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Authors: Frédéric Beigbeder

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En el avión de regreso hubo que lamentar algunos desprendimientos de peinado y varias averías en los desodorantes. Octave declamaba en voz alta el fragmento de «Paroles, paroles» recitado por Alain Delon en la canción de Dalida:

«Es extraño no sé lo que me ocurre esta noche te miro como si fuera la primera vez no sé cómo decírtelo pero eres una hermosa historia de amor que nunca dejaría de leer eres de ayer y de mañana de siempre mi única verdad.»

Es curioso cómo el segundo sentido adquiere, a veces, más importancia que el primero.

«Eres como el viento que hace cantar los violines y arrastra el perfume de rosas a lo lejos.»

Ya nadie de su generación se atreve a hablar así.

«Eres para mí la única melodía que hace bailar las estrellas sobre las dunas.»

Ha escuchado tantas veces esas palabras, gritando de risa con amigos borrachos. ¿Por qué les parecían tan ridículas? ¿Por qué el romanticismo nos hace sentir tan incómodos? Nos avergonzamos de nuestras emociones. Combatimos la emoción como si fuera la peste. No es deseable glorificar la sequedad.

«Eres mi sueño prohibido mi único tormento y mi única esperanza.»

Las secretarias se mondan de risa pero en realidad se derritirían en un mar de lágrimas ante el primer tío que, mirándolas fijamente a los ojos, se atreviera a decirles «eres mi sueño prohibido». Quizás sus risas nerviosas estén provocadas por la envidia. Cambian de conversación, comentan las ventajosas tarifas de revelado de carretes ofrecidas por el Comité de Empresa. Hablan de sus jefes utilizando sólo sus iniciales.

—¿Y FHP ya hablado con PYT?

—Tendrías que preguntárselo a JFD.

—La PPM ha ido bien con HPT y RGP.

—Sí, pero LG y AD no han dado nada por bueno.

El resto del vuelo sirve para quejarse del escaso importe de los tickets de restaurante. Octave intenta reír siempre más fuerte que los demás y, a veces, lo consigue.

6

Después del hombre invisible, la mujer invencible. En un avión que, unos días más tarde, volaba exactamente en dirección contraria, Sophie leía la postal de Octave y no le parecía divertida. Estaba embarazada de él pero ya no le amaba. Hacía un mes que lo engañaba con Marc Marronier. Es con él con quien iba a reunirse en Senegal, lugar en el que él había decidido prolongar su estancia.

Al principio, pasó por un auténtico martirio. Abandonar a alguien a quien amas llevando un hijo suyo en el vientre requiere una valentía sobrehumana, perdón, rectifico, una valentía
subhumana
: una valentía animal. Es un poco como cortarse una pierna sin anestesia con un cuchillo Opinel oxidado, pero en más largo. Luego quiso vengarse. Su amor se había convertido en odio y ésa fue la razón por la cual volvió a llamar al jefe de Octave, para quien había trabajado unos años antes. Él la invitó a almorzar y allí, sin más, ella se vino abajo, lloró, y lo soltó todo sobre la mesa del Quai Ouest. Marronier acababa de separarse de su última modelo, así que la cosa le venía como anillo al dedo a su timing sentimental. Pidieron un «ceviche de pechina al escabeche». Octave llamó al móvil de Sophie justo en el momento en el que Marc la acariciaba con el pie debajo de la mesa.

—¿Sí, Sophie? ¿Por qué nunca me devuelves las llamadas?

—No tengo tu número.

—¿Cómo que no tienes mi número?

—Lo borré de mi móvil.

—Pero ¿por qué?

—Me ocupaba memoria.

Colgó, y luego apagó su aparato, y se dejó besar por encima de la mousse de chocolate. A la mañana siguiente, cambió de número de teléfono.

Sophie borraba aquello que le ocupaba memoria.

Octave no estaba al corriente de su relación con Marc, pero, de haberlo sabido, debería haberse sentido satisfecho: que su jefe le hiciera cornudo equivalía a un despido indirecto. El avión de Sophie tampoco se estrelló. Marronier la estaba esperando en el aeropuerto de Dakar. Hicieron el amor una vez al día durante ocho días. Empezaban a tener esa edad en la que eso ya es mucho. Ninguno de los dos sufría; les gustaba holgazanear juntos. Todo les parecía tan sencillo, tan evidente de repente. Al envejecer, uno no es más feliz, en absoluto, lo que ocurre es que baja el listón. Uno se vuelve tolerante, habla de lo que no funciona, se serena. Marc y Sophie no hacían buena pareja, pero
estaban
bien juntos, lo que resulta mucho más extraño. El asunto que más les molestaba era que sus nombres fueran el título de una anticuada telecomedia: «Marc et Sophie».

