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Authors: Alberto Bermúdez Ortiz

Tags: #Terror

Zoombie (16 page)

BOOK: Zoombie
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—Trancos: Bueno, bueno, bueno… Haya paz. Esperad, esperad… Seguro que tiene una explicación… ¿no? —mirando inquisitivamente a la autora de tan extraordinaria petición.

—Agustina: Creo que deberíamos rezar, aunque sea un padre-nuestro, antes de prender la casa.

—Donovan: ¡Dios mío con la abuela de los…

—El Cid: ¡Cuidado con lo que dices que…!

—Donovan: … de Dios! —terminó—. Mira, sin faltarle a usted al respeto —y dando muestras de un monumental enfado—, ¡que quiera usted rezar por esos… es…! ¡En fin, que no quiero decir barbaridades!

—Serpiente: Tranqui, chaval, que se te infla la vena
[56]
… y cuando se te infla la vena…

Creí necesario intervenir e imponer un poco de disciplina en el grupo.

—Por favor… será mejor conservar la serenidad y no perder la calma. Dejemos que se explique y, a partir de su exposición, tomaremos una decisión apropiada en base a los hechos. Es posible que tenga argumentos con fundamento, aunque no acierto a dilucidarlos.

—Donovan: ¿Qué es lo que ha dicho?

—Trancos: Que la dejemos hablar y luego decidamos.

Silencio.

—Agustina: Son criaturas de Dios.

Todos nos mantuvimos expectantes esperando que su argumento se prolongara en defensa de su petición: se limitó a mirarnos con cara de corderito degollado a la espera de un veredicto de inocencia.

—Donovan: A la abuela de las gónadas
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se le ha parado la cabeza. Que son criaturas de Dios… Como las hormigas, los perritos falderos
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y los murciégalos —los nervios le hicieron pronunciar mal la palabra—. Pues mira tú por dónde, te voy a regalar uno por Navidad, te lo metes en casa y le echas de comer las sobras del cocido. Le compras una cadenita buena y te lo sacas de paseo a que haga sus caquitas. Y no te olvides de recogerlas… que te multa el monillo
[59]
.

—Trancos: Venga, ya está bien. No te cebes con esto. A ver, Agustina, ¿te das cuenta de lo que dices, mujer?

—Agustina: Sí, y sigo pensando lo mismo. Si Dios ha querido que estas criaturas habiten en la faz de la tierra, será por algo. A lo mejor es que hemos hecho algo malo y nos está castigando. Mostrar un poco de respeto no nos vendrá mal, no perdemos nada, y quizá consigamos Su perdón.

—El Cid: Mira, cariño, sabe Dios que me parto la cara con quien sea si se propasa contigo un pelo, pero es que esto… esto… esto… ¡esto no hay por donde cogerlo!

Ni que decir tiene que nadie movió un músculo. La invasión Z acababa de adquirir tintes religiosos. Dios se había hartado de nosotros y, como en el Antiguo Testamento, nos estaba castigando con una plaga de Zs. ¡Con la iglesia habíamos topado! Era de esperar que tarde o temprano surgieran voces religioso-apocalípticas —yo mismo había incluso hecho alguna referencia—, pero no me imaginaba que fuese en el seno de LR. Aquello suponía un problema, pues saltaba a la palestra lo que había mantenido a pueblos enteros durante siglos en pie de guerra: la interpretación de los libros sagrados. Ahora se planteaba otorgar o no carácter religioso a LR o mantenerla laica, como era mi intención; habíamos pasado de ser un grupo libertario a convertirnos en la Santa Inquisición.

—Trancos: Entiendo tus argumentos, pero escucha una cosa: lo que hacemos es actuar en defensa propia, nos están atacando. Nos devoran sin miramientos, y nosotros también somos criaturas de Dios. ¿Crees en serio que merecen una oración?

—Agustina: Sí, lo creo de corazón. No sabemos si son capaces de redimirse antes de extinguirse en la eternidad o si toman conciencia de lo que un día fueron: hijos del Señor. Además, muchos de los que van a ser sacrificados serán conocidos, o amigos vuestros. A lo mejor, en otro pueblo, en otra ciudad, otras personas estén haciendo lo mismo que nosotros, y mi hijo podría ser uno de ellos. Sé que lo que hacemos es necesario, pero me gustaría que lo que yo hago lo hicieran por mí, o por los míos.

