Una mujer difícil (35 page)

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Authors: John Irving

BOOK: Una mujer difícil
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A lo largo de la novela se pone a prueba la amistad entre las dos mujeres de Exeter. La decisión de abortar o entregar el niño para que lo adopten, así como el cambiante clima moral de los tiempos, las perseguirán mientras se hacen mayores. Aunque Ruth retrata a ambas mujeres solidariamente, las feministas pregonaron las opiniones personales de Ruth sobre el aborto (apoyó la postura en pro de la capacidad de elegir). Y a pesar de que era una novela de tintes didácticos,
El mismo orfanato
recibió buenas críticas y se vertió a más de veinticinco idiomas.

Cierto que un sector de lectores se mostró en desacuerdo. El hecho de que la novela concluya con la amarga disolución de la amistad de las dos mujeres no agradó a todas las feministas. Algunas partidarias de la posibilidad de elegir denunciaron la circunstancia de que la mujer que decide abortar no puede quedar embarazada de su ex novio como «mitología antiabortista», aunque Ruth nunca da a entender que la mujer no puede quedar embarazada a causa de su aborto anterior. «A lo mejor no puede quedar encinta porque ya tiene treinta y ocho años», dijo Ruth en una entrevista, lo cual irritó a varias mujeres que hablaban en defensa de todas las mujeres que rebasan los cuarenta y aún pueden tener hijos.

Era esa clase de novela, y no iba a salir ilesa. La protagonista divorciada de
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, la que da a luz poco después de que la expulsen de Exeter, se ofrece para tener otro hijo y dárselo a su amiga. Será una madre de alquiler… ¡con el esperma de su ex marido! Pero la mujer que no puede concebir rechaza el ofrecimiento y prefiere no tener hijos. En la novela, la motivación de la ex esposa para desempeñar el papel de «madre de alquiler» es sospechosa. No obstante, sorprendentemente, varias madres de alquiler pioneras atacaron el libro porque tergiversaba su situación.

Jamás, ni siquiera en plena juventud, Ruth Cole puso demasiado empeño en defenderse de las críticas. «Miren, es una novela —decía—. Son mis personajes, y hacen lo que yo quiero que hagan.» También se mostraba en desacuerdo con la interpretación más habitual de
El mismo orfanato
, a saber, que «trataba» del aborto. «Es una novela —repetía Ruth—. No «trata» de nada. Es una buena historia, una demostración de la manera en que las decisiones que toman dos mujeres afectarán al resto de sus vidas. Nuestras decisiones nos afectan, ¿no es cierto?».

Y Ruth se distanció de no pocos de sus lectores más fanáticos al admitir que ella nunca había abortado. Para algunas lectoras que habían abortado, era insultante que Ruth sólo lo hubiera «imaginado». «Desde luego, no me opongo al aborto ni a que cualquiera lo practique —afirmó—. En mi caso, nunca me he visto en la necesidad de hacerlo.»

Como bien sabía Ruth, la «necesidad» de abortar se le presentó a Hannah Grant en otras dos ocasiones. Habían solicitado su admisión en las mismas universidades, sólo las mejores. Como Hannah no fue admitida en ninguna de ellas, fueron a la de Middlebury. Lo que les importaba a ambas, o por lo menos así lo decían, era permanecer juntas, aunque ello significara pasar cuatro años en Vermont.

Cuando miraba hacia atrás, a Ruth le intrigaba por qué Hannah se había empeñado tanto en que estuvieran juntas, ya que se pasaba la mayor parte del tiempo en Middlebury, con un jugador de hockey que usaba dentadura postiza. El jugador la dejó embarazada en dos ocasiones, y cuando rompieron intentó salir con Ruth. Esto provocó el comentario que Ruth le hizo a Hannah a propósito de las «reglas que rigen en las relaciones».

—¿Qué reglas? —replicó Hannah—. Sin duda no hay reglas entre los amigos.

