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Authors: Kerstin Gier

Zafiro (9 page)

BOOK: Zafiro
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—¿Qué clase de píldora?

—¿Cómo dices? —Madre mía, supongo que en el año 1948 aún debían de usar condones de intestino de vaca o algo así, si es que los usaban. En todo caso no quería saberlo—. Preferiría no hablar de sexo contigo, abuelo, de verdad.

Lucas me miró sacudiendo la cabeza.

—Y yo preferiría no oír esa palabra de tu boca. Y no me refiero a «abuelo».

—Muy bien. —Pelé el plátano mientras Lucas tomaba notas—. ¿Y qué decís entonces?

—¿Cuándo?

—Cuando habláis de «sexo».

—No hablamos de ello —replicó Lucas, inclinado sobre su bloc—. En todo caso, no con chicas de dieciséis años. De modo que sigamos: el cronógrafo fue robado por Lucy y Paul antes de que pudiera registrarse en él la sangre de los dos últimos viajeros del tiempo. Por eso se puso en funcionamiento el segundo cronógrafo, pero naturalmente a este le falta la sangre de todos los demás viajeros.

—No, ya no. Gideon los ha localizado a casi todos y les ha extraído sangre.

Solo faltan lady Tilney y el Ópalo, Elise no-sé-qué.

—Elaine Burghley —dijo Lucas—. Una dama de la corte de Isabel I, que murió a los dieciocho años de fiebre puerperal.

—Exacto. Y la sangre de Lucy y de Paul, claro. De modo que nosotros vamos tras su sangre, y ellos, tras la nuestra. O al menos eso es lo que he creído entender.

—¿Ahora hay dos cronógrafos con los que se puede completar el Círculo?

Esto es realmente… ¡increíble!

—¿Qué ocurrirá cuando el Círculo esté completo?

—Entonces se revelará el secreto —dijo Lucas con tono solemne.

—¡Oh, no, ya empezamos! —Sacudí la cabeza irritada—. ¿Aunque fuera solo por una vez, no podría decirme alguien algo más concreto?

—Las profecías hablan del ascenso del águila, de la victoria de la humanidad sobre la enfermedad y la muerte, del comienzo de una nueva era.

—Vaya —dije tan perdida como antes—. Entonces, ¿es algo bueno o no?

—Muy bueno, incluso. Representará un avance decisivo para la humanidad.

Por eso fundó el conde de Saint Germain la Sociedad de los Vigilantes y por eso figuran entre nuestros miembros los hombres más inteligentes y poderosos del mundo. Todos nosotros queremos preservar el secreto, para que se revele en el momento oportuno y pueda salvar al mundo.

Muy bien. Esa sí era una explicación clara. Al menos la más clara que había conseguido hasta ahora sobre el asunto.

—Pero ¿por qué Lucy y Paul no quieren que el Círculo se cierre?

Lucas suspiró.

—No tengo ni idea. ¿Cuándo me dijiste que te habías encontrado con ellos?

—En el año 1912 —dije—. En junio. El 22 de junio. O el 24, no me fijé muy bien. —Cuanto más intentaba recordar, más insegura me sentía—. También es posible que fuera el 12. Era un número par, de eso estoy completamente segura. ¿El 18? En cualquier caso, en algún momento de la tarde lady Tilney lo tenía todo preparado para tomar el té. —En ese instante me di cuenta de la importancia de lo que acababa de decir y me tapé la boca con la mano—. ¡Oh!

—¿Qué ocurre?

—Ahora yo te lo he explicado a ti, y tú se lo contarás a Lucy y a Paul, y por eso estarán allí esperándonos. De modo que en el fondo el traidor eres tú, no yo. Aunque al fin y al cabo el resultado es el mismo.

—¿Qué? ¡De ninguna manera! —Lucas sacudió enérgicamente la cabeza.

Yo no voy a hacer tal cosa. No les contaré absolutamente nada de ti; ¡sería una locura! Si mañana les dijera que en algún momento robarán el cronógrafo y que viajarán con él al pasado, caerían muertos en el acto.

