—¡Alto el fuego, compañía! ¡Reagrupaos!
Nos reunimos junto al cadáver del Z, que yacía inerte, decúbito prono, humeante todavía.
—Donovan: ¿Qué es lo que ha pasado, quillo?, ¿le has dado en la frente? Yo lo he intentado, pero con los perdigones. Desde tan lejos es muy difícil. Pero lo he dejado como un colador, ¡mira si tiene agujeros el pollo! Oye, ¿y a ti qué cojones te ha pasado? Te ha faltado un pelo para que te coma. ¿Se te ha encasquillado el dedo o es que el canguelo te ha dejado petrificado?
Se hacía referencia a la evidente y extraña inmovilidad de Trancos, quien, después de escuchar la alusión hacia su persona, seguía sin decir palabra. Aproveché para responder a Donovan y dar tiempo al primero para que recobrase el aliento.
—No, realmente lo tenía en el punto de mira, pero con los anteriores disparos no he acertado en el blanco. Su movimiento hacía muy complicado el intento. Le ha estallado el cerebro, supongo que a causa del fuego. Los ojos han experimentado un extraño aumento en su diámetro, lo que ha provocado que se le salieran de las cuencas y, finalmente, que explotaran con el resultado de muerte para el Zeta. Por suerte, tu disparo hizo blanco en la pierna, lo que dificultó su avance y ha terminado por salvar la vida de nuestro amigo.
—Serpiente: ¿No me jodas que le han explotado los ojos? ¡Hostia, la madre que me parió!
—Donovan: Mira, ahí tieso no parece tan chungo, ¿eh? —dijo observando al pétreo Trancos, quien no se daba por aludido. Agustina se acercó y posó la mano sobre su hombro. Su reacción fue como si le hubieran tocado con una plancha: bruscamente apartó la mano que intentaba consolarlo. Se quedó mirándola con los ojos desorbitados, como despertado de una pesadilla.
—Trancos: Lo conocía… lo conocía, era… —pronunció su nombre—. Al principio no caía, con esa cara deformada… No he podido apretar el gatillo. Pensé que me reconocería y se detendría. Me conocía… le he ayudado muchas veces. Pero ésta no era su casa, no vivía aquí. No me imaginé que pasaría, casi no conozco a nadie aquí. Lo siento, os he puesto en peligro a todos, no volverá a ocurrir.
Todavía temblando, se echó a llorar abrazado a Agustina, encargada de consolar su llanto maternalmente y de susurrar palabras de ánimo en su oído. Quedaba resuelto también el enigma que le mantuvo inerte durante el ataque y se confirmaba la teoría de que muchas de las muertes que se producían como consecuencia de ataques Z eran debidas a la resistencia de los familiares o amigos, quienes, creyendo reconocer un atisbo de personalidad en el atacante, se resistían a apretar el gatillo. La escena no duró mucho: se incorporó de repente dando a entender que estaba totalmente restablecido. Aun así, intenté hacerme con el mando de LR.
—Bien, ha sido un duro golpe para ti, necesitas descansar. Puedo reemplazarte y tomar el mando del grupo. Además, podría ser que tu capacidad de decisión se hubiese visto afectada con tan amarga experiencia, y eso nos colocaría en peligro. Afortunadamente, yo ya he superado la prueba, lo que me confiere inmunidad al hecho y me hace firme candidato al puesto.
Creí haber convencido a mis compañeros y dudé si dar la primera orden como comandante en jefe de LR. Haciendo ademán de entregarme el arma, como símbolo de traspaso de poder y reconociendo su incapacidad para hacerse cargo de la situación, abdicaba del trono del que hasta la fecha había sido merecedor. Todo se fue al traste con una inoportuna circunstancia: de repente, el Z que yacía muerto se incorporó sobre su rodilla sana, la única por otra parte, y asió el brazo de Trancos preparándolo para morderlo. Y así habría sido si, justo antes de iniciar lo que habría sido un ataque transubstancial, no hubiera descerrajado un tiro a bocajarro en la cabeza de su conocido, que acabó por esparcir su cerebro a lo largo y ancho de nuestras camisetas. El Z, o lo quedaba de él, volvía a desplomarse en el suelo, esta vez muerto a todas luces. Agustina se retiraba del grupo al tiempo que El Cid acudía en su auxilio.
