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Authors: Alberto Bermúdez Ortiz

Tags: #Terror

Zoombie (14 page)

BOOK: Zoombie
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—Hola, buenos días. Pido disculpas por el retraso, pero… —fui interrumpido en honor del olfato canino.

—Donovan: Joooooooooder, quillo, otra vez oliendo a mierda —pensé que al menos no tendría que extenderme en dar explicaciones.

—Sí, parece que mi vecino se lo ha tomado como algo personal.

Identifiqué sin lugar a dudas la tarea que tenía sumidos a mis compañeros en una profunda concentración. Estaban vertiendo combustible en una botella vacía de vino. No sabía cómo reaccionar, me quedé mudo: aquello suponía otro golpe bajo a mis pretensiones de liderar LR. Alguien se había adelantado a lo que iba a ser mi propuesta, pero ¿a quién se le había ocurrido la idea?

—Donovan: ¿Qué pasa, quillo? ¿Se te ha comido la lengua el gato? Ayer se nos ocurrió, al Equipo de Intervención, o sea, al menda lerenda y a éste —miró a su compañero de trabajo—, que podríamos aprovechar nuestros conocimientos para fabricar unos artefactos explosivos, por si necesitamos defendernos, ya sabes.

—Serpiente: Ya te digo, nosotros para esto somos lo mejor de lo mejor. Y si no que se lo pregunten a los maderos
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de… —parte del líquido se vertió al suelo y Donovan reclamó concentración a su compañero, lo que derivó en una pequeña discusión que no reproduciré. Supe sobreponerme al golpe pensando que todavía tenía algunas propuestas para el grupo.

—Es una buena idea. Precisamente, esta pasada noche, mientras confeccionaba el mapa con los cuadrantes y los PS, tal y como se propuso ayer, mi mente trabajaba paralelamente y llegó a la misma conclusión. De igual manera, tengo otras propuestas que hacer. ¿Dónde están los demás?

—Serpiente: Han ido a buscar más botellas al contenedor de las botellas. Trancos se ha ido a inspeccionar la zona, ahora mismito vuelve —respondía mientras apuntaba con la mirada a un contenedor de basura.

Estaba claro que durante la noche no había sido el único miembro de LR que se había dedicado a cavilar sobre el asunto. Al poco hicieron su aparición los miembros ausentes y tuvieron lugar los actos protocolarios propios del reencuentro. Todos dieron por finalizadas sus tareas y se encauzó la conversación que guiaría nuestros destinos en los próximos días.

—Trancos: Recogedlo todo, que nos vamos. A ver qué nuevos datos nos proporcionan nuestros compañeros.

—Donovan: Venga, vamos, a ver si les han dado para el pelo a esos bichos.

—El Cid: Me parece que los que nos van a dar para el pelo son ellos a nosotros, mecachis en la mar, fíjate lo que te digo.

Intervine reclamando información al respecto de los planes que por lo visto se habían establecido en mi ausencia.

—Perdonad, compañeros, ¿pero dónde se supone que vamos? Siento tener que deciros que no me parece adecuado que marquéis objetivos en mi ausencia, siendo un miembro del grupo…

No pude acabar mi alocución —y lo agradezco, pues habría supuesto una torpeza arremeter contra mis compañeros, tal y como iba a hacer— porque fui interrumpido por una oportuna intervención.

—Trancos: No, no te equivoques. Es algo que hacemos todas las mañanas. Tenemos que contactar con el grupo de voluntarios de la ciudad para ver cómo ha transcurrido la pasada noche. Ya te dije que tenía una radio de onda corta, ¿recuerdas? Después seguiremos con los planes trazados ayer. Espero que hayas traído el mapa con los cuadrantes.

Había olvidado por completo el tema de los contactos establecidos con otros grupos resistentes antes de mi incorporación a filas. De haberlo recordado, me habría entregado en la preparación de una batería de preguntas en pro de nuestra seguridad; en vez de eso me vería obligado a improvisar, lo que restaba efectividad al interrogatorio.

—¡Por supuesto que sí! He hecho cálculos bastante aproximados. He asignado tamaños de cuadrículas teniendo en cuenta diferentes variables, lo cual redundará en la eficacia de nuestros planes. Por otra parte, creo que sería conveniente llevar a cabo algunas modificaciones en la MLZ (Misión Limpieza Zeta) y adoptar métodos más rápidos, dado que dudo que tengamos tiempo suficiente para convertir el pueblo en una zona segura.

—Donovan: Lo que tú digas, quillo, pero lo dejas para luego, que se nos pasa el arroz y nos espera Zeta… Pe.

—Trancos: Sí, será mejor que lo dejemos para luego porque quedan quince minutos para establecer contacto y no nos conviene llegar tarde. La radio está aquí al lado, pero es mejor llegar antes, por si acaso.

Nos pusimos en camino en dirección a la radio que nos pondría en contacto con otros miembros de otras «Resistencias», en concreto con una que operaba en la ciudad y que había mantenido informado al grupo. El trayecto fue corto: en cinco minutos nos detuvimos delante de un coche de policía local.

