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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Fantástico, Aventuras, Infantil y Juvenil

El Gran Rey (28 page)

BOOK: El Gran Rey
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18. Monte Dragón

Tal como había pronosticado Doli, Llassar condujo a los guerreros hasta el refugio de una caverna y les salvó de tener que soportar toda la furia de la tempestad de nieve. Los compañeros se prepararon para reanudar su viaje. Los escarpados riscos que formaban su último obstáculo ya no se encontraban muy lejos. La masa oscura y amenazadora de la cima del Monte Dragón se alzaba ante ellos. Las pociones curativas de Taran y los cuidados de Eilonwy habían permitido que Achren recobrara el conocimiento. Fflewddur aún seguía negándose a estar a menos de tres pasos de distancia de la reina vestida de negro, pero Gurgi acabó logrando acumular el valor suficiente para abrir su bolsa de cuero y ofrecer comida a la mujer medio muerta de hambre…, aunque el rostro de la criatura estaba fruncido en una mueca de inquietud y mantuvo las provisiones al final del brazo extendido como si temiera recibir un mordisco. Achren comió muy poco; pero Glew se apresuró a apoderarse de lo que dejó y se lo metió en la boca mientras miraba a su alrededor para ver si había más comida disponible.

La fiebre había debilitado el cuerpo de Achren, pero su rostro no había perdido ni un ápice de su altivez habitual; y después de que Taran le hubiera explicado rápidamente los acontecimientos que habían traído a los compañeros hasta tan cerca de Annuvin ésta le respondió en un tono de desprecio apenas disimulado.

—¿Cómo es que un porquerizo y sus harapientos seguidores albergan la esperanza de triunfar allí donde una reina ha fracasado? Habría llegado a Annuvin hace mucho tiempo de no ser por Magg y sus guerreros. Su partida de guerra se tropezó conmigo por casualidad en Cantrev Caddifor. —Los labios llenos de heridas y arañazos de Achren se curvaron en una sonrisa impregnada de amargura—. Me dejaron por muerta. Oí la carcajada de Magg cuando les dijo que habían acabado conmigo… Él también conocerá mi venganza.

»Sí, yací en el bosque como una bestia herida; pero el filo de mi odio estaba más aguzado que el de las espadas con que me golpearon. Me habría arrastrado sobre las manos y las rodillas en pos de ellos y habría invertido mis últimas energías en destruirles, aunque la verdad es que llegué a temer que moriría sin haber sido vengada. Pero encontré un refugio. En Prydain aún hay quienes rinden homenaje a Achren. Me cobijaron hasta que estuve en condiciones de seguir viajando, y serán recompensados por ese servicio.

»Y aun así fracasé cuando mi objetivo ya estaba a la vista… Los gwythaints fueron más implacables que Magg. Se habrían asegurado de mi muerte…, yo que en tiempos les daba órdenes. Ah, su castigo será terrible.

—Tengo la desagradable sensación de que a veces Achren piensa que todavía es reina de Prydain —le murmuró Eilonwy a Taran—. No es que me importe, siempre que no se le meta en la cabeza que nosotros también debemos ser castigados.

Achren había oído las observaciones de Eilonwy, y se volvió hacia la muchacha.

—Perdóname, princesa de Llyr —se apresuró a decir—. Mis palabras surgen en parte del sueño sin lógica y del frío consuelo del recuerdo… Os agradezco el que me hayáis salvado la vida, y la recompensa que recibiréis por eso superará en mucho el valor del servicio. Ahora escuchadme con atención. ¿Queréis dejar atrás los bastiones de las montañas de Annuvin? Pues estáis siguiendo el camino equivocado.

—¡Hum! —exclamó Doli, haciéndose visible durante un momento—. No oses decir a un guerrero del Pueblo Rubio que se ha equivocado de camino.

—Pues es cierto —replicó Achren—. Existen algunos secretos desconocidos incluso para tu pueblo.

