Violetas para Olivia (28 page)

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Authors: Julia Montejo

Tags: #Narrativa dramática

BOOK: Violetas para Olivia
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—Porque alguien tiene que detener este pecado mortal.

—No hemos hecho nada malo —se rebela Rosario—. Y de todas formas no es asunto tuyo.

Inmaculada, en cambio, calla. Ella no está tan segura de no haber hecho nada malo. Aunque Rodrigo no la ame como se debe amar, ella tampoco ha cumplido con su parte. Desde el principio sabía que algo en ella está mal, o al menos es diferente. Siente que ella sí ha engañado.

—Inmaculada, ¿dónde está tu marido?

—No lo sé. —Hace varios días que no lo sabe. Inmaculada se lo agradece a su avanzado estado de gestación. A Rodrigo parece desagradarle mucho su barriga. Incluso parece tener mala conciencia por no ser capaz de tratarla como debería un hombre a punto de ser padre. Le remuerde la conciencia. E Inmaculada no ha hecho nada para aliviar su peso. Le odia, y su odio ha generado una fina corteza de hielo que recubre su piel cada vez que se encuentran.

—Clara, sabes que Inmaculada está sola —la defiende Rosario—. Déjanos ser felices.

Clara las mira furiosa, atónita. ¿Tan grande es su amor que han perdido la conciencia de lo que se puede y lo que no se puede hacer?

—¿Cómo te atreves siquiera a proponerlo? —pregunta escandalizada Clara—. Es una aberración. —Piensa cuál es la solución. ¿Matarlas? Los segundos se hacen eternos—. Está bien —dice finalmente—. Ella no puede irse, pero tú sí.

—Tú no eres quién para dirigir mi vida, ni la de nadie —asegura con firmeza Rosario. No está dispuesta a renunciar a lo mejor que le ha pasado en su vida, y quiere borrar lo que sabe desde hace tiempo, arrancarlo de su memoria, como si nunca lo hubiera leído en los posos del café. Porque si no lo piensa, no existirá. Ella sabe que son nuestros deseos, nuestros miedos y pesadillas, nuestros sueños, los que se materializan. Primero, solo compuestos de ondas cerebrales, o de vibraciones carnales, luego visiones que se materializan con mayor o menor rapidez. Ha tenido mucho tiempo para pensar entre las paredes de la casa palacio. Demasiado.

A Inmaculada le pesan las piernas. De repente siente que no podrá mantenerse de pie por más tiempo y se acerca a uno de los sillones sin que ninguna de las hermanas parezca notar sus movimientos. El duelo entre ellas es a muerte. Clara sonríe con amargura.

—Te irás a Venezuela con la tía Paquita.

Inmaculada baja la cabeza abatida, y recuerda entonces su enorme barriga, y el bebé que viene en camino. Le van a quedar muy pocas ganas de vivir si Rosario no está más junto a ella.

—No puedes obligarme.

—Al final tenías razón, Rosario. Tú me lo dijiste: yo iba a tener el control de la familia. ¿O prefieres que Rodrigo y nuestra madre se enteren de todo?

—Apuesto a que Olivia lo encuentra aceptable —asegura Rosario. Realmente lo cree. Su madre no suele tener prejuicios en cuanto a lo que está bien, al menos, no para ella misma, y piensa que, después de lo que ha vivido, no queda ni una gota de hipocresía por sus venas. Además, sabe que Clara no es su preferida exactamente. Tampoco lo es ella. Pero Clara la odia y ella no. Rosario ha sido silenciosa, invisible a su deslumbrante vera. Su favorito siempre fue Rodrigo. Por eso ahora está decepcionada con él. Intenta que reconduzca su vida una y otra vez. Que sea feliz de algún modo. Pero es como darse cabezazos contra una pared.

—Rodrigo es capaz de matarte —advierte Clara.

—No me importa. Yo no me voy.

—De mataros a las dos —concluye Clara.

Rosario se vuelve desesperada hacia Inmaculada. Esta no se atreve a mirarla.

