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Authors: Brian Lumley

Vampiros (53 page)

BOOK: Vampiros
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—Iván, llévate a ese… a ese mono de aquí. Está dentro de mi radio de acción, ¡y su mente es como una cloaca!

—Desde luego, querida. —Gerenko sonrió y asintió con la arrugada y morena cabeza. Se volvió y asió de un codo a Dolgikh—. Vamos, Theo.

Dolgikh se soltó y miró ceñudo a la joven.

—No te muerdes la lengua para insultar.

—Hay que hacerlo así —dijo brevemente ella—. Cara a cara y sin remilgos. En cambio,
tus
insultos se arrastran como gusanos, ¡y los retienes en el cieno que hay en tu cabeza! —Se volvió a Gerenko y añadió—: No puedo trabajar con él aquí.

Gerenko miró a Dolgikh.

—¿Y bien?

La expresión de Dolgikh era fea, pero se fue calmando poco a poco y se encogió de hombros.

—Bueno, te pido disculpas,
fraulein
Föener. —Evitó deliberadamente el empleo del tratamiento acostumbrado de «camarada», y cuando la miró de arriba abajo por última vez, también esto fue deliberado—. Es que siempre había considerado privados mis pensamientos. Y en todo caso, sólo soy humano.

—¡Apenas! —replicó ella, y volvió enseguida a su trabajo.

Mientras Dolgikh seguía a Gerenko al despacho de éste, el segundo en el mando de la Organización E dijo:

—Ésa tiene la mente muy afinada, muy equilibrada. Debemos tener cuidado de no turbarla. Por muy desagradable que te parezca, Theo, no olvides nunca que cualquiera de los espías extrasensoriales de aquí vale diez como tú.

Dolgikh tenía su orgullo.

—¿Ah, sí? —gruñó—. Entonces, ¿por qué no te dijo Andropov que enviases a uno de ellos a Italia? Tal vez tú mismo, ¿eh, camarada?

Gerenko le dedicó una débil sonrisa.

—La fuerza tiene sus ventajas, en ocasiones. Por eso fuiste tú el enviado a Génova, y por eso estás aquí ahora. Espero que muy pronto tendrás más trabajo. Y trabajo de tu gusto. Pero ten cuidado, Theo: hasta ahora lo has hecho muy bien; no lo eches a perder. Nuestro mutuo… ¿diremos superior?, estará muy contento de ti; pero no lo estaría en absoluto si supiese que has tratado de imponer tu materia sobre nuestra mente. Aquí, en el
château
Bronnitsy, rige el orden contrario: ¡la mente sobre la materia!

Subieron la escalera de caracol de una de las torres del
château
, y llegaron al despacho de Gerenko. Antes había pertenecido a Gregor Borowitz, y ahora era el puesto de control de Félix Krakovitch; pero Krakovitch estaba temporalmente ausente y tanto Iván Gerenko como Yuri Andropov pretendían que su ausencia se hiciese permanente. Esto también intrigaba a Dolgikh.

—En mis buenos tiempos —dijo, mientras se sentaba delante de la mesa de Gerenko—, estuve muy cerca del camarada Andropov, o todo lo cerca que podía estar un hombre. Lo he visto ascender; podrías decir que he seguido su estrella en auge. Que yo sepa, ha existido, desde los primeros días de la Organización E, una fricción entre la KGB y vuestros extrasensoriales. Sin embargo ahora, contigo, las cosas están cambiando. ¿Por qué se lleva Andropov tan bien contigo?

La sonrisa de Gerenko fue la de una comadreja.

—No es que se lleve bien conmigo —respondió—. Pero tiene algo
para
mí. Mira, yo he sido estafado, Theo. La Naturaleza se ensañó conmigo. Yo quisiera ser un hombre de proporciones atléticas…, tal vez un hombre como tú. Pero estoy encerrado en este débil cascarón. No intereso a las mujeres, y los hombres, aunque no pueden hacerme daño, me consideran un fenómeno. Sólo mi mente tiene valor y mi facultad. La primera le ha sido útil a Félix Krakovitch, pues he descargado de sus hombros grandes pesos de la organización. Y la segunda es objeto de intenso estudio por parte de los parapsicólogos de aquí, todos los cuales quisieran tener… ¿diremos mi ángel de la guarda? ¡Y es que un ejército de hombres con mi facultad sería invulnerable!

