Zoombie (34 page)

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Authors: Alberto Bermúdez Ortiz

Tags: #Terror

BOOK: Zoombie
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»Te he limpiado la herida. La verdad es que tiene mal aspecto. Enseguida caíste inconsciente. Tus constantes vitales son de lo más extrañas, aunque sigues respirando. He pasado un par de días contigo, pero no puedo quedarme más, espero que te hagas cargo.

»He cambiado la combinación de tu sistema de seguridad. Si despiertas, y sigues siendo humano, espero que conserves la memoria.

¿Te acuerdas de qué fue lo primero que te dije cuando nos conocimos en el videoclub? Ésa es la palabra que sirve de contraseña. No sabía qué poner y con el tiempo he aprendido a recordarla con cariño. Espero que tú también la recuerdes: eso significará que sigues vivo. Deja que te diga que todos estábamos de acuerdo: era así o matarte, y, después de todo, hasta te hemos cogido cariño. Es broma. De todas maneras, ninguno pensamos que sobrevivas, creo que escribo esto para desahogarme. Eres un tipo extraño, te deseo lo mejor.»

«¡Capullo!»

He recordado la palabra a la que hacía referencia Julieta (daré las pertinentes explicaciones cuando lo crea conveniente). El sistema de seguridad ha reconocido la contraseña y ha desactivado los mecanismos de enclave de la puerta, aunque no la he cruzado. He despertado del letargo hace dos días, seis después de que se dieran por finalizadas las hostilidades Z. Así lo he deducido de las últimas noticias aparecidas en televisión. He sentido una hambruna indescriptible. Como un perro famélico, me he dirigido a la nevera y he devorado tres kilos de carne putrefacta con la que todavía contaba y después he dado buena cuenta de los restos del jamón pata negra que quedaban, aunque no han sido tan satisfactorios como la primera ingesta. He tenido que recurrir al arcón congelador, donde he seguido engullendo los restos de carne que los gusanos no habían consumido. Lo he intentado con verduras, zanahorias y algún tomate, pero he terminado escupiéndolos. Sólo me sacia la carne, y ardo en deseos de devorar cualquier cosa que me proporcione una sobredosis proteínica bañada con sangre. Tengo sed de sangre. El agua no me calma, me repugna, ¿qué me pasa?

He leído y releído la carta de mi amada, mi fiel compañera. No recuerdo haber sido atacado, aunque todos los indicios así lo apuntan: he sido víctima de un ataque transubstanciador, pero sigo siendo yo, aunque con peculiaridades de las que luego me ocuparé.

Se han restablecido las comunicaciones y los servicios mínimos de luz y agua corriente funcionan como antes del holocausto, como lo demuestran los tres apagones que he sufrido a lo largo de estos dos días. Se han establecido puntos para el avituallamiento de la población mediante cartillas de racionamiento. Los medios de comunicación a los que tengo acceso siguen emitiendo imágenes de pueblos y ciudades totalmente arrasados. Se llevan a cabo los primeros intentos de restablecer el orden político. Suerte que la mayoría de los máximos dirigentes encontraron refugios nucleares donde mantenerse a salvo de la invasión y se hallan en plenas facultades para reorganizar el país. Por lo que parece, dos partidos políticos se erigen como baluartes del orden social de la Nueva Era. Se acusan mutuamente de los hechos acaecidos en días anteriores, refiriéndose al ataque, lo cual nos sitúa en el mismo punto de partida que antes del holocausto: creo dilucidar en sus intervenciones similitudes con los planteamientos políticos de antaño. Otros tantos pretenden la desvinculación territorial aprovechando la coyuntura actual y algunos pueblos, los menos afectados por el ataque, se blindan y rechazan la entrada de inmigrantes, lo que está dando lugar a roces y a pequeños enfrentamientos que hasta el momento no han pasado a mayores. Es evidente que todo vuelve a la normalidad: los días en los que nos mantuvimos unidos han pasado a la historia. Volvemos a ser la raza humana por antonomasia.

