13 balas (22 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Terror, Fantástico

BOOK: 13 balas
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El comisionado se levantó hecho una furia y se colocó al otro lado del escritorio, tan cerca de ellos que Caxton tuvo que encoger las piernas para dejarlo pasar.

—Utilizaré esa historia cuando tome la palabra en el funeral conjunto de la semana que viene. Seguro que supondrá un gran consuelo para las familias; les ayudará a entender por qué tuvieron que cremas a sus hijos antes de que pudieran decirles adiós. Les ayudará a entender por qué usted consideró necesario arrojar sus hijos a los lobos.

Arkeley se levantó como si fuera a marcharse.

—¡No, este tema lo vamos a zanjar aquí y ahora! —bramó el comisionado.

Arkeley, que era más alto, inclinó la cabeza para mirar al comisionado.

—Usted no tiene ninguna autoridad sobre mí —esperó y dio la media vuelta.

—Deténgase, Marshal —le ordenó el comisionado.

Arkeley obedeció, aunque no se volvió para mirarlo. La espalda se movía la ritmo de su respiración; no daba la sensación de que tuviera tres vértebras unidas, más bien parecía alguien al que no resultaría extraño ver con un sable en la mano y una bandera en la otra. Su cuerpo tenía un aspecto imponente en el espacio cerrado y caldeado de la oficina. Era el cuerpo de un hombre capaz de enfrentarse a los vampiros. Caxton se preguntó si alguna vez ella lograría poseer aquella presencia física, aquella confianza.

—Pero sí tengo autoridad sobre ella —dijo el comisionado. Arkeley se volvió—. Voy a apartar a la agente Caxton de este caso inmediatamente. ¿Quiere desafiarme? Voy a suspenderla por utilizar munición antirreglamentaria. ¡Ja! ¡Ahí lo he pillado!

Arkeley se quedó mirando al otro hombre en silencio. Caxton no entendía lo que estaba pasando: ella no era nadie, pero ¡ si el federal incluso le había dicho que en adelante iba a tener que encargarse de las llamadas telefónicas! Y, sin embargo, los dos hombres la estaban utilizando como baza en la negociación. ¿Qué sabía el comisionado? ¿Qué sospechaba acerca de los motivos de Arkeley, que seguían siendo un motivo para ella?

—Quiere contar con ella sí o sí, ¿verdad? Me di cuenta el día en que nos conocimos, cuando me la arrancó de las manos. Le ofrecí ex infantes de marina y agentes de la unidad de investigaciones especiales, pero usted insistió en que quería a esta chiquilla de la unidad de autopistas. —La sonrisa del comisionado era como un boquete en medio de su rostro encendido—. Ella es especial; por la razón que sea es especial y usted la necesita.

Arkeley esperó a que terminara de hablar. Entonces carraspeó, miró a Caxton con ojos impenetrables y volvió a sentarse.

—¿Qué es exactamente lo que me está pidiendo? —dijo por fin—. Por favor, suéltelo ya. Soy un hombre muy ocupado.

—Quiero proteger a mis agentes —dijo el comisionado. Su actitud cambió radicalmente: había ganado y lo sabía. Se sentó en la esquina de la mesa del escritorio. Él y Arkeley podrían haber sido dos viejos amigos discutiendo por quién pagaba la comida— Eso es todo. Quiero que me deje hacer mi trabajo. Quienes participen en esta investigación deberán tomar una serie de medidas de precaución, ¿estamos? Quedan aún dos vampiros por eliminar, pero no estoy dispuesto a perder más personal. Las operaciones se realizarán siguiendo las normas, de acuerdo con nuestros mejores métodos. Mis mejores métodos. No voy a permitir que vuelva a usar a mis chicos como cebos humanos.

Caxton abrió la boca de par en par.