»Ya ves lo importante que soy. Y sin embargo, ¿qué soy, sino un hombrecillo raquítico, cuya esperanza de vida debe ser forzosamente breve? Por eso, mientras viva, quiero tener poder. Quiero ser grande, aunque sea por poco tiempo. Y como éste será corto, lo quiero ahora.

—Y si Krakovitch desaparece, serás el jefe aquí —dijo Dolgikh, asintiendo con la cabeza.

Gerenko esbozó una de sus débiles sonrisas.

—Esto para empezar. Pero entonces vendrá la fusión de la Organización E y la KGB. Desde luego, Brezhnez se opondría a ello, pero ¡ay!, el jefe del Partido se está convirtiendo rápidamente en un cretino malhumorado. No puede durar mucho. Y Andropov, como es fuerte, tiene muchos enemigos. ¿Cuánto crees que va a durar? Lo cual quiere decir que, en definitiva, es posiblemente incluso probable…

—¡Tú lo tendrás todo! —Dolgikh pudo ver la lógica del razonamiento—. Pero entonces, seguro que te habrás hecho enemigos. Los líderes siempre se elevan pisando los cuerpos de otros líderes, muertos.

—¡Oh! —La sonrisa de Gerenko era taimada, fría y no del todo cuerda—. Pero esta vez será diferente. ¿Qué me importan los enemigos? ¡Palos y piedras no romperán mis huesos! Y los eliminaré, de uno en uno, hasta que dejen de existir. Y moriré pequeño y arrugado, pero también grande y muy poderoso. Por consiguiente, hagas lo que hagas, Theo Dolgikh, asegúrate de ser amigo mío, no mi enemigo…

Dolgikh no dijo nada por el momento; reflexionó en cambio sobre todo lo que Gerenko había dicho. ¡Ese hombre era evidentemente un megalómano! En un alarde de prudencia, Dolgikh cambió de tema.

—Has dicho que probablemente habría más trabajo para mí. ¿Qué clase de trabajo?

—En cuanto estemos seguros de saber todo lo que deseamos aprender de Alec Kyle, Krakovitch, Gulhárov y el otro agente británico, Quint, ya no servirán de nada. Ahora, cuando Krakovitch quiere que se haga algo, me lo dices y yo transmito su petición a Brezhnev. No directamente, sino a través de uno de sus hombres, un simple lacayo, pero un lacayo poderoso. El jefe del Partido está entusiasmado con la Organización E, y por eso Krakovitch suele obtener todo lo que quiere. Por ejemplo, ¡esta inaudita combinación entre agentes británicos y soviéticos!

»Pero, desde luego, yo trabajo también para Andropov. Éste sabe todo lo que ocurre. Y ya me ha dicho que, cuando llegue la hora, tú serás la herramienta que arrojaré en la maquinaria de Krakovitch. La Organización E fue ruidosamente derrotada, casi destruida, en una ocasión, por INTPES. Brezhnev, y también Andropov, quieren saber cómo y por qué. Teníamos un arma poderosa en Boris Dragosani, pero ellos tenían otra más poderosa, en un joven llamado Harry Keogh. ¿Qué le dio su poder? ¿Cuáles
eran
sus poderes? Y ahora sabemos que, con la ayuda de INTPES, Krakovitch ha destruido algo en Rumania. He estudiado el historial de Krakovitch y creo saber lo que ha destruido: ¡la cosa que dio a Dragosani su poder! Krakovitch lo considera un gran mal, pero yo sólo veo en ello otro instrumento. Un arma poderosa. Por esto tienen los británicos tanto empeño en ayudar a Krakovitch: ¡el muy imbécil está destruyendo de modo sistemático un posible camino para la futura supremacía soviética!

—Entonces, ¿es un traidor?