He descubierto qué significaba el término utilizado por Julieta como «la cura»: el arma que todos ansiábamos. Por lo visto, lograron sintetizar un compuesto capaz de acabar con los Zs de forma implacable y rápida, dicen que sin efectos secundarios para la población, lo que me hace suponer que debe de tratarse de algún producto homeopático o que simplemente mienten flagrantemente. Mantengo la esperanza de que estas manifestaciones fisiológicas de las que soy víctima no sean más que producto de esos efectos no identificados en el prospecto de… la cura. En cualquier caso, será el principio de nuestro fin: deduzco que la cura se convertirá en uno de los motores de arranque sobre los que se fundamente la Nueva Era. Serán de nuevo las empresas farmacéuticas uno de los pilares básicos de la nueva economía. Serán los países menos afectados los que mayor capacidad de reacción tengan y en los que impondrán su poder estos monstruos económicos: por lo tanto, los nuevos países ricos, o sea, un capitalismo consumista que nos llevará de nuevo a la autodestrucción. Como es un axioma apodíctico que estamos condenados a repetir la historia, un nuevo ataque Z será inevitable, impredecible en el tiempo, pero inevitable, lo cual me hace meditar acerca de la conveniencia de ir tomando las medidas oportunas por si el acontecimiento se precipita en el tiempo. Tendré en cuenta mi nueva condición y los errores logísticos que cometí durante la recién superada crisis.

Las horas posteriores a mi despertar han resultado de lo más angustiosas. La lectura de la misiva de Julieta me ha sumido en la mayor de las desolaciones. Manifestando mi profundo respeto por la decisión que se ha visto obligada a tomar, todavía no acabo de entender sus verdaderos motivos. He tenido que decidir si seguía mi informe diario. He valorado incluso la posibilidad de cambiar su nombre, ya que no estaba seguro de que pudiera utilizar la misma fórmula de ID. En cualquier caso, en aras de preservar el principio de veracidad, seguiré anotando cualquier cosa que considere importante hasta que pueda constatar sin ningún género de duda que todo ha vuelto a la normalidad. Además, he valorado la importancia que tendría el documento en sí mismo, ya que dejaría constancia de cómo se produciría el resurgir de la civilización en esta Nueva Era, un hito histórico sin parangón del cual no he querido desvincularme tan a la ligera. A falta de más información del orden social, me detendré a exponer las mutaciones o capacidades adquiridas a raíz del ataque del que he sido víctima. Por cierto, me he visto imposibilitado para terminar de escribir la última parte del relato, que tuve que abandonar para acudir en ayuda de mi compañero. No recuerdo nada de lo sucedido. Pido disculpas al posible lector: si en próximas fechas logro recordar algo, no dudaré en hacerlo público. Sí que he incluido, dentro del anexo que procede, la medida preventiva utilizada por Trancos para escapar de la persecución de los Zs. Fue todo un descubrimiento, aunque llegara con retraso.

Como ya he comentado, sufro lo que calificaría como una hiperaplestia supina que me impulsa a ingerir del orden de cinco o seis kilos de carne cruda, cuanto más fresca mejor, aproximadamente cada doce horas. En el clímax de este desbocado apetito, siento una especial atracción por cualquier ser vivo por el que corra sangre caliente; incluso me parece escuchar su flujo y olor en el torrente sanguíneo. Esta noche, ya que he heredado la aversión a los rayos solares, al igual que un tono cetrino en mi piel, me he visto obligado a dar caza a uno de los gatos compañeros de
García
para consolar mi estómago. Sólo por el hecho de escribir estas palabras experimento una sobresalivación que me lleva a recordar a algunos compañeros de la ya disuelta Resistencia, lo que a su vez hace que se me caiga literalmente la baba. De lo anteriormente expuesto se deduce, por simple analogía, que cuento además con una sensibilidad extrema en el sentido del oído y del olfato.

Puede parecer que la frialdad con la que expongo los datos me distancia de lo que, a priori, sería una reacción típicamente humana. Tengo que manifestar que durante estos dos últimos días he sufrido lo que se podría definir como un vía crucis introspectivo con toda clase de altibajos psicológicos. He superado las más extenuantes situaciones de estrés mental que un ser humano (o similar) es capaz de resistir. Incluso he atentado contra mi propia vida, aunque los sucesivos intentos de suicidio han resultado infructuosos. He sufrido una especie de revelación y he aceptado la idea de que quizá todo esto sea consecuencia de algún mandato superior —que conste que no soy una persona religiosa— o que había un motivo por el que debía seguir en este mundo. ¡Cuánto me he acordado de Serpiente! Al final, rendido, extenuado, exánime… he aceptado que me he convertido en una especie de híbrido humano-Z o «zombihumano» —todavía no he encontrado un término apropiado—, aunque sin ningún compromiso con la causa aniquiladora y con capacidades transferidas, o adquiridas, durante el proceso transubstancial que hacen que me sienta, siempre que haya dado cumplimiento a mis inusuales necesidades alimenticias, en plena forma.