Pero ésa no es la razón por la que decidieron morir. ¿O sí?

¡NO SE VAYAN! DESPUÉS DE LA PUBLICIDAD,
LA NOVELA CONTINÚA

UN JOVEN CAMELLO BARBUDO PERMANECE DE PIE EN LO ALTO DE UN VERTEDERO, CON LOS BRAZOS EN CRUZ. A SU ALREDEDOR, AGRUPADOS EN CÍRCULO, SE REÚNEN DOCE CLIENTES. LLEVAN SUDADERAS CON CAPUCHA, CAZADORAS IMPERMEABLES, GORRAS DE BÉISBOL Y OTRAS PRENDAS HOLGADAS. LE VENERAN EN MEDIO DE ESE DESCAMPADO.

DE REPENTE, EL TRAFICANTE DICE
:

—EN VERDAD OS DIGO: ¿QUIÉN DE VOSOTROS VA A TIRARME LA PRIMERA PIEDRA?

UNO DE LOS APÓSTOLES LE OFRECE ENTONCES UN PEDRUSCO DE COCAÍNA
:

—OH, SEÑOR, AQUÍ TIENES.

SUENA ENTONCES UNA MÚSICA SACRA, MIENTRAS QUE UN RAYO DE LUZ PROCEDENTE DEL CIELO ILUMINA EL BLANCO PEDRUSCO, QUE NUESTRO SANTO CAMELLO ESGRIME GRITANDO
:

—PIEDRA ERES Y SOBRE TI EDIFICARÉ MI ÉGLOGA.

A CONTINUACIÓN, NUESTRO MELENUDO SUPERSTAR TRITURA LA PIEDRA DE COCA EN SU MANO HASTA CONVERTIRLA EN POLVO BLANCO. CUANDO REABRE LA MANO, APARECEN, PERFECTAMENTE ALINEADAS SOBRE LA PALMA, DOCE RA VAS.

—TOMAD Y ESNIFAD, ÉSTA ES MI ALMA Y YO OS LA ENTREGO.

LOS DOCE DISCÍPULOS SE ARRODILLAN ENTRE LA BASURA DOMÉSTICA GRITANDO
:

—¡ALELUYA!¡HA MULTIPLICADO LAS RAYAS!

PRIMER PIANO: UN MONTÓN DE POLVO BLANCO EN FORMA DE CRUZ CON CAÑITAS PLANTADAS DENTRO.

LEMA Y VOZ EN OFF: «COCAÍNA: PROBARLA ES REPETIR.
»

IV. Nosotros

Con el fin de presentar nuestro mensaje

con alguna posibilidad de producir una impresión

perdurable en el público, nos vimos obligados a matar gente.

THEODORE KACZYNSKI,

conocido como «Unabomber»,

Manifiesto publicado en el
Washington Post

y el
New York Times
el 19 de septiembre de 1995

1

El suicidio de Marc nos impresionó a todos. Pero decir que su gesto nos sorprendiera sería mentir. La versión oficial sostiene que se ahogó cerca de Saly, arrastrado por una corriente marina. Pero nosotros sabemos muy bien que se dejó arrastrar para librarse de una vida que le molestaba. Todos sabíamos que Marc estaba estresado, nos dábamos perfecta cuenta de que intentaba resistir, nos alimentábamos de su falso entusiasmo y cambiábamos de tema cuando hablaba de autodestruccción. Negábamos la evidencia: Marronier se estaba matando y no teníamos intención alguna de salvarlo. Organizamos su entierro antes incluso de que hubiera muerto. «El rey está casi muerto, ¡viva el rey!» En su funeral, 300 publicitarios lloriqueaban en el cementerio de Bagneux, sobre todo aquellos que odiaban a Marc y que deseaban su muerte desde hacía tanto tiempo: se sentían culpables de haber visto colmados sus deseos, y se preguntaban a quién iban a poder odiar de ahora en adelante. Para abrirse camino en el mundo de la comunicación es necesario tener un enemigo al que machacar; resulta muy desconcertante verse privado repentinamente de tan indispensable motor.

