Zoombie (10 page)

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Authors: Alberto Bermúdez Ortiz

Tags: #Terror

BOOK: Zoombie
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—Delincuente 1: ¡Aquí jiede [hiede] a mierda, quillo! Este pollo
[9]
e [es] un bicho
[10]
, le voy a dejá [dejar] tieso
[11]
, ¡pero ya!

—Policía: ¿Por qué nos va a mentir, hombre? —pensando que la alusión al pestilente olor hacía referencia a la falsedad de mi aseveración, al tiempo que el primero retomaba la manía de apuntarme a la cabeza.

—Delincuente 1: ¡Que no, que digo que güele [huele] a mierda! A mierda de la buena… a caquita.

—Delincuente 2: Tranqui [tranquilo], que no se te vaya la flapa, que la vas a lia [liar] parda
[12]
. Que se te va el oresmus —perder el oremus, quiso decir— y… no sabes lo que haces.

—Delincuente 1: Que te digo que el jambo
[13]
este jie [hiede] a ful
[14]
, que tengo la tocha
[15]
endesarrollá —quiso decir «desarrollada— que te cagas.

—Jubilado: Pues para ser un zombi, mecachis en la mar, es más listo que tú. Que no sé de dónde te has escapado.

—Delincuente 1: Del trullo
[16]
, eso ya lo sabes.

—Jubilado: Es que me pones de los nervios…

—Ama de casa: Déjalo ya, no seas tan duro y no digas tantas palabrotas, que te lo tengo dicho —intervenía la integrante femenina del extraño grupo reprochando a su marido tan infame vocabulario, y no sería la última vez.

—Delincuente 1: A que te meto…

El policía instó a la calma al grupo alegando que las disputas internas no convenían y que era menester mantener la serenidad, cosa que juzgué razonable y que me hacía entrever lo complejo que iba a ser hacerme con el liderazgo de LR. Para quitar hierro al asunto, e interpretando que el problema estribaba en la esencia que debía de desprender mi bota a causa del desafortunado accidente con las heces de ZV, esbocé cuatro apuntes del desafortunado encuentro:

—No le falta razón, pero la causa de que percibas el olor a heces estriba en que he pisado las de un Zeta, un zombi, quiero decir, al salir de casa. Yo no puedo olerlo porque sufro anosmia transitoria por un proceso gripal, complicado con una amigdalitis —después levanté lentamente la bota y dejé ver los restos de las heces que no había podido limpiar.

—Delincuente 1: ¿Qué ha dicho el jambo?

—Ama de casa: Me parece que este señor ha pisado… una caca.

Risas.

—Delincuente 1: ¿Lo qué?

—Delincuente 2: Jodé [joder], niño, que ha pisao [pisado] el cagarro de un bicho y que tiene un trancazo del quince
[17]
—intentó ayudarle su amigo.

—Delincuente 1: Ah, güeno [bueno]. Pos que hable bien y que no sea tan gilí hablando, que no hay quien se entere de na [nada].

Reconozco que en primera instancia me costó entender a Donovan y Serpiente: se expresaban en una jerga callejera, propia de su estatus social y delictivo, que resultaba bastante complicada para alguien como yo, aunque, una vez aprendido el significado de las muletillas y de los recursos metafóricos más recurrentes, se convertía en una tarea bastante sencilla, pues constituían la base de cualquiera de sus diálogos. De todas formas, es a posteriori, y tras cerciorarme del significado de las palabras que utilizaron, cuando transcribo con bastante exactitud y de manera fidedigna, incluso en su forma fonética para no perder ni un ápice de realismo ni de su gracejo, las conversaciones que se derivaron de este primer encuentro con ellos. En cualquier caso, y para facilitar la lectura del presente ID, a partir de este momento, reproduciré todos los diálogos prescindiendo de la tan realista transcripción fonética; de todas maneras, el lector cuenta ya con el ejemplo y podrá imaginar, si lo desea, los diálogos en su forma original. Mantendré, eso sí, la práctica de sustituir los vocablos malsonantes, ofensivos o blasfemos de cualquiera de ellos por otros que preservan el sentido original de la frase y el decoro del interviniente, con el recurso de las anotaciones a pie de página que me servirá, además, para hacer las aclaraciones que considere oportunas.

Aquel primer intercambio de impresiones no me permitía intuir el desenlace final del encuentro: la presencia del policía era el único viso de cordura —además de la mía— al que me podía agarrar, así que opté por dirigir mi alocución a él.

—No soy un zeta, un zombi o un… bicho. Esto es absurdo. Es de día, luce el sol y estoy entablando conversación con vosotros. Llevo ya un buen rato aquí y no habéis notado cambio alguno que así lo pudiera hacer pensar. He venido a unirme a vosotros, la Resistencia.

—Policía: ¿La Resistencia? —por fin se habían dado por aludidos.

—Sí, bueno, es un término que propongo para autodenominarnos; creo que es bastante ilustrativo y con unas connotaciones históricas que vienen al pelo.

—Delincuente 1: La Resistencia, como en «V», ¿no? —aludiendo a algunos de los protagonistas de tan afamada serie televisiva y en la que se basaría para elegir su pseudónimo.

