—La viuda —dice Ned—, no puede fallar. No sé si él habrá usado esa Biblia como la usaría yo.
—Lo mismo sólo que más —dice Lenehan—. Y desde entonces, en esa fructífera tierra, el mango de anchas hojas prosperó sin límites.
—¿Lo ha escrito Griffith? —dice John Wyse.
—No —dice el Ciudadano—. No está firmado Shanganagh. Tiene sólo una inicial: P.
—Y muy buena inicial, por cierto —dice Joe.
—Así han ido las cosas —dice el Ciudadano—. El comercio sigue a la bandera.
—Bueno —dice J. J.—, si son peores que esos belgas en el Estado Libre del Congo, tienen que ser malos. ¿Han leído la información de ése, como se llame?
—Casement —dice el Ciudadano—. Es irlandés.
—Sí, ése es —dice J. J.—. Violando a las mujeres y las chicas y azotando a los indígenas en la tripa para sacarles todo lo que pueden de ese caucho rojo.
—Ya sé a dónde ha ido —dice Lenehan, chascando los dedos.
—¿Quién? —digo yo.
—Bloom —dice—, lo del juzgado es una trampa. Había apostado unos cuantos chelines a
Por Ahí
y ha ido a cobrar la pasta.
—¿Ese cafre de ojos blancos? —dice el Ciudadano—, ése no ha apostado nunca por un caballo, ni borracho.
—A eso es a lo que ha ido —dice Lenehan—. Me encontré a Bantam Lyons que iba a apostar por ese caballo, sólo que yo se lo quité de la cabeza, y me dijo que Bloom se lo había aconsejado. Apuesto lo que quieran a que saca cien chelines por cinco. Es el único en Dublín que lo tenga. Un caballo desconocido.
—Él también es un caballo desconocido —dice Joe.
—Oye, Joe —digo yo—. Enséñame la entrada para que salga.
—Ahí está —dice Terry.
Adiós Irlanda que me voy a Gort. Así que me doy una vuelta al fondo del patio a hacer aguas y coño (cien chelines por cinco) mientras que estaba yo (
Por Ahí
veinte a) estaba yo descargando coño me digo yo ya me daba cuenta de que ése estaba nervioso (dos pintas a costa de Joe y una en Slattery) nervioso por escaparse a (cien chelines son cinco pavos) y cuando estaban en el (un caballo desconocido) Pisser Burke me estaba contando la partida de cartas y dejando caer que la niña estaba mala (coño, debo haber soltado como un galón) y la mujer de los mofletes colgantes que le decía por teléfono
está mejor o está
(¡uf!) todo un plan que iba a sacar adelante con el dinero si ganaba (caray, estaba hasta arriba) comerciar sin licencia (¡uf!) Irlanda es mi nación dice él (¡aj! ¡buah!) nunca sabe uno cómo hay que hacer con esos jodidos (se acabó) judíos (¡ah!).
Conque la cosa es que cuando volví estaban todos dándole vueltas a eso, John Wyse diciendo que fue Bloom quien le dio la idea del Sinn Fein a Griffith, que metiera en el periódico todas esas historias de trampas electorales, jurados comprados y evasiones de impuestos al Gobierno y lo de nombrar cónsules por todo el mundo para que anden por ahí vendiendo productos irlandeses. Desnudando a un santo para vestir a otro. Coño, es lo que nos faltaba, que ese jodido lacrimoso tenga que meterse en nuestro caldo. Que nos dejen en paz con nuestra mierda. Dios salve a Irlanda de gentes como ese jodido entremetido. El señor Bloom con su blablablá. Y su viejo, antes que él, organizando estafas, el viejo Matusalén Bloom, salteador de caminos, que se envenenó con ácido prúsico después de inundar el país con su bisutería y sus diamantes de culo de vaso. Préstamos por correo, cómodas condiciones. Cualquier cantidad de dinero prestada contra simple recibo. La distancia no es obstáculo. Sin garantías. Coño, éste es como la cabra de Lanty MacHale, que hacía un poco de camino con todo el que se encontraba.
—Bueno, así es —dice John Wyse—. Y ahí está ahora el hombre que se lo puede contar todo, Martin Cunningham.