Dolgikh entrecerró los ojos. La Unión Soviética lo era todo para él. Cabía esperar luchas por el poder dentro de la estructura, pero una traición de esta clase era otra cosa.

—No. —Gerenko sacudió la cabeza—. Sólo es tonto. Y ahora escucha. En este preciso instante, Krakovitch, Gulhárov y Quint se encuentran atascados en un puesto de control de la frontera moldava. Yo lo organicé, a través de Andropov. Sé adonde quieren ir y, muy pronto, te enviaré allí para que te ocupes de ellos. El momento exacto depende de lo que podamos sacarle a Kyle. Pero, en todo caso, debemos impedir que sigan causando más daño. Lo cual quiere decir que el tiempo es esencial; no pueden quedarse allí una eternidad, y pronto habrá que autorizarlos para que prosigan. Además, saben dónde se encuentra lo que están buscando, y nosotros no lo sabemos. Todavía. Mañana por la mañana estarás tú allí para seguirlos hasta su destino, hasta su último punto de destino. Al menos, así lo espero…

Dolgikh frunció el entrecejo.

—Dices que han destruido algo. Y que volverán a hacerlo. ¿Qué clase de «algo»?

—Si hubieses llegado a tiempo para seguirlos hasta los montes rumanos, probablemente lo habrías visto con tus ojos. Pero no te preocupes por eso. Bastará con que esta vez no se salgan con la suya.

Cuando acabó de hablar, sonó el teléfono. Gerenko se lo llevó al oído, y su expresión se volvió inmediatamente cautelosa, alerta.

—¡Camarada Krakovitch! —dijo—. Empezaba a inquietarme por usted. Esperaba tener noticias más pronto. ¿Está en Chernovtsi?

Dirigió una mirada significativa a Dolgikh por encima de la mesa.

Incluso desde donde se hallaba, Dolgikh pudo oír la irritación y la estridencia de la voz lejana de Krakovitch. Gerenko empezó a pestañear rápidamente, y un tic nervioso contrajo una comisura de sus labios.

Por último, cuando Krakovitch hubo terminado, dijo:

—Escuche, camarada. Olvídese de ese estúpido guardia de frontera. No vale la pena que se enfade con él. Quédese donde está y, dentro de unos minutos, enviaremos por teléfono la autorización. Pero primero déjeme hablar con ese idiota.

Esperó un momento, hasta que oyó la voz ligeramente trémula, inquisitiva del oficial de frontera, y entonces dijo, sin levantar la suya:

—Escuche. ¿Reconoce mi voz? Bien. Aproximadamente dentro de diez minutos, telefonearé de nuevo y le diré que soy el comisario de Control de Fronteras, de Moscú. Asegúrese de ser usted quien conteste al teléfono y de que nadie pueda escuchar. Le ordenaré que deje pasar al camarada Krakovitch y a sus amigos, y usted lo hará. ¿Entendido?

—¡Oh, sí, camarada!

—Si Krakovitch le pregunta qué le he dicho ahora, dígale que le he echado un rapapolvo y lo he llamado estúpido.

—Sí, camarada; desde luego.

—¡Bien! —Gerenko colgó el teléfono. Se volvió a Dolgikh—. Como te he dicho, no podía retenerlos allí eternamente. Este asunto se está volviendo engorroso, molesto. Pero, aunque pasen y entren en Chernovtsi, nada podrán hacer esta noche. Y mañana estarás tú allí para impedírselo.

Dolgikh asintió con la cabeza.

—¿Tienes que hacerme alguna sugerencia?

—¿Sobre qué?

—Sobre la manera de hacerlo. Si Krakovitch es un traidor, me parece que la manera más fácil de solucionar el asunto sería…

—¡No! —lo interrumpió Gerenko—. Seria difícil de demostrar. Y tiene influencia cerca del jefe del Partido, ¿no te acuerdas? No debemos exponernos a que nos interroguen en este asunto. —Tamborileó en la mesa con un dedo y reflexionó un momento sobre el problema—. ¡Ah! Creo que ya lo tengo. He dicho que Krakovitch es tonto; dejemos que aparezca como tal. ¡Hagamos que Carl Quint sea el culpable! Arregla las cosas de manera que se lo pueda acusar. Que parezca que los espías británicos vinieron a Rusia para descubrir lo que pudiesen sobre la Organización E y matar a su jefe. ¿Por qué no? Ya perjudicaron a la organización con anterioridad, ¿no? Pero en esta ocasión, Quint fallará y será víctima de su propia estrategia.