—Las reglas entre los amigos son especialmente necesarias —le explicó Ruth—. Por ejemplo, no salgo con nadie que haya salido contigo, o que se interesó primero por ti.

—¿Y viceversa? —inquirió Hannah.

—Bueno… —Decir «bueno» era un hábito que Ruth había tomado de su padre—. Eso depende de ti.

Que Ruth supiera, Hannah nunca había puesto a prueba la regla. Por su parte, Ruth la había seguido escrupulosamente. ¡Y ahora Hannah llegaba tarde! Mientras Ruth trataba de mirar el monitor de televisión, donde Eddie O'Hare seguía bregando con su presentación, la escritora era consciente de que el tramoyista de aspecto sigiloso no apartaba los ojos de ella. Era la clase de hombre al que Hannah habría calificado de «mono», y sin duda su amiga habría coqueteado con él, pero Ruth no solía coquetear. Además, el tramoyista no era su tipo… en el supuesto de que ella se inclinase por un tipo concreto. (Tenía un tipo, desde luego, y le preocupaba más de lo que quisiera.)

Ruth consultó su reloj. Eddie estaba hablando todavía de su primera novela. Había otras dos por delante, de modo que podrían pasarse allí toda la noche. Así pensaba mientras veía que Eddie volvía a llevarse a los labios su vaso de agua. Se dijo que si estaba resfriado, ella iba a contagiarse.

Se preguntó si debería atraer la atención de Eddie, pero en vez de hacer eso miró al tramoyista, quien le estaba devorando los pechos con los ojos. Si Ruth tuviera que señalar una estupidez propia de casi todos los hombres, era que no parecían saber que una mujer se daba perfecta cuenta cuando un hombre le miraba fijamente los senos.

—Yo no diría que eso es lo que más me molesta de los hombres —le había dicho Hannah, cuyos senos eran más bien pequeños, por lo menos a juicio de su poseedora—. Con unas tetas como las tuyas, ¿qué otra cosa van a mirar los hombres?

No obstante, cuando estaban juntas, los hombres solían mirar primero a Hannah. Era alta, esbelta y rubia, más atractiva que ella, creía Ruth.

—Es sólo mi manera de vestir, llevo una ropa más atractiva —le había dicho Hannah—. Si intentaras vestirte como una mujer, tal vez los hombres se fijarían más en ti.

—Basta con que se fijen en mis tetas —replicó Ruth.

Tal vez se llevaban tan bien como compañeras de habitación, y habían viajado juntas en numerosas ocasiones —lo cual plantea incluso más problemas que ser compañeras de habitación—, porque no querían, o mejor dicho, no podían, vestir de la misma manera.

Haberse criado sin madre no era la causa de que Ruth Cole prefiriese vestir prendas de estilo masculino. De niña cuidó de ella Conchita Gómez, quien la vestía de la manera más convencional y la envió a Exeter con un baúl lleno de faldas y vestiditos que Ruth detestaba.

Le gustaban los tejanos, o los pantalones que se ciñen tan cómodamente como los tejanos. Le gustaban las camisetas de media manga y las camisas de vestir masculinas. Entre sus preferencias no figuraban los jerséis con cuello de cisne, porque era baja y tenía poco cuello, ni tampoco los suéteres demasiado abultados porque le hacían parecer gruesa, pero no era gruesa ni podía decirse que fuera guapa. En cualquier caso, Ruth había puesto a prueba el código indumentario de Exeter y se había decantado por el estilo masculino que, desde entonces, la caracterizaba.

Ahora, por supuesto, sus chaquetas, aunque fuesen masculinas, estaban hechas a medida y se ajustaban a su figura. En las grandes ocasiones, Ruth se ponía un esmoquin femenino, también adaptado a su talle. En su guardarropa no faltaba el tradicional vestido negro, pero Ruth, salvo en los días más calurosos del verano, nunca se ponía un vestido. El sustituto más frecuente del vestido era un traje pantalón azul marino listado, que solía ponerse para ir a cócteles y restaurantes lujosos. También era su uniforme para asistir a los funerales.

