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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

Wendigo (4 page)

BOOK: Wendigo
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Una vez que todos estuvieron dentro, Pie Velludo metió primera y se puso en marcha por un camino de tierra que conducía a la autopista principal, mientras todos sus pasajeros contemplaban las siluetas lejanas de los Garou que se preparaban para una reunión de la máxima importancia sin contar con ellos.

Capítulo dos

El sol se había alzado ya sobre las copas de los árboles cuando atravesaron los límites de la reserva mohawk de Akwasasne en la ruidosa y traqueteante camioneta. John, Carlita y Ojo de Tormenta se agolpaban en la parte trasera y gruñían con cada bote que daba el vehículo —y causaba la impresión de que saltaba al menos medio metro cada vez que tocaba con una rueda el más pequeño fragmento de grava—.

—¿Es que este tío no sabe lo que son los amortiguadores? —había preguntado Carlita poco después de que el viaje diera comienzo. Ahora, como todos los demás que iban en la parte trasera, se había sumido en un silencio malhumorado mientras esperaba a que terminara el incómodo recorrido con los dientes apretados.

En el interior de la camioneta, las cosas no eran mucho mejores. Julia le había pedido al menos diez veces a Pie Velludo que apagara su apestoso cigarro pero el Rabagash se había limitado a reír y había seguido fumando.

—Hay que respetar el tabaco —dijo.

—Eso no es tabaco, idiota —le dijo Julia—. Es una mezcla de productos químicos que enmascaran una planta natural. ¿Sabes qué clase de basura le meten las compañías a esas cosas como relleno?

—Ni lo sé ni me importa. Si hecha humo, me lo fumo.

Volvió a reírse y exhaló una nube tóxica.

—¿Falta mucho? —preguntó Grita Caos mientras volvía la cabeza tratando de aprovechar lo que pudiera de la brisa que entraba por la rendija de la ventanilla que Julia acababa de abrir. El aire era gélido pero él prefería congelarse que asfixiarse.

—Acabamos de cruzar los límites. Casi hemos llegado. No te tires de los cuernos.

La mención de su deformidad hizo que Grita Caos se encogiera. Hacía mucho tiempo que no se enfurecía por cosas así, pero seguía sin gustarle que le recordaran sus diferencias. Miró por la ventana y se preguntó qué aspecto tendría una reserva india moderna, pero lo que vio fue una escena idéntica al resto del paisaje rural de Nueva York: líneas de árboles jalonando las carreteras con ocasionales casitas al final de una vereda, señaladas por buzones a un lado de los caminos.

De improviso el coche se inclinó hacia la izquierda mientras Pie Velludo daba un giro muy brusco y se metía por un estrecho camino de tierra que conducía a un campo abierto. Daba la impresión de que en el pasado se había cultivado algo allí pero habían trascurrido muchos años desde la última vez que diera alguna cosecha. Las finas y cortas briznas de hierba que brotaban de la tierra estaban cubiertas de escarcha y el viento que soplaba sobre el campo las azotaba sin descanso.

Pie Velludo tiró del freno de mano y la camioneta se detuvo bruscamente. Julia estuvo a punto de golpearse la frente contra el parabrisas pero logró detenerse a tiempo.

—No gracias al cinturón de seguridad o el airbag —dijo en respuesta a la mirada de preocupación de Grita Caos—. ¿Es aquí? ¿Dónde están los Wendigo?

Pie Velludo bajó de la camioneta y dio un fuerte portazo tras de sí.

—Oh, no tardarán en llegar. Vamos.

Se encaminó al otro lado del campo.

John y Ojo de Tormenta bajaron de un salto y estiraron las piernas, mientras Carlita, que parecía cansada y maltrecha, lo hacía con más cuidado.

—¿No podemos parar primero a tomar un café o una coca-cola?

—Demasiado tarde —dijo John mientras corría para alcanzar a Pie Velludo. Los demás se tomaron su tiempo para seguirlo y acabaron formando una fila discontinua a lo largo del campo. Pie Velludo silbaba una canción que ninguno de ellos reconoció. Cuando John alcanzó al Rabagash, le dio unas palmadas en el hombro. Pie Velludo se volvió hacia él pero no frenó su paso.

—¿Sí? ¿Estás pensando en algo? —dijo.

—¿Por qué estamos aquí? —dijo John mientras señalaba el campo vacío que los rodeaba—. No hay casas ni cabañas; ni siquiera un cobertizo.

—No hay gente. No conviene que los asuntos de los Garou se realicen delante de otros.

John asintió.

—Sí, pero seguro que hay algún lugar más cálido que éste e igualmente alejado de ojos indiscretos.

Pie Velludo lo miró con el ceño fruncido.

—¿Te asusta el frío? Eres un Wendigo.

—Yo no siento el frío —dijo John—. Al menos desde mi Cambio. Es mi manada la que me preocupa.

Señaló con un gestó a sus camaradas. Pie Velludo miró hacia atrás y vio que cada uno de ellos, a excepción de Ojo de Tormenta, que seguía en forma de lobo, estaba tiritando con los brazos alrededor del torso en un penoso intento por mantenerse calientes.