—Donovan: ¡Joder con el tío!, ¡qué reflejos tiene el condenado
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! Ahora sí que está más tieso que la sota de bastos. Pues no debes de estar tan mal… Creo que has superado la prueba esa que decía éste —yo—, y ahora eres como él —señalándome—, ya te has cargado tú solito a un Zeta y estás preparado para volver a ser el jefe.
—Serpiente: Ya te digo. Nos queda jefe para dar y vender. ¡A sus órdenes, mi capitán!
Aunque parezca absurdo, estas palabras malograron mis más que fundadas aspiraciones a ocupar el puesto que el destino me estaba negando. En dos frases, dos diminutos cerebros que pasaban la mayor parte del tiempo alienados por el efecto de sustancias psicotrópicas habían echado a perder un razonamiento que a punto estuvo de catapultarme a la gloria. Reconozco que el último estertor del Z tuvo también mucho que ver en el hecho, aunque me parece improcedente atribuir mi fracaso a esta circunstancia. La cuestión es que volvíamos a tener adalid al mando de LR, aunque los cimientos de su capacitación estaban deteriorados: la semilla de la desconfianza germinaba en el seno del grupo.
Terminamos de limpiar el resto de C2 pasadas las 5.30 p.m. Las casas incendiadas todavía humeaban y las más recientes, todavía en llamas, iluminaban la zona como en un aquelarre. La jornada tocaba a su fin con un balance bastante positivo: dos cuadrantes limpios que no se convertirían en nidos Z y que por lo tanto no supondrían peligro alguno para LR, al menos en las horas de día, y otra escopeta conseguida en uno de los registros, esta vez de balas y con mira telescópica, además de munición.
Quedaban todavía cuatro cuadrantes por limpiar; y coincidían con zonas donde no podríamos utilizar cócteles, ya que hacerlo suponía un riesgo demasiado alto. Nos reunimos con objeto de tomar decisiones capitales para ese mismo día. Dejaré constancia de la conversación, pues pone de manifiesto mis altas dotes imaginativas y mi capacidad resolutiva. Nos situábamos en el PS de C3.
—Trancos: Bueno, no ha ido tan mal. Hemos conseguido limpiar dos cuadrantes, y hacernos con un arma. Deberíamos ir pensando en retirarnos a descansar. Mañana nos espera una buena. Tenemos que hacer un esfuerzo y limpiar los cuatro cuadrantes restantes.
—Donovan: Yo estoy molido, quillo. Esto de pegar fuego cansa más que la playa. Mira, ¡estoy negro como un tizón! Tengo tizne hasta en los…
—El Cid: Ya nos hacemos una idea, no hace falta que sigas —interrumpiendo a su compañero antes de que pudiera terminar la frase—. Todos estamos cansados, pero tendremos que hacer el esfuerzo, mecachis en la mar.
—Agustina: No hay problema, mañana madrugamos un poquito más y ya está. Yo me levantaré antes y tendré preparado el desayuno.
—Serpiente: Sí, pero no te olvides de rezar esta noche todos los padrenuestros para mañana, ¿vale?
—Agustina: No os preocupéis por eso… estaré lista.
—No nos va a dar tiempo… —apunté tras reflexionar sobre las propuestas de mis compañeros.
—Donovan: Ya estamos con que si la abuela fuma
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… A ver, ¿qué te pasa…?
De nuevo ofrecí mi avanzado punto de vista.