—Bueno, pues cuando quieres atravesar unas montañas escoges el camino más fácil y eso no es ningún secreto —replicó secamente Doli a su vez—. Eso es lo que planeo hacer. Me estoy orientando mediante el Monte Dragón, pero te aseguro que en cuanto estemos más cerca nos desviaremos y encontraremos un paso por las estribaciones inferiores. ¿Acaso crees que soy lo bastante idiota como para obrar de otra manera?

Los labios de Achren se curvaron en una sonrisa despectiva.

—Si obraras de esa manera no cabe duda de que te comportarías como un idiota, enano —dijo—. De entre todos los picachos que rodean Annuvin sólo hay uno que permita el acceso, y es el Monte Dragón. Escuchadme —añadió al oír el murmullo de incredulidad de Taran—. Las cañadas son cebos y trampas. Otros han sido engañados, y sus huesos yacen en el fondo de ellas. Las montañas de menor altura prometen un camino más fácil, pero apenas se las deja atrás caen a pico en paredes verticales. ¿Os advierte el Monte Dragón de que evitéis sus alturas? Bien, pues la ladera oeste baja poco a poco y ofrece un camino practicable que lleva hasta las Puertas de Hierro de Annuvin. Existe un sendero secreto que permite llegar hasta allí, y yo os guiaré por él.

Taran escrutó el rostro de la reina.

—Bien, Achren, todos hemos oído tus palabras. ¿Nos pides que arriesguemos nuestras vidas fiándonos de ellas?

Los ojos de Achren se encendieron.

—En lo más profundo de tu corazón me temes, porquerizo. Pero ¿qué es lo que temes más…, el sendero que te ofrezco o la muerte segura del señor Gwydion? ¿Pretendes alcanzar a los guerreros del Caldero de Arawn? No puedes hacerlo, porque el tiempo te derrotará a menos que me sigas hasta donde yo te llevaré. Éste es el regalo que te hago, porquerizo. Desprécialo si tal es tu elección, y cada uno se irá por su camino.

Achren se dio la vuelta y se envolvió en su maltrecha capa. Los compañeros la dejaron sola y hablaron entre ellos. Doli estaba muy ofendido e irritado por el juicio de sus capacidades que había emitido Achren, pero aun así admitió que cabía la posibilidad de que sin quererlo les estuviera llevando por un camino equivocado.

—El Pueblo Rubio nunca se ha atrevido a venir por aquí, y no puedo demostrar que Achren dice la verdad o que está mintiendo; pero he visto montañas que parecen muy abruptas por un lado…. y que te permiten bajar casi corriendo sin tropezar por el otro. Es posible que esté diciendo la verdad.

—Y también podría estar intentando librarse de nosotros de la forma más rápida que conoce —intervino el bardo—. Esas cañadas con el fondo lleno de huesos de las que ha hablado me han puesto la piel de gallina. Creo que a Achren le encantaría que algunos de esos huesos fueran los nuestros. Está jugando su propio juego, podéis estar seguros de eso… —Meneó la cabeza y puso cara de preocupación—. Un Fflam no conoce el miedo, pero con Achren prefiero ser lo más cauteloso posible.

Taran guardó silencio durante unos momentos mientras buscaba en su interior la sabiduría necesaria para tomar una decisión u otra, y volvió a tener la impresión de que el peso de la carga que Gwydion había depositado sobre sus hombros era superior a sus fuerzas. El rostro de Achren era una máscara pálida, y no podía saber nada de lo que había en su corazón guiándose por él. La reina había estado dispuesta en más de una ocasión a acabar con las vidas de los compañeros, pero Taran también sabía que después de que sus poderes le hubieran sido arrebatados había sido una sirvienta buena y fiel para Dallben.