—Oh, no te preocupes por ellos —dijo Pie Velludo—. Si crees que aquí hace frío, espera a que… Bueno, estarán bien aquí. Siempre pueden ponerse a cuatro patas. El pelaje ayuda. Bueno —dijo mientras se detenía y miraba al suelo. Una estaca de prospección con un pañuelo rojo anudado en lo alto sobresalía del duro suelo—. Aquí es. El lugar.

—No entiendo —dijo John mirando la estaca—. ¿Qué clase de lugar de encuentro es éste?

Antes de que pudiera reaccionar, Pie Velludo saltó sobre él. En cuestión de segundos, lo había inmovilizado y lo tenía en el suelo.

Ojo de Tormenta, a escasos metros tras él, profirió un aullido de advertencia para los demás y corrió a socorrer a su camarada. Pero antes de que lo alcanzara, vio un resplandor trémulo parecido a un rayo de sol sobre un estanque y los dos Garou desaparecieron.

Grita Caos, que estaba corriendo a toda velocidad para tratar de llegar hasta ellos, se detuvo.

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde han ido?

¡Umbra!
, ladró Ojo de Tormenta.
¡Tenemos que cruzar al otro lado!

—Cogedme la mano —exclamó Julia. Los demás corrieron hasta ella y la cogieron por los brazos. Ojo de Tormenta la rodeó con el cuerpo. Julia sacó la agenda electrónica del bolsillo de la chaqueta, la encendió y se concentró en la luz pulsante que brillaba en el centro de la pantalla. Más allá de aquella luz, empezó a llevarlos a través de la Celosía que separaba los mundos. Todos sintieron que la conocida ligereza se apoderaba de sus cuerpos, como si la gravedad fuera suspendida por un momento, pero entonces su peso regresó con una sacudida.

—¿Por qué no estamos al otro lado? —gritó Grita Caos, un poco mareado por un ataque de vértigo repentino.

—No… no puedo atravesar la Celosía —dijo Julia con una expresión de completa sorpresa en el rostro—. Es como si la barrera se hubiera hecho más dura cuando he tratado de atravesarla. Nunca había sentido algo parecido. No debería ser tan sólida en un campo vacío en mitad de la nada. ¡Es más gruesa aquí que en plena ciudad de Nueva York!

Cada uno de nosotros debe intentarlo
, dijo Ojo de Tormenta.
¡Extiende tu fetiche!

Julia sacudió la cabeza.

—¡No funcionará, te lo aseguro! La Celosía es demasiado sólida.

Ojo de Tormenta emitió un gruñido sordo como respuesta. Julia suspiró y extendió la agenda electrónica para que todos pudieran mirar la pantalla. Tras unos momentos de concentración, en los que Ojo de Tormenta miró fijamente la luz pulsante y trémula tratando de sintonizar su cuerpo con el mundo espiritual, el Garou gruñó y apartó la mirada.

—Ya te lo había dicho —dijo Julia mientras apartaba la agenda—. No podemos pasar. ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué clase de trampa es ésta?

Ojo de Tormenta profirió un aullido de frustración y Grita Caos se unió a ella. Su grito reverberó sobre los campos pero se perdió a continuación en el silbido del viento.

John chocó contra el suelo y la cara se le hundió en un montón de nieve. La inesperada aparición de aquella superficie húmeda lo sobresaltó y dejó de luchar por un momento. El peso de Pie Velludo se levantó de repente de su espalda y cuando se incorporó de un salto, preparado para atacar al Rabagash no lo encontró allí. Nieve y viento le azotaban el rostro con furia, obligándole a entornar la vista.

Se encontraba en medio de una furiosa tormenta, cuyo viento le mordía el pecho desnudo como un millar de diminutas dagas. Retrocedió tambaleándose, sin saber qué debía hacer. Nunca había sentido un frío tan penetrante como aquél.

No, eso no es cierto
, pensó.
Una vez sentí algo así, de niño, antes de convertirme en un Garou. ¿Qué está pasando? ¿Por qué de repente puedo sentir el frío?

Después de su Primer Cambio había tardado algún tiempo en darse cuenta de que el frío lo molestaba menos que a otras personas. De niño era famoso en su vecindario porque casi nunca tenía que llevar abrigo en invierno, pero hasta él sentía frío de vez en cuando, en las peores heladas de la estación.

Al principio creía que todos los Wendigo eran como él pero no tardó en darse cuenta de que la mayoría sólo lo aparentaba y fingía con estoicismo que no sentía el gélido mordisco del frío. En su caso era una cuestión de fuerza de voluntad, no de ausencia de dolor.

Pero ahora… ahora sentía en toda su fuerza la tormenta más fría que jamás hubiera experimentado y no tenía ni una camisa para calentarse. El collar de carámbanos parecía unido a su piel y tenía miedo de tocarlo por si se le quedaban los dedos pegados.

Oyó una voz por encima del sonido silbante del viento e inmediatamente trató de localizar su fuente. Parecía la de Pie Velludo pero John no podía ver a su dueño. Creyó oír la risa del Rabagash pero luego sólo hubo silencio, el zumbido del viento y nada más.

