Visiones Peligrosas III (18 page)

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Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Visiones Peligrosas III
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—¿Qué hora es? —pregunta mami.

No comprendo nada de esa historia de la hora, pero le digo lo de la ropa de cama.

—¡Dios mío!

Completamente desnudos, los dos, escaleras abajo. Tropiezan constantemente entre

sí.

Les sigo. Es un duro trabajo, un niño pequeño como yo bajando unas enormes escaleras, intentando apresurarse. Uno tiene que ir con cuidado de no caerse.

Papi ha parado la máquina.

—Ha estado cerca. Hubiera podido hacer saltar media casa.

—¡Mierda de niño! —me grita mami.

—Cállate, Hazel, esto es serio. El chico hubiera podido matarse.

He recibido un largo sermón, allí mismo, acerca de lo peligrosos que son los aparatos modernos. Yo deseaba que me enseñaran cómo hacerlos funcionar correctamente, a fin de no equivocarme de nuevo. Pero son demasiado estúpidos para hacer eso. ¡No, simplemente no los toques! ¿Cómo puedo aprender si ellos no me dejan hacer nunca nada? ¿Para qué piensan que he llevado la ropa de cama hasta el sótano, para empezar?

—Primero debemos formarte una personalidad —dice mami—, una base sólida para que cuando crezcas puedas ser el tipo de hombre que deseas ser. Luego, después de eso, empezarás a ir a la escuela a aprender cosas. Cuando tengas cuatro años, irás a la escuela a aprender. ¡Ahora sólo tienes tres años y medio!

¿Saben ustedes durante cuánto tiempo tiene uno tres años y medio? Uno tiene tres años y medio durante toda una eternidad. El tiempo no existe, en absoluto. Algo se ha estropeado en sus prensas, y ellos no lo saben.

—¿Qué clase de hombre quiero ser?

—El país necesita científicos —dice papi—. Seguimos un curso del gobierno llamado «Cómo hacer científicos». Cómo modelar las personalidades de modo que deseen comprender cómo funcionan las cosas…, que siempre tengan que saberlo todo y entenderlo todo. Es una buena personalidad. No vuelvas a trastear con esas máquinas electrónicas si no quieres matarte.

Así que eso es lo que voy a ser, un científico. No sé qué otras elecciones hay, pero imagino que de todos modos ya es demasiado tarde. Las cosas hubieran podido ser peores, al menos eso es lo que me gusta pensar. Como ir a la India.

En el parque, los niños hablamos acerca de los grandes tipos durante todo el tiempo. Hubo un tiempo en que eran como nosotros. Pero les ocurrió algo que hizo que olvidaran cómo pensar.

Supongo que eso mismo me ocurrirá a mí. Me haré grande, como ellos, y no recordaré nada de esto tampoco. Ya hay montones de cosas que no puedo recordar. Hubo un tiempo, hace tanto que ya no puedo recordarlo, en que mami y papi me querían. Eso fue al principio. Pero imagino que en el libro debía de poner que tenían que hacer aquello también. Era bonito entonces, pero olvido ya tanto de aquello… De modo que todo lo que está pasando ahora también voy a olvidarlo. Porque realmente aún no soy yo. Todavía me están haciendo.

Precisamente ahora, pienso mucho acerca de esa gente de la India. No sé por qué lo hago. Pienso que lo más correcto sería sentarlos en una mesa y darles de comer. Pienso que sería una buena cosa hacerlo. Pero imagino que cuando me interese en aprender cómo funcionan las cosas dejaré de pensar así. Y espero simplemente olvidarlo.

Estoy todavía aquí, llorando, junto al cajón abierto lleno de todo ese extraño mundo de cosas. Finalmente lo he conseguido.

—¿Qué es lo que deseas?