—Los supervivientes me lo han contado todo de usted, Arkeley. He llamado a sus supervivientes en Washington, que se mostraron muy interesados en oír cómo dejó morir a mis chicos, uno tras otro, mientras usted se tomaba su tiempo, oculto entre las sombras. Mis agentes no tenían ni idea de a qué se estaban enfrentando y a usted tampoco parecía importarle. Hace más de veinte años que me dedico a hacer cumplir la ley y nunca había oído semejante.

—Hecho —dijo Arkeley.

—Yo. Usted. ¿Cómo? ¿Qué quiere decir? —tartamudeó el comisionado.

—Quiero decir que acepto sus condiciones. El resto, todas esas tonterías sobre si he usado a sus agentes como cebo y sus amenazas de que va a llamar a mis superiores, son irrelevantes. Su opinión sobre lo que sucedió ahí fuera las dos últimas noches no me importa lo más mínimo: yo estaba ahí y usted no. Con todo, si va a retener a la agente Caxton como rehén, accedo a todas sus demandas.

En el ambiente bochornoso de la oficina, a Caxton el cerebro le iba a cien por hora.

—¿Todo esto es por mí? —preguntó. Al parecer, sí lo era.

CAPÍTULO 29

Arkeley volvió a levantarse y Caxton supo que en esa ocasión iba a marcharse de verdad.

—¿Alguna pregunta más? —dijo.

El comisionado asintió con la cabeza.

—Sí, ya lo creo. Quiero estar al tanto de todos sus movimientos. Tengo tantas preguntas que va a sentirse como un servicio de información telefónica.

Arkeley le dedicó una de sus sonrisas más truculentas, la que utilizaba siempre que quería que alguien se sintiera insignificante.

—Pues bien, señor, mañana por la mañana tengo intención de asaltar la guarida de los vampiros. Ése será mi próximo movimiento. Necesitaré apoyo terrestre y sus agentes son el mejor recurso a mi disposición. Tome las medidas de seguridad que considere oportunas: mascarillas antigás, chalecos de Kevlar, lo que sea, pero asegúrese de que estén a punto en la estación más cercana a Kennett Square a las cuatro y media de la madrugada. No hace falta que la agente Caxton esté entre ellos. —Arkeley se volvió hacia ella y le dedicó una sonrisa nueva, vagamente melancólica—. Usted, jovencita, quédese en su casa y duerma un poco; ya ha hecho suficiente ayudando a localizar el escondrijo de Reyes.

Caxton tuvo aún la presencia de ánimo necesaria para darle la mano. Arkeley se marchó sin ni siquiera decir adiós, algo que a ella tampoco le extrañó. Sin embargo, aún necesitaba preguntarle algo.

El comisionado le concedió el resto del día libre. Caxton echó a correr hacia la cochera para atrapar a Arkeley antes de que pudiera marcharse. Necesitaba que éste le respondiera a una pregunta que no le había podido formular en la calurosa oficina. Encontró a Arkeley en el aparcamiento, donde estaba firmando en el registro para conseguir un coche patrulla camuflado y así no tener que depender de ella. En los ojos del agente federal Caxton creyó ver una mirada de fastidio, pero por lo menos no se marchó y la dejó allí plantada.

—Merezco una respuesta —dijo—. En la oficina del comisionado se ha rendido en cuanto éste lo ha amenazado con apartarme del caso. Usted es un tipo duro, pero ha dado su brazo a torcer por mí. —Caxton intentó insuflar algo de autoestima a lo que dijo a continuación, pero aun así sus palabras sonaron como si dudara de su validez en tanto que ser humano—. ¿Por qué soy tan importante para usted? ¿Por qué no puede permitirse perderme?

