Diente Salvaje se puso en pie, con las manos en la cintura, y lanzó un aullido de profundo lamento por la muerte de su compañera de manada. Los demás se unieron a él, aun Ladra-Coches mientras bajaba del árbol.
Los Gemelos de la Flecha de Pedernal, conteniendo el llanto, enderezaron el cuerpo de Tormenta Matutina y le cerraron los ojos.
—¿Por qué? —preguntó Diente Salvaje—. ¿Por qué han venido? ¿Cómo sabían que estábamos aquí? Es como si supieran que el niño estaba naciendo.
—Debemos preguntárselo a mi mentor, Máscara de Cuervo —dijo Ojo de Cielo Azul, al tiempo que asumía forma humana y empezaba a acunar al niño entre sus brazos—. Él lo sabrá.
Los compañeros recogieron el cuerpo de su camarada caída y lo llevaron de vuelta al clan. Sabían que no podían cuidar de un niño ni criarlo. Dado que el bebé era homínido, lo mejor sería que lo criaran sus parientes humanos. Ladra-Coches les recordó que la madre de Tormenta Matutina era humana, un miembro de la tribu de Kwakiutl. Todos estuvieron de acuerdo en que lo mejor sería dejarlo con su abuela.
Sin embargo, lo llevaron primero ante Máscara de Cuervo, el más anciano Theurge de su tribu, un vidente de gran sabiduría al que muchos de los jóvenes Garou consideraban un loco porque a menudo hablaba con acertijos que rara vez recibían respuesta.
—He estado esperando a este niño —dijo el anciano, sentado en la oscuridad de su cabaña, entre el humo de un fuego apagado—. Oí su aullido desde aquí. Tiene una voz poderosa.
—¿Quién es el padre? —preguntó Ojo de Cielo Azul—. Tormenta Matutina no nos lo quiso decir.
—Entonces yo no puedo revelároslo —dijo Máscara de Cuervo—. No quiero enojar a su espíritu. Pero muy pronto se sabrá. Hasta ese momento, el niño debe tener un nombre. ¿Desde qué dirección soplaba el viento cuando nació?
Los miembros de la manada se miraron entre sí, confundidos.
—No lo sé —dijo Diente Salvaje—. Estaba demasiado ocupado matando Perdiciones como para fijarme.
—Espera un segundo —dijo Ladra-Coches—. Creo que venía del norte.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Máscara de Cuervo sonriendo.
—Cuando me arrojó contra los árboles, recuerdo con toda claridad que las ramas se inclinaban en una dirección, hacia el arroyo que hay más allá del claro, que se encuentra al sur. Así que el viento debía de venir desde el norte.
Máscara de Cuervo asintió, como si sus palabras hubieran confirmado lo que él ya sabía.
—Entonces se llamará John Hijo del Viento Norte.
Todos los miembros de la manada asintieron. Les parecía un nombre tan bueno como el que más.
—Llevadlo, pues, a su abuela —dijo Máscara de Cuervo—. Ella no conoce su verdadero linaje. No debéis revelárselo. Debe criar al niño como un humano. Eso lo protegerá de las Perdiciones que temían su nacimiento.
—¿Le temían? —Preguntó Ojo de Cielo Azul—. ¿Por qué? ¿Es que está destinado a alguna grandeza?
—Eso le tocará decirlo a él cuando llegue a ser un hombre. No lo temen a él tanto como a su padre. Temen que algún día llegue a poseer su poder. —Antes de que nadie pudiera decir nada, Máscara de Cuervo se tapó la cara con el chal emplumado—. Ahora marchaos y entregad el niño a su abuela. Pero visitadlo de tanto en cuanto, pues puede que un día se convierta en uno de nosotros.
—¿No deberíamos darle un Fetiche de Pariente para que nos mantenga informados de sus progresos? —preguntó Ojo de Cielo Azul.
Una risilla escapó de las sombras que cubrían el rostro de Máscara de Cuervo.
—No. Ya hay quienes lo vigilan. Nos advertirán si llega el momento. Idos.