—¡Pie Velludo! —gritó—. ¡Explícate!

No hubo respuesta.

John no alcanzaba a ver más allá de sus manos extendidas. La nevada era muy intensa. La nieve le había cubierto ya los tobillos en el tiempo que había permanecido inmóvil. Comprendió que si se quedaba allí parado acabaría por enterrarlo.

Levantó la lanza hasta su cara y empezó a dar vueltas a la punta de pedernal, tratando de captar un atisbo de luz, un destello que le permitiera atravesar la Celosía. Se había dado cuenta de que estaba en la Umbra, porque ninguna tormenta natural podía ser tan intensa. Pero la poca luz que veía no era lo bastante hipnótica como para permitirle cruzar la barrera. Era como si se hubiera cerrado la puerta y no fuera capaz de encontrar el picaporte.

Moriré aquí si no logro encontrar refugio
, pensó.
¿Qué clase de trampa del Wyrm es ésta? ¿Intenta que muera congelado?

Cambió a su forma Lupus y al instante se sintió mucho mejor. El grueso pelaje lo protegía de lo peor del frío pero a pesar de todo seguía mordiendo y sintió que los miembros empezaban a entumecérsele.

Echó la cabeza atrás y llamó a sus compañeros de manada con un aullido. Su llamada resonó en la distancia como un eco y se fue apagando. Esperó en silencio, con las orejas alzadas para captar la más pequeña respuesta. Nada.

Hundió el morro en la nieve tratando de alcanzar el suelo pero cuando lo tocó con el hocico se dio cuenta deque estaba helado y era demasiado duro para excavarlo. Aunque adoptase la forma Crinos, perdería demasiada energía, que ahora le era preciosa, tratando de abrir un agujero lo bastante grande para meterse en él.

¿Y para qué? Si me quedo aquí, moriré
.

Echó a correr en la dirección en la que creía que estaba la carretera principal, sin saber muy bien qué hacer. Sólo sabía que tenía que seguir moviéndose.

Capítulo tres

—¡Nada! —gritó Carlita, frustrada, mientras daba una patada a la tierra helada—. ¡Aquí no hay nada!

La Manada del Río de Plata se había desplegado en abanico sobre el campo, husmeando y buscando cualquier pista relacionada con el cierre de la Celosía o alguna razón por la que el Wendigo podía haberse llevado a John a la Umbra.

—Por un momento me ha parecido que había un punto débil allí, junto a los árboles —dijo Julia al volver del lindero del campo—, pero parecía desaparecer cuando me acercaba, como un espejismo.

Tiene que haber una respuesta
, dijo Ojo de Tormenta mientras escudriñaba el campo con la mirada por lo que parecía centésima vez.

Un sonido distante y metálico llegó hasta ellos. Todos los ojos se volvieron hacia la camioneta, que seguía aparcada donde Pie Velludo la había dejado. El Rabagash acababa de cerrar la puerta y estaba sentado en el asiento del conductor. Encendió el motor al mismo tiempo que los saludaba con un ademán y una gran sonrisa en los labios.

Toda la manada echó a correr adoptando la forma Lupus, la más rápida de todas, y se precipitó hacia él a toda velocidad. Ojo de Tormenta invocó el poder de Conejo y empezó a recorrer con cada zancada más espacio que los demás. Pero ni siquiera así podría alcanzar la camioneta a tiempo. Se encontraba demasiado lejos cuando habían oído que se cerraba la puerta.

Pie Velludo pisó el acelerador y salió del campo en dirección al camino y al interior de la reserva.

Grita Caos rugió de frustración y empezó a detenerse.

Ojo de Tormenta le lanzó un agudo ladrido de amonestación y siguió corriendo.

¡Debemos cogerlo!

Los demás empezaron de nuevo a correr y salieron tras Ojo de Tormenta, en pos de una camioneta que había desaparecido ya detrás de un giro en el camino.

Habían pasado horas desde que John echara a andar donde Pie Velludo lo había abandonado. Desde entonces no había visto ni tan siquiera un pino. El campo parecía interminable. En el mundo físico, había árboles y casas que señalaban sus límites. Aquí no había fronteras. Sólo nieve, viento y un frío espantoso.

De vez en cuando creía oír el susurro de unas voces a su alrededor, pero cuando se detenía para prestar atención, guardaban silencio. En una ocasión creyó que su manada lo estaba llamando y respondió con un aullido para que supieran dónde estaba pero no hubo respuesta.

Siguió adelante. Las fuerzas empezaron a fallarle y el vientre a rugirle de hambre, pero no se atrevía a detenerse al raso, bajo aquel viento intenso y desgarrador. Obligó a sus zarpas a seguir avanzando.

De nuevo creyó oír un aullido en la distancia, un compañero de manada, puede que Ojo de Tormenta, que lo llamaba. Volvió a aullar pero su grito fue débil y no llegó muy lejos.

Algo respondió. Le llegó un graznido atronador desde algún lugar a su izquierda. Trató de ver algo entre la manta de nieve y entrevió una forma que se movía allí, cada vez más grande. No era una forma lupina.

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