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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

Wendigo (7 page)

BOOK: Wendigo
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—Pero con los vientos, al menos podremos llegar hasta allí. Nuestras garras y colmillos harán el resto.

—¡Ése es el espíritu! Y no te olvides de tu lanza. Después de todo lo que ha pasado, tal vez te convenga echarle un vistazo.

John levantó la lanza y advirtió que una capa de hielo envolvía la punta de pedernal. A pesar de que cada vez hacía más calor, ni siquiera había empezado a fundirse. Le dio unos golpecitos con el dedo.

—Dejaremos eso por ahora —dijo Ladra-Coches—. Piensa en ella como otro regalo, en este caso de los Ancestros Animales, por haber mantenido el pacto ancestral.

—No sé cómo darte las gracias —dijo John mientras levantaba la mirada de la lanza.

Pero Ladra-Coches ya había desaparecido. Así como la nieve y el hielo. Se encontraba en un pequeño claro, rodeado de árboles, de nuevo en el mundo físico.

Capítulo seis

Ojo de Tormenta temblaba de furia, con el vello erizado, la mirada entornada y los labios retraídos para mostrar su peligrosa dentadura. Su gruñido aumentó de volumen. Saltaba a la vista que estaba a punto de perder los estribos.

—Eh… —dijo Pie Velludo mientras se apartaba un paso de la loba—. ¿Alguien puede calmarla?

—¿Y por qué íbamos a hacerlo? —dijo Carlita—. Joder, yo estoy casi tan cabreada como ella. ¿No deberíamos machacarte todos?

Pie Velludo se detuvo y separó las piernas, como si se estuviera preparando para recibir un ataque.

—Porque no os gustará verme enfadado, chicas. Y me enfado con facilidad… —Mientras decía esto, sus ojos empezaron a lanzar destellos de furia y la boca se le llenó de saliva. Empezó a ladrarle a Ojo de Tormenta y ésa fue la gota que colmó el vaso. La loba saltó sobre él, lo golpeó en el pecho y lo derribó. Pero estaba preparado para el ataque: le clavó las garras en la espalda y empezó a desgarrarle el pelaje desde el cuello a la cola.

—¡Que alguien los detenga! —dijo Grita Caos—. ¡Si lo perdemos nunca recuperaremos a John!

Corrió hacia ellos y extendió los brazos hacia Ojo de Tormenta para tratar de separarla del glotón. Pero antes de que sus manos llegaran a tocarla, Pie Velludo empezó a desvanecerse, como los fantasmas de las películas al llegar el amanecer.

El glotón dejó de luchar, ajeno aparentemente al hecho de que una loba estaba lanzándole dentelladas a la inmaterial garganta.

—¡Oh, si antes lo digo…! —exclamó—. Bueno, fue magnífico mientras duró…

Desapareció del todo.

Ojo de Tormenta se detuvo y sacudió la cabeza, como si se la hubiera mojado y estuviera tratando de secársela. Miró a su alrededor con aire confuso, sin comprender lo que acababa de ocurrir.

—Ha regresado a la Umbra —dijo Julia—, pero no por decisión propia. Si lo que ha dicho era cierto, significa que John debería…

Un aullido resonó en los bosques, no muy lejos. Todos ellos echaron la cabeza atrás y respondieron. John devolvió la llamada, con una nota de exaltación y alivio y a continuación empezaron a buscarse unos a otros con sus aullidos.

Carlita fue la primera en verlo, de pie en un pequeño claro situado a poco más de un kilómetro del lugar en el que habían visto por última vez a Pie Velludo. Corrió hacia él y lo abrazó. Podría haber derribado a una persona normal con la fuerza de su bienvenida pero John apenas se movió. Le devolvió el abrazo.

—¿Qué demonios ha pasado? —dijo Carlita—. ¿Qué es todo eso sobre tu padre?

—Era una prueba —dijo John—. Y la he pasado.