Dicho lo cual, el viejo Theurge les dio la espalda y empezó a tararear una vieja tonada cuyas palabras nadie parecía entender en aquellos tiempos.
La manada abandonó la cabaña y llevó a John Hijo del Viento Norte con sus parientes humanos, y lo dejó allí para que fuera criado como humano. Pasarían muchos años antes de que su auténtica condición de Garou le fuera revelada. Pero ni siquiera entonces supo quién era su padre.
Túmulo de Finger Lakes, Estado de Nueva York, en la actualidad…
Albrecht corría. Había atravesado el Puente de Plata desde el Protectorado de la Tierra del Norte hasta Finger Lakes pero cuando estaba llegando al final se le acabó la paciencia y empezó a apretar la marcha. Llevaba dos días presa de una gran ansiedad, desde que dejara el Clan del Cielo Nocturno, en los Balcanes, por un Puente de Plata aún más largo que éste. Una vez en casa, había tenido que informar a su consejo sobre la incompleta victoria obtenida en Europa, donde él y otros muchos habían conseguido impedir la invocación de Jo’clath’mattric, pero sólo después de que el Clan del Cielo Nocturno hubiera perdido docenas de guerreros veteranos en un asalto directo. No se explayó demasiado en su relato y casi de inmediato entró en un nuevo Puente de Plata para dirigirse allí, donde puede que su compañera de manada hubiera muerto ya.
La llamada de Evan, en la que le pedía que acudiera junto a Mari, había sido corta y se había interrumpido por culpa de los típicos problemas de cobertura de los teléfonos móviles. No tenía la menor idea de lo que podía haber ocurrido en las treinta y seis horas trascurridas desde entonces. Albergaba la esperanza de que se tratara de buenas noticias pero su corazón le decía lo contrario. No sabía cuántas desgracias más podía soportar. Lo había sobrellevado bastante bien en Europa, pero las cosas son siempre más fáciles cuando no son tus propios hombres los que caen. Konietzko, por su parte, había perdido muchos camaradas y aliados. Pero el viejo guerrero seguía adelante con la cabeza erguida. Albrecht tendría que hacer lo mismo.
Apenas se atrevía a admitir lo mucho que Mari significaba para él. No como amante o como cualquier otra basura de opereta, sino como amiga, casi como hermana. Sí, pasaban la mayor parte del tiempo como el perro y el gato, pero eso no era más que una fachada aceptada tácitamente por los dos para no tener que admitir que se profesaban sentimientos que hubieran podido considerar empalagosos. Evan se había dado cuenta de ello hacía mucho y había terminado por aceptar aquella manera típica —entre los Garou, al menos— de relacionarse.
La luz lunar del puente dio paso al más profundo índigo de la noche cuando Albrecht puso el pie en tierra firme. Tuvo que frenar su carrera rápidamente para impedir que su impulso le hiciera caer en el claro, un prado situado a cierta distancia del túmulo con el expreso propósito de recibir a los visitantes.
—¡Alto! —exclamó una voz ronca—. ¿Quién osa entrar en este túmulo sin ser invitado?
—¿Sin ser invitado? —dijo Albrecht, incapaz de contener la furia mientras miraba a su alrededor en busca del que había hablado—. Tú has abierto el puente para mí. ¿Quién demonios eres?
—¡Tu peor pesadilla!
Alguien saltó desde atrás sobre la espalda de Albrecht, le rodeó el cuello con un brazo y lo arrojó limpiamente al suelo con una llave de Judo antes de que tuviera tiempo de pensar en reaccionar.
Albrecht gruñó y estuvo a punto de adoptar la forma Crinos, pero entonces vio a su atacante sobre él, sonriendo. Se lo quedó mirando estupefacto y balbució algo ininteligible.
—¿Y bien? —dijo Mari mientras se inclinaba sobre él con los brazos en jarras—. ¿No vas a disculparte por entrar en un túmulo de los Furias Negras sin ni siquiera un «Se puede»?