Ruth gastaba en ropa una considerable cantidad de dinero, pero siempre eran prendas de la misma clase. Gastaba todavía más en zapatos. Puesto que le gustaba un tacón bajo y sólido, que diera a sus tobillos casi tanta seguridad como cuando se calzaba las zapatillas de squash, también sus zapatos tendían a parecerse.

Ruth permitía a Hannah que le indicara dónde debía ir a cortarse el cabello, pero desoía su consejo de que se lo dejara crecer. Y aparte del brillo de labios y el lápiz de labios incoloro, nunca se pintaba ni maquillaba. Le bastaba con una buena crema hidratante y el champú y el desodorante adecuados. También permitía que Hannah le comprara la ropa interior.

—¡Cielos, no es fácil encontrar tu puñetera talla! —se quejaba Hannah—. ¡Mis dos tetas cabrían en una sola copa de tu sujetador!

Ruth se consideraba demasiado mayor para operarse del pecho, pero de adolescente le había rogado a su padre que se lo permitiera. No era sólo el tamaño, sino el peso de los pechos lo que le molestaba. Le desesperaban sus pezones (y las aréolas que los rodeaban), demasiado bajos y grandes. Su padre se mostró del todo en contra de la intervención y dijo que era absurdo que «mutilara la buena figura que Dios le había dado». (Los senos nunca eran demasiado grandes para Ted Cole.) «¡Ah, papá, papá, papá!», se dijo Ruth, enojada, mientras la mirada del obseso tramoyista seguía fija en sus senos.

Tuvo la sensación de que Eddie O'Hare la estaba alabando en exceso. Dijo algo sobre su tan conocida afirmación de que no utilizaba elementos autobiográficos en sus obras. Pero Eddie seguía atascado en la primera novela de Ruth Cole. ¡Aquélla era la presentación más larga de una obra literaria que se había hecho jamás! Cuando le tocara el turno, el público estaría profundamente dormido.

Hannah Grant había aconsejado a Ruth que abandonara su actitud despectiva hacia la narración autobiográfica.

—¿Acaso yo no soy autobiográfica? —le preguntó Hannah—. ¡Siempre escribes acerca de mí!

—Puede que tome prestadas cosas de tus experiencias, Hannah —replicó Ruth—. Al fin y al cabo, has tenido más experiencias que yo. Pero te aseguro que no escribo sobre ti. Invento mis personajes y sus historias.

—Me inventas una y otra vez —arguyó Hannah—. Puede que sea tu versión de mí, pero soy yo, siempre yo. Eres más autobiográfica de lo que crees, nena.

Ruth detestaba el uso que su amiga hacía de la palabra «nena».

Hannah era periodista y daba por sentado que todas las novelas eran básicamente autobiográficas. Ruth era novelista, y al examinar sus libros veía lo que había inventado. En cambio, Hannah veía lo que era real, a saber, las diferentes variaciones de sí misma. (La verdad, por supuesto, radicaba en el término medio.)

En las novelas de Ruth solía aparecer una mujer aventurera, «el personaje Hannah», decía ésta, y siempre había otra mujer que se cohibía. Según Ruth, era el personaje menos audaz; según Hannah, la misma Ruth.

La audacia de Hannah admiraba y, al mismo tiempo, consternaba a Ruth. Hannah, por su parte, tenía en alta estima a Ruth, lo cual no le impedía criticarla. Hannah respetaba el éxito de su amiga pero reducía su obra a una forma de escritura no creativa. Ruth era muy susceptible a las interpretaciones que hacía su amiga de los personajes novelescos de Ruth y de Hannah.