Hubiéramos querido que aquella ceremonia sólo fuera un sueño. Asistíamos al entierro de un provocador y con templábamos cómo su ataúd iba descendiendo por el agujero mientras deseábamos que aquélla fuera su última treta.

¡Qué bonito hubiera sido que, de repente, la cámara hubiera cambiado de plano y descubrir que la ceremonia era un montaje organizado con actores: que el cura hubiera sido un veterano comediante, que los desconsolados amigos hubieran estallado en una carcajada, que, a nuestra espalda, un equipo técnico hubiese desenrollado los cables y que un realizador hubiera gritado: «¡Corten!» Pero nadie gritó:

«¡Corten!»

A menudo desearíamos que nuestra vida sólo fuera un sueño. Como en las malas películas, nos gustaría despertar y resolver todos nuestros problemas con ese subterfugio. En las películas, cuando un personaje se ahoga, yupi, siempre recupera la conciencia. ¿Cuántas veces lo hemos visto en la pantalla: el héroe atacado por un viscoso y carnívoro monstruo, acorralado en una calle sin salida, y que, justo cuando la terrorífica bestia se dispone a devorarlo, paf, se despierta en su piltra empapado en sudor? ¿Por qué nunca nos ocurre eso en la vida real? ¿Eh?

¿Cómo se las apañan los que no duermen para despertarse?

Había un ataúd con auténticas cenizas (Charlie incluso se guardó un puñado en el bolsillo). Llorábamos lágrimas de verdad. Nosotros, o sea, toda la Rosse Europe: Jef, Philippe, Charlie, Odile, las becarias, los peces gordos, los inútiles, y yo, Octave con su Kleenex, Octave siempre aquí, ni despedido, ni dimitido, sólo un poco decepcionado de que Sophie no hubiera acudido. Nosotros, o sea, todos los pará sitos mantenidos por el dinero de la Rosse: dueños de canales de televisión, accionistas de grandes cadenas radiofónicas, cantantes, actores, fotógrafos, diseñadores, políticos, redactores jefe de revistas, presidentes de grandes almacenes, nosotros los que decidimos, nosotros los líderes de opinión, nosotros los artistas vendidos, consagrados o malditos, llorábamos. Llorábamos por nuestro lamentable destino: en la publicidad, cuando uno se muere, no aparecen artículos en los periódicos, no hay vallas publicitarias a media asta, no se interrumpe la programación, sólo hay stock-options sin vender y una cuenta corriente en Suiza bloqueada por un código secreto. Cuando un publicitario se muere, no ocurre nada, sólo es reemplazado por un publicitario vivo.

2

Unos días más tarde, South Beach, Miami. Pamelasandersons de todas las tallas, jeanclaudevandammes a tutiplén. Todos somos Friends. Tomamos rayos UVA antes de extender nuestro rostro hacia el sol. Para resistir en un mundo así, hay que parecerse a un bomboncito o a un actor de película porno. Nos drogamos porque el alcohol y la música ya no bastan para proporcionarnos el valor necesario para hablar entre nosotros. Vivimos en un mundo en el que la única aventura consiste en follar sin condón. ¿Por qué todos perseguimos la belleza? Porque este mundo es feo hasta la náusea. Queremos ser hermosos porque queremos ser mejores. La cirugía estética es la última ideología que nos queda. Todo el mundo tiene la misma boca. El mundo se muestra horrorizado ante la perspectiva de la clonación humana cuando, en realidad, la clonación ya existe y se llama «plástic surgery». En todos los bares, Cher canta «¿Crees en la vida después del amor?». De ahora en adelante, tendremos que preguntarnos sobre la vida después del hombre. Una existencia de sublimes criaturas poshumanas, liberadas de la injusticia de la fealdad, cuya capital mundial sería Miami. Todos tendremos las mismas frentes arquea das e inocentes, pieles suaves como el satén, ojos almendrados, todo el mundo tendrá derecho a unas manos de largos dedos y uñas lacadas de gris, y habrá un reparto general de labios carnosos, pómulos altos, orejas aterciopeladas, narices respingonas, cabellos suaves, cuellos gráciles y perfumados, y, sobre todo, afilados codos. ¡Codos para todos! Adelante hacia la democratización del codo. Como admitía con humildad Paulina Porizkova en una entrevista: «Estoy contenta de que la gente me encuentre guapa, pero se trata únicamente de una cuestión matemática: el número de milímetros entre mis ojos y mi barbilla.»