—Oh, vale, lo siento —dijo Albrecht con una sonrisa de oreja a oreja—. Siento no haber estado aquí para ponerte en tu sitio cuando despertaste. Es evidente que te has desmadrado un poco desde la última vez que nos vimos.
—¿De veras? —dijo Mari—. ¿Y no era así antes de mi coma?
—Me retracto. Lo eras. ¿Cómo he podido olvidarlo? —Le tendió una mano—. ¿No vas a echarle una mano al rey para levantarse? Sobre todo teniendo en cuenta que has sido tú la que lo ha tirado al suelo.
Mari cogió el brazo de Albrecht y dio un tirón. Se unieron en un abrazo cuando él volvió a estar en pie. Lo apretó con fuerza un momento, en silencio, y él le devolvió el abrazo. Por una vez, sabía cuándo debía mantener la boca cerrada. Mari lo soltó y señaló el camino.
—Alani quiere verte, Albrecht. Todo el mundo quiere saber lo que está pasando en el mundo. Evan dice que has estado en Europa. —Sacudió la cabeza—. Confío en que no hayas insultado a nadie durante tu estancia. Si hay alguien que representa a la perfección al clásico paleto americano, ése eres tú.
—Coño —dijo Albrecht—, por supuesto que he insultado a alguien. Pero ya se les ha pasado. Ahora somos colegas. Soy el rey, ¿recuerdas? Eso me convierte en un tipo realmente popular.
Mari echó la cabeza atrás y lanzó una carcajada mientras caminaba junto a Albrecht.
—Oh, sí. Un tipo realmente popular. Y yo me lo creo. Albrecht, si no tuvieras a Evan para cuidar de ti, habría un rastro de cadáveres como testimonio de tus habilidades diplomáticas.
—Bueno, en realidad lo hay, pero son cadáveres de Danzantes de la Espiral Negra.
La mirada de Mari se ensombreció y la sonrisa abandonó su rostro.
—¿Fue duro?
—Sí. Cayeron muchos buenos tipos. Pero no fue en vano. Una colmena entera de Espirales destruida antes de que pudieran convocar a Jo'clath'comocoñosellame. Pero, oye. —Albrecht se detuvo y le puso una mano en el hombro—. ¿Qué me dices de ti? ¿Estás recuperada del todo? ¿Cómo coño te despertaron?
—Estoy bien… O por lo menos lo estaré. Estoy débil pero mis fuerzas están aumentando.
—¿Débil? ¡Si acabas de tirarme al suelo!
—Palanca. Esa clase de movimiento requiere poca fuerza muscular, en especial contra un adversario sorprendido y torpe como tú.
Albrecht rió y sacudió la cabeza.
—Vale, te lo concedo. Será mejor que aproveches el momento, te lo has ganado. Pero a partir de mañana, se acabaron las contemplaciones.
—No las necesito, Albrecht. Puede que mi espíritu haya estado atrapado en un tormento interminable pero ya lo he superado.
—Joder, ¿y qué demonios era eso? ¿Una especie de reino del Wyrm?
—No, era mi propia oscuridad, mi propia historia oculta y negada. Supongo que reprimimos muchas cosas del tiempo anterior a nuestro cambio. Algo de eso volvió para atormentarme.
—¡Albrecht! —exclamó una voz desde más adelante, cerca de la primera cabañas construidas para albergar al clan.
—¡Evan! —respondió Albrecht saludando con el brazo—. Ven aquí. ¿Dónde estabas cuando llegué?
Evan se acercó corriendo y le dio un puñetazo en el brazo.
—Mari quería que fuera una sorpresa. Pensó que sería mejor que te pusiera en tu sitio en cuanto llegaras para que no empezaras con tu típica rutina de «he estado pateando culos en Europa».
—Eh, aún tengo la intención de darme ese gustazo, chico. Me lo merezco. Las cosas no han sido fáciles por allí.
—Estoy seguro de ello. Me alegro de que hayas vuelto. Me alegro de que hayamos vuelto todos.