—Trancos: Bien, ya hemos llegado. Todos adentro.

Abrieron las puertas del coche y se colaron dentro ocupando cada uno el lugar que supuse habían ocupado en días anteriores. Trancos estaba delante con Donovan y la parte trasera estaba reservada para los demás. Todos los asientos estaban ocupados: evidentemente esto provocó una escena tensa, ya que ninguno parecía estar dispuesto a ceder su sitio, lo que me dejaba fuera del coche y sin posibilidad de participar de la comunicación. De nuevo Trancos intervino en mi favor convenciendo a Donovan para que se trasladase al asiento trasero del coche con la contrapartida de ceder a la petición de éste de fumarse un «porrito» mientras comunicábamos por radio… Error.

Los primeros sonidos de la radio nos pusieron en tensión: de forma entrecortada iban llegando las primeras palabras de nuestro interlocutor, aunque ininteligiblemente. Los demás seguían intentando encontrar una postura cómoda en la parte trasera del vehículo. Parecía que las interferencias remitían y por fin recibíamos alto y claro la información de Zorro Rojo.

—ZR: Aquí Zorro Rojo, ¿me recibes, Zorro Amarillo? —fue la primera frase que pudimos escuchar. Supongo que la propia expresión de mi cara incitó a Donovan a aclararme que las diferentes resistencias se denominaban tal y como acababa de escuchar, mientras se entregaba a la laboriosa tarea de liar el cigarro. Estaba claro que la cosa iba de zorros. A partir de ahora transcribo literalmente la conversación con Zorro Rojo.

—Trancos: Te recibo cinco por cinco
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.

—Serpiente: Veinticinco.

Risas.

—Trancos: ¡Silencio! ¿Cómo están las cosas por ahí, Zorro Rojo?

—ZR: Muy mal. Esta noche hemos sufrido muchas bajas. No sabemos si resistiremos otro asalto. Estamos recomponiéndonos. ¿Y vosotros? —no pude evitar intervenir: había cuestiones de primer orden que necesitaba saber. Por otra parte, si me mantenía al margen de la conversación, mi estatus dentro del grupo podría resentirse.

—Sí, perdón, ¿me recibe? Sería conveniente que nos informase acerca de los aspectos de más enjundia para nuestras pretensiones de seguir con vida. En primer lugar, agradecería saber cómo evolucionan los estudios para el desarrollo del arma, y por otra parte…

—ZR: ¿Hay algún problema?, no os copio, ¿todo va bien? —preguntó sin dejarme acabar la frase: por lo visto, el proceso de comunicación con ZR requería accionar un botón que se ubicaba en una especie de micrófono que poseía Trancos. Tal circunstancia impidió que mi interlocutor recibiese mi consulta.

—Trancos: Sí… no hay problema, ¿cómo llevan los científicos lo del arma?…

—ZR: Parece que la cosa sigue adelante y que han hecho algunos avances. Se rumorea que lo han probado en algunos sitios que daban por perdidos, aunque sigue matándonos a nosotros también… Parece que tendremos que esperar.

Estaba claro que mientras no poseyese el micrófono, no podría comunicarme a mi libre albedrío. Esperé la réplica de ZR para arrebatarle el artilugio comunicador a mi colega y lancé una andanada de preguntas. El coche empezaba a llenarse de humo procedente del cigarro psicotrópico que el Equipo de Intervención estaba consumiendo en la parte trasera y que provocaba que el Equipo de Avituallamiento tosiera profusamente, lo que complicaba la comunicación. Por mi parte, empecé a sentir cierto mareo.

—Perdone, camarada. ¿Podría confirmar si tienen comunicación con fuentes oficiales?, ¿se han restablecido los canales de comunicación?, ¿cómo están los demás países?, ¿hay algún plan de acción concreto para la crisis?

—ZR: Desde que se perdieron las vías de comunicación, el establecido por Zorro Plateado es nuestro único canal abierto. Siempre a través del ejército. —Zorro Plateado, el canal oficial que daba parte de cualquier novedad a la población humana superviviente—. No hay canales alternativos y dudo que éste siga abierto mañana. El único plan es aguantar el tirón hasta que se consiga el arma.

Accioné de nuevo el botón de comunicación del ingenio con la intención de expedir una segunda andanada, aunque alguien se me adelantó.

—Serpiente: ¿Pero vamos a ver, qué ha dicho Zeta Pe? —haciendo referencia a Zorro Plateado—, ¿algo tendrá que hacer el ejército, no? Unos tanques, unos misiles, unas bombas… aviones… algo, ¿o es que nos van a dejar a la buena de Dios? —no era la pregunta que me habría gustado hacer, pero tampoco desmerecía, sobre todo teniendo en cuenta quién la había formulado.

—ZR: La comunicación oficial de ZP es que la cosa no está tan mal… esperan controlar el ataque esta misma semana.

Silencio.

—ZR: Lo siento, no puedo deciros más.

—Donovan: Tiene razón, quillo. Lo tenemos chungo que te cagas. Si Zeta Pe dice que lo tiene controlado, es que la cosa está para cagarse. Es como cuando sale el «presi» del equipo de fútbol y dice que no echan al míster… Al día siguiente está en la p… calle.