—Creo que lo menos que podemos hacer es confiar en ella hasta que nos dé una razón clara para dudar de su buena voluntad —dijo por fin hablando despacio y en tono vacilante—. La temo, al igual que la tememos todos nosotros —añadió—, pero no permitiré que el miedo me ciegue impidiéndome ver la luz de la esperanza.

—Estoy de acuerdo contigo —dijo Eilonwy—, lo cual me hace pensar que por lo menos en este caso tu juicio es acertado y tiene fundamentos sólidos. Admito que confiar en Achren es como permitir que una avispa se pose sobre tu nariz, pero a veces sólo te pica cuando intentas quitártela…, me refiero a la avispa.

Taran fue hacia Achren.

—Guíanos hasta el Monte Dragón —dijo—. Te seguiremos.

Otro día de viaje llevó a los compañeros, a través de un valle de suelo bastante accidentado que se hallaba bajo la sombra proyectada por el Monte Dragón. El nombre dado a la cima era muy acertado, pues Taran vio que el picacho tenía la forma de una monstruosa cabeza con las fauces abiertas, y las estribaciones inferiores se alzaban a cada lado de ella como alas desplegadas. Los enormes bloques y promontorios de piedra que subían hacia el cielo para formar aquella silueta eran de un color marrón oscuro moteado por manchitas rojizas. Los compañeros se detuvieron ante aquella última barrera que se inclinaba por encima de ellos como si quisiera precipitarse sobre sus cabezas para aplastarles y la contemplaron con expresiones atemorizadas. Achren se puso a la cabeza de la columna que aguardaba y les hizo la señal de avanzar.

—Hay otros caminos más fáciles —dijo Achren cuando entraron en un angosto desfiladero que serpenteaba por entre muros de piedra—, pero son más largos y quienes viajan por ellos pueden ser vistos antes de que lleguen a la fortaleza de Annuvin. Este camino sólo es conocido por Arawn y sus sirvientes de mayor confianza…, y por mí, pues fui yo quien le reveló los senderos secretos del Monte Dragón.

Pero Taran pronto empezó a temer que Achren les hubiese engañado, pues el sendero subía en una pendiente tan pronunciada que los hombres y los caballos tenían grandes dificultades para no perder el equilibrio. Achren parecía estar llevándoles hacia el corazón de la montaña. Enormes riscos de rocas se alzaban como arcos sobre el grupo de viajeros que avanzaba penosamente y les impedían ver el cielo. Había momentos en los que el camino pasaba junto a terribles abismos, y Taran se tambaleó en más de una ocasión al ser abofeteado por una ráfaga de viento helado surgida de la nada que le arrojaba contra las paredes. La visión de los profundos despeñaderos que se abrían a sus pies hacía que el corazón le latiese a toda velocidad y que le diera vueltas la cabeza, y el terror le obligaba a aferrarse a los afilados cantos de las rocas que sobresalían de los riscos. Achren jamás perdía el equilibrio, y se limitaba a volverse para contemplarle en silencio con una sonrisa burlona en su rostro lleno de heridas y cicatrices.

El camino siguió ascendiendo, aunque no de manera tan pronunciada, pues había dejado de contornear la ladera de la montaña y casi parecía volver sobre sí mismo; y los compañeros tuvieron grandes dificultades para llegar hasta los niveles superiores de la senda. Las enormes fauces de piedra de la cabeza del dragón se alzaban sobre ellos. El camino que había quedado oculto por grotescas formaciones de rocas durante una gran parte de su extensión quedó al descubierto, y Taran pudo ver casi toda la ladera de la montaña descendiendo rápidamente por debajo de ellos. Ya casi habían llegado al risco más alto del hombro del dragón, y fue allí donde Kaw volvió a reunirse con ellos después de haberse adelantado para explorar e hizo chasquear frenéticamente su pico.

—¡Gwydion, Gwydion! —chilló el cuervo con toda la potencia de sus pulmones—, ¡Annuvin! ¡Deprisa!