Vaya que sí, llegó el coche oficial con Martin dentro y Jack Power con él y un tío llamado Crofter o Crofton, pensionado de la oficina de Recaudación de Impuestos, un orangista que está a cuenta del registro y que se saca el sueldo —¿o Crawford?— haciéndose pasear por el país a costa de la Corona.
Nuestros viajeros alcanzaron el rústico hostal y descendieron de sus palafrenes.
—¡Ohé, mozo! —gritó aquel que por su compostura semejaba ser el principal del grupo—. ¡Pícaro rufián! ¡Venid acá!
Así diciendo, golpeó ruidosamente con el pomo de la espada en la abierta celosía.
El buen huésped acudió al requerimiento ciñéndose con su tabardo.
—Buenos días dé Dios a vuestras mercedes —dijo, con una obsequiosa reverencia.
—¡Llegad presto, buen hombre! —gritó el que había llamado—. Atended a nuestros corceles. Y en cuanto a nosotros, dadnos de lo mejor que tengáis, pues a fe que lo habemos menester.
—Ay de mí, buenos señores —dijo el huésped—, mi pobre casa no tiene sino una despensa vacía. No sé qué ofrecer a vuestras mercedes.
—¿Cómo es eso, amigo? —gritó el segundo del grupo, hombre de placentero continente—. ¿Así servís a los mensajeros del rey, Maese Pinchatonel?
Al instante las facciones del amo de la casa cambiaron por completo.
—Os demando excusas, caballeros —dijo humildemente—. Si sois mensajeros del rey (¡Dios guarde a Su Majestad!), no os ha de faltar nada. Los amigos del rey (¡Dios bendiga a Su Majestad!) no han de quedar ayunos en mi casa, así Dios me salve.
—¡A ello, entonces! —gritó el viajero que no había hablado, hombre dado a la buena mesa, por su aspecto—. ¿Tenéis algo que darnos?
El buen huésped volvió a dar respuesta:
—¿Qué diríais, mis buenos señores, de un pastel de pichones cebados, unas tajadas de venado, un lomo de ternera, una cerceta con tocino ahumado, una cabeza de jabalí con pistachos, un cuenco de cándidas natillas, un vaso de aguardiente de nísperos y una botella de vino añejo del Rhin?
—¡Pardiez! —gritó el último en hablar—. Eso me acomoda. ¡Pistachos!
—¡Ajá! —gritó el de placentero continente—. ¡Una pobre casa y una despensa vacía, decíais! Buen pícaro sois vos.
Conque entra Martin preguntando dónde estaba Bloom.
—¿Que dónde está? —dice Lenehan—. Estafando a viudas y huérfanos.
—¿No es verdad —dice John Wyse—, lo que le estaba contando yo al Ciudadano sobre Bloom y el Sinn Fein?
—Así es —dice Martin—. O por lo menos, eso alegan.
—¿Quién hace esos alegatos? —dice Alf.
—Yo —dice Joe—. Yo soy el alagartador.
—Y después de todo —dice John Wyse—, ¿por qué un judío no va a poder amar a su país como cualquier otro?
—¿Por qué no? —dice J. J.—, con tal de que esté bien seguro de cuál es su país.
—¿Es judío o gentil o apostólico romano o metodista o qué demonios es? —dice Ned—. ¿Y quién es? Sin ofender a nadie, Crofton.
—Aquí no le queremos —dice Crofter el organista o presbiteriano.
—¿Quién es Junius? —dice J. J.
—Es un judío renegado —dice Martin—, de no sé dónde en Hungría y fue él quien organizó todos los planes según el sistema húngaro. Lo sabemos muy bien, en el palacio.
—¿No es primo de Bloom el dentista? —dice Jack Power.
—De ningún modo —dice Martin—. Sólo es el mismo apellido. Se llamaba Virag. Ese era el apellido del padre, el que se envenenó. Se lo cambió con autorización judicial, el padre.
—¡Ese es el nuevo Mesías para Irlanda! —dice el Ciudadano—. ¡La isla de los santos y los sabios!
—Bueno, ellos todavía siguen esperando a su redentor —dice Martin—. Y si a eso vamos, igual que nosotros.
