es la mujer la que sale ganando, no?

—Bueno, ese es un asunto para los admiradores de la mujer.

—¿Los admiradores de quién? —dice Joe.

—Los asesores de la mujer, mejor dicho —dice Bloom.

Entonces, todo enredado, empieza a armar un lío sobre la hipoteca conforme a la ley igual que si fuera el Lord Canciller sentenciando en el tribunal y los beneficios de la viuda y que se establece un fideicomiso pero por otra parte que Dignam le debía el dinero a Bridgeman y si ahora la mujer o la viuda ponía en tela de juicio el derecho del acreedor hipotecario hasta que casi me estallaba la cabeza con su acreedor hipotecario conforme a la ley. Él estaba bien a salvo, que no se había pillado los dedos él mismo conforme a la ley esta vez con antecedentes judiciales sin domicilio conocido sólo que tenía un amigo en el tribunal. Vendiendo billetes para una tómbola o como se llame una lotería con autorización de la Corona de Hungría. Tan verdad como que estamos aquí. ¡Vete a fiar de un israelita! Robo con autorización de la Corona de Hungría.

Así que Doran viene tambaleándose por ahí a pedir a Bloom que le dijera a la señora Dignam que la acompañaba en el sentimiento y que le dijera que lo decía él y todos los que le conocieron decían que nunca hubo nadie tan de verdad y tan bueno como el pobrecillo Willy que se ha muerto, que se lo dijera. Atragantándose de estupideces jodidas. Y dándole la mano a Bloom y haciendo el trágico para que se lo dijera a ella. Venga esa mano, hermano. Tú eres un granuja y yo soy otro que tal.

—Permítame —dijo—, sobre la base de nuestro conocimiento que, por superficial que parezca si se juzga por el patrón del simple tiempo, está fundado, según creo y espero, en un sentimiento de mutua estimación, tomarme la libertad de solicitar de usted este favor. Pero, en el caso de que haya transgredido los límites de la debida reserva, permita que la sinceridad de mis sentimientos sirva de excusa para mi atrevimiento.

—No —replicó el otro—, aprecio plenamente los motivos que orientan su conducta y pondré en ejecución la misión que usted me confía, reconfortado con la reflexión de que, aunque el mensaje sea penoso, esta prueba de su confianza endulza de alguna manera la amargura del cáliz.

—Entonces permítame estrechar su mano —dijo él—. La bondad de su corazón, estoy seguro, le dictará mejor que mis inadecuadas palabras las expresiones que resulten más apropiadas para transmitir una emoción cuya intensidad, si hubiera de dar salida a mis sentimientos, me privaría incluso del habla.

Y allá que se va afuera tratando de andar derecho. Borracho a las cinco. Una noche por poco no le meten en chirona si no es porque Paddy Leonard conocía al guardia, 14 A. Estaba que ni veía en una tasca en la calle Bride después de la hora de cerrar, jodiendo con dos guarras y el chulo de guardia, y bebiendo cerveza en tazas de té. Y él haciéndose el francés con las dos guarras, Joseph Manuo, y hablando contra la religión católica y él que era monaguillo en la iglesia de Adán y Eva cuando era pequeño con los ojos cerrados quién escribió el nuevo testamento y el antiguo testamento y abrazándolas y metiendo mano. Y las dos guarras muertas de risa, vaciándole los bolsillos al jodido imbécil y él vertiendo la cerveza por toda la cama y las dos guarras chillando y riendo entre ellas.
¿Qué tal está tu testamento? ¿Tienes un antiguo testamento?
Si no es que Paddy pasaba por allí, no te digo. Y luego verle el domingo con esa concubina de su mujercita, y ella contoneándose por el pasillo de la iglesia, con botas de charol, nada menos, y sus violetas, hecha una monada, una verdadera señora. La hermana de Jack Mooney. Y la vieja puta de la madre alquilando habitaciones a parejas de la calle. Coño, Jack le metió en un puño. Le dijo que si no arreglaba el asunto, le ponía las tripas al aire.

Así que Terry trajo las tres pintas.

—Aquí tienen —dice Joe, haciendo los honores—. Ea, Ciudadano.


Slan leat
—dice él.

—Buena suerte, Joe —digo yo—. A su salud, Ciudadano.

Coño, ya tenía la nariz dentro del vaso. Hace falta un dineral para que no tenga sed.

—¿Quién es el tío largo que se presenta para alcalde, Alf? —dice Joe.

—Un amigo tuyo —dice Alf.

—¿Nannan? —dice Joe—. ¿El concejal?