Hay que pensar muy bien lo que se explica a la gente sobre el futuro, ¿me oyes?

—Bueno, de acuerdo, tal vez no se lo digas mañana mismo, pero tienes muchos años para hacerlo. —Mastiqué mi plátano con aire pensativo—. Por otra parte… ¿a qué época podrían haber saltado con el cronógrafo? ¿Por qué no a esta? Aquí siempre tendrían a un amigo, a ti. Tal vez me estés mintiendo y hace rato que están esperando tras la puerta para sacarme sangre.

—No tengo ni la menor idea de adónde podrían haber saltado. —Lucas suspiró—. Ni siquiera puedo imaginar que vayan a cometer semejante locura. ¡O por qué! —Desanimado, añadió—: La verdad es que no tengo ni idea de nada.

—Por lo que se ve, en este momento los dos andamos igual de perdidos — dije tan desanimada como él.

Lucas escribió «Caballero Verde», «segundo cronógrafo» y «lady Tilney», en el bloc, seguido de un gran signo de interrogación.

—¡Lo que necesitamos es una nueva cita más adelante! Hasta entonces podría enterarme de un montón de cosas… Aquello me dio una idea.

—Inicialmente tenían que enviarme a elapsar al año 1956 —dije—. De modo que tal vez podríamos volver a vernos mañana por la noche.

—¡Ja, ja! —soltó Lucas—. Para ti puede que 1956 sea mañana por la noche, pero para mí es… Pero en fin, vamos a pensarlo. Si te envían a elapsar a una época posterior a esta, ¿será también a esta habitación?

Asentí.

—Eso creo. Pero tú no vas a estar esperando aquí día y noche a que yo aparezca. Además, Gideon podría aparecer en cualquier momento. Al fin y al cabo, él también tiene que elapsar.

—Ya sé cómo lo haremos —dijo Lucas, cada vez más entusiasmado—. ¡La próxima vez que aterrices en esta habitación, sencillamente ven a verme!

Tengo un despacho en el segundo piso. Tendrás que pasar junto a dos vigilantes, pero eso no será ningún problema, solo tienes que decirles que te has perdido y que eres mi prima Hazel, del campo. Hoy mismo empezaré a hablarles a todos de ti.

—Pero mister Whitman dice que esto siempre está cerrado, y además no sé muy bien dónde estamos exactamente.

—Naturalmente, necesitas una llave. Y la contraseña del día. —Lucas miró a su alrededor—. Encargaré una copia de la llave para ti y la dejaré en algún sitio. Y lo mismo vale para la contraseña. La escribiré en una hoja y la colocaré en nuestro escondrijo. Lo mejor sería que fuera en algún punto del muro. Ahí detrás los ladrillos están un poco sueltos, ¿ves? Tal vez podamos abrir un hueco. —Se levantó, se abrió paso entre los trastos viejos y se arrodilló ante la pared—. Mira ahí. Volveré con herramientas y construiré un escondite perfecto. Cuando saltes aquí la próxima vez, solo tendrás que sacar este ladrillos, y detrás encontrarás las llave y la contraseña.

—Pero todos los ladrillos son iguales —me quejé.

—Solo tienes que fijarte bien en este, la quinta fila desde abajo, más o menos en el centro de la pared. ¡Ay, mi uña! No importa, el caso es que creo que es un gran plan.

—Pero a partir de hoy tendrás que venir aquí abajo todos los días para renovar la contraseña —dije—. ¿Cómo vas a hacerlo? ¿No estudias en Oxford?

—La contraseña no se renueva a diario —replicó Lucas—. A veces tenemos la misma durante semanas. Además, es la única forma de poder arreglar otra cita. Fíjate en este ladrillo. También dejaré un plano para que puedas orientarte arriba. Desde aquí parten corredores secretos que se extienden a lo largo de medio Londres. —Miró su reloj—. Y ahora volvamos a sentarnos y tomemos notas. Ya verás como pronto vemos las cosas más claras.

