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Authors: Patricia Cornwell

Una muerte sin nombre (41 page)

BOOK: Una muerte sin nombre
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—Entiendo —asentí.

—Ésa es otra de las razones por las que quiero que estés con la comandante —continuó Wesley—. Si la señora Gault decidiera intervenir de alguna manera, voy a necesitarte para que la convenzas de que siga colaborando.

—Pero Gault podría presentarse en la farmacia de todos modos —apuntó Marino—. Si resulta que su madre no quiere participar en todo esto, es posible que él no descubra que el dinero no ha llegado hasta que lo reclame en el mostrador.

—No sabemos qué hará —respondió Wesley—, pero yo, de él, llamaría antes para comprobarlo.

—Está bien —concedí—. El giro tiene que enviarlo la madre. Es absolutamente necesario que la señora Gault pase por ese trance. Y es un trance muy duro.

—Cierto; es su hijo —asintió Wesley.

—¿Qué más? —quise saber.

—Hemos dispuesto las cosas para que la manifestación empiece a las dos, que es más o menos la hora en que se ha cursado el giro en otras ocasiones. Tendremos en la calle al grupo de Rescate de Rehenes; algunos de sus hombres estarán en la propia manifestación. También habrá otros agentes. Y policías de paisano. Estos se apostarán sobre todo en el metro y en zonas próximas a las salidas de emergencia.

—¿Qué hay de la farmacia?

—Por supuesto —respondió Wesley tras una pausa—, tendremos un par de agentes allí. Pero no queremos coger a Gault en el local ni cerca de éste. Podría producirse una ensalada de tiros. Si tiene que haber bajas, que sea una sola.

—Lo único que pido es ser el afortunado que acabe con él —dijo Marino—. Después de eso, ya podría retirarme.

—Es absolutamente necesario que lo obliguemos a meterse bajo tierra. —Wesley hizo mucho hincapié en ello—. No sabemos qué armamento tiene en este momento. No sabemos a cuánta gente podría poner fuera de combate a golpes de karate. Hay muchas cosas que no sabemos. Pero creo que va cargado de coca y se está descontrolando rápidamente. Y no tiene miedo. Por eso es tan peligroso.

—¿Dónde vamos ahora? —pregunté, mientras contemplaba los deprimentes bloques de edificios envueltos en una ligera llovizna. No era buen día para una manifestación.

—Penn ha establecido un puesto de mando en Bleecker Street, cerca de la farmacia también, pero a una distancia segura —expuso Wesley—. Su equipo se ha ocupado de ello durante toda la noche, instalando los ordenadores y demás. Lucy está con ellos.

—¿Y han instalado todo eso en la estación de metro?

—Sí, señora —intervino el agente que conducía el vehículo—. Es una parada local que sólo funciona los días laborables. Los trenes no se detienen allí durante el fin de semana, de modo que estará vacía. La policía de Tránsito tiene allí una mini comisaría que cubre el Bowery.

Poco después, el agente aparcó ante las escaleras que descendían a una estación. Por las aceras y las calles transitaba gente que se protegía de la lluvia, que ahora arreciaba, con paraguas abiertos o con periódicos sobre la cabeza.

—Bajen ustedes y verán la puerta de madera a la izquierda de los tornos. Está junto a la ventanilla de información —dijo el agente. A continuación, descolgó el micrófono—: Unidad uno once.

—Adelante, uno once —respondió la central.

—Comuníqueme con la unidad tres.

Central le puso en comunicación con la unidad tres y reconocí la voz de la comandante Penn. Ya estaba al corriente de nuestra llegada. Wesley, Marino y yo descendimos con cuidado los peldaños, resbaladizos por la lluvia. El suelo de baldosas del interior estaba mojado y sucio, pero no había nadie a la vista. Yo me iba poniendo cada vez más nerviosa.

Pasamos ante la ventanilla de información y Wesley llamó a una puerta de madera. Abrió el detective Maier, a quien yo había conocido en Cherry Hill, y nos condujo a un recinto ahora convertido en sala de control. Sobre una larga mesa había varios monitores de televisión en circuito cerrado y vi a mi sobrina sentada ante una consola equipada con teléfonos, aparatos de radio y ordenadores.

Frances Penn, vestida con la indumentaria oscura de las tropas que mandaba —suéter y pantalones de comando—, vino directamente hacia mí y me dio un caluroso apretón de manos.

—Kay, me alegro mucho de tenerla aquí-proclamó, llena de nerviosa energía.

Lucy estaba atenta a una fila de cuatro monitores. Cada uno mostraba un diagrama de diferentes secciones de la red de metro.

—Tengo que ir a la oficina de campo —dijo Wesley a la comandante—. Marino estará en la calle con sus hombres, como quedamos.

Ella asintió.

—Así pues, dejo a la doctora aquí.

—Muy bien.

—¿Cuál es el plan, exactamente? —pregunté a la comandante.