Todos los demás llegaron corriendo y se unieron en un abrazo colectivo. Hasta hacía pocas semanas, semejante muestra de afecto desnudo hubiera resultado incómoda para ellos, pero ya no, después de lo que habían pasado en sucesivas batallas en el mundo real y en al Umbra.

John levantó la mirada al cielo y el sol, cada vez más próximo al horizonte.

—¿Cuántos días han pasado? ¿Ha empezado ya la reunión?

—¿Días? —dijo Julia—. Han sido unas ocho horas como mucho. Hemos pasado este tiempo persiguiendo a Pie Velludo y tratando de sacarle respuestas, aunque no ha servido de mucho. ¡Ni siquiera era un Garou! Sólo era una especie de espíritu burlón, un glotón.

John pareció confundido al oír el poco tiempo que había trascurrido.

—He estado vagando durante días. Estoy seguro. No podrían haber sido horas.

—El tiempo hace cosas raras en la Umbra —dijo Grita Caos—. El reino en el que has estado debía de operar con principios diferentes de día y noche.

—Tengo curiosidad por saber en qué reino estabas —dijo Julia—. ¿Qué demonios ha ocurrido?

—¡Santa Madre de Dios! —exclamó Carlita mientras dejaba de abrazarlo y examinaba el hombro izquierdo de John y las marcas de garras que había allí—. ¡Alguien te ha dado un mordisco! Es asombroso que siga vivo. —Apretó delicadamente la herida con los dedos—. ¿Te duele mucho?

—Nada —dijo John—. Lo creas o no, está curada por completo. No va a mejorar. Pero el brazo no ha perdido funcionalidad. No tiene sentido pero creo que tiene que ver con que derroté al monstruo que me la hizo. Cuando lo vencí, su poder sobre la herida menguó. Pero es una preciosa cicatriz de batalla. Algo que enseñar alrededor del fuego.

—Y que lo digas —dijo Grita Caos—. ¡Cuéntanoslo todo! Ahí hay una gran historia. ¡Estoy impaciente por contarla en la gran reunión!

John pareció sorprendido al oír esto.

—¿Tan pronto? No sé… La reunión no es sobre mí.

—Ahora no te pongas humilde —dijo Grita Caos—. No es una característica muy Garou que digamos. Además, tengo la impresión de que una pequeña historia sobre una victoria espiritual es precisamente lo que necesitamos para subir la moral a las tropas o al menos ganarnos el respeto de los Theurge que haya allí.

John asintió un poco avergonzado, aunque no sabía por qué. Siempre había querido tener una gran historia de honor, gloria y sabiduría que contar y ahora por fin la tenía. Y además, con el atractivo añadido de un nacimiento mítico. Pero, por alguna razón, se le antojaba demasiado privada para compartirla con toda la nación Garou. Al menos tan pronto.

—Mirad, os lo contaré todo —dijo—. Pero no aquí, de noche en el bosque. Se ve que tenéis frío. Además, tenemos que llegar a la reunión.

—Oh, mierda —dijo Julia—. ¿Cómo? No tenemos coche.

—Bueno —dijo Grita Caos—, apuesto algo a que la camioneta de Pie Velludo sigue allí. Es imposible que fuera espiritual. Seguro que la robó en cuanto se materializó.

—Al menos podemos utilizarlo para llegar hasta una agencia de alquiler de vehículos mañana por la mañana —dijo Julia—, en la ciudad más próxima, sea cual sea.

Entonces vamos
, dijo Ojo de Tormenta, ansiosa por ponerse en marcha y llegar a la reunión antes de que algo más pudiera interponerse en su camino.

Regresaron a la casita por el bosque. La camioneta de Pie Velludo seguía allí, pero también la del indio. Estaba oscureciendo así que subieron al vehículo tan sigilosamente como les fue posible, todos ellos en forma de lobo salvo Carlita, que permaneció en forma humana. Ella conduciría.

Los lobos subieron a la parte de atrás, mientras Carlita abría la puerta del conductor lo más silenciosamente posible. Aun así, la puerta emitió un crujido.