—Siento comunicaros que he realizado unos cálculos mentales bastante exactos que revelan que no tendremos tiempo suficiente para llevar a cabo nuestra empresa. Por mucho que madruguemos, el orto solar no nos brindará sus primeros rayos protectores hasta las 6.30 a.m., lo que no nos deja tiempo material, teniendo en cuenta las características de dos de los cuadrantes restantes, para acometer la limpieza. No quisiera ser agorero, pero creo que mañana pasaremos a DEF CON 2. No creo que las noticias que nos lleguen de ZR sean halagüeñas, en ningún sentido.
—Trancos: ¿Y qué solución propones?
Ésta era mi llave para demostrar al grupo que mis capacidades intelectuales y de liderazgo estaban por encima de las de cualquier miembro del grupo, incluso de las de su actual alumno aventajado. Sin dar tiempo a que alguien propusiese alguna solución alternativa, revelé mi idea.
—Tendremos que habilitar… la noche.
Es curioso el comportamiento caprichoso de la inspiración: un majestuoso plan tomó forma en mi mente, una revelación en forma de visión que, correctamente ejecutada, nos daría tiempo suficiente para convertir el pueblo en zona segura. De nuevo un sepulcral silencio se instaló en el grupo, lo que quería decir que, aunque les pudiera parecer arriesgada, la asumían como única alternativa.
—Agustina: Pero… eso es muy peligroso. Por la noche saldrán a buscar comida…
Aquella inocente y lógica observación puso lo que sería la guinda a mi particular obra maestra en cuanto a planes bélicos se refiere. Ni siquiera escuchaba la disertación de la fémina: mi mente volvía a trabajar a un ritmo endiablado, conectando ideas hasta que la imagen completa del puzle tomó forma. Las palabras salieron de mi boca como las del Ungido en Getsemaní.
—Les daremos de comer…
—Donovan: ¡Aguanta la fusca que le meto! —adelantándose y entregando el arma a su amigo.
—Serpiente: Trae aquí, métele bien…
—Trancos: Tranquilos, tranquilos… Esperad, hombre. Ya sabemos cómo es, dejadle que se explique. Tiene razón en que no nos dará tiempo a limpiar todos los cuadrantes, eso es evidente. Seguramente mañana ZR nos dará malas noticias. No sé si os habéis fijado, pero las columnas de humo de la ciudad son cada vez más evidentes. No hace falta ser muy listo para darse cuenta de que en cuanto se queden sin abastecimiento de comida allí, saldrán a buscarla fuera, y este pueblo se convertirá en la primera parada y fonda de los alrededores.
Las palabras de mi compañero no hacían más que consolidar la propuesta. Además, las columnas de humo a las que había hecho referencia dejaban bien a las claras que debíamos dar un golpe de efecto a nuestras acciones si queríamos seguir con vida. Dado que contaba con el beneplácito del todavía mando superior de LR, compartí mi plan maestro con la tropa.
—Queridos compañeros, camaradas. Ha llegado la hora de dar un impulso adicional a nuestros planes, que requieren la asunción de mayores riesgos: es necesario un mayor sacrificio por nuestra parte, y más compromiso. Nos ocultaremos en la noche para dar caza a todos los Zs de los que seamos capaces. Además, deberíamos aprovechar esta noche de plenilunio para ejecutar la acción. La noche es su hábitat natural, pero tampoco es extraño para nosotros: podemos desarrollar cualquier actividad en horas nocturnas. Además, no será necesario ir a buscarlos, ellos vendrán a nosotros…
Hice una pequeña pausa para reordenar mi discurso y dar tiempo por si alguno de mis oyentes pedía explicaciones al respecto.
—Trancos: Disculpa, ¿podrías ir un poco más al grano? Si no nos queda tiempo, quizá deberíamos aprovechar al máximo todo aquel del que disponemos.
De algún modo se había sentido herido en su orgullo. No quise hacer leña del árbol caído, así que expuse el plan sin tapujos.