—Sí —dice J. J.—, y cada niño varón que nace piensan que puede ser su Mesías. Y creo que no hay judío que no se ponga terriblemente nervioso hasta saber si es padre o madre.
—Esperando que cualquier momento pueda ser el próximo —dice Lenehan.
—Válgame Dios —dice Ned—, tendrían que haber visto a Bloom antes que naciera ese hijo suyo que se murió. Le encontré un día en el Mercado Municipal del Sur comprando una lata de alimento Neave seis semanas antes de que su mujer diera a luz.
—
En ventre sa mère
—dice J. J.
—¿Y a eso llaman ustedes un hombre? —dice el Ciudadano.
—No sé si sabe dónde se lo guarda —dice Joe.
—Bueno, de todos modos, le han nacido dos chicos —dice Jack Power.
—¿Y de quién sospecha él? —dice el Ciudadano.
Coño, hablando en broma se dicen muchas verdades. Ese es uno de esos ni carne ni pescado. Se metía en cama en el hotel, me lo contaba Pisser, una vez al mes con dolor de cabeza como una muchachita con sus asuntos. ¿Sabéis lo que os digo? Sería justicia de Dios agarrar a un tío así y tirarle al mar. Homicidio justificable, eso sería. Luego escurriéndose con sus cinco pavos sin convidar a un trago como un hombre. Dios nos libre. Ni para mojarse los labios.
—Caridad con el prójimo —dice Martin—. Pero ¿dónde está? No podemos esperar.
—Un lobo con piel de oveja —dice el Ciudadano—. Eso es lo que es. ¡Virag, de Hungría! Ahasvero le llamo yo. Maldito de Dios.
—¿Tiene tiempo para una breve libación, Martin? —dice Ned.
—Sólo una —dice Martin—. Tenemos que darnos prisa. J. J. y S.
—¿Tú, Jack? ¿Crofton? Tres medias, Terry.
—Haría falta que desembarcara otra vez San Patricio en Ballykinlar para convertirnos —dice el Ciudadano—, después de permitir que cosas así contaminen nuestras orillas.
—Bueno —dice Martin, golpeando para pedir su vaso—. Dios bendiga a todos los presentes, ésa es mi oración.
—Amén —dice el Ciudadano.
—Estoy seguro de que así será —dice Joe.
Y, al sonido de la campanilla consagrada, llevando a la cabeza una cruz alzada con acólitos, turiferarios, portadores de navículas, lectores, ostiarios, diáconos y subdiáconos, avanzó la venerable comitiva de abades mitrados y priores y guardianes y monjes y frailes: los monjes de San Benito de Spoleto, Cartujos y Camaldulenses, Cistercienses y Olivetanos, Oratorianos y Valombrosianos, y los frailes de San Agustín, Brigitinos, Premonstratenses, Servitas, Trinitarios, y los Hijos de San Pedro Nolasco; y junto con ellos, desde el Monte Carmelo, los hijos del profeta Elías conducidos por el obispo San Alberto y por Santa Teresa de Ávila, Calzados y Descalzos; y frailes pardos y grises, hijos del pobrecillo Francisco, Capuchinos, Cordeleros, Mínimos y Observantes, y las hijas de Santa Clara: y los hijos de Santo Domingo, los Frailes Predicadores, y los hijos de San Vicente, y los monjes de San Wolstan; y de San Ignacio los hijos; y la Cofradía de los Hermanos Cristianos encabezada por el Reverendo Hermano Edmund Ignatius Rice. Y después venían todos los santos y mártires, vírgenes y confesores: San Ciro y San Isidro Labrador y Santiago el Menor y San Focas de Sinope y San Julián el Hospitalario y San Félix de Cantalejo y San Simeón Estilita y San Esteban Protomártir y San Juan de Dios y San Ferreol y San Leugardo y San Teodoto y San Vulmaro y San Ricardo y San Vicente de Paúl y San Martín de Todi y San Martín de Tours y San Alfredo y San José y San Dionisio y San Cornelio y San Leopoldo y San Bernardo y San Terencio y San Eduardo y San Owen Canículo y San Anónimo y San Epónimo y San Pseudónimo y San Homónimo y San Parónimo y San Sinónimo y San Lorenzo