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Authors: John Le Carré

Tags: #Intriga

Un espia perfecto (20 page)

BOOK: Un espia perfecto
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–Me estoy desquiciando, Mabs. Me afecta realmente. Se lo he dicho a Tom. ¿Verdad, Tom? Le he dicho que ya no le encuentro el gusto a esto y que me siento una mierda porque vosotros os lo estáis pasando divinamente.

–Sí, me lo ha dicho -dijo Tom.

–Varias veces. Y hoy ya no puedo más, Mabs. Tenéis que echarme una mano. Los dos.

Ambos, naturalmente, dijeron que lo harían. Mary telefoneó a Tab de inmediato para que pudiese poner otra vez en alquiler la casa, todos se abrazaron fuerte y se fueron a la cama con la sensación de haber resuelto el problema, y al día siguiente Mary hizo las maletas y Magnus fue a la ciudad a comprar los pasajes y organizar la etapa siguiente de la odisea familiar. Pero Tom, mientras fregaba, momento en el que siempre era muy locuaz, expuso una versión distinta del motivo por el que abandonaban Corfú. Papá había encontrado a aquel hombre misterioso en el cricket. Fue un partido realmente increíble, mami, los dos equipos mejores de la isla, una auténtica revancha. Estábamos viéndolo como locos y de repente apareció aquel hombre juicioso y flacucho, con un bigote triste como de prestidigitador y su cojera, y papá se levantó muy tenso. Él se acercó a papá sonriente y hablaron un poco, dieron vueltas y vueltas por el campo y el hombre delgado andaba despacio como un inválido, pero era enormemente amable con papá, a pesar de que papá estaba emanadísimo.

–Animadísimo -le corrigió Mary automáticamente-. No hables tan alto, Tom. Creo que papá está trabajando en alguna parte.

Y estaba aquel bateador realmente fantástico, dijo Tom. Se llamaba Phillipi. Absolutamente el mejor bateador que Tom había visto
en su vida,
marcó dieciocho puntos en una sola serie y el público se quedó con la boca abierta, pero papá no se enteró, porque estaba muy ocupado escuchando al hombre amable.

–¿Cómo sabes que era tan amable? -preguntó Mary con una extraña irritación-. No levantes la voz.

No había luz en el invernadero, pero a veces Magnus estaba dentro a oscuras.

–Era como un padre con él, mami. Es mayor que papá, pero un hombre muy tranquilo. Insistió en llevar a papá en su coche. Papá repitió que no. Pero el otro no se enfadó ni nada, era demasiado juicioso. Le tranquilizó y sonrió.

–¿Qué coche? Todo eso es una auténtica fantasía, Tom. Y tú lo sabes.

–El «Volvo». El «Volvo» del señor Kaloumenos. Había un hombre al volante y otro sentado atrás. Les seguían por el otro lado de la valla cuando ellos daban vueltas y vueltas hablando. De verdad, mamá. El hombre flaco no perdió la calma en ningún momento, y se ve que aprecia realmente a papá. No es sólo lo de cogerse del brazo. Son amigos. Mucho más que el tío Grant. Tan amigo como el tío Jack.

Mary interrogó a Magnus esa noche. Habían empacado, la idea de la mudanza estimulaba a Mary y estaba deseando ver los museos de Atenas.

–Tom dice que un pesado te estuvo hostigando en el partido de cricket -dijo Mary mientras degustaban una última copa bastante cargada después del día intenso.

–¿Ah, sí?

–Un hombrecillo que te perseguía alrededor del campo. A mí me sonó como un marido enfadado. Tenía bigote, a no ser que Tom se lo haya imaginado.

Magnus entonces recordó vagamente.

–Ah, es cierto. Era un viejo pelma inglés que me insistía en que fuese a ver su chalé. Quería venderlo. Un verdadero coñazo.

–Hablaba en alemán -dijo Tom, al día siguiente en el desayuno, cuando Magnus estaba fuera paseando.

–¿Quién?

–El amigo delgado de papá. El hombre que se acercó a papá en el cricket. Y papá le respondía en alemán. ¿Por qué dice papá que es un viejo inglés?