No se me había ocurrido la comparación; más bien, como ya he constatado al referirme a LR, pensaba en connotaciones históricas registradas, pero, dadas las circunstancias en las que se planteaba, la referencia a la serie televisiva tampoco me pareció tan descabellada: la ocurrencia tenía más visos de realidad que de ficción. La cuestión es que aquello derivó en una pequeña trifulca por asignarse los personajes de la serie mientras el policía intentaba, como deduje que pasaría la mayor parte del tiempo, poner paz.

Saqué mi pistola del cinturón y efectué un disparo al aire: me pareció un desperdicio —puede que una bala tuviera un valor incalculable en un futuro no muy lejano—, pero la ocasión lo requería, y además me resultó de lo más cinematográfico. Inmediatamente todos quedaron mudos con la mirada clavada en mí. El resultado de aquella salva fue que algunos de mis nuevos socios apuntaron con sus respectivas armas hacia mi conspicua persona.

—Ya está bien, es una cuestión baladí, sin ninguna trascendencia. En todo caso… ya lo discutiremos. Quiero pensar que tenemos… otras cuestiones de las que ocuparnos —improvisé antes de que el ambiente se volviese a enturbiar.

—Jubilado: Tienes razón. No podemos pelearnos por tonterías, mecachis en la mar
[18]
, con la que se nos viene encima. Además, tenemos algo de que ocuparnos —era la segunda alusión que hacía al hecho de que tenían «algo de lo que ocuparse». Y aunque todavía no contaba con suficiente información para adivinar el mensaje en clave al que hacía referencia con sus últimas palabras, y del que sólo eran partícipes sus compañeros, esta vez sí me puso sobre aviso; pero, dado que era un punto de inflexión en mis aspiraciones a comandar LR, lo aparqué en un segundo plano. Prolongué mi intervención dando muestras de liderazgo. Para entonces ya habían bajado sus armas.

—Deberíamos plantear cuestiones logísticas y de acción. O mucho me equivoco, o no habéis previsto posibles contingencias bélicas. Necesitamos un campamento base, aprovisionamiento de armas, trazar un plan… —estaba a punto de reorganizar aquella desvencijada guerrilla y hacerme con el mando: debía reasignar los galones y responsabilidades, aunque sabía que no podía relegar a su actual líder, el policía, a un estatus de subordinación total y que tenía que otorgarle un rango militar acorde con su peso dentro del grupo—. Tú serás el segundo de a bordo —refiriéndome al policía: segundo de a bordo era un rango que en teoría no debería haber planteado problemas, aunque me equivoqué—. A partir de ahora tu nombre de guerra será… P. —de policía, improvisé, ya que era una cuestión sobre la que no había tenido oportunidad de meditar y fue la opción que primero me vino a la cabeza—, y serás mi mano derecha en el frente —conservaría así el peso específico en el mando del grupo—. Vosotros seréis J. y A. —dije señalando con el dedo índice al jubilado y al ama de casa; por suerte, ninguno manifestó curiosidad acerca de la procedencia de sus nuevos alias: J. de «jubilado» y A. de «ama de casa»—, y os encargaréis del avituallamiento de la tropa. Y, por último, vosotros —por eliminación, los delincuentes—, D1 y D2, seréis el Equipo Especial de Intervención —terminé imprimiendo solemnidad a la prédica; aun así, surgirían complicaciones no previstas que darían al traste con parte de mis pretensiones.

—Policía: Pero nosotros ya sabemos nuestros nombres. Yo me llamo…

Casi pronuncia su nombre. Supongo que mi lenguaje corporal impidió que lo hiciera. Es probable que mi sugerencia diera con el punto débil de la proposición: el hecho de que el grupo se hubiera formado en mi ausencia y sin seguir las más mínimas reglas establecidas para estos casos suponía que los errores cometidos hasta ahí fueran ya insubsanables, pero no era motivo suficiente para seguir obviándolas. Me las arreglé para articular un discurso en defensa de mi propuesta: el argumentario básico lo tenía aprendido, así que únicamente tuve que adaptarlo a la coyuntura actual.

—Sí, es posible que la propuesta llegue tarde, pero empezamos una nueva etapa. La Resistencia se ha profesionalizado, ha avanzado en su perfeccionamiento como movimiento que iniciará la Zeconquista —no dejé escapar la oportunidad de sacar a la palestra el término que había concebido para plasmar el sino de LR y al que deberían ir acostumbrándose—. Que eso no sea óbice para su aprobación. Somos soldados, y como tales tenemos que actuar. Se acabaron los nombres propios que inducen al sentimentalismo y merman nuestra capacidad belicosa. Nos debemos a una causa mayor: la salvación de la humanidad, que empieza justo en este lugar.Apartir de ahora, yo asumo el mando —creí que había sido lo bastante convincente, porque ninguno pareció poner objeciones. Pensé que habían quedado establecidos los rangos y responsabilidades del destartalado grupo y que me hacía con el liderazgo de LR.