Una vez aceptada mi nueva condición física, y siempre con miras científicas, me he entregado a la realización de toda clase de pruebas sobre mi organismo, además de las ya practicadas durante los intentos suicidas a los que he recurrido durante las sucesivas crisis de identidad, que han resultado ser de lo más reveladoras. Han puesto de manifiesto unas singulares capacidades sobrehumanas —o infrahumanas, según se mire—, entre las que destacan las siguientes: claridad zahorí de ideas, reflejos de vértigo (tras compararlos con los del referido felino, debo declarar que no le tengo nada que envidiar) y una capacidad de resistencia al esfuerzo físico inaudita. Diez pulsaciones por minuto me permiten realizar el más intenso de los ejercicios sin que mis poros transpiren una sola gota de sudor, suponiendo que siga conservando la sudoración de la que antes era beneficiario. Además, cuento con la ya referida inmunidad a heridas de diferente índole (aunque visibles en mi organismo, parecen cauterizadas y no presentan hemorragia alguna) y la hipersensibilidad de mis sentidos de oído y olfato. Voy a tener que abandonar las prácticas automutiladoras de manera momentánea, ya que no hay parte de mi cuerpo exenta de mutilación sobre la que poner a prueba las premisas empíricas sobre las que intento fundamentar mis conclusiones. Empiezo a sentir el deseo acuciante de acudir en busca de alimento fresco para este mi nuevo organismo. Empieza a fraguar en mi cabeza la sospecha de que quizá sea una especie de superhéroe Z, lo que me infunde un nerviosismo inusitado; no paro de buscar semejanzas con aquellos que otros dibujaron sobre el papel. Es buena hora para salir de casa. Espero tener suerte. Mañana será un duro día.

PACIENTEMENTE, a Julieta.

Déjame en el aire tu risa,

tu silencioso rostro,

ese reino tuyo por descubrir y cultivar.

Déjame tejer y destejer

el dédalo de tus profundos misterios

donde late la espuma de otro mundo.

Déjame besar tu luz dorada,

que me hiera hasta las lágrimas,

que serenamente

me acune en un crujido de alas.

Déjame descansar en ti

como un leve parpadeo de sol

y apagar la sed

de este volcán que hay debajo de mi lengua.

Déjame

dulcemente

mirarme en el espejo de sal de tus ojos.

Reconocerte,

reconocerme,

y más allá de la sábana del sueño

apurar hasta el fondo

el suave elixir que sorbieron los ángeles.

Yolanda Gelices, El corazón en la lengua.

ESBOZO DEL ESCUDO DE LA RESISTÉNCIA

Nació en Doña Mencía, un pequeño pueblo de la provincia de Córdoba, aunque pronto, con un par de meses de vida, se vio obligado por sus progenitores, a inmigrar a Terrassa (Barcelona) en busca de oportunidades. Vivió al abrigo del seno parental hasta los veintitantos..., momento en el que conoció a esa persona especial que hace que te replantees la existencia, y te embarques en el excitante y peligroso viaje que es la vida en pareja. Curioso por naturaleza, pasa la mayor parte del tiempo investigando e indagando sobre aquellos temas que despiertan su curiosidad, hasta que los convierte en obsesión, o pasión; que es como le gusta definirlo. Como cualquiera con más de treinta años, la TV, los cómics y el cine forjaron parte de su educación y, con el tiempo, se convirtieron en la fuente de inspiración que culminaría, por casualidad, plasmándose en
Zombi: el apocalipsis zombi con denominación de origen
, un libro al que el autor dice que debe
“entre muchas otras cosas, la oportunidad de gritar al viento alguna que otra desvergüenza, la de sumergirme en un mundo de zombis maravilloso y, por encima de todo, la oportunidad de haber conocido a personas que merecen la pena. Con todos ustedes...”

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