Charlie y yo llamamos por el inalámbrico de pie dentro del mar. Circulamos por la playa en unos Jeeps gigantes. A pesar de la muerte de Marronier, no hemos suspendido el rodaje de Delgadín —ya estaban en marcha. demasiados gastos de producción—. En un momento dado, Charlie sacó de su bolsillo una cajita que contenía algunos gramos de las cenizas de Marc Marronier. Las espolvoreó sobre el agua. Es lo que Marc hubiera querido: flotar sobre las olas de Miami. Luego, le quedaban unos restos de cenizas en la palma de la mano y entonces se me ocurrió. Le pedí que extendiera su brazo y abriese la mano hacia el sol. Me incliné. Y así fue como esnifé lo que quedaba de mi amigo, de mi mentor, Marc Marronier. I've got Marronier runnin' around my brain!

Desconfíe si encuentra una sola chica fea en esta ciudad. Los que en cualquier otra parte son estadísticamente anormales (los bellos y musculosos) aquí son norma; casi se convierten en un aburrimiento (recordemos, no obstante, que milito a favor del aburrimiento). Siempre hay una chica más joven y guapa que la anterior. Dulce tortura. Pero la Envidia es uno de los siete pecados capitales. ¡Miami, ciudad hermanada con Sodoma, Gomorra y Babilonia!

En el Coconut Grove, un tipo saca a pasear a seis chihuahuas con correa y recoge sus mierdas con un guante de plástico. Se cruza con traficantes de salsa y esquiadores de fondo sobre ruedas. Grupos de seres morenos, que hablan por sus móviles delante del Colony. Nos damos cuenta de que en Miami estamos dentro de un anuncio gigante. Ya no es la publicidad la que imita a la vida, es la vida la que copia la publicidad. Cadillacs de color rosa con los bajos iluminados por neones vibran al compás de raps chicanos.

Tanta belleza y riqueza sólo pueden provocar aturdimiento. En el News Café nos dedicamos a admirar la figura de las top-models, aunque preferiríamos desfigurarlas.

El distrito Art Deco de Miami está situado al sur de la ciudad y junto al mar. Fue construido para los jubilados, en los años treinta. A principios de los cuarenta, muchos militares fueron movilizados a Miami, ya que el ejército amenricano temía un ataque japonés sobre Florida. Luego, en 1959, la caída de Batista arrastró consigo una fuerte inmigración cubana. Así pues, Miami es una mezcla de jubilados (titulares de fondos de pensiones para los cuales los asalariados del mundo occidental trabajan durante años), de militares (que les protegen) y de cubanos (que les drogan): el cóctel perfecto. En los años setenta, la crisis del petróleo amodorró la ciudad. Parecía que estaba acabada, pasada de moda, has-been, hasta que diez años más tarde, en 1985, un anuncio volvió a lanzarla.

Aquel año, Bruce Weber disparó una serie de fotografías para Calvin Klein en Ocean Drive. Inmediatamente, la publicación de aquellas páginas de publicidad en las revistas del mundo entero hizo que Miami se convirtiera en la capi tal mundial de la moda. Miami es una ciudad cuyo príncipe es un fotógrafo. Si los nazis hubieran tenido la fuerza de impacto publicitario de un lugar como éste, habrían asesinado a diez veces más personas. Christy Turlington fue descubierta aquí, en la playa, por un «talent scout». Más tarde, Gianni Versace realizó todos sus catálogos en este lugar, antes de morir aquí, asesinado, el 15 de julio de 1997. Seres sobre ruedas, cubanos cobrizos, gays en pantalón corto se deslizan por las aceras, con los ojos escondidos detrás de unas Oakley último modelo. Todas estas cosas no son contradictorias. Al final, los nazis han ganado: incluso los negros se tiñen el pelo de rubio. Luchamos por parecemos a la feliz Hitlerjugend, con unas tabletas de chocolate Galak por abdomen. Los antisemitas han conseguido lo que querían: Woody Alien hace reír a las chicas, pero, de todas maneras, ellas prefieren acostarse con el inútil y extraordinario Rocco Siffredi.

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