En un primer momento se había dejado convencer por su historia de que, al haber leído su informe, era la que mejor preparada estaba para enfrentarse a los vampiros. Más tarde había decidido que debía de estar entrenándola para que se convirtiera en su sustituta. Cuando la había llevado a ver a los Polder, había creído que quería asegurarse de que seguía con vida, que Arkeley se preocupaba genuinamente por su integridad física. Sin embargo, después de que por su culpa se frustrara la operación en la cabaña de caza, el agente federal se había mostrado decidido a relegarla a funciones administrativas. Caxton no entendía nada, no comprendía cómo podía pasar de necesitarla a despreciarla en tan poco tiempo, ni tampoco por qué de pronto intentaba protegerla y al momento siguiente parecía no importarle que le pudieran hacer daño.

—¿Recuerda la noche en que asumí este caso? —le pregunta con expresión impasible—. Aquella noche un siervo la siguió hasta su casa.

Ésa era otra de las cosas que Caxton tampoco había entendido. —Sí, lo recuerdo.

—Usted trabajaba en este caso antes que yo, forma parte de él. Los vampiros la conocen y quieren algo de usted; sería una estupidez por mi parte perderla de vista.

Caxton se acordó de lo que Arkeley le había contado sobre Hazlitt. Si alguien estaba determinado a ser tu enemigo, debías darle justo lo que quería. Y los vampiros la querían a ella, estaban decididos a destruirla, de una forma u otra. Arkeley quería poder ofrecérsela, dejarla colgando ante sus bocas llenas de dientes para así tenerlos lo bastante cerca y poder saltarles al cuello.

—Y... ¿eso es todo? —preguntó. Le dio un vuelco el corazón. Todo el tiempo que había perdido tratando de reafirmarse, de impresionarlo, no había servido de nada.

—Eso es todo —dijo él. Entonces abrió la puerta del coche y montó en él. Caxton lo dejó marchar.

Era un cebo para vampiros, nada más.

Lo vio alejarse. No tenía ni idea de adónde se dirigía. A lo mejor quería echarle un vistazo a la subestación de Kennett Square, o quizá quería exhumar a Efraín Reyes. Tal vez sólo quería alejarse de ella, porque tenía miedo a que fuera a enfadarse.

Y estaba enfadada, desde luego; y confusa; y triste; y asustada. Y también un poco aliviada. Al fin había descubierto qué lugar ocupaba en la investigación y sabía qué pensaba Arkeley de ella.

Recogió su coche y se dirigió a su casa; agotada, logró relajarse un poco gracias al chirrido de las ruedas sobre el asfalto y al vaivén del rugido del motor. Se frotó los ojos y parpadeó como si fuera a llorar, pero no lo hizo. Ni siquiera sabía por qué debía llorar. De todas las emociones contradictorias que se agitaban en su interior, no había ninguna que implicara una reacción tan exagerada.

De pronto le entró hambre y supo que tenía que estar famélica si esto lograba competir con el resto de sus preocupaciones. Se detuvo en un local cerca de Reading donde preparaban unos bocadillos de carne riquísimos y pidió un «wit wiz», con cebolla y queso
whiz,
los condimentos tradicionales. Se sentó en un reservado con su bocadillo y una Coca-cola
light
y empezó a comer. Estaba rico, pero su mente no dejaba de dar vueltas y al cabo de un rato le perdió el gusto al bocadillo. Se había comido ya la mitad de la cena cuando se permitió pensar en lo realmente importante, el asunto que debía consumirla de miedo y hacerla llorar de verdad.

Los vampiros la querían y ella no sabía por qué, la deseaban por algo en concreto, algo específico de su vida. El siervo que la había seguido hasta su casa tenía una misión, pero ¿de qué se trataba? ¿Tan sólo de asustarla? En ese caso la había cumplido, aunque Caxton no entendía por qué los vampiros iban a tomarse tantas molestias sólo para darle un susto.