El alegato final estaba inclinando la balanza más a su favor que en su contra. Además, sus ojos estaban a punto de declarar el periodo monzón a sus mejillas, lo que acabó por convencernos a la mayoría, a excepción de su principal detractor, que seguía profiriendo pestes de la idea y se declaraba objetor de conciencia con respecto a cualquier acto misericordioso para con ningún Z. Al final se buscó una alternativa intermedia que pudiera contentar a todos: cada uno actuaría según sus convicciones si no atentaban contra los intereses de ningún otro miembro de LR. Así, en lo sucesivo, antes de prender fuego a nuestro objetivo, el Equipo de Intervención se afanaba en la confección de un cigarro psicotrópico. Desconozco en qué invertía Trancos ese tiempo, aunque creo que en la mayoría de ocasiones acababa uniéndose a Agustina en la plegaria. El Cid, por su parte, me reconoció en una conversación privada que dejó de creer en nada después de su participación en la guerra, aunque acompañaba a su mujer al culto todos los domingos. Por lo que respecta a mí, he de confesar que invertía mi tiempo en reflexionar sobre diferentes cuestiones, principalmente referidas a la mejora y desarrollo de nuestros planes.

Llevado a cabo el acto para la salvación de las almas Zs, restaba únicamente lanzar el ya referido artefacto incendiario dentro de la casa y finiquitar el asunto. A nivel personal, el lanzamiento había dado un giro copernicano: después de conferir alma a los Zs, eran constantes mis referencias mentales a la Santa Inquisición. Tuve que hacer un esfuerzo para no verme como un siervo abnegado de la causa velando por la integridad religiosa de los feligreses a punto de purificar el alma de un pobre desgraciado.

—Agustina: … y líbranos del mal… amén.

Fueron las últimas palabras que escuché y que se convertían en el pistoletazo de salida de las olimpiadas. La primera prueba era el lanzamiento de cócteles molotov. Plantado delante del agujero por donde tenía que hacer pasar el cóctel, esperé algún tipo de señal que evidenciase la paralización de la operación.

—Donovan: Venga ya, quillo… que nos van a dar las uvas. Dame el trasto que ya lo hago yo… ¡so acojonado!

Lancé la botella encendida. Todo parecía ocurrir a cámara lenta. La botella atravesó la boca oscura colándose en el interior de la casa. El sonido de cristales rotos evidenció el éxito del lanzamiento. Después las llamas empezaron a iluminar la habitación. Permanecimos atentos, cada uno en el lugar asignado, apuntando con las armas a la puerta mientras esperábamos que un Z a lo bonzo saliese por ella. No pasó nada. En escasos minutos la casa era una enorme bola de fuego que se consumía sin remedio delante de nosotros. Lo último que recuerdo antes de que Trancos nos rescatase de aquel infierno fue a Agustina santiguándose.

—Trancos: Bien, la primera intervención ha sido un éxito. Sigamos, no hay tiempo que perder. Todavía nos quedan muchas casas que limpiar.

Por suerte, las demás intervenciones fueron bastante más rápidas en su ejecución; la práctica adquirida en cada una de ellas nos hacía tremendamente efectivos en la tarea, por lo que recuperamos el tiempo perdido. Además, nos turnamos en los lanzamientos, lo que agradecí en extremo, y poco a poco la sensación de inquisidor fue remitiendo. Nos dimos cuenta también de que no hacía falta quemar todas las casas para limpiarlas de Zs, sino que podríamos aprovechar igualmente la táctica que ya habíamos utilizado anteriormente: las que fuese posible se inundarían de luz, evitando además el desperdicio del preciado combustible. Al contrario de lo que pueda parecer, el acopio de comida y bebida durante una invasión Z no es de las cuestiones que más deban preocuparnos (generalmente contaremos con lugares donde avituallarnos sin problemas), por lo que no debemos perder el tiempo en esta cuestión. Las condiciones meteorológicas nos favorecían: la ausencia de viento hacía más segura la operación crematoria. La distancia que separaba las casas del primer cuadrante ayudó también en la ejecución. La limpieza de C1 se llevó a cabo con bastante rapidez, pero, por suerte o por desgracia, no asistimos a ninguna «zombiscada»
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, término con el que la bautizó Donovan, en otro de sus ingeniosos comentarios. No me extenderé más en los pormenores de las ulteriores acciones crematorias: no se crea que no se presentaron problemas imprevistos derivados de lo incontrolable del fuego, pero no pasaron a mayores, por lo que los omitiré.