—Bien. Nos iremos juntas —anuncia Rosario.

El rostro de Clara se contrae iracundo.

—Imposible. El bebé es nuestro. Pertenece a esta familia. Todos sabemos que no habrá más. Así que está claro: la única que sobras eres tú.

La cuerda se ha tensado tanto que Inmaculada siente que está a punto de romperse. El latigazo dejará marcada su cara. No soporta la mirada de Rosario, de nuevo sobre ella, suplicante, deseando que reaccione. Pero ella no puede. El bebé se agita en su vientre.

—No, tía. Si te refieres a la propuesta de matrimonio, no he aceptado —dijo Madelaine a Clara llena de rabia. Tuvo que controlarse. Aborrecía estar en manos de personas tan perniciosas—. Pero voy a pensarlo. La oferta ha resultado más interesante de lo que hubiera podido imaginar...

La tía Clara no entendió la insinuación de algo más... Quizá los años habían mermado aún más esa sensibilidad que nunca tuvo demasiado desarrollada.

—Es tu mejor opción. Debíamos haber emparentado con ellos hace dos generaciones. Pero no pasó. Siempre tuvieron raza, pero entonces no tenían dinero. Es la única manera de cerrar el círculo. Además, nos necesitamos.

Madelaine no quiso discutir sobre las ideas racistas de su tía. Se dirigió hacia la escalera. Estaba deseando estar sola para ducharse, quitarse el olor a humo y sudor y poner también un poco de orden y limpieza en sus ideas. Pero la tía Clara no había terminado. Era hora de ilustrar a Madelaine sobre un capítulo de su historia familiar.

—¿Sabes que odié a mi madre durante años porque no permitió que me casara con el padre de Álvaro?

Madelaine se detuvo sorprendida. Aquella parecía la noche de las revelaciones. Sin embargo, quizá por el cansancio, quizá por el exceso, no era capaz de darse cuenta de que ninguna información lo es en sí misma sino dentro de un puzle, y le iba a resultar difícil reunir y organizar todas las piezas.

—No, no lo sabía —admitió con curiosidad—. ¿Por qué?

—Porque era imposible —respondió la tía Clara en un tono que Madelaine conocía muy bien. Significaba «de eso no se habla más», y no había llave que forzara una cerradura que la tía Clara hubiera asegurado. Así que Madelaine tuvo que seguir por otro camino.

—¿Y qué pasó?

—Que quedó en una aventura pasajera porque fue toda de mentira. En realidad el amor siempre es engañoso, pero yo tuve que aprenderlo de la peor forma posible —aseveró la tía Clara con amargura. La herida, a pesar del tiempo, todavía escocía. Madelaine, que sí tenía la sensibilidad a flor de piel, no tuvo dificultad para leer entre líneas.

—Me alegro de que no seas virgen, tía. Hubiera sido tremendo morirte sin conocer lo que es estar unida a otro cuerpo, sentir íntimamente.

—No sigas por ahí —la detuvo la tía muy incómoda—. Te crees una mujer de mundo y solo eres una niña. He vivido más de lo que tú piensas y algunas de mis experiencias puedo jurarte que tú no las vivirás jamás.

Madelaine suspiró impaciente, intentando molestarla. No iba a llevarle la contraria, y menos a esas horas, pero tuvo que luchar con el pensamiento tenaz que taladraba su mente de que su tía Clara tuviera algo que ver en la desaparición de su madre.

—¿Y ahora pretendes que yo me case con Álvaro para cumplir tu sueño?

—No exactamente. Es que está escrito. Hay cosas que son como tienen que ser.

—No, tía, eso no es verdad. Yo al menos no lo creo. Ya veré lo que hago. ¿A qué hora llega mañana José Luis? —preguntó cambiando de tema. Deseaba verle. Parecía la única persona normal que la rodeaba desde que llegó a San Gabriel.