—Bien, estamos cerrando la estación de la Segunda Avenida, demasiado próxima a la farmacia. Bloquearemos la entrada con conos de tráfico y vallas, no podemos arriesgarnos a un enfrentamiento con civiles en la zona. Esperamos que Gault venga por el túnel del ramal norte o que se marche por ese camino, y es más probable que se deje seducir por la estación de la Segunda Avenida si no está abierta. —La comandante hizo una pausa y volvió la mirada hacia Lucy—. Lo entenderá mejor cuando se lo muestre su sobrina en la pantalla.

—Entonces, esperan cogerlo en esa estación, ¿no?

—Eso esperamos —intervino Wesley—. Tenemos gente allí, en la oscuridad. El grupo especial de Rescate de Rehenes cubrirá las calles y el resto de la zona. Lo fundamental es que queremos cogerlo lejos de la gente.

—Por supuesto —asentí.

Maier nos observaba sin perder detalle.

—¿Cómo han sabido que la mujer del parque era su hermana? —preguntó, mirándome directamente.

Le hice un breve resumen y añadí:

—Utilizaremos el ADN para verificarlo.

—No creo que puedan —dijo él—. Por lo que he oído, en el depósito han perdido su sangre y sus restos.

—¿Dónde ha oído tal cosa? —quise saber.

—Conozco a gente que trabaja allí. Ya sabe, detectives de la división de Personas Desaparecidas y demás.

—Conseguiremos identificarla —insistí, y le observé atentamente.

—Pues, en mi opinión, será una lástima que lo consigan.

La comandante Penn escuchaba el diálogo con interés. Me di cuenta de que las dos estábamos llegando a la misma conclusión.

—¿Por qué dice usted eso? —le preguntó ella a Maier.

El detective, visiblemente irritado, respondió:

—Porque tal como funciona el jodido sistema en esta jodida ciudad, si cogemos a ese cabrón... Si lo cogemos, tendremos que acusarlo de matar a esa mujer porque no hay suficientes pruebas para juzgarlo por lo que le hizo a Jimmy Davila. Y en Nueva York no tenemos pena de muerte. Y el caso se hace más débil si la mujer no tiene nombre, si nadie sabe quién es...

—Pues oyéndole, detective, parece que desea que el caso se haga tan débil como dice —apuntó Wesley.

—Sí; lo parece porque es lo que siento.

Marino observaba a Maier con rostro inexpresivo.

—Esa sabandija mató a Davila con su propio revólver —murmuró—. Si las cosas fueran como es debido, Gault debería freírse en la silla.

—Desde luego que sí. —Maier tenía tensas las mandíbulas—. Mató a un policía. A un jodido buen agente a quien están echando un montón de mierda encima porque eso es lo que le pasa a uno cuando lo matan en acto de servicio. La gente, los políticos, los de asuntos internos... todos se ponen a especular. Todos tienen algo que decir. Todo el mundo. Sería mejor para todos que Gault fuera juzgado en Virginia y no aquí.

El detective me miró otra vez y no tuve duda de qué era lo sucedido con las muestras biológicas de Jayne. Maier había convencido a sus amigos del depósito de cadáveres para que le hicieran un favor en honor a su camarada caído. Aunque lo que habían hecho era un terrible error, apenas podía reprochárselo.

—Gault también ha cometido crímenes en Virginia y allí tienen la silla eléctrica —continuó Maier—. Y se dice que usted, doctora, tiene el récord de condenas a pena capital para estos animales. Pero si el muy cabrón es juzgado en Nueva York, es probable que usted no testifique, ¿verdad?

—No lo sé —respondí.

—¿Lo ven? No lo sabe. Eso significa que lo olvidemos. —El detective miró a todos los presentes como si hubiera presentado su caso y no hubiera réplica posible a lo dicho—. Es preciso que ese cabrón termine en Virginia y muera achicharrado, si antes no se lo carga aquí alguno de los nuestros.

—Detective Maier —dijo la comandante Penn sin alzar la voz—, tengo que verle en privado. Vayamos a mi despacho.

Los dos salieron por una puerta trasera. La comandante iba a retirarlo de la misión porque no se le podía controlar. Le abriría un expediente y, probablemente, sería suspendido.

—Nos vamos —dijo Wesley.

—Sí —asintió Marino—. La próxima vez que nos veamos será por televisión. —Se refería a los monitores repartidos por la sala de control.

Me estaba quitando el abrigo y los guantes y me disponía a hablar con Lucy cuando la puerta se abrió de nuevo y reapareció Maier. Con pasos rápidos y airados, avanzó hasta mí.

—Hágalo por él —dijo sin emoción—. No permita que ese cabrón se salga con la suya.

Levantó la cara hacia el techo. Se le marcaban las venas del cuello. Contuvo las lágrimas y apenas consiguió articular palabra mientras abría la puerta con rabia para marcharse.

—Lo siento —dijo mientras salía.

Me quedé a solas con mi sobrina.

—¿Lucy?—le dije.

—Hola —respondió, aunque siguió escribiendo al teclado, profundamente concentrada. Me acerqué y la besé en la coronilla—. Siéntate aquí-me indicó, sin apartar los ojos de lo que estaba haciendo.