Dio marcha atrás mentalmente, no sin cierta desesperación, buscando algo que pudiera explicar el interés de los vampiros. Pensó en antiguos casos en los que había trabajado, pero no se le ocurrió nada. Trabajaba en la unidad de autopistas, ¿cómo iba eso a importarles a Malvern y su estirpe? Trató de recordar los accidentes de tráfico que había presenciado e intentó establecer alguna conexión, pero no lo logró. Había mandado a varias personas a la cárcel por conducir bajo los efectos del alcohol y por posesión de drogas. Los había pescado, los había arrestado y había testificado contra ellos ante un tribunal. Los autores de esos crímenes eran personas tristes y descarriadas que necesitaban beber o tomar metanfetaminas más que mantenerse fuera de la cárcel. En realidad, ninguno de ellos plantaba cara y en el juicio no osaban ni siquiera mirarla a los ojos. Eran tan sólo un puñado de hombres de negocios borrachos y de adolescentes drogados, ¿cómo iban a importarle a Justinia Malvern?

Tenía que tratarse de algo personal, pero ¿qué? No era el tipo de persona que se granjeaba enemigos. Tampoco tenía demasiados amigos y eso la hizo pensar en Efraín Reyes. «Un tipo insignificante», como lo había llamado Arkeley. Alguien sin una vida de verdad, a quien nadie iba a echar de menos si se muriese. Caxton tenía una vida, más o menos, pero ésta estaba llena de agujeros. Sus padres estaban muertos y no tenía hermanos. Tenía unos pocos amigos en el cuerpo, pero casi nunca salían juntos. El día que se tomó una cerveza con Clara Hsu, había sido la primera vez que pisaba un bar desde hacía meses. Clara... Clara se preguntaría qué le había sucedido si desaparecía, aunque no durante demasiado tiempo. Deanna quedaría desconsolada, mentalmente asolada, pero el único cambio real en su vida después de Caxton sería tener que volver a vivir con su madre alcohólica. Si la única persona que daba sentido a tu vida no tenía tampoco una vida propia, ¿qué significaba eso? Luego estaban los perros, que la echarían muchísimo de menos, pero Caxton no creía que los perros contaran.

Malvern había estado buscando a un cuarto candidato, alguien que pudiera pasar a formar parte de su estirpe. Hasta la última célula del cuerpo de Caxton se estremeció al unísono. Bajó la mirada, vio la montaña de grasa y cartílagos que tenía encima del plato y notó un regusto de bilis en la lengua. ¿Era posible que Malvern quisiera convertirla en una vampira?

Se subió de nuevo al coche y salió a toda velocidad hacia su casa. Necesitaba llegar y sentirse segura un rato. Decidió que le haría caso a Arkeley y, a la mañana siguiente, se quedaría durmiendo y dejaría que fueran otras personas, más cualificadas, quienes llevaran a cabo el asalto a la subestación.

Conocía el camino a su casa como la palma de la mano, era capaz de recorrer el trayecto medio dormida, y lo cierto era que a menudo lo hacía. Sin embargo, al llegar al caminito de acceso, se sintió como si fuera la primera vez que veía aquel lugar. Como si no fuera bienvenida en su propia casa.

Los vampiros, decía Arkeley una y otra vez, eran seres antinaturales, abominaciones contra natura. ¿Era eso lo que estaba experimentando en aquel momento? ¿Se sentía en un mundo alienígena a pesar de estar rodeada de vida, calor y afecto?

El coche enfiló la rampa de acceso, pero de pronto Caxton oyó algo que la hizo frenar en seco. Un estrépito, un estridente ruido de cristales rotos, como si alguien hubiera reventado una ventana. Desenfundó el arma y lentamente, con toda la cautela de la que fue capaz, cruzó el césped del jardín. Desde la parte frontal de la casa no logró ver nada, de modo que se dirigió hacia el lateral, donde se encontraban la caseta de los perros y el cobertizo de Deanna. Allí, el jardín estaba lleno de esquirlas de cristal y había largos fragmentos triangulares apoyados contra la casa. Junto a la ventana destrozada había alguien con una sudadera con capucha, tal vez un adolescente.

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