—Pronto, supongo. No me lo ha dicho. Cada vez me gusta menos. Ese don nadie tiene muchos humos —refunfuñó la anciana, en el fondo aliviada con haber terminado la conversación. Estaba convencida de que Madelaine solo necesitaba un pequeño empujón, y confiaba en que Álvaro sabría dárselo—. Mañana quiero que llames a Álvaro. El nos ayudará con los papeles del seguro.

Madelaine hizo un gesto de despedida y subió a su habitación. Pensó que su tía la seguiría pero permaneció donde estaba. Algo muy importante rondaba su cabeza y dormir sería perder el tiempo. El que su tía no se moviera la desasosegó. Cuando llegó a su dormitorio, había perdido el sueño totalmente. Todavía quería ducharse, así que se desnudó y dejó la ropa amontonada en una esquina del baño, confiando en que el agua caliente barriese el tumulto de voces que prometían no darle tregua aquella noche. Justo cuando iba a entrar en el baño sonó su móvil. Madelaine se volvió hacia él como pillada in fraganti. Desde su llegada se había olvidado del teléfono y este yacía, abandonado, sobre el sillón junto a la cama. Era un teléfono de última generación, con unas baterías eternas, que le había regalado Adela, su casera, por Navidad. A Madelaine la tecnología no le interesaba. Le costaba entrar en lo moderno y las instrucciones de los aparatos le daban alergia, lo cual era un grave problema porque su instinto tampoco era de gran ayuda. Aceptó el regalo con cierta dosis de escepticismo y nunca supo hacerlo funcionar más allá de lo básico. ¿Quién la llamaría a esas horas? Pensó que quizá fuera de alguna urgencia relacionada con su consulta médica. Al cogerlo vio con sorpresa que en la pantalla decía Adela casa.

—Hola, Adela, ¿ha pasado algo? —respondió Madelaine preocupada.

—Madelaine, querida, perdona que te llame tan tarde. No, no pasa nada. Es que llevo días queriendo hacerlo y por un motivo u otro siempre se me hace tarde —dijo Adela con la voz un poco nerviosa—. ¿Qué tal va todo?

—Bien —aseguró Madelaine, que percibió un tono de angustia en la voz de su casera y amiga. Y se sintió mal. Debería haberla llamado cuando llegó. Al menos para comunicarle que había llegado bien. Adela estaba sola y Madelaine era como una hija para ella.

—Bien, bien —repitió Adela—. Me alegro. ¿Y cómo has encontrado a tu tía?

—Mayor, pero igual de peleona. ¿Te encuentras bien?

—Sí, sí, es que, te parecerá una tontería, pero estaba nerviosa. La otra noche tuve un sueño extraño y no sé, quería asegurarme de que estabas bien. ¿Cuándo vuelves?

—No lo sé. No va a ser tan rápido como yo pensaba. Tenemos un problema serio con Hacienda y mi tía me necesita.

—¿Y te esperarán en tu trabajo?

—Eso espero. De todas formas, todavía puedo tomarme dos semanas más de vacaciones sin tener que pedir permiso.

Madelaine escuchó la respiración agitada de Adela.

—¿Seguro que te encuentras bien?

—Tengo la tensión un poco alta. Voy a tener que volver a tomarme las pastillas. Eso es todo. No te preocupes y cuídate mucho, ¿vale?

—Prometido. Tú también. Un beso.

Madelaine colgó el teléfono, agradablemente aturdida. No era habitual que nadie se preocupara por ella. Dejó el teléfono sobre la mesita de noche y entró en el baño pensando que la vida es mucho más agradable cuando alguien te quiere desinteresadamente. La llamada de Adela la había hecho sentir más segura y arropada.

Cuando salió de la ducha tenía una idea muy clara. Cogió el móvil y marcó. Imaginaba que podría despertarle pero estaba segura de que no le iba a importar. El teléfono repicó, una, dos, tr...

—¡Madelaine! ¿Qué pasa? —sonó la voz preocupada de José Luis.

—Perdona, no quería asustarte. ¿Podemos vernos?

—¿Ahora?