Sonó una voz desde el interior de la casa, a través de una ventana abierta.

—¡Joder! ¡Ese bastardo ha vuelto! ¡Le voy a romper otra botella en la cabeza! —La voz se iba haciendo más fuerte conforme hablaba, dirigiéndose aparentemente a la puerta trasera. Pero Carlita ya estaba arrancando la camioneta. Era capaz de hacer un puente en quince segundos. Estaba pisando el acelerador al cabo de ocho.

—¡Eh! —gritó el joven indio mientras aparecía en la puerta trasera con un bate de béisbol, preparado para utilizarlo. Se detuvo al ver que Carlita daba marcha atrás y entonces, al reparar en la jauría de lobos que viajaba en la parte de atrás, se quedó con la boca abierta. La camioneta retrocedió a toda velocidad por el camino de tierra y frenó cuando estaba a punto de chocar con la otra. A continuación, Carlita metió primera y salió disparada hacia el camino principal, en la dirección que, según les había dicho John antes, conducía probablemente a un centro urbano. No volvieron a oír nada procedente de la casa del indio, que probablemente estaba demasiado confundido hasta para decidir qué podía contarle a la policía.

Unos minutos después, Carlita frenó y Julia y Grita Caos, tras adoptar de nuevo forma humana, subieron con ella a la cabina. Julia encendió la calefacción. Tras diez minutos de discusiones sobre el camino a seguir, pararon al fin en un restaurante de carretera.

Sentados a una mesa en una de las esquinas del restaurante, John les contó la historia de la prueba a la que lo había sometido su padre.

—Joder, qué fuerte —dijo Carlita mientras engullía un filete con huevos—. Vosotros los Wendigo sí que sois gente seria.

—No puedo creer lo afortunados que hemos sido con lo de los espíritus del viento —dijo Julia—. Es como un rompecabezas en el que todas las piezas encajan en el momento justo. Primero la profecía y ahora tu padre aparece en el momento preciso para traernos unos refuerzos que necesitábamos desesperadamente.

—Puede que no sea suficiente —dijo John—. Los espíritus pueden llevarnos hasta allí pero no podrán ayudarnos a acabar con lo que quiera que encontremos en el reino. Además, tengo la impresión de que es un poco tarde. Si los espíritus pudieran ayudarnos de verdad, seguramente otros habrían acudido. ¿Por qué no se ha ocupado de la tormenta el Abuelo Trueno de los Señores de las Sombras? Se supone que es el rey de todas las tormentas.

—No las del Wyrm —dijo Ojo de Tormenta, que estaba devorando jamón en su forma humana—. No sabemos qué fuerzas constriñen a los tótems. El hecho de que nos ayuden es una señal muy importante. Sus costumbres son muy antiguas y la tierra no los sustenta ya.

Después de eso todo el mundo guardó silencio durante un rato y se dedicó a comer y pensar que lo más probable era que las cosas empeoraran.

—Y, por cierto, ¿qué pasaba con el tal Pie Velludo? —dijo Carlita—. Ni siquiera parecía un espíritu Wendigo. Suelen ser regios, estoicos y fríos. El tío ese apestaba y era un auténtico capullo.

John sonrió.

—No conozco demasiadas historias pero sí que sé que Glotón era uno de los espíritus burlones más ordinarios de las leyendas indias. Lo veneraban sobre todo en el nordeste de Canadá. Supongo que solía vagar por allí, en el Labrador y sitios así. Pero casi siempre estaba haciendo reír a la gente. Solía causar más problemas a otros espíritus que a los humanos, pero de tanto en cuanto todo el mundo tenía que sufrir sus bromas. Por supuesto, todos aprendían de sus errores. Como los Rabagash, los espíritus burlones desempeñan un papel sagrado.

—¿Sagrado? —dijo Julia arrugando la nariz—. Más bien apestoso. O sea, me gusta un buen chiste tanto como al que más, pero el humor a base de emisiones corporales es cosa de párvulos.