Estudié los monitores. Había flechas que señalaban los trenes en dirección a Manhattan, a Brooklyn, al Bronx y a Queens, y una intrincada red en la que se mostraban calles, escuelas y centros médicos. Todo estaba numerado. Me senté a su lado y saqué las gafas del portafolios en el momento en que reaparecía la comandante Penn con expresión tensa.

—No ha resultado agradable —murmuró, deteniéndose detrás de nosotras; la pistola que llevaba al cinto casi me tocaba la oreja.

—¿Qué son esos símbolos parpadeantes que parecen escaleras de caracol? —señalé las lucecitas en la pantalla.

—Son las salidas de emergencia —explicó la comandante.

—¿Puedes explicarme qué haces aquí? —pregunté.

—Lucy, explícalo —dijo Penn.

—Es muy sencillo —respondió ella, aunque ya nunca la creía cuando me decía aquello—. Supongo que Gault también está mirando estos planos, de modo que sólo le dejo ver lo que quiero que vea.

Pulsó varias teclas y ante mí apareció otra parte de los planos del metro, con sus símbolos y sus largas representaciones lineales de las vías. Continuó tecleando y apareció una escotilla en rojo.

—Esa es la ruta que creemos que tomará —indicó el monitor situado a la izquierda del que tenía frente a ella—. La lógica apunta a que accederá a los túneles por aquí. Esto es la estación del museo de Historia Natural. Y, como puedes ver, hay tres salidas de emergencia aquí, cerca del planetario Hayden, y una junto a los apartamentos Maresford. También podría dirigirse al sur, más cerca de los apartamentos Kenilworth, y entrar en los túneles por ahí para alcanzar luego cualquier andén que desee, cuando sea el momento de tomar un tren.

»No he cambiado nada en estos planos del terreno —continuó Lucy—. Es más importante desorientarle en el otro extremo, cuando llegue al Bowery. Tecleó rápidamente unas órdenes y en los monitores aparecieron, una tras otra, nuevas imágenes. Lucy las inclinó, las movió y las manipuló como si fueran maquetas que tuviera entre las manos. En la pantalla central, frente al teclado, el símbolo de la salida de emergencia estaba iluminado y aparecía enmarcado en un recuadro.

—Creemos que ése es su cubil —prosiguió Lucy—. Es una salida de emergencia donde la Tercera y la Cuarta se juntan en el Bowery. —Señaló el recuadro—. Aquí, detrás de este gran edificio. La sede de la Fundación del Sindicato de Toneleros.

—Pensamos que Gault ha utilizado esa salida —intervino la comandante—, porque hemos descubierto que la han manipulado. Alguien ha colocado una cuña de papel de aluminio entre la puerta y el marco para poder acceder al interior desde la calle.

»Además, es la salida más próxima a la farmacia —continuó—. Está apartada de la vista, detrás del edificio y en un callejón entre contenedores de basura. Gault podría entrar y salir cuando gustara y no es probable que nadie lo viera, ni siquiera a plena luz del día.

—Y otra cosa —dijo Lucy—: en Cooper Square hay una famosa tienda de música. La Cari Fischer Music Store.

—Exacto —retomó sus explicaciones la comandante—. Una persona que trabaja allí recuerda a Jayne. De vez en cuando, ella entraba en la tienda a mirar. Eso debe de haber sido durante el mes de diciembre.

—¿Alguien habló con Jayne? —pregunté, y la imagen me entristeció.

—Lo único que recuerdan es que se interesaba por las partituras de jazz. No sabemos qué contactos tiene Gault en esta zona, pero podrían estar más involucrados de lo que pensamos.

—Lo que hemos hecho —precisó Lucy— es quitarle esa salida de emergencia. La policía la ha cerrado a cal y canto.

Pulsó más teclas. El símbolo dejó de estar iluminado y un mensaje junto a él anunció «Fuera de servicio».

—Ése parece un buen lugar para capturarlo —comenté—. ¿Por qué no intentamos cogerlo ahí, detrás del edificio del sindicato?

—Porque también está demasiado cerca de una zona frecuentada y, si Gault se escabullera de nuevo por el túnel, podría llegar muy lejos, hasta las entrañas mismas del Bowery, y la persecución allí sería terriblemente peligrosa. Puede que no lo cogiéramos. Estoy segura de que conoce mejor incluso que nosotros el terreno que pisa.

—Muy bien —dije—. Entonces, ¿qué?

—Nuestra idea es que, como no puede utilizar su salida de emergencia favorita, tiene dos alternativas: o escoge otra salida que esté más al norte, siguiendo las vías, o continúa caminando por los túneles hasta el andén de la Segunda Avenida.

—No creemos que opte por lo primero —intervino la comandante—. Eso le obligaría a estar en la superficie demasiado rato y, con una manifestación en marcha, sin duda sabe que habrá muchos policías en la zona. Así pues, nuestra teoría es que se quedará en los túneles todo el tiempo posible.

—Exacto —continuó Lucy—. Para Gault, es perfecto. Sabe que la estación está cerrada temporalmente. Así, nadie le verá cuando asome del túnel. Y allí tendrá muy cerca la farmacia; en la puerta de al lado, prácticamente. Le bastará con recoger el dinero y volver por donde ha venido.

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