—O seguimos dándoles vueltas a la cabeza inútilmente en este sótano mohoso.

Lucas ladeó la cabeza y me sonrió con ironía.

—Tal vez de paso podrías revelarme si el nombre de tu abuela empieza por A. ¿O es una C?

—¿Qué preferirías? —respondí devolviéndole la sonrisa.

4

—¡Gwenny! ¡Gwenny, tienes que levantarte!

Emergí con dificultad de las profundidades del sueño —en él yo era una mujer viejísima, jorobada, y estaba sentada en frente de un deslumbrante Gideon y afirmaba que mi nombre era Gwendolyn Sheperd y que procedía del año 2080— y me encontré contemplando la nariz respingona de mi hermana pequeña, Caroline.

—¡Bueno, por fin! Creí que no ibas a despertarte nunca. Ya estaba dormida cuando volviste a casa anoche, y eso que intenté de verdad mantenerme despierta. ¿Has traído otro de esos vestidos estrafalarios?

—No, esta vez no. —Me senté en la cama—. Esta vez pude cambiarme allí.

—¿Y ahora será siempre así? ¿Volverás siempre a casa cuando yo esté dormida? Mamá está tan rara desde que te pasó todo esto... Y Nick y yo te echamos de menos; sin ti las cenas son un aburrimiento.

—Antes también lo eran —le aseguré, y dejé caer de nuevo la cabeza sobre la almohada.

La noche anterior me habían llevado a casa en una limusina; no conocía al chofer, pero el pelirrojo mister Marley se había encargado de acompañarme y dejarme justo delante de la puerta.

No había vuelto a ver a Gideon, lo cual en realidad me parecía perfecto.

Ya tendría suficiente con soñar toda la noche con él.

En la puerta de casa me había recibido mister Bernhard, el mayordomo de mi abuela, que como siempre se había mostrado cortés y absolutamente impasible a un tiempo. Mamá había bajado corriendo y me había abrazado en la escalera como si acabara de volver de una expedición al Polo Sur. Yo también me había alegrado de verla, pero aún estaba un poco enfadada con ella. Me había sentido muy extraña al constatar que mi propia madre me había mentido y no me quería revelar los motivos que había tenido para hacerlo. Excepto un par de frases crípticas —«No te fíes de nadie», «peligroso», «secreto» y bla, bla, bla— no me había dicho nada que explicase su comportamiento. Por eso y porque me estaba cayendo de cansancio, devoré el pedazo de pollo frío casi sin hablar y luego me fui a la cama sin contarle a mamá lo ocurrido. De todos modos, ¿qué iba a conseguir haciéndolo? Ya se preocupaba demasiado. Me pareció que tenía aspecto de estar casi tan agotada como yo.

Caroline volvió a tirarme del brazo.

—¡Eh, no te duermas otra vez!

—Vale, vale.

Balanceé los pies al borde de la cama, y entonces me di cuenta de que, a pesar de la larga conversación telefónica que había mantenido con Leslie antes de dormirme, me sentía totalmente descansada. Pero ¿dónde se había metido Xemerius? La gárgola había desaparecido cuando fui al baño por la noche, y desde entonces no había vuelto a aparecer.

Bajo la ducha me desperté del todo. Me lavé el pelo con el champú caro y el acondicionador de mamá, desafiando el peligro de que el maravilloso olor a rosas y pomelo me traicionara, y mientras me frotaba la cabeza para secármelo, me sorprendí preguntándome si a Gideon le gustarían las rosas y el pomelo e inmediatamente llamarme a mi misma al orden con severidad.

¡Apenas había dormido una o dos horas y ya estaba pensando en ese idiota! Pero, por favor... ¿qué había pasado que fuera tan importante?