—¡Bravo! —dijo Dolgikh—. Estoy seguro de que se me ocurrirá algo de acuerdo con este plan. Y desde luego, yo seré el único testigo.

Sonaron unas pisadas ligeras y Zek Föener apareció en el umbral de la puerta del despacho. Miró con frialdad a Dolgikh y se dirigió a Gerenko:

—Kyle es una mina de oro; al menos, en lo que tiene de cuerdo. Lo sabe todo, y lo vierte a raudales. Incluso sabe muchas… demasiadas cosas sobre nosotros. Cosas que yo no sabía. Cosas fantásticas…

De pronto pareció cansada. Gerenko preguntó:

—¿Cosas fantásticas? Había presumido que lo serían. ¿Es por eso que crees que en parte está loco? ¿Que su mente le esta haciendo jugarretas? Pues no es así, puedes creerme. ¿Sabes lo que destruyeron en Rumania?

Ella contestó afirmativamente.

—Sí, pero…, es difícil de creer. Yo…

Gerenko levantó una mano admonitoria. Ella comprendió la advertencia. Theo Dolgikh no tenía que saberlo. Como la mayoría de los otros que operaban en el
château
, Föener odiaba la KGB. Asintió con la cabeza y guardó silencio.

Gerenko habló de nuevo.

—¿Es la misma clase de cosa que yace oculta en las montañas de más allá de Chernovtsi?

Ella afirmó de nuevo con la cabeza.

—Muy bien. —Gerenko sonrió, sin emoción—. Y ahora, querida, debes volver a tu trabajo. Dale una prioridad total.

—Desde luego —dijo ella—. Sólo he salido mientras lo drogaban de nuevo. Y porque necesitaba descansar de… —Sacudió, aturdida, la cabeza. Tenía los ojos muy abiertos, brillando en ellos el extraño conocimiento que acababa de adquirir—: Camarada, esto es completamente…

Gerenko levantó nuevamente su mano infantil a modo de aviso.

—Lo sé.

Ella asintió, se volvió y se marchó, un poco inseguras las pisadas sobre los descendentes peldaños de piedra.

—¿Qué significa todo esto?

Dolgikh estaba confuso.

—Ha sido el certificado de defunción de Krakovitch, Gulhárov y Quint —respondió Gerenko—. En realidad, Quint era el único que habría podido sernos útil; pero ya no lo es. Ahora puedes ponerte en camino. ¿Está preparado el helicóptero de la organización?

Dolgikh asintió. Iba a levantarse, pero frunció el entrecejo y dijo:

—Dime primero qué será de Kyle cuando hayáis terminado con él. Quiero decir que yo me encargaré de aquel par de traidores y del agente británico, pero ¿y Kyle? ¿Qué será de él?

Gerenko arqueó las cejas.

—Creí que esto era evidente. Cuando tengamos lo que queremos, todo lo que queremos, lo depositaremos en la zona británica de Berlín. Allí, simplemente morirá, y los mejores médicos no sabrán la causa de su muerte.

—Pero ¿por qué morirá? ¿Y qué me dices de la droga que le están inyectando? Sin duda sus médicos encontrarán rastros de ella.

—No deja rastro —respondió Gerenko—. Desaparece por completo en pocas horas. Por eso tenemos que inyectarla de forma continua. Nuestros amigos búlgaros son muy listos. Kyle no es el primero a quien hemos exprimido de esta manera, y el resultado ha sido siempre el mismo. En cuanto a por qué va a morir, la vida no tendrá ya ningún incentivo para él. Como un vegetal, no conservará conocimientos o instintos suficientes para mover siquiera el cuerpo. No tendrá el menor control. Sus órganos vitales no funcionarán. Puede que sobreviva un poco por medios artificiales, pero…

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