Su apunte, aunque algo peregrino, podría ajustarse bastante a la realidad. No hubo réplica alguna. Incluso ZR parecía haberse rendido a la reflexión del bisoño compañero, quien daba constantes muestras de tener una especie de visión pragmática de la realidad: su peculiar manera de expresarlo hacía que nadie lo tomara nunca muy en serio, una circunstancia que por lo demás cambiaría a partir de ese mismo instante. Trancos tomó el intercomunicador de mi mano retomando el control de la conversación. El coche seguía acumulando humo que ni siquiera con las ventanillas abiertas acertábamos a evacuar, aunque, por no malgastar el tiempo en reprender la actitud de los culpables, nadie dijo oxte ni moxte.

—Trancos: Puede que tenga razón. No hemos visto ni cazas, ni tanques ni nada que tenga que ver con el ejército por la zona. ¿Y por ahí?

—ZR: Nada, los habríais escuchado vosotros también.

—Trancos: ¿Pero no os dicen nada?

—ZR: No sueltan prenda. Tan sólo nos dan algunas consignas y munición si la cosa se pone muy fea.

La comunicación volvía a hacerse casi ininteligible; sólo recibimos palabras entrecortadas: «preparaos», «mañana», «abandonamos» y… «suerte». Intentamos recuperarla inútilmente. Todo indicaba que la transmisión había terminado.

—Donovan: ¡Vamos a palmar!…

Agustina empezó a emitir una especie de sonido parecido a un sollozo: pensamos que se correspondía con el comienzo de lo que prometía ser un lastimoso llanto, aunque la realidad era bastante diferente. Lo que comenzó como una tosecilla que anunciaba lágrimas resultó ser el comienzo de un ataque de risa. Las carcajadas, semejantes al relincho de un caballo, inundaron el habitáculo ante la estupefacción de todos nosotros: sus compañeros de asiento terminaron por contagiarse y acabaron desternillándose de risa. En pocos segundos todos acabamos desencajados y a carcajada partida, haciéndose necesaria la evacuación del coche y la renovación del aire de nuestros pulmones para que después de cinco minutos recobráramos la calma. En primera instancia deduje que, fruto del nerviosismo acumulado tras la conversación, junto con lo poco halagüeñas que eran las noticias recibidas, los nervios de la mujer acabaron por destrozarse exteriorizándolo de esta manera. Posteriormente he podido atribuir, si no toda, parte de la culpa también a la aspiración de aire contaminado de cannabis, según me informarían los responsables de la propagación del humo contaminado. Al menos la ficticia concordia me ha dado pie a enseñarle a Agustina el diseño del escudo que debería prender en nuestras ropas, tarea que ha aceptado muy amablemente señalando que se pondría a ello en cuanto tuviera el tiempo y los aperos necesarios. A todos les ha parecido buena idea y han celebrado la iniciativa.

Se reavivó la conversación respecto de las nuevas informaciones recibidas por parte de ZR sobre los Zs. Lo que empezó siendo un análisis más o menos concienzudo en el que primaba la comunicación acabó convirtiéndose en un gallinero en el que se hacía escuchar quien más alto lograse alzar la voz: Donovan seguía en sus trece respecto a que realmente nos encontrábamos en alerta máxima, para lo cual se basaba en el ya referido hecho de que la veracidad de un comunicado oficial, de cualquier índole, es inversa-mente proporcional a su correspondencia con una realidad objetiva, y volvía a exponer el ejemplo futbolístico para reforzar su versión, además de abordar otros asuntos, como la crisis económica o el paro, con los que resultaba imposible establecer el menor paralelismo ni siquiera echando mano de grandes dosis de imaginación. Fue necesario advertirles —su abnegado prosélito acabó uniéndose a su causa— de que nos hacíamos cargo de su interpretación de los hechos y que sería de las primeras de la lista a la hora de plantear cualquier tipo de acción que llevar a cabo. Su versión, aunque pecaba de hiperbólica en su exposición, no estaba exenta de solidez. En cualquier caso, me dio pie a retomar el discurso que había tenido que suspender con motivo de la comunicación con ZR.

—Bien, aceptemos el hecho de que estamos al borde del abismo: se establece nivel de alerta DEF CON 3
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, y ya veremos si es necesario modificar la calificación en las horas sucesivas. Lo que está claro es que la realidad sustenta la propuesta que os iba a plantear hace un rato. Es necesario realizar variaciones en la MLZ.

—El Cid: ¡Pero qué carajo es eso de Des con 3, mecachis en la mar! Seguro que es yanqui. Que os tienen sorbido el coco, jolín
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.

—Trancos: Son niveles de alerta —aclaró—. ¿Qué propones?

—Serpiente: ¡Venga ya, joder! Déjate de tanto rollo y suéltalo ya… que eres muy cansino.

—Agustina: Calla, hombre, déjale hablar. Y tú —refiriéndose a su marido—, como vuelvas a decir una palabrota te vas a enterar, no te lo digo ni una sola vez más.

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