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Authors: Kerstin Gier

Zafiro (6 page)

BOOK: Zafiro
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Será mejor que nos sentemos. —Falk señaló las sillas dispuestas en torno a la mesa bajo el dragón tallado, y todos se dispusieron a ocupar sus puestos.

Gideon colgó su levita del respaldo de una silla colocada oblicuamente frente a mi asiento y se remangó la camisa.

—Reitero una vez más que Gwendolyn no debería estar presente en esta conversación. Está cansada y asustada por todo lo sucedido. Debería elapsar, y luego alguien debería llevarla a casa.

«Aunque antes alguien debería encargar para ella una pizza con doble ración de queso.» —No te preocupes, Gwendolyn solo tendrá que exponernos brevemente sus impresiones —dijo mister George—, y luego yo mismo la llevaré al cronógrafo.

—A mí no me da la impresión de que se encuentre especialmente asustada — murmuró el oscuro doctor White.

Robert, el joven fantasma, se había colocado detrás del respaldo de su silla y miraba intrigado hacia el sofá en el que estaba tumbado Xemerius.

—¿Qué clase de cosa es? —me preguntó.

Naturalmente yo no dije nada.

—Yo no soy ninguna cosa. Soy un buen amigo de Gwendolyn —respondió Xemerius en mi lugar, y le sacó la lengua—. Si no el mejor. Me va a comprar un perro.

Dirigí una mirada severa al sofá.

—Lo imposible ha ocurrido —dijo Falk—, Cuando Gideon y Gwendolyn se presentaron en casa de lady Tilney, ya les estaban esperando. Todos los aquí presentes pueden dar testimonio de que la fecha y la hora de su visita se eligieron totalmente al azar. Y a pesar de eso, Lucy y Paul ya estaban allí. Es imposible que se trate de una casualidad.

—Eso significa que alguien tiene que haberles informado de la reunión —dijo mister George mientras hojeaba uno de los tomos que había traído—. La pregunta es quién.

—Más bien cuándo —dijo el doctor White mirándome.

—Y con qué objetivo —añadí yo.

Gideon frunció el ceño.

—El motivo está muy claro —dijo—. Necesitan nuestra sangre para poder registrarla en su cronógrafo robado. Por eso habían traído refuerzos.

—En los Anales no aparece ni una sola mención sobre su visita —dijo mister George—. Y, sin embargo, tuvieron contacto con al menos tres Vigilantes, aparte de los apostados en las salidas. ¿Pueden recordar sus nombres?

—Nos recibió el primer secretario. —Gideon se apartó un mechón de la frente—. Burghes o algo así, se llamaba. Dijo que esperaban que los hermanos Jonathan y Timothy de Villiers vinieran a elapsar a media tarde, mientras que lady Tilney ya había elapsado por la mañana. Y un hombre llamado Winsley nos llevó en un coche de punto a Belgravia. Tendría que habernos esperado allí, ante la puerta, pero cuando abandonamos la casa, el carruaje había desaparecido. Tuvimos que huir a pie y esperar hasta nuestro salto en el tiempo.

Sentí que me sonrojaba al recordar el rato que habíamos pasado escondidos. Rápidamente cogí una galleta y dejé que el pelo me cayera sobre la cara.

—El informe de ese día fue redactado por un vigilante del Círculo Interno, un tal Frank Mine. Ocupa solo unas líneas: unas palabras sobre el tiempo, luego algo sobre una marcha de protesta de las sufragistas en la City, y menciona también que lady Tilney apareció puntualmente para elapsar.

Ningún acontecimiento especial. No se refiere a los gemelos De Villiers, aunque en esos años eran igualmente miembros del Círculo Interno. —Mister George suspiró y cerró de golpe el tomo—. Es muy extraño. Supongo que todo esto sugiere un complot en nuestras propias filas.

—Y la pregunta clave sigue siendo: ¿cómo pudieron saber Lucy y Paul que ustedes dos iban a aparecer ese día y a esa hora en casa de lady Tilney? — dijo mister Whitman.