En la segunda novela de Ruth,
Antes de la caída de Saigón
(1985), los personajes de Ruth y Hannah comparten una habitación en Middlebury durante la guerra de Vietnam. El personaje Hannah, que es la audacia personificada, hace un trato con su novio: se casará con él y tendrá un hijo, de manera que, cuando él se gradúe y expire la prórroga del servicio militar, no tendrá que incorporarse a filas, por estar casado y ser padre. La mujer insiste en que le prometa que, si el matrimonio no va bien, se divorciará de ella… de acuerdo con sus condiciones, que consisten en que ella tendrá la custodia del niño y él pagará su manutención. El problema es que no consigue quedar embarazada.

—¿Cómo te atreves a llamarla «el personaje Hannah»? —preguntaba Ruth a su amiga con frecuencia—. ¡Has pasado por la universidad procurando no quedar preñada pero sin poder evitar quedarte preñada a cada momento!

Pero Hannah decía que la «capacidad de correr riesgos» del personaje era totalmente suya.

En la novela, la mujer que no puede quedarse embarazada (el personaje Hannah) hace un nuevo trato, esta vez con su compañera de habitación (el personaje Ruth). Hannah convence a Ruth para que se acueste con el novio de Hannah y se quede embarazada. El trato consiste en que la compañera de habitación (el personaje Ruth) se case con el novio de Hannah, a fin de lograr que no vaya a Vietnam. Una vez terminada la guerra (o cerrado el período de reclutamiento), la obediente compañera de habitación, que es virgen antes de esa terrible experiencia, se divorciará del muchacho, el cual se casará de inmediato con el personaje Hannah y juntos criarán al bebé de la compañera de habitación.

El hecho de que Hannah se atreviera a llamar a la compañera de habitación virgen «el personaje Ruth» irritaba mucho a Ruth, quien no había perdido la virginidad durante sus estudios universitarios, ¡y mucho menos había quedado preñada del novio de Hannah! (Y Hannah Grant era la única amiga de Ruth que sabía cuándo perdió Ruth la virginidad, lo cual era otra historia.) Pero Hannah afirmaba que la «inquietud por la pérdida de su virginidad» de la compañera de habitación era sin duda alguna la de Ruth.

Naturalmente, en la novela, el personaje de Ruth desprecia al novio de su compañera de habitación y está traumatizada por su único encuentro sexual. Por otro lado, el muchacho se enamora de la compañera de habitación de su novia y se niega a divorciarse de ella una vez finalizada la guerra de Vietnam.

La caída de Saigón, en abril de 1975, es el telón de fondo del desenlace de la novela, cuando la compañera de habitación (quien accede a tener el bebé del novio de su amiga) se da cuenta de que no puede renunciar al niño. A pesar del odio que siente hacia el padre del bebé, acepta la custodia conjunta del niño cuando se divorcian. El personaje Hannah, que ha instigado la unión entre su novio y su amiga, pierde al novio y al bebé, por no mencionar la amistad con su ex compañera de habitación.

Se trata de una farsa sexual, pero que tiene amargas consecuencias, y sus toques de comicidad están compensados por las desavenencias entre los personajes, los cuales constituyen un microcosmos que refleja cómo estaba dividido el país a causa de la guerra de Vietnam y, para los jóvenes de la generación de Ruth, por lo que debían hacer respecto al alistamiento. Un crítico dijo de la novela: «Es el peregrino punto de vista de una mujer sobre las artimañas para evitar el reclutamiento». Hannah le dijo a Ruth que se había acostado con aquel crítico en alguna que otra ocasión, y además conocía su caso particular con respecto a la escapatoria del reclutamiento. El hombre había aducido daños psicológicos por haber mantenido relaciones sexuales con su madre. Ésta confirmó la veracidad de tales relaciones. Al fin y al cabo, la idea del embuste había sido de ella. Y como resultado de haberse librado con éxito del servicio militar, y de semejante manera, el hombre acabó por tener relaciones sexuales con su madre.

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