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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

Wendigo (8 page)

BOOK: Wendigo
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—Pero… —empezó a decir John.

Silencio
, dijo Ojo de Tormenta, tendida en forma Lupus en el asiento trasero para que no pudieran verla desde los otros coches al pasar.
Hemos tomado una decisión. Basta de palabras
.

John asintió. No quería que sus compañeros de manada se arriesgaran en lo que sin duda iba a ser la parte más peligrosa de su aventura, pero le enorgullecía que no quisieran ni siquiera discutirlo.

Mientras se reclinaba en su asiento y empezaba a preguntarse qué sería lo que le deparaba el futuro, se dio cuenta de lo cansado que estaba. Se le había agotado el viento, por decirlo de alguna manera, y de repente se sentía exhausto. Cerró los ojos y se quedó dormido en cuestión de minutos.

Soñó que volvía a estar en la nieve, junto a la fogata con el ciervo. El fuego casi se había apagado. Apenas quedaban unos rescoldos que humearían aún por algún tiempo. Oyó algo en el viento, como un graznido, el sonido de una bandada de pájaros. Asustado de repente, se echó al suelo y apagó el fuego con nieve para extinguirlo.

Una bandada de aves negras apareció en el horizonte. Volaban hacia él profiriendo salvajes graznidos. Escuchó un suave retumbar en la nieve que se iba haciendo más fuerte a cada segundo que pasaba y apareció a la carrera una liebre blanca, que puso en fuga a la bandada de aves. Lo vio con el rabillo del ojo, se detuvo y le habló:
Hijo del Viento, busca refugio
. A continuación se alejó y se perdió en el paisaje.

John se levantó de un salto y echó a correr en la misma dirección en la que había desaparecido la liebre. La nieve que caía estaba cubriendo ya las huellas. Vio unas formas negras delante de él, inmóviles, y se dio cuenta de que eran árboles. Se escondió entre los pinos con alivio, al mismo tiempo que los graznidos pasaban sobre su cabeza. Las aves sobrevolaron varias veces los árboles, como si estuvieran confusas por haber perdido a su presa.

Se ocultó bajo un árbol y se pegó a su tronco, con la esperanza de que las ramas del pino, cubiertas de aguja, lo escondieran. No comprendía qué era lo que lo asustaba tanto, pero sentía que, fuera lo que fuese, exudaba de los pájaros como una nube de miedo. Sus instintos le decían que se escondiera pero su mente empezaba a preguntarse el porqué. ¿Lo engañaban sus instintos? ¿No sería mejor que se enfrentara abiertamente a sus enemigos?

Hubo un sonido chirriante cerca de su rostro y vio que uno de los pájaros se posaba en una rama. Lo miró directamente. Sin pensarlo dos veces, le clavó la lanza en el pecho. El pájaro batió las alas, sorprendido, miró la lanza y a continuación cayó muerto.

El resto de la bandada siguió su camino y sus graznidos se fueron perdiendo en la distancia. Cuando dejó de oírlos, salió de debajo del árbol y clavó la punta de la lanza en el suelo. Sacó con el pie el cadáver del pájaro, que dejó un rastro de sangre negra en el suelo.

De repente se sintió mareado y estuvo a punto de caer al suelo, pero se apoyó en el árbol para recobrar el equilibrio. Notó un peso en el hombro izquierdo y al volverse vio otro pájaro, que le estaba succionando la sangre de la herida abierta.

Trató de espantarlo, pero el animal se negó a moverse. Cada segundo que pasaba se sentía más débil y trató de recordar lo que debía hacer. Ni siquiera se acordaba ya de su nombre o de la razón de su presencia allí.

Una voz le habló desde la base del árbol. La liebre estaba allí, sacudiendo la cabeza. Necio.
Has olvidado lo que tu padre te enseñó y has desperdiciado el regalo de los Ancestros Animales
.