—Buf —soltó Xemerius desde el sofá—, no hay quien se aclare con tantos nombres.

—La explicación es muy sencilla —dijo el doctor White, y de nuevo sus ojos se posaron en mí.

Todos se quedaron mirando al vacío con aire pensativo y sombrío; también yo.

Aunque no había hecho nada, era evidente que todos partían de la base de que en algún momento en el futuro sentiría la necesidad de revelar a Lucy y a Paul cuándo íbamos a visitar a lady Tilney fuera por la razón que fuese.

Todo aquello era muy desconcertante, y cuanto más pensaba en el asunto, más ilógico me parecía. Y de repente me sentí muy sola.

—¿Qué clase de frikis son ustedes? —dijo Xemerius, y saltó del sofá para colgarse boca abajo de una enorme araña—. ¿Viajes en el tiempo? Los de mi especie hemos pasado por muchas cosas, pero incluso para mí eso es terreno desconocido.

—Hay algo que no entiendo —dije—. ¿Por qué esperaba que apareciera algo sobre nuestra visita en esos Anales, mister George? Quiero decir que, si hubiera algo en los documentos, usted ya habría visto y sabido antes que ese día viajaríamos allí y lo que nos ocurriría en ese lugar. ¿O es como en esa película con Ashton Kutcher? ¿Cada vez que uno de nosotros vuelve del pasado ha cambiado también todo el futuro?

—Es una pregunta muy interesante y filosófica, Gwendolyn —contestó mister Whitman, como si estuviéramos en su clase—. Aunque no conozco la película de la que hablas, según las leyes de la lógica, el más mínimo cambio en el pasado puede influir enormemente en el futuro. Existe un relato de Ray Bradbury en el que...

—Tal vez podríamos dejar las discusiones filosóficas para otro momento —le interrumpió Falk—. Ahora me gustaría que me explicaran los detalles de la emboscada en casa de lady Tilney y cómo conseguieron huir.

Miré hacia Gideon. Ya podía contar su versión sin pistolas de la historia. Yo, por mi parte, cogí otra galleta.

—Tuvimos suerte —dijo Gideon con la misma tranquilidad con la que había hablado hacía un momento—. Enseguida me di cuenta de que había algo que no funcionaba. Lady Tilney no pareció en absoluto sorprendida de vernos. La mesa estaba puesta, y cuando Paul y Lucy aparecieron y el mayordomo se plantó ante la puerta, Gwendolyn y yo escapamos por la habitación contigua y la escalera de servicio. El carruaje había desaparecido, de modo que huimos a pie.

No parecía que le costara mucho mentir. Ningún rubor revelador, ningún signo de nerviosismo en la mirada, ni un pestañeo, ni sombra de inseguridad en la voz. Pero, aun así, encontré que a su versión de la historia le faltaba ese algo especial que habría podido hacerla realmente creíble.

—Curioso —dijo el doctor White—. Si la emboscada hubiera sido correctamente planeada, habrían ido armados y se habrían asegurado de que no pudieran huir.

—Empieza a darme vueltas la cabeza —dijo Xemerius desde el sofá—.

Necesitaría un esquema para no perderme.

Miré expectante a Gideon. Ahora tendría que sacarse un as de la manga si quería atenerse a su versión sin pistolas.

—Creo que sencillamente les cogimos por sorpresa —dijo Gideon.

—Hum... —murmuró Falk.

Tampoco los demás parecían muy convencidos. ¡Y no era de extrañar!

¡Gideon lo había hecho fatal! Si uno se decide a mentir, tiene que ofrecer detalles que en realidad no interesan a nadie para despistar.