Es demasiado tarde para saber si hay realmente caramelos aquí. Siempre lo es. Ella nunca perdería el tiempo necesario para rebuscar conmigo. Es demasiado tarde para saber qué es esa cosa que no tiene ninguna utilidad concebible. He estado llorando durante tanto rato que siento que me duele y no puedo dejar de llorar.

—¿Qué es lo que quieres?

Quiero empezar a olvidar. Como por ejemplo lo que me hacen a veces, por la noche, para modelar mi personalidad. No saben hasta qué punto deseo olvidarlo. Y falta aún tanto tiempo, tanto, tanto, tanto tiempo… A veces no sé si podré resistir hasta entonces. Tengo que apresurarme y empezar a olvidar.

—¡Quiero apresurarme y tener cuatro años!

* * *

En Desde la imprenta oficial del gobierno he intentado proyectar un futuro en el cual la educación de los niños implique inculcarles terror en sus corazones con la esperanza de producir individuos más creativos. Quizás eso no sea tan distinto de lo que siempre hemos estado haciendo, con nuestras estremecedoras historias de brujas, duendes, espíritus malvados y amenazas del infierno. Desde mi punto de vista, los niños son nuestro producto más importante, y debería ser el mejor tratado; sea como fuere, uno sólo necesita escuchar atentamente lo que hablan los niños para oír la historia del futuro.

La región de los grandes caballos

R. A. Lafferty

Miren por la ventana. ¿Qué es lo que ven? La lucha de las pandillas en la esquina, con los adolescentes dándose en la cara con abrebotellas; el afilador de cuchillos con su carrito multicolor y sus campanillas tintineantes; una mujer gruesa con un vestido estampado demasiado corto para sus gordas piernas, cortando el césped; un incendio de gran magnitud con niños atrapados en el quinto piso; un perro rabioso aferrado a la pierna de un vendedor de literatura de los Adventistas del Séptimo Día; un inicio de lucha racial con un representante del Movimiento para la Acción Revolucionaria en un camión de propaganda. ¿O nada de eso? No se necesitan poderes especiales de observación para catalogar lo inclasificable. Pero miren de nuevo. ¿Qué es lo que ven? ¿Qué ven normalmente? Una calle vacía. Ahora, cataloguen:

Aceras, sin las cuales los coches circularían por el césped de delante de las casas. Buzones, sin los cuales el contacto con el mundo quedaría disminuido. Postes de teléfono y de electricidad, sin los cuales las comunicaciones se detendrían con un chirrido. Desagües, cloacas y bocas de acceso al alcantarillado, sin los cuales se verían ustedes inundados cuando lloviera. El pavimento, sin el cual su coche no duraría ni un mes sobre las rocas desmenuzadas y aplanadas. La brisa, sin la cual, bueno, un día no es un auténtico día. ¿Qué son todas estas cosas? Son lo obvio. Tan obvio que se convierte en invisible. ¿Por delante de cuántos buzones y bocas de incendio pasan ustedes cada día? ¿Ninguno? Difícil. Pasan ustedes por delante de docenas, pero no los ven. Son los elementos increíblemente valiosos, absolutamente necesarios, totalmente ignorados de una comunidad que funciona bien.

La ficción especulativa es una pequeña comunidad. Tiene sus residentes visibles y llamativos. Knight, Sheckley, Sturgeon, Bradbury, Clarke, Vonnegut. Los vemos y tornamos nota de ellos, y sabemos que están ahí y lo que hacen. Pero la comunidad no reparará en el otro millar de tranquilos autores que también están ahí, esos que escriben historia tras historia, no un trabajo oscuro sino excelentes historias, una y otra vez. El tipo de relato que se lee de un tirón y que, una vez finalizada la lectura, hace pensar y exclamar: «Ésa es una buena historia». Y olvidamos inmediatamente quién la escribió. Quizá más tarde recordemos la historia. «Oh, sí, recuerdo esa en la que…», y luego parpadeamos y decimos: «Pero ¿cómo demonios se llamaba el tipo que la escribió? Ha hecho un montón de cosas, sí, un autor bastante bueno…».