Quería responder, pedir a gritos la ayuda de su padre, pero no era capaz de recordar ni siquiera quién era su padre. El pájaro profirió un graznido de júbilo mientras seguía dándose un festín en su hombro.

John despertó con un sobresalto. Carlita lo estaba zarandeando por el hombro.

—¡Uau! —dijo la chica mientras apartaba la mano como si estuviera a punto de mordérsela—. Menuda pesadilla debe de haber sido. Despierta, chico. Casi hemos llegado. Grita Caos quiere saber si quieres que te compre algo mientras ponemos gasolina.

John miró a su alrededor y vio que habían parado en una gasolinera. Fuera era noche cerrada. Grita Caos estaba junto a la puerta del coche, con aspecto preocupado.

—Parece que hayas visto un fantasma.

—Uh… un mal sueño, nada más —dijo John—. Supongo que varios días de privaciones en la Umbra no se curan así como así en el mundo real. Sí… eh, tráeme un poco de agua, ¿quieres? Y algo de papeo si es posible.

—Claro —dijo Grita Caos mientras se dirigía a la tienda de la gasolinera.

Ojo de Tormenta apoyó las patas delanteras en el asiento trasero, entre los hombros de John y Carlita.
Aquí estás a salvo
, dijo.
No volveremos a perderte
.

—Gracias —dijo John—. Te creo.

Cuando Julia y Grita Caos regresaron, traían una bolsa con bebidas y aperitivos.

El resto del viaje trascurrió en silencio, a excepción de los ruidos que hacían al engullir los aperitivos. Su apetito sorprendía a John. Habían tomado una buena comida hacía sólo unas pocas horas y ya estaban comiendo otra vez. Sospechaba que sus cuerpos, acostumbrados a grandes períodos de carencia, habían decidido aprovechar para hacer acopio de reservas mientras hubiera de sobra.

Unas pocas horas después, mientras una luz pálida aparecía en el horizonte, entraron en el camino que conducía a la Finca Morningkill. Eso era lo que decía el cartel, un título para tranquilizar a los humanos con respecto a los ocupantes de la vasta hacienda. Los Garou conocían la verdad: para ellos, era la corte del rey Colmillo Blanco.

Al llegar a las puertas, Julia frenó junto a un timbre con micrófono. Antes de que su mano pudiera tocar el botón de la ventanilla, se quedó helada. Una línea de rostros se había asomado por encima del muro, apuntándolos con rifles. Las puertas se abrieron lo justo para dejar salir a un grupo de cinco hombres y mujeres, vestidos con lo que parecían uniformes de SWAT.

Se desplegaron alrededor del coche. Uno de ellos tenía un cargador en la mano izquierda y lo estaba moviendo para atraer su atención sobre él. Señaló con el dedo índice la primera de las balas. Todos pudieron ver que era de plata.

—Nombre y razón de su visita —dijo uno de ellos mientras apoyaba el cañón del arma contra la ventanilla medio abierta de Julia.

—Esto no tiene buena pinta —dijo Carlita.

Capítulo siete

—Nombre y razón de su visita —repitió el guardia. Esta vez apuntó a Julia con su arma.

Ésta levantó las manos y a continuación empezó a acercar lentamente la izquierda al botón de la ventanilla. El guardia no respondió con violencia así que apretó el botón y la ventana empezó a bajar.

—Me llamo Julia Spencer. Estamos aquí para ver a… —Trató de recordar el nombre humano del rey Albrecht, por si se habían equivocado de dirección. No quería empezar a revelar secretos de los Garou a unos guardias de seguridad ordinarios. Sin embargo, las balas de plata parecían demostrar que estaban en el lugar apropiado, o que éste había sido tomado por un grupo paramilitar de cazadores de licántropos—. Estamos aquí para ver a Jonas Albrecht.

El guardia asintió.

—¿Por qué?

—Nos ha invitado. Nos hemos visto hace poco en Finger Lakes.