—Intenta vivir en un mundo helado nueve meses al año —dijo John—. En cabañas oscuras que apestan a grasa de foca. Si no te ríes de los actos más groseros de tu vecino, es que probablemente estás a punto de matarlo.

—Oh, supongo que eso es verdad —dijo Julia—. Pero eso no excusa a Quackwaddle o como quiera que se llame. Creo que ya sé cómo se materializó. Al principio debió de utilizar el poder de tu padre pero luego, una vez que te llevó a su reino, su padre le dio poder suficiente para seguir aquí mientras quisiera… o hasta que tú regresaras.

John asintió. Era una teoría tan buena como la que más. Una vez que la manada hubo terminado la cena y el café, Julia pagó con su tarjeta de crédito y regresaron a la camioneta.

—Eh —dijo Carlita—, ¿no hay un casino o algo parecido aquí en la reserva? Podríamos tratar de ganar un dinerito para que Julia no tenga que pagarlo todo siempre.

—¿Y cómo quieres que ganemos dinero jugando? —dijo Julia—. Los casinos hacen trampas.

—Creo que hay un casino por aquí —dijo John—. Pero no sé si sigue abierto. He oído que tuvieron toda clase de problemas legales con el estado, al que no le gustaba la idea de que los indios ganaran más dinero que él. Antes, los jóvenes mohawk hacían contrabando de tabaco en la frontera canadiense, haciéndole la competencia a la Mafia, que quería tener el monopolio. El casino les proporcionó un trabajo más seguro hasta que lo cerraron. Los jóvenes volvieron al contrabando y los tiroteos. No sé si el asunto llegó a resolverse ni si el casino sigue abierto y en funcionamiento.

—No quiero perder más tiempo —dijo Grita Caos—. Tenemos que llegar a Vermont para la reunión.

—Y conseguir un coche de verdad —dijo Carlita mirando la camioneta como si no quisiera volver a montarse en ella—. Cuanto antes encontremos una agencia de alquiler de coches, mejor.

Volvieron a subir al vehículo y se dirigieron a la ciudad más cercana. Los empleados de la gasolinera les indicaron cómo llegar a Utica y una vez allí no tuvieron dificultades para encontrar una agencia de alquiler de coches. Al día siguiente estaban mucho más cómodamente instalados en un monovolumen Ford.

—Yo creía que estas cosas destruían el medio ambiente —dijo Grita Caos—. ¿Os parece bien que contribuyamos al malgasto y la contaminación utilizándola?

—Oh, ¿y tú crees que las emisiones de la camioneta no contaminaban? —replicó Julia desde detrás de la rueda de repuesto—. Tenemos que llegar a la reunión. Cuando hayamos acabado con el Wyrm, podremos preocuparnos de los estándares de emisiones de dióxido de carbono en los vehículos.

Estuvieron en silencio un rato, hasta que Carlita encendió la radio desde los asientos traseros. Tras dar varias vueltas al dial, se decidió por una emisora de música rap. Se reclinó en su asiento y empezó a mover los hombros al ritmo de la música. Julia puso los ojos en blanco.

—Mirad —dijo John—. Ahora me doy cuenta de que tengo que dar este último paso en la batalla contra Jo’clath’mattric. Ninguno de vosotros tiene por qué seguirme. Podéis regresar a vuestros hogares y disfrutar de un buen descanso. Os lo habéis ganado.

—Calla, coño —dijo Carlita, tratando de concentrarse en la música. Los demás no dijeron nada. Era como si John no hubiera hablado.

—Que alguien me responda —dijo John—. No creo que queráis hacerlo. Lo que digo es que no tenéis por qué hacerlo.

—¿No oís algo? —dijo Julia—. ¿Como el zumbido de un moscardón muy fastidioso?

—Ignóralo —dijo Grita Caos—. Es sólo la voz de una consciencia atormentada.

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