O’Toole y Santiago de Dingle y de Compostela y San Columcilo y Santa Columba y San Celestino y San Colmano y San Kevin y San Brendan y San Frigidíano y San Senano y San Fachtna y San Columbano y San Gallo y San Fursey y San Finta y San Fiacre y San Juan Nepomuceno y Santo Tomás de Aquino y San Ivo de Bretaña y San Michan y San Herman-Joseph y los tres patronos de la santa juventud San Luis Gonzaga y San Estanislao de Kostka y San Juan Berchmans y los Santos Gervasio, Servasio y Bonifacio, y San Bride y San Kieran y San Canice de Kilkenny y San Jarlath de Tuam y San Finbarr y San Pappin de Ballymun y el Hermano Aloysio Pacífico y el Hermano Luis Belicoso y las Santas Rosa de Lima y de Viterbo y Santa Marta de Betania y Santa-María Egipcíaca y Santa Lucía y Santa Brígida y Santa Attracta y Santa Dympna y Santa Ita y Santa Marion Calpense y la Beata Sor Teresa del Niño Jesús y Santa Bárbara y Santa Escolástica y Santa Úrsula con las once mil vírgenes. Y todos venían con nimbos y aureolas y glorias, portando palmas y arpas y espadas y coronas de olivo, con vestiduras en que estaban tejidos los sagrados símbolos de sus prerrogativas, tinteros, flechas, hogazas de pan, cántaros, grilletes, hachas, árboles, puentes, niñitos en bañeras, conchas, bolsas de dinero, tijeras de esquilador, llaves, dragones, lirios, postas de caza, barbas, cerdos, lámparas, fuelles, colmenas, cucharones de sopa, estrellas, serpientes, yunques, cajas de vaselina, campanas, muletas, fórceps, cuernos de ciervo, botas impermeables, halcones, piedras de molino, ojos en un plato, velas de cera, hisopos, unicornios. Y mientras doblaban pasando junto a la Columna de Nelson, por la calle Henry, por la calle Mary, por la calle Capel, por la calle Little Britain, entonando el introito
In Epiphania Domini
que comienza
Surge, illuminare
y a continuación, con la mayor dulzura, el gradual Omnes que dice
De Saba venient
, hacían milagros diversos tales como arrojar demonios, resucitar muertos, multiplicar peces, curar tullidos y ciegos, descubrir diversos objetos que se habían extraviado, interpretar y cumplir las Escrituras, bendecir y profetizar. Y finalmente, bajo un dosel de tejido de oro, venía el Reverendo O’Flynn acompañado por Malachi y Patrick. Y cuando los buenos padres hubieron alcanzado el lugar establecido, la casa de Bernard Kiernan y Cía., Sociedad Limitada, calle Little Britain 8, 9 y 10, comestibles al por mayor, comerciantes en vinos y aguardientes, autorizados para la venta de cerveza, vino y licores para consumición en el local, el celebrante bendijo la casa e incensó las ventanas en cruz y las aristas y las bóvedas y los resaltes y los capiteles y los basamentos y las cornisas y los arcos ornamentados y los campanarios y las cúpulas y asperjó los dinteles de todo ello con agua bendita y rogó que Dios bendijera la casa como había bendecido la casa de Abraham y de Isaac y de Jacob y que hiciera habitar en ella a los ángeles de Su Luz. Y al entrar bendijo las viandas y las bebidas, y la compañía de todos los Santos respondió a sus plegarias:
—
Adiutorium nostrum in nomine Domini
.
—
Qui fecit cælum et terram
.
—
Dominus vobiscum
.
—
Et cum spiritu tuo
.
E impuso las manos sobre los santos y dio gracias y rezó y todos rezaron con él:
—
Deus, cuius verbo sanctificantur amnia, benedictionem tuam effunde super creaturas istas: et præsta ut quisquis eis secundum legem et voluntatem Tuam cum gratiarum actione usus fuerit per invocationem sanctissimi nominis Tui corporis sanitatem et animce tutelam Te auctore percipiat per Christum Dominum nostrum
.