Los demás guardias rodearon el coche, sin apartar la mirada de los miembros de la manada, que los miraban a su vez con aire nervioso, a excepción de Carlita, que tenía el ceño fruncido. Ojo de Tormenta se acurrucaba en la parte trasera, tratando de aparentar que era un perro doméstico y no un lobo.

John les susurró a los demás:

—¿Veis las insignias del brazo? Ese dibujo parece un dragón con una espada clavada. Creo que es un símbolo de la Casa Enemigo del Wyrm. Es la casa de Albrecht. Esos tíos tienen que ser Colmillos Plateados.

—¿El nombre de su manada? —preguntó el guardia.

Julia dejó escapar un suspiro. Era la confirmación inequívoca de que los guardias sabían la verdad.

—Manada del Río de Plata. ¿Y quiénes sois vosotros?

—Seguridad de la corte. —Bajó el arma e hizo un gesto con su otra mano en dirección al camino—. Sigan el camino hasta el aparcamiento. Allí les indicarán dónde pueden aparcar. Háganlo donde les indiquen y no en otro sitio. No paren el coche hasta entonces y no salgan a menos que se lo ordenen los hombres de seguridad. ¿Comprendido?

—Sí —dijo Julia—. Pero ¿por qué? Nunca había visto nada parecido. ¿Para qué tanta seguridad?

—Se lo explicarán todo dentro. Sigan.

Les indicó con un gesto del arma que dejaran de hablar y siguieran adelante. La puerta de hierro, accionada evidentemente por uno de los guardias, se abrió de par en par. Durante todo el tiempo que había trascurrido, los demás guardias habían seguido apuntando a la manada con sus armas. Mientras Julia introducía el coche en la parcela, los guardias los siguieron al interior y a continuación volvieron a tomar posiciones en el muro.

—La hostia —dijo Carlita—. Creía que eran de la ONU o algo así. ¿Qué coño está pasando? Es sólo una reunión, ¿no?

—Evidentemente ha pasado algo desde la última vez que hablamos con Albrecht —dijo Grita Caos—. Algún fallo de seguridad en el túmulo que los ha puesto a todos de los nervios.

—¿Crees que esos tíos eran Garou o Parentela? —preguntó Carlita.

—No lo sé. Puede que una mezcla de ambos —dijo Grita Caos.

Mirad allí
, dijo Ojo de Tormenta mientras seguía con la mirada algo que había en los bosques y que jalonaba la carretera. Los demás se volvieron hacia donde les indicaba pero no vieron nada salvo los árboles.

—¿Qué es? —preguntó John Hijo del Viento Norte.

Más seguridad, Lobos. Se ocultan bien
.

—Bueno, ahí está el aparcamiento —dijo Julia. Habían llegado al final del camino, que discurría alrededor de una mansión y culminaba en un gran aparcamiento. Había muchos otros coches allí pero no estaba lleno ni de lejos. Un guardia de seguridad, en este caso una mujer vestida de negro, les indicó un sitio vacío.

Tenía un walkie-talkie en la mano.

—Ésa parece más del Servicio Secreto que del SWAT —dijo Carlita.

Después de que Julia hubiera detenido el coche y apagado el motor, la mujer del traje negro se acercó a la ventanilla.

—Bienvenidos, Manada del Río de Plata. Disculpen la frialdad de la bienvenida. Se lo explicarán todo en la corte. Si siguen el camino de piedra alrededor de la mansión hasta el campo del otro lado, verán el trono. La corte los espera allí.

—Gracias —dijo Julia mientras salía del coche—. ¿Es que hay algún peligro inminente? ¿Debemos estar especialmente atentos a algo concreto?

—Una incursión que ya ha sido neutralizada. La seguridad sólo tiene por objeto garantizar que no haya otras y la reunión no sea interrumpida.