Reunidos en el PS de C2, donde tendría lugar el primer altercado como consecuencia de la puesta en marcha de la Operación Barbacoa, mientras el primer cuadrante ardía como Troya, dimos asueto y sustento alimenticio a nuestros cuerpos antes de la siguiente acometida. La limpieza del C2 sería todavía más rápida que la del cuadrante anterior, ya que conseguimos eliminar todas aquellas circunstancias que retrasaban el proceso en su conjunto; durante el proceso crematorio de una de las casas propuse a Agustina una alternativa a su irrenunciable ritual oratorio: que durante la noche dedicase un tiempo a rezar unos cuantos padrenuestros a cuenta de las casas que quemaríamos al día siguiente. Fue imposible convencerla de que una plegaria pudiera servir para todo un día de trabajo. Fue, como digo, en este cuadrante donde tendría lugar la primera zombiscada, y fueron las persianas totalmente bajadas y sin resquicio de luz de la última casa que nos quedaba por limpiar del cuadrante las que anunciaron complicaciones.

—Donovan: Esto pinta mu malamente [muy mal], quillo. Todas las persianas bajadas: me juego el pescuezo a que ahí dentro está planchando la oreja
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un Zeta.

—Trancos: Pues la verdad es que tiene toda la pinta. Será mejor que utilicemos un cóctel. Además, cada vez hay menos luz, y no me fío. Ya me encargo yo.

Se hacía tarde y los rayos solares se debilitaban, lo que reducía nuestra capacidad de asalto. Ocupábamos nuestros puestos: Trancos encendía la mecha del artefacto incendiario, yo me agazapaba en un lugar seguro, apuntando a la puerta con mi arma, al igual que Donovan, mientras Agustina iniciaba el proceso de aviso a los posibles moradores de la vivienda. En esta ocasión no olvidó ni una coma del texto aprobado para la ocasión.

—Serpiente: Ya tiro yo la piedra para romper la persiana.

El lanzamiento dio en el blanco y abrió el esperado agujero en la persiana, dejando escapar el aire contenido en la casa.

Inmediatamente, Donovan adoptó otra vez una postura que lo asemejaba a un perro de caza olisqueando con exhalaciones e inspiraciones rápidas el aire.

—Donovan: ¡Hostia, qué peste, quillo! ¡Otra vez el olor a mierda! Ya te digo que hay zombiscada.

—Trancos: ¡Puffffffffff!, hasta yo percibo el olor. Dios, ¡qué tufo!

—El Cid: Mecachis en la mar, qué olor sale de esa madriguera.

—Agustina: ¡Uf, por favor! A esa casa le hace falta una buena limpieza.

Exasperado porque mi sentido olfativo seguía mermado y todavía era incapaz de percibir olores, a no ser que fuesen muy fuertes, estuve a punto de meter las narices dentro de la casa a través del recién estrenado butrón para comprobar si era capaz de olfatear algo, aunque mi sentido común se impuso. Además, las expresiones faciales de mis compañeros no presagiaban que fuese una experiencia agradable.

—Agustina: Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre…

—Donovan: ¡Hay que joderse!… No ha tenido tiempo la mujer, jolines —saltó, cortando la oración—, que se tiene que poner a rezar ahora. Mañana se viene usted rezada de casa, ¿estamos?

—Trancos: Venga, déjala que termine. Ya sabes que esta noche rezará para mañana —en voz alta y exagerando la pronunciación para que ésta, inmersa en su oración, se diese por aludida.

—Agustina: … y líbranos del mal… amén.

Trancos soltó su brazo y la botella acabó colándose dentro de la casa. Inmediatamente después se puso a salvo, o eso pensé, un par de metros delante de mí, detrás de un árbol cuyo tronco hacía de parapeto. Las llamas saltaban devorando el mobiliario que encontraban a su paso. Las primeras bocanadas de humo que escaparon por el agujero de la persiana presagiaban que si dentro había cualquier ser vivo, tendría que salir de allí o acabaría achicharrado.