—Policía: Disculpa… capitán —con retintín—, digamos que el jefe del equipo soy yo. No sé si te has fijado, pero soy policía, y aunque llevo poco tiempo en el cuerpo, soy el más capacitado para ello. No te ofendas. Llegas tarde para lo de no llamarnos por los nombres, y tampoco entiendo el rollo ese de… P., M., D. Pero lo de autoproclamarte jefe… ya es el colmo. En todo caso, tendrás que someterlo a votación y dejar que decidan ellos —terminó, haciendo un gesto con la cabeza para señalar a los demás. Supe entonces que no me iba a resultar tan fácil como había pensado—. A ver: ¿Qué os parece la propuesta de nuestro nuevo… amigo? —preguntó a sus compañeros.

Aquello fue como un jarro de agua fría a mis aspiraciones: someter a la votación de individuos carentes de unas mínimas bases intelectuales o de formación cualquier decisión importante era un absoluto despropósito, tal y como habían dejado patente los resultados de las diferentes elecciones de las que habíamos sido protagonistas en los últimos veinte años: son fácilmente manipulables y, además, están sujetas a las carencias propias del sistema establecido. En cualquier caso, la pregunta estaba hecha.

—Delincuente 2: A mí esos nombres me parecen una mierda. Yo siempre he querido ser… «el Serpiente». ¿Habéis visto la peli?, ¡es una caña! Yo la vi en el trullo hace un año y me dejó flipado… A mí es que eso de salvar a la humanidad siempre me ha llamado un montón la atención. ¡Pero el parche no me lo pongo, eh! —enseguida comprendí que el aprendiz de forajido hacía referencia a un clásico del género de ciencia ficción en el que el protagonista se responsabilizaba de la salvación del mundo, parche en el ojo incluido.

—Delincuente 1: ¡Hostia, pues yo quiero ser Donovan! —se apresuró a decir su compañero de hurtos—; a mí me se iba la olla viendo la serie. Por la noche me jiñaba vivo
[19]
, porque pensaba que los lagartos estaban dentro del armario de mi habitación, y tenía que venir mi vieja a calmarme.

—Adjudicado entonces, no se hable más —me apresuré a subrayar intentando que mi propuesta terminara instaurándose definitivamente.

—Serpiente: Y, jefe, ¿quién quieres ser? —dijo, exhortando a su compañero a adoptar un alias.

—Policía: Por favor, esto es un poco… infantil, ¿no os parece? Todos conocemos nuestros nombres de pila, esto es una tontería.

—Donovan: Ya estamos otra vez, joder. ¿A ti qué más te da? Que sepas que yo ya no soy… —pronunció su nombre—. Ahora soy Donovan y no te contesto si no me llamas así.

—Serpiente: ¡Y yo lo mismo!

Quedaba meridianamente claro que los pseudónimos de guerra habían causado furor entre los miembros menos desarrollados intelectualmente hablando de LR, y para mi sorpresa, al final, terminaría cuajando entre los demás, contagiados del optimismo nostálgico de los primeros.

—Jubilado: Rodrigo Díaz de Vivar, eso soy yo, mecachis en la mar. Tanto Donovan y tanta tontería. El Cid, de aquí, de España, nacional —apuntaba el sexagenario componente haciendo referencia al héroe patrio—. Si tengo que hacer el gilí, que sea siendo el Cid Campeador (desde luego el nombre le iba que ni pintado a la misión de Zeconquista que deberíamos iniciar).

—Ama de casa: Pues yo siempre he querido ser… Marisol —estupefactos, clavamos las miradas en la compañera sentimental de El Cid—. Cantaba tan bien y era tan guapa… La vida es una tómbola, tom, tom… —comenzaba a canturrear antes de ser interrumpida por su marido.

—El Cid: ¡Pero qué Marisol ni qué niño muerto!, ¿dónde te crees que vas con ese nombre? ¿A un concurso de niños prodigio? Agustina de Aragón, mecachis en la mar, de aquí, de España, nacional —volvía a repetir por segunda vez poniendo de manifiesto el especial apego que sentía por su patria.

Se inició una pequeña controversia matrimonial al respecto del nombre a elegir, pero o bien tuvieron más peso los argumentos esgrimidos por El Cid, o simplemente la nueva Agustina de Aragón aceptó sumisa el bautismo impuesto por su ilustre marido.

—Policía: Bueno, vale, está bien: no quiero discutir sobre esto. Seré… Trancos.

—Donovan: ¡Cómo que «trancas»!, ¿y eso por qué?, ¿que la tienes muy grande o qué?
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—Me temo que se refiere más al personaje que defendía a los pequeños habitantes de la Tierra Media y que salvaron al mundo de caer en la oscuridad —medié antes de que la cosa degenerara de nuevo.

—Trancos: La cosa es que disfruté mucho con la lectura de la trilogía y acabé queriendo parecerme a él, ya sabéis… cosas de críos —apuntaba casi avergonzado.

—Yo seré el capitán Kirk —intervine por último esperando sorprender a mis nuevos compañeros. Valoré concienzudamente el sobrenombre más apropiado a mi personalidad y, tras haber descartado el de Lawrence de Arabia, por parecerme el personaje cinematográfico demasiado afeminado, escogí el del intrépido capitán estelar.

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