Taran echó a correr hacia el risco dejando atrás a Achren y trepó por entre las rocas intentando divisar la fortaleza. ¿Habrían iniciado ya los Hijos de Don su ataque a Annuvin? ¿Y si los guerreros de Gwydion habían conseguido alcanzar a los Nacidos del Caldero? Taran siguió trepando sintiendo cómo el corazón le palpitaba contra las costillas, y de repente las oscuras torres de la fortaleza de Arawn se alzaron ante él. Detrás de los muros y de las enormes Puertas de Hierro, tan horribles como imponentes, pudo vislumbrar los espaciosos patios de armas y la Sala de los Guerreros que en tiempos había acogido al Caldero Negro. La Gran Sala de Arawn se alzaba hacia el cielo reluciendo como si estuviera hecha de mármol negro, y el estandarte del Señor de la Muerte flotaba en el pináculo más alto por encima de ella.

La visión de Annuvin hizo que el aura de muerte helada que se cernía sobre aquel lugar pareciera extenderse por el cuerpo de Taran. Sintió que le daba vueltas la cabeza, y las sombras parecieron cegarle. Siguió subiendo. Los patios de armas estaban llenos de siluetas que se enfrentaban unas con otras, y el entrechocar de las hojas y los gritos de batalla no tardaron en llegar a sus oídos. Taran vio hombres que escalaban la muralla oeste. La Puerta Oscura había sufrido una brecha, y Taran creyó distinguir el destello blanco de los flancos de Melynlas y sus crines doradas, y las altas siluetas de Gwydion y Taliesin.

¡Los hombres de los Commots no habían fracasado! La hueste que no podía morir enviada por Arawn había sido retrasada lo suficiente, y la victoria estaba al alcance de las manos de Gwydion; pero de repente Taran sintió que se le helaba el corazón cuando ya se disponía a girarse para pregonar a gritos las buenas noticias. El ejército de los Nacidos del Caldero acababa de aparecer por el sur y se aproximaba a toda velocidad. Sus botas con suelas de hierro chocaban estrepitosamente con el suelo mientras los guerreros mudos corrían hacia las enormes puertas, y los cuernos de los capitanes sonaban clamando venganza.

Taran saltó del risco para reunirse con sus compañeros. La cornisa de piedra se desmoronó bajo sus pies y perdió el equilibrio cayendo hacia adelante. El grito de Eilonwy resonó en sus oídos y las rocas de cantos afilados parecieron girar velozmente subiendo hacia él. Taran manoteó desesperadamente para agarrarse a ellas e intentó interrumpir su caída. Se aferró con todas sus fuerzas a la ladera del Monte Dragón, y las piedras se hundieron en las palmas de sus manos mordiéndolas como si fueran dientes. Su espada había sido arrancada del cinto y se precipitó dando tumbos cañada abajo con un gran estrépito.

Vio los rostros horrorizados de los compañeros encima de él y comprendió que se encontraba más allá de su alcance. Taran intentó trepar hacia el sendero. Le temblaban los músculos, y el esfuerzo era tan grande que sus pulmones parecían a punto de reventar.

Su pie resbaló, y Taran se retorció para recuperar el equilibrio…, y fue entonces cuando vio al gwythaint que acababa de remontar el vuelo desde la cima del Monte Dragón y que venía velozmente hacia él.

19. El Señor de la Muerte

El gwythaint, mayor que cualquier otro que Taran hubiese visto antes, gritó y batió sus alas creando un viento que parecía una tempestad de muerte. Taran vio el pico curvado que se abría y los ojos rojos como la sangre, y un instante después las garras del gwythaint se hundieron en sus hombros buscando aferrar la carne que había debajo de la tela. El ave implacable estaba tan cerca de él que la pestilencia de sus plumas inundó las tosas nasales de Taran. Su cabeza, en la que se veía la profunda cicatriz dejada por una vieja herida, se volvió hacia él.

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