Los primeros sonidos se oyeron cuando las bocanadas de humo anunciaron que las dimensiones del incendio lo hacían incontrolable. No sabría describir con exactitud el sonido en cuestión, aunque era evidente que no era producto del proceso de combustión: lo emitía un ser vivo. Un sonido gutural hueco proveniente directamente de la caja torácica se hacía cada vez más audible y evidenciaba un dolor que iría in crescendo. El ruido de muebles cayendo al suelo denunció que fuese lo que fuese lo que estaba dentro se movía buscando escapatoria en dirección a la salida, tropezando con todo lo que se interponía en su camino. Recuerdo las voces de Donovan y Serpiente confundidas con el crepitar de las llamas, las expresiones de horror en los rostros de El Cid y Agustina y la tensión en los músculos de los brazos de Trancos apuntando a la puerta por la que estábamos seguros de que saldría lo que fuese que se encontraba en el interior de aquella morada. Los casi imperceptibles primigenios movimientos de la puerta anunciaban que su salida era inminente. La puerta se abrió de golpe y el aire inundó el habitáculo provocando una brutal deflagración que dejó ver por primera vez la figura de un ser humano enmarcada sobre un lienzo de humo blanco. No había duda: era un Z parcialmente en llamas. Las calvas de su cabeza así lo testimoniaban, además de las llamas que adornaban la pernera de su pantalón y de la fumata blanca que se desprendía de su camisa. Fueron necesarios unos segundos para que, dándome cuenta de la situación, pudiera arengar a los miembros de LR activando los mecanismos de defensa.

—¡Disparad, disparad, camaradas, apuntad a la cabeza!

El Z inició su avance hacia Trancos. Todos accionamos los gatillos, a excepción de éste, quien, con un paso lateral, se puso al descubierto. El aire se inundó de plomo. Los primeros disparos impactaron en el Z; por desgracia, en partes del cuerpo no mortales. Las ropas se le hacían jirones al ser atravesadas por los proyectiles. El primer disparo de Donovan lo recibió a partes iguales el hombro y la cabeza del atacante: la distancia que lo separaba del tirador hizo que los diminutos perdigones se repartiesen equitativamente en los miembros señalados del cuerpo del Z. Lo que a priori habría sido un disparo mortal para cualquier ser humano ni siquiera había conseguido trabar el avance de aquel ser. Trancos seguía inmóvil, dispuesto a aguantar el envite. Mi dedo, entrenado en tales menesteres por cuestiones ya referidas, tiraba del gatillo sin compasión, aunque el movimiento del objetivo hacía difícil acertar en la diana. La masa de carne amorfa y humeante no detuvo su avance aun recibiendo los impactos de bala. Lo más grave era que el hasta ahora dirigente de LR, aun teniéndolo a escasos metros de él y con buena perspectiva de tiro, seguía totalmente inmóvil. ¿Esperaría hasta el momento idóneo para atravesar la cabeza del Z con un certero disparo? De nuevo erré en mi conjetura. Donovan vociferaba barbaridades irreproducibles mientras se disponía a realizar su segundo y último intento. Sabía que si no le volaba los sesos con el cartucho que le quedaba, las características de su arma no permitirían un nuevo intento de forma rápida. Serpiente, como sumido en una especie de trance, no paraba de reír y exhortaba a su amigo a seguir disparando con su escopeta. Apunté con detenimiento al cráneo del Z, la mirilla se posó en su entrecejo y acaricié el gatillo dispuesto a dar muerte a nuestro atacante, cuando escuché el escopetazo de Donovan. Quiso el destino que el tiro alcanzase la pierna del Z amputándosela de cuajo y haciéndole caer apoyando en el suelo la rodilla que todavía conservaba; como si fuera una olla a presión, su cabeza insuflaba aire a sus ojos, que se inflaron saliéndose de sus respectivas cuencas y estallando como dos globos de chicle que desactivaron el cuerpo del Z. Cayó inerte al suelo justo delante del inmóvil líder, quien todavía sostenía el arma fría (no la había disparado) en sus manos. Cesó toda actividad militar. Sólo el crepitar de las llamas rompía la circunspección del momento. Cortinas de humo blanco dificultaban mi visión, aunque reconocí la respiración agitada de Trancos bajando los brazos derrotado. El Cid tapaba con sus manos las orejas de Agustina intentando ahorrarle el suplicio del que él mismo era víctima. Tuvieron que pasar algunos minutos antes de que todo recobrase una relativa calma. De nuevo abanderé la iniciativa del movimiento de reagrupación de las tropas después de la batalla. La conversación que mantendríamos descubriría el misterio del comportamiento de nuestro socio.

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