—Nos ocultaremos en un lugar seguro: una azotea sería una buena ubicación, pues nos daría perspectiva; esperaremos a que salgan de sus escondrijos para ejecutarlos uno a uno.
La intervención de Donovan me daría pie a desvelar la parte del plan que intuía más conflictiva.
—Donovan: ¿Y cómo van a venir hacia nosotros, les vamos a poner unas cañas y unos taquitos de jamón?
—Serpiente: Claro, niño, y unos pulpitos en su tinta, ya verás como vienen flechados
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.
Tal y como esperaba, el propio curso de la conversación daría solución al problema.
—Trancos: Nosotros seremos el cebo.
Algunos componentes de LR mostraron su disconformidad con mi propuesta, aunque, dados los requerimientos de ésta, lo consideré razonable.
—Donovan: Trae la fusca, que lo dejo tieso.
—El Cid: No suelo estar de acuerdo con ellos, pero esta vez… creo que te has pasado un poco, mecachis en la mar. ¿Pero es que nos estamos volviendo locos?, mecachis en la mar.
Ni siquiera se escucharía el habitual reproche de su mujer respecto a la cantidad de tacos proferidos en una sola frase. Una vez más, Trancos volvería a hacer parte del trabajo.
—Trancos: Es una idea tan descabellada que podría resultar. Tenemos que hacer algo, o mañana a estas horas seremos presa fácil de esos Zeta. Supongo que propones que uno de nosotros se coloque de cebo para atraer su atención y que los demás, escondidos en algún lugar, les vayamos dando caza, ¿me equivoco?
—Sí, en resumidas cuentas, en eso consiste mi majestuoso plan.
Se avecinaba la conversación con más enjundia de cuantas tuvimos ese día. El más agudo de todos los componentes del Equipo de Intervención, sin percatarse, levantaría la liebre.
—Donovan: ¿Y quién se supone que va a poner el culo para que se lo muerdan?
Silencio.
—Bien, ése es el punto más peliagudo del plan; una vez solventado, estoy seguro de que tendremos éxito en la ejecución.
—Serpiente: Pues como la magnífica idea ha sido tuya… pones tú el culo.
Como sabía que la reacción iba a tomar esos derroteros, no me resultó difícil justificar lo inapropiado de la idea.
—No tendría inconveniente en asumir tal honor, aunque un análisis pragmático revela lo inadecuado de tu propuesta. Es obvio que necesitamos todos los recursos bélicos disponibles, ya que serán la garantía de que el valiente soldado que se preste a tan peligrosa misión saldrá airoso.
Incluso unas mentes tan raquíticas entendieron de inmediato el razonamiento. Acababa de lanzar la piedra… esperaba que otro recogiese el testigo. Fue precisamente quien a mi modesto parecer debía ocupar el puesto quien sacó al grupo del atolladero.
—Agustina: Yo seré el cebo…
Desde luego, un análisis puramente objetivo ponía en evidencia que era el miembro más prescindible de todos nosotros.
—El Cid: ¡Ni hablar! Seré yo, mecachis en la mar, mecachis en la mar, mecachis en la mar
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…
Los sentimientos se impondrían como siempre a la razón: habíamos llegado a una solución.
Tardaron un rato en decidir quién desempeñaría el papel de cebo humano, y aunque rezongando, al final Agustina aceptó o se resignó a la autoridad matrimonial del cabeza de familia. El miembro masculino del matrimonio se erigió en único valedor de la causa. Fueron momentos tensos y conmovedores, pero, por suerte, la evidencia era incontestable.
Todo había quedado planteado. Se habilitaría la noche para seguir con nuestra Operación Barbacoa, circunscrita todavía a la MLZ (Misión Limpieza Zeta). Tendríamos que elegir un sitio seguro. En principio, se convino en que la azotea de una casa de dos plantas dentro del C3 sería lo más apropiado. El cebo se colocaría en una pequeña plaza que quedaba justo delante, con lo que la trayectoria de la munición no tendría obstáculos.