—La verdad es que fuimos muy rápidos —dije a toda prisa—. La escalera de servicio debía de estar recién encerada, porque estuve a punto de resbalar; en realidad, más que bajar las escaleras corriendo, las bajé patinando. Si no me hubiera sujetado a la barandilla, ahora estaría con el cuello partido en el año 1912. Y ahora que lo pienso, ¿qué ocurre cuando se muere en un salto en el tiempo? ¿El cuerpo muerto puede saltar de vuelta por sí solo? En fin, el caso es que tuvimos suerte de que la puerta de abajo estuviera abierta porque en ese momento entraba una criada con la cesta de la compra. Una rubia gordita. Pensé que Gideon iba a atropellarla, y había huevos en la cesta, de manera que habría quedado todo bien pringado; pero la esquivamos y salimos corriendo calle abajo a toda velocidad. Tengo una ampolla en el pie.

Gideon se había reclinado en su silla y había cruzado los brazos. Era difícil interpretar su mirada, pero la verdad es que no parecía particularmente satisfecho o agradecido.

—La próxima vez me pondré unas zapatillas deportivas —añadí en medio del silencio general, y luego cogí otra galleta. Por lo visto, aparte de mí, nadie tenía apetito.

—Tengo una teoría —anunció mister Whitman lentamente, mientras jugueteaba con el sello que llevaba en la mano derecha—, y cuanto más pienso en ella, más seguro estoy de que no me equivoco. Si...

—Tengo la impresión de que me repito tontamente, porque ya lo he dicho un montón de veces, pero creo que ella no debería estar presente en esta conversación —lo interrumpió Gideon.

Noté cómo una punzada en el corazón pasaba a convertirse en algo peor.

Ahora ya no me sentía herida, sino indignada.

—Tiene razón —asintió el doctor White—. Denota una auténtica ligereza hacerla participar de nuestras reflexiones.

—Pero es que tampoco podemos prescindir de los recuerdos de Gwendolyn —dijo mister George—. Cualquier recuerdo, por pequeño que sea, acerca de la vestimenta, las palabras pronunciadas o la apariencia física, podría proporcionarnos una pista decisiva sobre la época de Lucy y Paul.

—Datos que seguirá sabiendo mañana o pasado mañana —intervino Falk de Villiers—. Creo que realmente lo mejor es que la acompañes abajo para elapsar, Thomas.

Mister George cruzó los brazos sobre su grueso vientre y calló.

—Iré con Gwendolyn a la... al cronógrafo y controlaré el viaje en el tiempo —informó mister Whitman, y corrió su silla hacia atrás.

—Bien. —Falk asintió—. Dos horas serán más que suficientes. Uno de los adeptos puede esperar a su salto de vuelta; te necesitamos aquí arriba.

Dirigí una mirada interrogativa a mister George, que se limitó a encogerse de hombros resignado.

—Ven, Gwendolyn. —Mister Whitman ya se había levantado—. Cuanto antes lo hayas pasado, antes estarás en la cama, y así al menos mañana, en la escuela, podrás trabajar otra vez como es debido. Por cierto, estoy ansioso por ver tu redacción sobre Shakespeare.

¡Vamos, ese tipo era increíble! ¡Había que tener narices para empezar a hablarme de Shakespeare ahora!

Dudé un momento si debía protestar, pero al final decidí no hacerlo. En el fondo no tenía ningunas ganas de seguir escuchando ese estúpido parloteo.

Quería irme a casa y olvidar de una vez toda esa murga de los viajes en el tiempo, incluido Gideon. Ya podían darles vueltas a sus secretos en esa sala de locos hasta caer reventados. Sobre todo se lo deseaba a Gideon, pesadilla incluida para acabar el día.

Xemerius tenía razón: esos tipos eran unos frikis.

Sin embargo, lo más estúpido era que, a pesar de todo, no podía dejar de mirar a Gideon mientras pensaba algo tan disparatado como «Solo con que sonría una vez, se lo perdono todo».

Naturalmente, no lo hizo. En lugar de eso me dirigió una mirada inexpresiva, imposible de interpretar. Por un momento la idea de que nos habíamos besado me pareció algo lejanísimo, y por alguna razón de repente me acordé de la estúpida rima que Cynthia Dale, el oráculo de la clase en asuntos amorosos, acostumbraba a recitar: «Ojos de rana, piel de serpiente que el amor no siente».