Vale, si, nos habíamos besuqueado un poco en el confesionario, pero un instante después el había retomado el papel del cretino sabelotodo, y mi dolorosa vuelta a la realidad no era algo que apeteciera recordar, estuviera descansada o no. Lo que, por otra parte, ya le había dicho a Leslie, que anoche no dejaba de hablar del tema.

Me sequé el pelo con el secador, me vestí y bajé trotando las largas escaleras en dirección al comedor. Caroline, Nick, mi madre y yo vivíamos en el tercer piso de la casa. Allí, a diferencia del resto del edificio, que pertenecía a nuestra familia desde el inicio (¡como mínimo!), el ambiente era, al menos hasta cierto punto, acogedor.

El resto de la casa, en cambio, estaba atiborrado de antigüedades y retratos de antepasados, en su mayoría de aspecto más bien tétrico. Y teníamos una sala de baile en la que Nick había aprendido a montar en bici con mi ayuda (en secreto, claro, porque, como todo el mundo sabe, actualmente el tráfico en la gran ciudad es terriblemente peligroso).

Como tantas otras veces, lamenté que no pudiéramos comer arriba, pero mi abuela, lady Arista, insistía en que nos reuniéramos todos en el sombrío comedor, con sus artesonados de color chocolate con leche (la verdad es que esa era la única comparación agradable que se me había ocurrido, porque el resto resultaba... hum... un poco asqueroso).

Al menos —me di cuenta en cuanto entré en la habitación— hoy el ambiente era claramente mejor que el de ayer.

Lady Arista, que siempre tenía una actitud como de profesora de ballet, de esas que te pegan en los dedos al mínimo fallo, dijo amablemente: «Buenos días, querida», y Charlotte y su madre me sonrieron, como si supieran algo de lo que yo no tenía ni idea.

Como la tía Glenda no me sonreía nunca (de hecho, si se exceptuaba esa avinagrada elevación de la comisura de los labios, podía decirse que no sonreía prácticamente a nadie) y ayer mismo Charlotte había hecho un par de comentarios de lo más desagradables sobre mi persona, desconfié enseguida.

—¿Ha pasado algo? —pregunte.

Mi hermano Nick, que tiene doce años, me dirigió una sonrisa cómplice cuando ocupé mi puesto junto a Caroline, y mamá me pasó un enorme plato con tostadas y huevos revueltos. Casi me desmayé de hambre cuando el olor me llego a la nariz.

—Madre de Dios —dijo la tía Glenda—, supongo que pretendes que tu hija cubra hoy mismo todas sus necesidades de grasa y colesterol de este mes, ¿no, Grace?

—Si, exacto —respondió mamá con indiferencia.

—Después te odiará por no haber prestado suficiente atención a su figura — dijo la tía Glenda, y volvió a sonreír.

—Gwendolyn tiene una figura impecable —dijo mamá.

—Quizá de momento —repuso la tía Glenda y siguió sonriendo.

—¿Han echado algo en el té de la tía Glenda? —le susurre a Caroline.

—La tía Glenda y Charlotte están como transformadas desde que alguien ha llamado antes —me respondió Caroline susurrando también—. ¡Las dos están eufóricas!

En ese instante, Xemerius aterrizó fuera, en la repisa de la ventana, replegó sus alas y se deslizó a través del cristal.

—¡Buenos días! —dije contenta de verle.

—¡Buenos días! —respondió Xemerius, y saltó de la repisa a una silla vacía.

Mientras los otros me miraban un poco sorprendidos, Xemerius se rascó el vientre.

—Vaya, tienes una familia numerosa, por lo que veo; me llama la atención el considerable número de mujeres que hay en esta casa. Demasiadas, diría yo. Y la mitad de ellas la mayor parte del tiempo parecen necesitar que les hagan cosquillas urgentemente. —Sacudió las alas—. ¿Dónde están los padres de estos niños? ¿Y los animales domésticos? Una casa enorme y ni un canario siquiera; la verdad, me siento decepcionado.

Sonreí.

—¿Dónde esta la tía abuela Maddy? —pregunté antes de empezar a comer con entusiasmo.

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