Mari sonrió y lo despeinó. Ahora era mucho mayor que cuando lo había ayudado a superar su Cambio y los peligros que éste acarreaba, pero seguía sintiendo por él un afecto propio de hermana mayor.
—Vamos, Alani está esperando.
Doblaron juntos el recodo y se encontraron frente a un grupo de mujeres de todas las edades reunido en los escalones de una cabaña algo más grande que las demás. El porche estaba iluminado por la luz de las ventanas, que subrayaba el rostro de la más vieja de ellas, una anciana de color.
—Saludos, Rey Albrecht —dijo Alani Astarte, líder del Clan de la Mano de Gaia—. Me alegro de verte de regreso de una pieza.
—Hola, Alani —dijo Albrecht—. Gracias, y gracias también por curar a mi compañera de manada.
—Yo no fui la que curó a nuestra hermana. Eso has de agradecérselo a la manada del Río de Plata. Fueron ellos, la Tercera Manada de la profecía de Antonine, quienes regresaron con el conocimiento necesario para traerla desde la oscuridad.
—¿De veras? ¿Dónde están? Quiero darles las gracias en persona.
—Esperan dentro, con los demás visitantes, impacientes por oír noticias del ancho mundo.
—Muy bien, vamos dentro para que pueda contároslo con todos los detalles jugosos.
Indicó a Alani que pasara delante. El diplomático gesto hizo que la anciana sonriera y asintiera. Algunos dirían que, como rey, tenía derecho a pasar antes que los demás, pero aquél era el clan de Alani, que además llevaba mucho más tiempo que él entre los Garou. Eran gestos como éste los que habían hecho que gozara de gran popularidad entre las demás tribus, que de otro modo se hubieran mofado de la simple idea de que un Colmillo Plateado pudiera tener alguna autoridad sobre ellos como rey.
En el interior, la sala estaba llena de mesas y bancos y parecía el comedor de un campamento. Los aromas de la comida se colaban desde la cocina de la parte trasera. Había hombres y mujeres en los bancos, conversando entre sí. Las mujeres eran mucho más numerosas y en general los presentes se agrupaban por sexo. La mayoría estaba compuesta por las Furias que vivían allí. Entre ellas había algunos Hijos de Gaia, que compartían el túmulo pero no desempeñaban un papel tan importante en su dirección.
Todas las conversaciones cesaron cuando entró Alani, seguida por el rey Colmillo Plateado y su manada. La manada del Río de Plata, sentada a la derecha de la entrada junto a una mujer que parecía una hippie de mediana edad, se levantó como muestra de respeto hacia ellos. La mujer hizo lo mismo, al tiempo que sonreía y saludaba a los recién llegados.
Albrecht parecía sorprendido de verla.
—¿Perla del Río? Hacía mucho que no te veía.
—Ha pasado algún tiempo, rey Albrecht. La labor de mi tribu con los niños heridos por la Séptima Generación marcha muy bien, gracias a ti.
—No, esa gloria os corresponde a vosotros. No me canso de repetirlo. Alguien tiene que curar a esos niños y los Hijos de Gaia os presentasteis voluntarios para hacerlo. Me alegro de que estés aquí. De no ser así, os habría enviado un mensaje desde Tierra del Norte a tus Talones de Plata y a ti. Tengo algo que anunciar.
—Estoy impaciente por oírlo —dijo ella.
—Y en cuanto a vosotros —dijo Albrecht dirigiéndose a la manada del Río de Plata—, nunca podré agradeceros lo suficiente lo que habéis hecho. Aún no he oído la historia pero Mari dice que fuisteis vosotros los que la curasteis.
—Oh, no es nada —dijo Julia mientras se alisaba el vestido. Estaba perfectamente almidonado pero se lo había arrugado tan a menudo en las aventuras que su manada había vivido en los últimos tiempos que se había acostumbrado a hacerlo. Prosiguió con su cultivado acento británico—. O sea, una vez que descubrimos que los espíritus del saber estaban atrapados dentro de las Perdiciones del Saber, tuvimos una buena pista para ayudarla.