—Buenas noches —dije muy digna.

—Buenas noches —murmuraron todos.

Todos menos Gideon, claro, que soltó:

—No olvide vendarle los ojos, mister Whitman.

Mister George lanzó un resoplido irritado. Mientras mister Whitman abría la puerta y me empujaba al pasillo, oí que decía:

—¿No se les ha ocurrido pensar que existe la posibilidad de que esa actitud de rechazo sea la razón de que las cosas que van a suceder efectivamente sucedan?

No pude oír si alguien respondía a su pregunta, porque la pesada puerta se cerró tras nosotros.

Xemerius se rascó la cabeza con la punta de la cola.

—¡Realmente esta es la gente más grosera con la que me he topado nunca!

—No te lo tomes demasiado a pecho, Gwendolyn —dijo mister Whitman mientras se sacaba un fular negro del bolsillo de la chaqueta y lo sostenía bajo mi nariz—. Eres la nueva en este juego. La gran incógnita de la ecuación.

¿Qué se suponía que debía contestarle? ¡Para mí todo esto era una novedad! Hacía tres días no tenía ni idea de la existencia de los Vigilantes.

Hacía tres días mi vida todavía era totalmente normal. Bueno, al menos en términos generales.

—Mister Whitman, antes de que me vende los ojos... ¿podríamos pasar, por favor, por el taller de madame Rossini para recoger mis cosas? Ya he dejado aquí dos uniformes de la escuela y necesito algo que ponerme mañana. Además, también tengo la cartera en el taller.

—Por descontado. —Mientras caminábamos, mister Whitman hizo girar alegremente el fular en el aire—. También puedes cambiarte si quieres. En tu viaje en el tiempo no te encontrarás con nadie. ¿Y a qué año vamos a enviarte ahora?

—La verdad es que es indiferente si voy a estar encerrada en un sótano — dije.

—Bueno, sí, pero tiene que ser un año en el que puedas... ejem... aterrizar sin problemas en el susodicho sótano, y si es posible, sin tropezarte con nadie. A partir de 1945 no debería haber ninguna dificultad (antes los sótanos habían sido utilizados como refugio antiaéreo). ¿Qué te parece 1974? Es el año en que nací, un buen año. —Rió—. O podemos coger el 30 de julio de 1966. Ese año Inglaterra ganó la final del Campeonato del Mundo a Alemania. Pero el fútbol no te interesa especialmente, ¿verdad?

—No, sobre todo cuando estoy en un agujero sin ventanas veinte metros bajo tierra —dije en tono cansado.

—Supongo que sabes que todo esto es solo para protegerte. —Mister Whitman suspiró.

—Un momento, un momento —dijo Xemerius, que aleteaba a mi lado—. Otra vez no acabo de entender de qué va la cosa. ¿Significa que ahora vas a subir a una máquina del tiempo y viajarás al pasado?

—Sí, así es —respondí.

—Muy bien. Entonces elijamos el año 1948 —dijo mister Whitman satisfecho —. Los Juegos Olímpicos de Verano en Londres.

Como iba delante, no pudo ver que ponía los ojos en blanco.

—¡Viajes en el tiempo! ¡Uf! ¡Vaya amiga que me he echado! —dijo Xemerius, y por primera vez me pareció percibir algo parecido al respeto en su voz.

La sala en la que se encontraba el cronógrafo se hallaba profundamente enterrada bajo tierra, y a pesar de que hasta ese momento siempre me habían llevado y vuelto a sacar con los ojos vendados, creía tener una idea aproximada de su situación, aunque solo fuera porque tanto en el año 1912 como en el año 1782 afortunadamente había podido salir de ella sin la venda. Mientras mister Whitman me conducía hasta allí desde el taller de costura de madame Rossini, a través de una serie de pasillos y escaleras, el camino me resultó conocido con excepción del último tramo, en el que tuve la sensación de que mi guía daba un rodeo innecesario para despistarme.

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