—Sí, en un cuarto de hora estoy en la pensión. —Madelaine colgó rápidamente, antes de que él pudiera darle cuerdas razones de por qué era mejor dejarlo para el día siguiente.

Y se las hubiera dado. La razón de la noche hubiera sido la primera. Pero había otras mucho más importantes. José Luis sentía que Madelaine le dolía ya en el alma. Si ella no se daba cuenta de quién era él, si prefería a aquel personaje oscuro de Álvaro, era cosa suya. La llamada le pilló a medio desvestir en el baño. Dudó entre volver a ponerse la misma ropa que apestaba a humo o ducharse. Se decantó por la segunda opción y se metió en la pequeña bañera. Le dio al agua caliente, pero con lo que tardaba en subir se resignó a asearse con agua fría. Cuando salió de la ducha, se sintió ligero y muy despierto. Se vistió con ropa limpia. Justo cuando se disponía a bajar, llamaron a la puerta. Abrió y allí estaba Madelaine, en vaqueros y camiseta, casi sin aliento. El pelo aún mojado enmarcaba su rostro encendido.

—Iba a bajar a esperarte. ¿Cómo has subido? —le preguntó atónito.

—La dueña me conoce. —Madelaine tenía cosas importantes que hablar con él y no quería entrar en detalles triviales.

—Pues ahora sí que vamos a dar que hablar...

Madelaine le hizo un gesto impaciente para que la dejara continuar.

—Álvaro quiere casarse conmigo.

—Madelaine, no quiero ser maleducado, pero a mí eso no me importa. Y menos después de lo que ha pasado en el campo y a estas horas de la noche.

—Sí, ¿a qué venía eso de pegaros?

—Cuando lo sepa, te lo diré —respondió José Luis cortante.

Madelaine le miró intentando decidir si debía enfadarse o no. José Luis cada vez entendía menos. ¿Quería esto decir que a Madelaine le importaba lo que él tuviera que decir? Su corazón se aceleró.

—Álvaro está empeñado en casarse conmigo y me ofrece algo a cambio. Dice que sabe quién mató a mi madre y dónde está.

Esta vez José Luis sí quedó impresionado.

—Vaya...

—Sí, vaya —dijo Madelaine dejándose caer en una silla junto a la puerta. José Luis se sentó en la cama. Era un cuarto blanco y de techos altos pero muy pequeño. No había más mobiliario susceptible de ser empleado como asiento. Quedaron a poco más de un metro de distancia.

—Pero ¿cómo puede saber él eso? Quizá por su padre —elucubró Madelaine organizando sus pensamientos en voz alta—. Acabo de enterarme de que su padre fue novio de mi tía Clara. Sí, yo también me he sorprendido. Aunque más lo hubieras hecho de conocerle. Era un hombre tan seguro de sí mismo, tan atractivo y elegante... Siempre rodeado de mujeres guapas, mientras en su casa le esperaba la esposa perfecta. ¿Por qué iba a tener una aventura con mi tía Clara? ¿Sabrá ella algo de mi madre que no cuenta?

Pero a José Luis le importaba más otra cosa.

—Si me lo permites, yo creo que la primera pregunta que deberías hacerte es por qué tu ex novio está tan interesado en que te cases con él. Tanto como para lanzar un gancho semejante. Está claro que se ha dado cuenta de que no eres presa fácil, pero ¿por qué poner todas las cartas sobre la mesa? ¿Por qué echar ahora un ordago tan grande?

—Tienes razón —asintió Madelaine—. Yo sé que él no me quiere, no al menos como debería ser.

A José Luis le sorprendió su honestidad.

—Pues, si seguimos el razonamiento de los poderosos y mi propia experiencia con ellos, el mundo se rige por el sexo, o amor si prefieres, y el dinero. ¿Crees que Álvaro tiene una buena situación financiera?

—Supongo que sí. Además, mi tía está obsesionada con el pedigrí pero no creo que aceptara mi matrimonio con nadie que no fuera también mi igual económico.

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