Mary se le abalanzó. Hacía años que no había estado tan furiosa con él.

–Si quieres escuchar nuestras conversaciones, hazme el puñetero favor de entrar a escucharlas en vez de remolonear fuera de la puerta como un espía.

Luego se avergonzó de sí misma y jugó al tenis con él hasta que zarpó el barco. Durante la travesía Tom se mareó como una peonza y cuando llegaron al Pireo tenía 39º y medio y Mary se sintió infinitamente culpable. En el hospital de Atenas un médico griego diagnosticó un sarpullido por ingestión de camarones, lo que era absurdo porque Tom aborrecía los camarones y no había probado ni uno, y para entonces tenía la cara hinchada como un hámster, de manera que alquilaron habitaciones caras y le acostaron con una bolsa de hielo, y Mary le leía sus libros mientras Magnus escuchaba o se sentaba a escribir en la habitación de Tom. Pero sobre todo le gustaba escuchar, porque siempre decía que lo mejor de su vida era observar a Mary consolando a su hijo. Ella le creía.

–¿No salió para nada? -preguntó Brotherhood.

–No. No le apetecía.

–¿Hizo alguna llamada telefónica? -preguntó Nigel.

–A la embajada. Para registrarse. Para que vosotros supierais dónde estaba.

–¿Él te dijo eso? -preguntó Brotherhood.

–Sí.

–¿No estabas cuando hizo las llamadas? -dijo Nigel.

–No.

–¿Le oíste a través de la pared? -insistió Nigel.

–No.

–¿Sabes con quién habló? -insistió de nuevo Nigel.

–No.

Desde su puesto en la cama Nigel levantó la mirada hacia Brotherhood.

–Pero te telefoneó a
ti,
Jack -dijo, alentándole-. ¿Pequeñas charlas desde sitios remotos con el jefe de vez en cuando? Es prácticamente obligatorio, ¿no? Compruébalo con los agentes: «¿Cómo está tu compinche de tú sabes dónde?»

Nigel es uno de los nuevos no profesionales, Mary recordó que le había dicho Magnus. Es uno de esos idiotas que se supone que están introduciendo un soplo de realismo de Whitehall. Si alguna vez he oído una contradicción en los términos, es ésta, había dicho Magnus.

–No llamó -estaba diciendo Brotherhood-. Lo único que hizo fue mandarme un rosario de postales estúpidas diciendo «Gracias a Dios que no estás aquí» y enviándome su última dirección.

–¿Cuándo empezó a salir? -preguntó Nigel.

–Cuando a Tom le bajó la fiebre -respondió Mary.

–¿Al cabo de una semana? -dijo Nigel, invitadoramente-. ¿Dos?

–Menos -dijo Mary.

–Cuenta -dijo Brotherhood.

Era de noche, probablemente el cuarto día. La cara de Tom estaba ya normal y Magnus propuso a Mary que fuese de compras mientras él cuidaba al niño, para darle a ella un respiro. Pero Mary no se sentía con ánimos de atreverse a andar sola por las calles de Atenas y entonces fue Magnus. Mary iría por la mañana a ver algún museo. Él volvió a medianoche, muy satisfecho, diciendo que había encontrado a aquel maravilloso agente de viajes griego en un sótano enfrente del Hilton, un viejo increíblemente culto, y que habían bebido
ouzo
y resuelto los problemas del universo. El buen hombre dirigía un servicio de alquiler de chalés en las islas y confiaba en que surgiese alguna cancelación al cabo de aproximadamente una semana, cuando ellos estuvieran ya hartos de Atenas.

–Yo pensaba que las islas estaban descartadas -dijo Mary.

Por un momento pareció que Magnus hubiese olvidado la razón por la que habían abandonado Corfú. Sonrió un poco forzado y dijo algo así como que no todas las islas eran iguales. Después pareció perder la cuenta de los días. Se mudaron a un hotel más pequeño, Magnus escribía todo el tiempo, salía por la noche y cuando Tom estuvo bastante repuesto le llevó a nadar. Mary tomaba bocetos de la Acrópolis y llevó a Tom a un par de museos, pero él prefería ir a nadar. Entretanto aguardaban a que el griego apareciera con algo.