El problema es un asunto de acumulaciones. Cada historia, considerada aisladamente, es excelente. Pero de algún modo nunca forman una totalidad, la imagen de un escritor, la perspectiva de una carrera. Eso es lo triste pero evidente acerca de R. A. Lafferty y de su lugar en la ficción especulativa.

Lafferty es un hombre sustancial, cuya obra es notable. No sólo es competente ficción, sino también ficción genuinamente ejemplar. Lleva escribiendo desde hace… ¿cuántos años? ¿Más de seis pero menos de quince? Algo así. Sin embargo apenas es mencionado cuando los fans se reúnen para discutir de Autores. Incluso pese a figurar en numerosas antologías, ser incluido en los Year's Best SF de Judith Merril en varias ocasiones y en los World's Best de Carr-Wollheim dos veces, y haber aparecido en casi todas las revistas de ciencia ficción, es el hombre invisible.

Aquí debo rectificar. Raphael Aloysius Lafferty saldrá, hablará, hará una declaración, y luego podrán leer ustedes otra de sus extraordinariamente brillantes historias. Y maldita sea, ¡esta vez recuerden!.

Habla Lafferty:

No necesariamente por este orden, tengo cincuenta y un años, soy soltero, ingeniero electrónico técnico, y estoy gordo.

Nací en lowa, fui a Oklahoma cuando tenía cuatro años, y excepto cuatro años en el ejército he permanecido allí toda mi vida. También un año como funcionario menor en Washington D. C. La única universidad a la que he acudido fue un par de años a la escuela nocturna de la Universidad de Tulsa, hace ya mucho tiempo, donde estudié principalmente matemáticas y alemán. He pasado cerca de treinta años trabajando en el campo de la electricidad para subcontratistas, principalmente como comprador y controlador de precios. Durante la segunda guerra mundial estuve destinado en Texas, Carolina del Norte, Florida, California, Australia, Nueva Guinea, Morotai (Islas Orientales Holandesas, hoy Indonesia) y las Filipinas. Fui un buen sargento de estado mayor, y en un momento determinado podía hablar bastante bien el malayo y el tagalo (de las Filipinas).

¿Qué puede decir un hombre de sí mismo? Nunca cosas importantes. Fui un enorme bebedor durante algunos años, y lo dejé hace seis. Eso creó un vacío; cuando uno abandona la compañía de los más interesantes bebedores, abandona algo pintoresco y fantástico. Así que lo sustituí escribiendo ciencia ficción. Algo que leí en una revista de escritores me dio la estúpida idea de que la ciencia ficción era un género fácil de escribir. Para mí no lo es. No me alimenté de ella como parecen haberlo hecho la mayoría de los escritores del género.

Mi hobby es el lenguaje. Cualquier lenguaje. Me he gastado al menos un millar de dólares en gramáticas, libros de lecturas, diccionarios y cursos por correspondencia de todas clases. He conseguido llegar a leer bastante bien todas las lenguas románicas, germánicas y eslavas, al igual que el irlandés y el griego; pero realmente el español, el francés y el alemán son las únicas que leo fácilmente a una respetable velocidad. Soy católico del tipo pasado de moda o conservador. En cuanto a la política, soy el único miembro del Partido Centrista Norteamericano, cuyo programa expondré algún día en una historia de Utopía irónica. Soy un andarín compulsivo; déjenme solo en una ciudad extraña, y habré explorado a pie hasta los últimos rincones en una semana. No me considero un tipo demasiado interesante.

De nuevo el recopilador, para un comentario final. Lafferty es casi tan poco interesante como sus historias. Lo cual no es poco decir. Como testimonio a favor en este pleito contra la propia afirmación de R. A. de que es poca cosa, aquí tienen esta historia, una de mis favoritas en este libro.