Se despidió con un gesto breve de la cabeza y se situó en mitad del aparcamiento, para esperar la llegada de más coches.

—Bueno, supongo que ha dicho todo lo que tenía que decir —dijo Grita Caos—. Parece que a partir de aquí seguimos solos.

—Vamos —dijo Julia—. Quiero averiguar lo que ha ocurrido.

La manada siguió por el camino que se le había indicado, una vereda de losas, cada una de las cuales, plana y suave, estaba separada por un amplio trecho de hierba.

Condujo al grupo al otro lado de la gran mansión. Al llegar allí vieron un gran espacio abierto.

—Uau —dijo Carlita—. Cuando dicen «corte» lo dicen en serio.

Se habían dispuesto tiendas de campaña en varias filas alrededor de un gran roble lo bastante antiguo como para haber estado allí cuando llegaron los primeros colonos ingleses. Las mesas y sillas que había debajo de las lonas sugerían que sería allí donde se sentarían los invitados durante la reunión. Por el momento, sólo la servidumbre se movía entre ellas, poniendo platos, copas y cubiertos en cada sitio. Parecía que además iba a ser una fiesta.

En la base del roble había un trono tallado, con el pictograma de los Colmillos Plateados grabado con toda claridad en la parte alta. El rey Albrecht estaba allí sentado, hablando con un caballero muy elegante que tenía un sujetapapeles en las manos. Levantó la mirada y vio a la manada. Sonrió y los saludó con un gesto.

—Vaya, esto no es algo que se vea todos los días —susurró Carlita a los demás mientras se acercaban al trono—. Se parece un poco a aquella película de John Goodman,
Ralfie, un Rey de Peso
.

—¿A qué te refieres? —dijo Julia—. Albrecht no es un pariente lejanísimo que ha recibido el trono por mera casualidad. Lleva la Corona de Plata, por el amor de Gaia.

—Sí, pero míralo: vaqueros azules, Doc Martens. Todo el mundo aquí va muy elegante. Es un contraste curioso, ¿no te parece?

—Muy americano, supongo —dijo Julia. Hizo un gesto a Carlita para que se callara cuando llegaron a la base del tronco. El caballero bien vestido que esperaba junto a Albrecht, que Julia tomó por un oficial del túmulo, los examinó con una ceja enarcada pero no hizo ningún comentario.

—Saludos, rey Albrecht —dijo mientras le ofrecía su mano—. Confío en que no hayamos llegado tarde.

—Llegáis pronto —dijo Albrecht al tiempo que se levantaba y le estrechaba la mano. A pesar de su aspecto desastrado, sabía comportarse—. La reunión empieza mañana por la noche. ¿Habéis tenido algún problema en el norte, con los Wendigo? Parece ser que Aurak Danzante de la Lluvia va a venir, así que lo que sea que hayáis hecho ha funcionado.

Los miembros de la manada se miraron unos a otros sin saber muy bien qué decir. Fue John el que tomó la palabra:

—No nos hemos visto con Aurak. Ni siquiera nos había hecho llamar. Fueron los espíritus. El viaje era un examen de mi valía.

Albrecht guardó silencio un momento mientras los examinaba de arriba abajo.

—Espíritus, ¿eh? Sí, ahora me fijo en esa enorme cicatriz de tu hombro. No recuerdo que estuviera allí la última vez que nos vimos. Son tiempos extraños. ¿Qué querían de ti?

—Saber si podría cumplir con mi deber hasta el final.

—¿Deber? ¿Te refieres al asunto de Jo’clath’mattric? Creo que habéis demostrado vuestro valor más que de sobra. ¿Los espíritus no estaban convencidos?

—Mi padre tenía que convencerse por sí mismo.

—¿Sí? ¿Y por qué necesitaba tu padre meter a los espíritus en este asunto? ¿Por qué no se dirigió a ti en persona? ¿O se trata de algún ritual propio de los Wendigo?

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