—No quiero dar nombres —dice Alf.

—Ya me lo suponía —dice Joe—. Le vi hace poco en esa reunión con William Field, el diputado, con los tratantes de ganado.

—El peludo Iopas —dice el Ciudadano—, ese volcán en erupción, el predilecto de todos los países y el ídolo del suyo.

Conque Joe empieza a contar al Ciudadano lo de la glosopeda y los tratantes de ganado y lo de emprender una acción sobre el asunto y el Ciudadano les manda a todos al cuerno y Bloom sale con su baño para la sarna de las ovejas y un jarabe para la tos de los terneros y un remedio garantizado para la glositis bovina. Todo porque estuvo una temporada con un matarife. Andando por ahí con su cuaderno y lápiz la cabeza por delante y los talones atrás hasta que Joe Cuffe le dio la patada porque se insolentó con un ganadero. El señor Sabelotodo. Enséñale a tu abuela a ordeñar patos. Pisser Burke me contaba que en el hotel su mujer a veces se ponía hecha un mar de lágrimas con la señora O’Dowd que también lloraba a moco y baba con todo su colchón de grasa encima. No podía ella soltarse los malditos cordones del corsé sin que el viejo ojos de besugo le danzara alrededor enseñándole cómo se hacía. ¿Qué programa tienes hoy? Eso. Métodos humanitarios. Porque los pobres animales sufren y los expertos dicen y el mejor remedio conocido que no causa dolor al animal y administrarlo suavemente en la parte afectada. Coño, qué mano suave tendría debajo de una gallina.

Co Co Coroc. Cluc Cluc Cluc. La negra Liz es nuestra gallinita. Pone huevos para nosotros. Cuando pone el huevo está muy contenta. Coroc. Cluc Cluc Cluc. Entonces viene el buen tío Leo. Mete la mano debajo de la negra Liz y saca el huevo reciente. Co co co co Coroc. Cluc Cluc Cluc.

—De todos modos —dice Joe—, Field y Nannetti se marchan esta noche a Londres a hacer una interpelación sobre eso en la sesión de la Cámara de los Comunes.

—¿Está seguro —dice Bloom— de que va el concejal? Quería verle, da la casualidad.

—Bueno, se va en el barco correo —dice Joe—, esta noche.

—Cuánto lo siento —dice Bloom—. Necesitaba especialmente. Quizá sólo vaya el señor Field. No pude hablar por teléfono. No. ¿Está usted seguro?

—Nannan va también —dice Toe—. La Liga le dijo que hiciera una pregunta mañana sobre el comisario de policía que prohíbe los juegos irlandeses en el parque. ¿A usted qué le parece eso, Ciudadano? El
Sluagh na h–Eireann
.

Sr. Vaca Conacre (Multifarnham, Nac.)
: En relación con la interpelación de mi honorable amigo, el diputado por Shillelagh, ¿puedo preguntar a su honorable señoría si el Gobierno ha dado órdenes de que esos animales sean sacrificados aun no habiéndose presentado ningún informe médico sobre sus condiciones patológicas?

Sr. Cuatropatas (Tamoshant, Conc.)
: Los honorables diputados ya están en posesión de los informes presentados ante un comité de la totalidad de la cámara. No creo poder añadir nada interesante sobre este respecto. La respuesta a la pregunta del honorable diputado es afirmativa.

Sr. Orelli (Montenotte, Nac.)
: ¿Se han dado análogas órdenes para el sacrificio de los animales humanos que se atrevan a jugar juegos irlandeses en el parque Phoenix?

Sr. Cuatropatas
: La respuesta es negativa.

Sr. Vaca Conacre
: ¿El famoso telegrama del honorable diputado desde Mitchelstown ha inspirado la política de los caballeros del banco gubernamental? (¡Oh! ¡Oh!)

Sr. Cuatropatas
: No he recibido nota de esa interpelación.

Sr. Bromapesada (Buncombe, Ind.)
: No vacilen en disparar. (Aplausos irónicos de la oposición.)

El presidente
: ¡Orden! ¡Orden! (Se levanta la sesión. Aplausos.)

—Aquí está el hombre —dice Joe— que ha producido el resurgimiento de los deportes gaélicos. Aquí está sentado. El hombre que hizo escapar a James Stephens. El campeón de toda Irlanda en el lanzamiento del peso de dieciséis libras. ¿Cuál fue su mejor lanzamiento, Ciudadano?


Na bacleis
—dice el Ciudadano, haciéndose el modesto—. Hubo un tiempo en que yo era tan bueno como el mejor, de todos modos.

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