* * *

«Vinieron y nos quitaron el país», había dicho siempre el pueblo. Pero nadie comprendía.

Dos ingleses, Richard Rockwell y Seruno Smith, recorrían en un buggy el desierto de Thar. Era una comarca desolada, rojiza, más roca que arena. Daba en cierto modo la impresión de que le habían arrancado el manto fértil, dejando al desnudo el árido subsuelo.

Oyeron un trueno, y eso les intrigó. Se miraron, el rubio Rockwell y el moreno Smith. Jamás tronaba en toda la región, entre Nueva Delhi y Bahawalpur. ¿Con qué tronaría ese seco desierto de la India septentrional?

—Vayamos por estas lomas —le dijo Rockwell a Smith, e hizo subir el vehículo por una cuesta—. Aquí nunca llueve, pero una vez quedé atrapado en un riachuelo, en una región donde jamás llovía, y por poco me ahogo.

Volvió a tronar, un trueno sonoro y retumbante, como si quisiera confirmarles que estaban oyendo bien.

—Este riachuelo se llama Kuti Tavdavi, Río Pequeño —dijo Smith, misteriosamente—. Me pregunto por qué.

Dio un respingo, como si a él mismo le sorprendiese lo que acababa de decir.

—Rockwell, ¿por qué he dicho eso? Nunca en mi vida había visto este riachuelo. ¿Cómo acudió a mi mente semejante nombre? Sin embargo, es el tipo de arroyo que, si alguna vez lloviese en estas tierras, podría convertirse en un riachuelo. Aquí no pueden caer lluvias significativas. No hay alturas suficientes para volcar la escasa humedad que podría evaporar el desierto.

—Eso es lo que me pregunto cada vez que vengo —dijo Rockwell, y señaló con un gesto las cumbres que rielaban en la distancia, la Región de los Grandes Caballos, el famoso espejismo—. Si fuera real, la humedad allí condensada caería en lluvias. Y transformaría todo esto en una lujuriosa sabana.

Eran geólogos en busca de minerales; exploraban palmo a palmo las zonas promisorias que había mostrado un relevamiento aéreo. El problema del desierto de Thar era que allí había de todo —plomo, cinc, antimonio, cobre, estaño, bauxita— en proporciones apenas submarginales. Ningún sector del Thar rendiría abultadas ganancias, pero todos ellos resarcirían los gastos.

Ahora relampagueaba en las alturas del espejismo, y eso sí que no lo habían visto antes. El cielo se había nublado y encapotado. Tronaba en ondas sucesivas, y los espejismos sonoros no existen.

—O allí arriba hay un pájaro muy grande y muy movedizo, o está por llover —dijo Rockwell.

Y empezó a llover, una lluvia ligera pero constante. Era un placer sentir esa frescura mientras los dos hombres se zarandeaban en el vehículo recorriendo la tarde. La lluvia en el desierto siempre es un premio inesperado.

De pronto, Smith entonó una alegre canción en una de las lenguas del noroeste de la India, una tonada de ritmo lascivo, aunque Rockwell no entendía las palabras. Abundaba en ritmos dobles y palabras ricas en vocales, como las que podría inventar un niño.

—¿Cómo demonios manejas tan bien las lenguas? —le preguntó Rockwell—. Para mí son difíciles, y eso que tengo una buena formación lingüística.

—Yo no tuve necesidad de aprenderlas. Me bastó recordarlas. Todas se agrupan alrededor del boro jib.

—¿Alrededor del qué? ¿Cuántas lenguas sabes?

—Todas. Las llaman las siete hermanas: punjabi, kashmiri, gujarati, marathi, sindhi, hindi.

—Tus siete hermanas no son más que seis —se burló Rockwell.

—Se dice que la séptima hermana se fugó con un tratante de caballos. Pero a esta séptima doncella se la puede encontrar todavía aquí y allá, alrededor del mundo.

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