Brotherhood le interrumpió de nuevo.

–Respecto a lo que escribía. ¿Cuánto hablaba de ello exactamente?

–Quería mantenerlo en secreto. Migajas. Fue lo único que me dio.

–Como a sus agentes. Lo mismo -comentó Brotherhood.

–Quería que yo estuviese fresca para cuando tuviera realmente algo que enseñarme. No quería irse de la lengua.

Transcurrió un tiempo tranquilo y, tal como Mary lo recordaba ahora, extrañamente furtivo hasta que una noche Magnus desapareció. Salió después de cenar diciendo que iba a meter prisa al viejo griego. A la mañana siguiente no había regresado y a la hora del almuerzo Mary se asustó. Sabía que debía telefonear a la embajada. Por otra parte no quería que cundiera una alarma innecesaria ni hacer algo que pusiera en un aprieto a Magnus.

Brotherhood intervino nuevamente.

–¿Qué clase de aprieto?

–Si se había ido de juerga o algo así. No haría demasiado buen efecto en su expediente. Justo cuando tenía esperanzas de un ascenso.

–¿Se había ido de juerga antes?

–En absoluto. Él y Grant se emborrachaban juntos alguna que otra vez, pero nunca llegaban más lejos.

Nigel levantó bruscamente la cabeza.

–¿Pero por qué esperaba un ascenso? ¿Quién le había dicho algo sobre eso?

–Yo -dijo Brotherhood, sin un ápice de remordimiento-. Consideré que después de todos los incordios que le estábamos causando merecía tenerlo al reincorporarse.

Nigel anotó algo pulcramente en su libro y sonrió tristemente mientras escribía. Mary prosiguió.

De todos modos esperó hasta la noche y luego llevó a Tom al Hilton y exploraron juntos todas las casas que había enfrente hasta que encontraron en su sótano al griego ilustrado, exactamente igual a como Magnus lo había descrito. Pero hacía una semana que el griego no había visto a Magnus y Mary no quiso quedarse a tomar un café. Cuando volvieron a la taberna encontraron a Magnus con barba de dos días y vestido con la ropa que llevaba en el momento de desaparecer, sentado en el patio y comiendo bacon y huevos, borracho. No era una borrachera ridícula, no le ocurría eso. Tampoco era una borrachera colérica ni llorona ni agresiva, y mucho menos indiscreta, porque la bebida únicamente fortificaba sus defensas. Una borrachera cortés, por consiguiente, e indulgente con el propio desliz, como siempre, y su coartada estaba perfectamente intacta salvo por un insólito fallo.

–Perdón, familia. Me entrompé un poco con Dimitri. El cerdo me dejó más borracho que una cuba. Hola, Tom.

–Hola -dijo Tom.

–¿Quién es Dimitri? -preguntó Mary.

–Ya sabes quién es. El viejo agente de viajes griego que ensarta cuentas enfrente del Hilton.

–El culto.

–Ese mismo.

–¿Anoche?

–Hasta donde recuerdo, amiguita, segurísimo que anoche.

–Dimitri no te ha visto desde el lunes pasado. Nos lo ha dicho hace una hora.

Magnus meditó al respecto. Tom había encontrado un ejemplar del
Athens News
y de pie junto a la mesa vecina estaba examinando atentamente la página de cine.

–Has investigado sobre mí, Mabs. No deberías haberlo hecho.

–No he investigado sobre ti, ¡te estaba buscando!

–No hagas una escena ahora, chica. Por favor. Hay otras personas comiendo aquí, como ves.

–No estoy haciendo una escena. Tú sí. No soy yo la que ha desaparecido durante dos días y vuelve contando una mentira. Tom, vete a tu habitación, cariño, subiré dentro de un minuto.

Tom se marchó con una sonrisa radiante para demostrar que no había oído nada. Magnus tomó un largo trago de café. Luego agarró a Mary por la mano, se la besó y suavemente la empujó hasta sentarla en la silla que había junto a él.

–¿Qué preferirías que te dijera, Mabs? ¿Que he estado de jarana con una puta o que he tenido problemas con un agente?

–¿Por qué no me dices simplemente la verdad?

La sugerencia divirtió a Magnus. No cruel ni cínicamente. Se limitó a acogerla con la benevolencia compungida que mostraba hacia Tom cuando éste le exponía una de sus soluciones para acabar con la pobreza en el mundo o la carrera de armamentos.

–¿Sabes una cosa?

Besó la mano de Mary y la apretó contra su mejilla.

–Nada desaparece en la vida.

Ella notó con sorpresa que la barba incipiente estaba húmeda, y comprendió que Magnus estaba llorando.

–Estoy en la plaza Constitución, ¿vale? Saliendo del bar del Grande Bregtane. Pensando en mis cosas. ¿Qué sucede? Me doy de narices con un agente checo al que yo controlaba. Un hueso duro de roer, embustero, nos causó un montón de problemas. Me coge del brazo así. «¡Coronel Manchester! ¡Coronel Manchester!» Me amenaza con avisar a la policía y denunciarme como espía británico si no le doy dinero. Dice que soy el único amigo que le queda en el mundo. «Venga a tomar un trago, coronel Manchester. Como hacíamos antes.» Fui. Le emborraché como a un sapo. Luego le di esquinazo. Me temo que yo también me achispé un poco. Todo en el campo del deber. Vamos a la cama.

Y fueron. E hicieron el amor. El joder desesperado de dos desconocidos mientras Tom lee
Fantasy
en el cuarto de al lado. Y dos días más tarde se marchan a Hydra, pero en Hydra hay demasiada gente, es demasiado siniestra, y de pronto no queda otro sitio adonde ir que Spetsai, en esta época del año no habrá problema. Tom pregunta si Becky puede venir a verles, Magnus responde que de ninguna manera, pues querrán venir todos, y no está dispuesto a aguantar a cinco Lederer mientras trata de escribir. Por lo demás, aparte de que bebe, Magnus nunca ha estado más cariñoso y atento que ahora.

Mary se había callado. Como retrocediendo unos pasos delante de un cuadro. Estudiando la historia hasta ese momento. Bebió un poco de whisky, encendió un cigarro.

–Cristo -exclamó Brotherhood en voz baja. Luego nada.

Nigel había encontrado un pellejo en el reverso de un dedo más pequeño de lo normal y se lo estaba arrancando meticulosamente.

Es Lesbos de nuevo, es otro amanecer pero la misma cama griega, y Plomari despierta una vez más, aunque Mary suplica que vuelva a dormirse, que los sonidos cesen y que el sol se esconda por donde ha salido, detrás de los tejados, porque hoy es lunes y ayer Tom volvió al colegio, Mary tiene la prueba debajo de la almohada, donde prometió poner la piel de conejo que él le dio para que la protegiera de todo Peligro, y -como si lo necesitara para robustecer su determinación- el recuerdo terrible de las últimas palabras de Tom antes de irse. Mary y Magnus le han llevado al aeropuerto, le han pesado para esta nueva partida. Tom y Mary, de pie, incapaces de tocarse, esperan a que anuncien el vuelo; Magnus está en el bar comprando a Tom una bolsa de pistachos para el viaje y pidiendo de pasada un
ouzo
para él. Mary se ha cerciorado seis veces de que Tom tiene su pasaporte, el dinero, la carta a la enfermera informándole de su sarpullido de camarones y la carta que debe entregar a la abuela en el
momento
en que se reúna con ella en el aeropuerto de Londres, cielo, para que no se te olvide. Pero Tom está más distraído aún que de costumbre, está mirando a la entrada principal, viendo cómo la gente franquea las puertas de batiente, y tiene una expresión desesperada, tanto que Mary llega a preguntarse si no estará pensando en huir corriendo.

BOOK: Un espia perfecto
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